Hay una pertinencia y una especificidad de lo político en psicoanálisis. Es un término que tiene toda una gama de aristas que permiten leerlo en diversos sentidos.
Aparece respecto de la posición del analista y su mayor o menor libertad en la cura en el escrito “La dirección de la cura…”, en el cual Lacan puede situar esa dimensión política como algo ligado a la ética propia del psicoanálisis, punto en el cual el analista tiene un escaso margen de maniobra por cuanto su hacer, su acomodación está regida por el lugar rector del deseo.
También hay una política del síntoma. Puede entenderse como un régimen del síntoma que podría asociarse a lo político en la medida en la cual es “con” un síntoma que a un sujeto le es posible hacer. De distintos modos el punto anterior y este asocian lo político con un hacer, pero con uno que está en las antípodas de la posibilidad de gobierno.
Hay otro sesgo. El síntoma se constituye como una satisfacción sustitutiva. Si hay un régimen del síntoma, y éste aporta una satisfacción que parodia la imposible, lo político se entrama en la satisfacción en el hablante. Y de allí a nuestro siguiente paso, nueva referencia.
Una doble coordenada enmarca la satisfacción en el hablante. Por un lado, su carácter paradojal; por el otro, que, a falta de naturalidad alguna, ella se soporta de una economía política.
Esta economía política toma el relevo de la energética freudiana y es aquella estructura, de matriz discursiva, a partir de la cual el cuerpo, desnaturalizado por acción del lenguaje, queda sumergido en esa economía política.
O sea que, habiendo partido de una separación entre el cuerpo y el goce, es vía la economía política que el goce se distribuye corporalmente en función de una serie de marcas que provienen de la historia del sujeto. Tomada como economía implica la escritura de pérdidas y ganancias, cuestión que hace inseparable a dicha economía de la dimensión del fantasma, o sea del menú.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario