viernes, 17 de agosto de 2018

Agresividad y violencia ¿Qué hacer en la clínica? 2° parte.


El tema de la agresividad nos habita dentro y fuera del consultorio. Es un tema problemático, porque la agresividad nos constituye, es pulsional y está indisolublemente ligada a la estructura subjetiva. Por lo tanto, ya les estoy diciendo lo difícil que es disolver la agresividad. Ligada a la vida pulsional, nos dice que es algo difícil de domesticar.

La agresividad según Freud. En cuanto a la agresividad en la constitución subjetiva, Freud nos plantea desde muy temprano el tema de la pulsión como el motor de la vida humana. La pulsión misma nos habla de la división del sujeto. La pulsión misma es la experiencia de la división; en principio, porque no existe “la pulsión” sino las pulsiones, con lo cual ya tenemos algo que habla de lo parcial, del no-todo. Al referirnos a las pulsiones, también hablamos que las pulsiones tienen que ver con los objetos. Estos objetos son parciales, tampoco existe “el objeto”. Que un objeto sea parcial significa que ninguno satisface, o sea que podemos pensar desde una mirada un poco pesimista, que estamos condenados a la insatisfacción. Y desde una mirada más optimista, que estamos liberados de cualquier objeto. Si ningún objeto es el objeto de satisfacción, no necesito de ningún objeto y eso libera, porque nos aparta de la necesidad. La relación de necesidad le imprime al lazo un nivel de agresividad, un voltaje y una violencia a veces brutal. Hay una anécdota muy preciosa de Sócrates, donde él paseaba descalzo por el mercado, seguido por sus discípulos y sonreía. Uno de ellos le ellos le pregunta por qué sonreía y él responde que le daba alegría ver todos los objetos de los cuales podía prescindir. La libertad de no necesitar ese objeto es muy vigente. Hoy creemos que necesitamos ese celular, esa casa, esa ropa. La relación de necesidad complica la sustituibilidad. Entonces, el objeto es parcial y por eso hay varios objetos. No vamos a trabajar la relación entre la pulsión y sus objetos, pero sabemos que hay objetos privilegiados que tienen que ver con cierta experiencia de pérdida del cuerpo de ciertos objetos.


No tenemos objeto, no tenemos instinto. En el mundo natural, existe el instinto, que es una saber inmediato sobre el objeto. Ningún animal vacila ni se pregunta qué tiene que comer: se dirigen hacia su objeto. Ese saber inmediato del objeto, que orienta toda la conducta, los libera de esta desorientación permanente que nos habita a nosotros. La enorme góndola de lencería erótica, los juguetes sexuales, los posibles cambios de identidad, de nombre, de elección de género y toda esta diversidad nos habla de cuán variable es el objeto y qué difícil es orientarse. Por eso, lo que nos habita -en lugar del instinto- es la ética. El ser humano necesita de la orientación ética, justamente, porque la naturaleza para él está perdida. Esta cuestión del instinto y de la pulsión pone en evidencia lo sustituible del objeto, pinceladas de la vida cotidiana y de la clínica.

Una paciente muy preocupada por su sobrepeso y bastante comprometida con su tratamiento, me dice “Tenía la idea fija de parar en el kiosko y comprarme un alfajor… En realidad no uno, sino tres. El kiosko estaba al lado del Alto Palermo. Entré al Alto Palermo, entré y di una vuelta, me compré un saquito y se me fueron las ganas del alfajor”. Ahí podemos ver cuán sustituible es el objeto de la pulsión. En realidad, la pulsión hace un rodeo alrededor del objeto, pero no se satisface en él, sino en el mismo rodeo.

Otra paciente, en una relación horrible con su jefe, decía “Quería entrar y matarlo.Tirarle la carpeta por la cabeza e irme”. O sea, un pasaje al acto. No hace falta suicidarse para un pasaje al acto: con salir violentamente de una escena y hacerla irreversible, como era tirarle la carpeta por la cabeza al jefe e irse, eso también es un pasaje al acto que puede pasar desapercibido. Hay mucho pasaje al acto en la clínica y vida cotidianas. Se encuentra con una compañera en el ascensor porque bajan a fumar. Hablan media hora y luego va a la peluquería, en vez de volver en seguida. Sale de la peluquería preguntándose cómo podía ser que hacía una hora ella quería matar al jefe, irse… Hay algo de la palabra y algo en ese rodeo. En la palabra, no solamente la sustitución del objeto, también hay un goce. Pero a su vez, hay una pérdida de goce. La palabra posibilita un goce diferente del goce inmediato de tragarse el objeto. Francoise Doltó era una analista de niños muy poco dogmática, muy libre en su clínica, que tenía un programa de radio en la posguerra. En ese tiempo había mucha miseria, muchas mujeres viudas y muchos niños pequeños sin padres. En el programa de radio, a ella le mandaban preguntas y ella contestaba. Entonces a ella le preguntaron qué hacer con el berrinche de un niño frente a una juguetería. Y Francoise Doltó dijo que habían 3 posibilidades que se le ocurrían: Una, entrar y comprar el objeto. Ese tipo de satisfacción inmediata la conocemos, el niño descartará el objeto rápidamente. Como se trataba de la posguerra y nadie tenía dinero, esa opción era difícil de satisfacer. Otra opción es arrancarlo de la vidriera. Y la tercera opción es hablar del objeto: de qué color le gustaría, qué haría con él, dónde lo pondría… Diferirlo en el tiempo, como el cumpleaños, la navidad. Todo ese discurrir es también un goce que se juega en la palabra, que está ligada al objeto y que no requiere de la satisfacción inmediata. No se trata de prescindir del objeto, no estamos llamando a que el pibe se resigne y no tenga nunca el juguete, pero no hace falta que sea ya.

Si la pulsión es perentoria en relación al objeto, el análisis, que es un lugar donde uno piensa, permite ubicar allí el no-todo. La ética en psicoanálisis es básicamente eso, el no-todo. El objeto no es necesario; es sustituible y en un punto la satisfacción es imposible.

Freud va a hablar de la agresividad en distintos momentos de su obra. Él escribe durante 40 años, así que nos dice muchas cosas en distintos momentos. Hay una carta donde Freud le responde a Einstein sobre la guerra, que es una joya. Esa carta él la escribe mientras transcurre la Gran Guerra de 1914 y además él tiene a sus hijos en el frente. Es una carta de alguien que está inmerso en una locura de violencia y agresividad y aún así puede pensar. Y también tiene un escrito, que es El porqué de la guerra y la muerte, ambos muy interesantes. Freud tiene distintos momentos; no cancelables entre sí. Tampoco el primer Lacan es cancelado por el segundo. Hay un concepto en Hegel, Aufhebung, que es inclusión superadora sin la supresión de lo que se incluye. Podemos pensar que tanto toda la obra de Freud como la de Lacan son vigentes y que se articulan.

En 1914 Freud escribe Introducción al Narcisismo. Este es un escrito clave, porque la agresividad está muy en relación a la constitución subjetiva y particularmente, al yo. En Introducción al Narcisismo dice que hay un nuevo acto psíquico, que es la fundación del yo. Yo vs. no yo, parece ser. Lo que el yo integra como parte de su narcisismo y lo que distingue como ajeno. Hay algo en el aparato psíquico donde lo ajeno se vuelve amenazador., Lo que no es yo se presenta como extraño. En el Porqué de la guerra y de la muerte, Freud se pregunta cuándo superaremos la ecuación extranjero = enemigo. Esto está sumamente vigente hoy y dominó mucho la vida de Freud, siendo que del ‘14 al ‘18 él vivió la Gran Guerra. Después vivió los tiempos convulsionados anteriores a la Segunda Guerra, donde lo ayuda Marie Bonaparte. Ella tradujo la obra de Freud al francés y lacan se queja, en los primeros seminarios, de sus traducciones. Marie Bonaparte hace lo imposible por sacar a Freud. Ana Freud había pasado una noche en la Gestapo y era inminente sacar a Freud de Viena. Lo logra, lo saca en el ‘38 y muere en el ‘39. En Introducción al Narcisismo nos dice cuánto se siente amenazado el yo por aquello que es ajeno y qué difícil le es integrarlo.

¿Cuál es la amenaza del otro para el sujeto? La primera amenaza del otro, es que es la prueba contundente de que no hay uno. La existencia del otro es testimonio brutal de que uno no es el único. Hay un tiempo fundamental, el de your majesty the baby, momento privilegiado en la estructura -que no todos lo tienen- en donde el sujeto se cree efectivamente el objeto privilegiado para la madre. Your majesty the baby será luego el yo ideal, que para Lacan va a ser el falo imaginario que sutura la falta en la madre y ahí él va a plantear por qué para el yo el otro aparece como amenaza. En principio, porque le está diciendo “no sos lo único”. Por supuesto que el neurótico va a tardar mucho en darse cuenta cuán liberador es no ser lo único para el Otro. No ser lo único para la madre, para los hijos, para los maridos, los amantes, las mujeres.... Se tarda mucho en entender que ser uno más es sinónimo de libertad, porque además somos únicos, pero no el/la única.

Lacan dice que el analista debe unir su horizonte al de la subjetividad de su época, o sea que de alguna manera tiene que leer la historia en la cual está inmerso. Freud de alguna manera lo hace en El porqué de la guerra, en Psicología de las masas y análisis del yo. Son textos hiper lúcidos donde trabaja el drama del lazo con el otro. Nos dice que la investidura del yo sobrepasa su límite. Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para no caer enfermo. Es decir, el sujeto, antes de dirigirse al otro, prefiere prescindir de él. El bebé, cuando tiene hambre, antes de tomarse el trabajo infernal que es llorar, patalear, pidiendo la teta, la alucina y succiona. Fíjense ese repliegue al que tendemos antes de tomarnos el trabajo de dirigirnos al mundo. En cierto momento, al bebé no le queda otra que chillar. Con lo cual Freud plantea que el yo se plantea a los objetos, objetos que de alguna manera quedan libidinizados por el yo y esa libidinización hace que esos objetos extraños -que se le oponen y que le cuestionan su condición de único- quedan incluidos en el ámbito de su narcisismo. Si el objeto no fuera parcial, sustituible y de alguna manera no satisfactorio, sería imposible soltarlos. A veces creemos que hay objetos insustituibles y por más privilegiados que sean algunos, siempre hay una sustitución posible, porque uno sigue viviendo aún después de haberlos perdido. Sino uno se moriría en el momento, pero hay algo duelo mediante -trabajo psíquico por excelencia- donde el sujeto puede recuperar esa libido que puso en el objeto, que al principio parece que la perdió con ese objeto, la recupera para invertir nuevos objetos. En los duelos, es muy importante ubicar no solo lo que se pierde, sino lo que queda en uno de ese objeto y que de ninguna manera se pierde. Freud decía que somos las marcas de los objetos duelados. cada objeto que hemos perdido nos deja una inscripción. Y esto también, al ubicarlo en un duelo, se hace más posible. Porque efectivamente, hay algo del objeto que quedó introyectado en la constitución del sujeto.

Si creemos que es necesario, estamos fritos y entonces tenemos que tenerlo o matarlo. Estas son cosas que se le ocurren al sujeto por no poder prescindir del objeto. Ahí empieza la violencia, donde la violencia es un aspecto de la violencia en relación al otro. El crimen pasional es una separación fallida. Todo crimen pasional habla, de alguna manera, de una dificultad de separación. El duelo no es posible, así que lo tiene que eliminar. No puede hacer la sustitución simbólica.

Pensaba en las urgencias que aparecen a veces en la clínica, en esta prisa y este planteo de satisfacción inmediata. Yo tengo una paciente que es auditora de un banco. Ella venía y auditaba la sesión: “acá no pasa nada, doctora”, “Acá yo estoy perdiendo el tiempo y esto es muy caro, doctora”, “Usted no me está ayudando. Vine aquí a que me ayude a resolver mi tema y no pasa nada”. cada dos por tres venía la auditoría, hacía un raconto. Yo creo que uno construye al paciente. A veces hay una agresividad dentro del consultorio, que tiene que ver con esta satisfacción inmediata en el objeto. Uno construye al paciente. Esta paciente era bastante agresiva pero en el consultorio vienen con un nombre, o vienen a veces con alguna transferencia. Hay algo sutil del amor de transferencia jugado antes: el nombre, la amiga que se analizó con ese analista. Eso no quiere decir que haya garantía de nada. En las instituciones, yo creo que muchas veces la posición del analista construye al paciente. La paciencia del analista construye al paciente, ¿pero de qué manera? Una vía es vía la angustia. El paciente viene con mucha angustia y quieren que se la saquen ya. Y creo que es tarea del analista ubicar que la angustia para el psicoanálisis es una brújula. Poder transmitir que la angustia es valiosa, que la angustia en el consultorio no es la angustia en la familia o con los amigos. En el consultorio la angustia es algo muy valioso, y hay que transmitirlo para darle otro lugar. La angustia porta un saber, hay una verdad que el sujeto tiene que encontrar, que le señala algo que todavía no accede a la palabra pero que si se da el tiempo suficiente, tal vez pueda entender por dónde viene. También hay que transmitir la cuestión del tiempo: en todos lados no tenemos tiempo, en todos lados nos apuramos, o queremos llegar antes… Acá no. La escena analítica está fuera del planeta y eso está bueno porque el tiempo es otro. El tiempo mismo es la oración, aún esos tiempos donde no pasa mucho sigue siendo tiempo de elaboración para el sujeto. Me parece que transmitir estas cuestiones construyen al paciente. Los pacientes de las instituciones no son pacientes que vienen ya enamorados de Freud y de Lacan.

Creo que otro elemento importante en la construcción del paciente y eso va como de costado, es poder ubicar la diferencia entre responsabilizar al paciente por su deseo, o responsabilizarlo por su síntoma. A veces responsabilizamos al paciente por su síntoma y en vez de alojarlo, de ver cómo se despliega y responsabilizarlo del deseo -de lo que quiere, de ver cuán implicado está en la vía de lo que quiere tener-, evitando culpabilizar el síntoma que lo obstaculiza. A veces hay algo que se escucha, culpabilizando al paciente por el síntoma y me parece muy importante que el síntoma, que es valioso, se abra, se interrogue y responsabilizar por el deseo, en sentido de qué vida quiere el sujeto.

Pregunta: Fernando Ulloa decía, “Pasar de la protesta a la propuesta”.
La protesta es creen en el Otro. Uno protesta cuando hay Otro. Se cree firmemente en él y se protesta. El análisis, que es un largo camino para soportar que el Otro no existe, elimina la protesta naturalmente. Efectivamente, ahí quedamos huérfanos, enfrentados a la propuesta.

En 1920, Freud propone la pulsión de muerte. Fue un problema y una conmoción en su época, él propuso el tema de Eros y Tánatos. Los sueños a repetición, la reacción terapéutica negativa (el sujeto se aferra al síntoma cuando ha avanzado en la cura) hacen plantear a Freud que hay una tendencia, una pulsión de muerte. Pulsión de muerte no es morirse. Él dice que en Tánatos y Eros, hay una instancia que tiende a disolver, a disgregar a desarmar y a dividir y hay otra instancia que tiende a integrar, a sumar, a generar subunidades mayores. La mezcla de ambas es importante. La pulsión de muerte no es morir o querer morirse, sino que la pulsión de muerte es cuando se desmezcla. Incluso para acariciar un pollito, uno necesita fuerza muscular, tono, agarrarlo… Pero necesito tener un límite, que no se desmescle esa pulsión anal (porque todo lo que depende de la musculatura estriada es metaforización de la pulsión anal), algo que frene esto para no apretarlo hasta matarlo. El caso del pollito se refiere a un paciente que tuve, que apretó al pollito hasta matarlo. Él no era tan chiquito como para sentirse inimputable, tenía más de 5 años. Los niños mayores a 5 años ya están bastante anoticiados de la muerte, de manera tal que él -de estructura psicótica hoy de adulto- se preguntaba por qué nadie lo frenó. Esta es para él una imagen sumamente torturadora. Uno podría pensar esto que siempre decimos: el mirar está limitado por el hablar, por ejemplo. Si uno es una pura mirada o se siente solamente mirado, ahí hay una desmezcla paralizante y la mirada opera retirándonos de la vida. Nos retira del deseo.


Tengo otra paciente que se pone colorada y esto la excluye de todos los lugares. Tiene que dar a veces conferencias, los cuales las da. Pero los restaurantes los elige en función de la luz. Hay mucha cosa alrededor de “me voy a poner colorada”. Hay días en que dice que seguro se va a poner colorada y es una tortura desde antes de salir de su casa. Es esa mirada del Otro. Ella a veces usa una venda, porque dice que si la mirada se dirige a la venda, se siente protegida. La desmezcla es la pulsión de muerte, no el querer morirse. Una pura mirada puede matar, petrificar. Un apretar sin límites también. Althusser, un intelectual que formó a toda la intelectualidad francesa, mató a la mujer apretándole el cuello de mas mientras le hacía un masaje. Esto es interesante, porque lo declararon inimputable, como que fue un estado de inconsciencia, de locura y él reclamó judicialmente que se lo condene. Era como que le quitaban el cacho de subjetividad a la que él tenía derecho si no le permitían pagar por el crimen que había cometido. Uno diría que ahí hubo un momento de desmezcla.


Otro caso: un paciente púber a quien le nace un hermanito viene muy angustiado y me dice “Yo lo podría matar; le pongo una almohada encima, lo ahorco, lo meto en la bañadera…” Tremenda la angustia del chico. Se trataba de un neurótico obsesivo hecho y derecho y yo le dije que una cosa es que crea que es todopoderoso, o que tenga la fantasía de ser todopoderoso, pero que existía una ley que no le deja. En general, la desmezcla es por la falla de una ley, es una falla en ese no-todo. No necesita ser una falla forclusiva, no necesita ser psicótico, pero es una sutil falla que causa la desmezcla.


Ahora, ¿Cómo nos protegemos de eso? A mi el esquema del espejo me parece una genialidad absoluta. Lacan pone un espejo cóncavo. Frente al espejo cóncavo, pone una vasija. En el espejo cóncavo uno se ve al revés, como si se viera como en una cuchara. Se trata de un experimento de la escuela secundaria. Lo único “de verdad” que ex-siste, robándole la palabra a Heidegger, pero es inaccesible. Podemos decir que es el cuerpo natural, la biología, el soma, el ser, la esencia, el goce-todo. Lo real es lo imposible, dice Lacan, lo imposible de ser representado.
Lo primero que se forma es una imagen, que Lacan dice i(a). El a no es ningún objeto, sino cómo escribimos aquello que no entra en la representación. Tanto decimos objeto a, que a veces creemos que es un objeto, pero en realidad es la letra con la que escribimos aquello que no se deja representar. Acá tenemos una imagen real, le decimos real porque se forma como una especie de imagen holográfica. A la izquierda tenemos la imagen pre-especular, donde hay pulsiones pero no hay unificación. Es el tiempo del autoerotismo, el tiempo de la fragmentación. Es antes de “your majesty the baby”, antes de la constitución del narcisismo. Estamos hablando de la constitución subjetiva, con una predominancia del registro imaginario, pero por supuesto que es una trama simbólico-imaginaria. Esto Lacan lo presenta en 1936, a los 35 años en su primer congreso internacional de psicoanálisis. Ahí él arranca con lo que va conceptualizando. En el 36’ lleva un montón de hojas, las lee en francés, y Jones (que estaba a cargo del congreso) lo interrumpe y lo echa. Lacan se queda malherido, pues al congreso del ‘38 no va. Después viene la guerra y no hay ningún congreso y en el ‘49 lo presenta en el congreso de Zurich. De lo que presentó acá quedan unas notas de Doltó, hasta que después quedan los escritos.


La imagen real es recubrir con una imagen el a, que no se deja representar. Otro día viene con un espejo plano y dice que es el Otro (A). El Otro es asimilable a la madre, pero no es la madre. Hay que pensar en el Otro como el lenguaje. El lenguaje no viene ni del cielo ni de la computadora, sino que el lenguaje está vehiculizado libidinalmente por ese Otro para quien se significa la falta, que en general es la madre. Está bueno no olvidar que el Otro es el lenguaje.


La parte de abajo la perdemos. La imagen virtual, i’(a), aparece con una comita arriba. Ahí ya tenemos a “your majesty the baby”, al yo ideal, a ese cúmulo de belleza y preciosidad… Ahí está el yo ideal, momento ideal para habitar y deshabitar luego, porque quedarse ahí es catastrófico. Lacan, cuando cuenta esto en el seminario X, dice que el niño se reconoce en el espejo y festeja la unidad, el sentido, la gestalt. Acá se juega el tema del amor, de lo amable, de lo bello. Por supuesto sabemos que siempre hay algo que no se dejó representar. Una imagen es una imagen. Se puede apropiarse de ella, festejarla, apropiarse del yo en ese Otro… Porque en el principio el objeto a está en el marco de la relación al Otro. En el seminario X dice que el niño festeja y gira su cabeza, buscando en el Otro un asentimiento. Esto significa que está todo bien, pero que necesita que el Otro legitime ese enigma que no se deja representar, que es una x que no entra en el espejo, que no es abarcable por la palabra. El niño exige, reclama un gesto de amor hacia aquello que no tiene que ver con satisfacer los ideales del Otro. Legitimar esta X es lo que creo que hacemos en un análisis. Buena parte de lo que hacemos en un análisis tiene que ver con legitimar que el sujeto tiene algo no representable, que puede ser persecutorio y vivido como insuficiencia, o puede ser el agalma, el atractivo, ese misterio que hace que el otro sea tan seductor. Cuanto más legitimada está esa X, “te quiero no por lo que sos, sino por lo que no sos”. Yo tengo un ejemplo autobiográfico: cuando mi nene era chiquito, yo quería que fuera a jugar al fútbol y el pibe ni bola. Luego lo mandé a basquet y tampoco. Probé con tenis y así estuvimos 2 años, pues yo no abandonaba la causa. Un día el nene sube al auto y me dice “Yo no soy el nene que vos crees que soy”. Un poco es eso, es “quereme por lo que no soy”, por todas las espectativas que no cumplo, por este enigma absoluto.


Ahora, legitimado ese punto, el sujeto va a tener una reserva libidinal que lo pone a salvo. Lo pone a salvo, no de sufrir, sino de la catástrofe narcisista, de necesitar que el Otro le levante el pulgar o se lo baje. Este punto, que pareciera que no tiene mucho que ver con la desmezcla y la mezcla, tiene que ver. Hay algo de sentirse a salvo en esa singularidad que de alguna manera protege al sujeto en el lazo al otro, porque desaparece la rivalidad fratricida. Hay algo asegurado, anclado en la propia vida que al sujeto le da margen para perder objetos, porque la reserva libidinal, que es legitimar ese enigma, es una reserva que no se deposita en los objetos. Yo puedo enamorarme a morir, pero ese cachito no lo voy a poner en el objeto. Moraleja, cuando me dejan no me tiro por la ventana ni voy y le clavo 11 puñaladas. Lloro, me la banco, que se yo. Hay algo de la catástrofe de no tener lugar, porque se tiene lugar en tanto se es algo para alguien. En ese caso se produce como una protección. Si esto no sucede en la vida de uno, cosa que muchas veces no sucede o sucede con fallas por la historia de cada quien, y a veces el análisis lo logra.


Pregunta inaudible.
En un primer momento, el niño es el falo de la mamá, suturando su falta. Pero no es así porque ningún objeto tapona al Otro. La madre sale un rato, se va con las amigas, tiene un amante, va al cine… Se ausenta y el hijo experimenta esa maravillosa catástrofe, que es no ser el falo que satisface. Ese es el momento que el sujeto deja de ser y pasa a tener. Logra dejar de gozar de ser para el Otro y empieza a gozar de sus primeros objetos: los chiches, los hermanitos, el mundo. Lo que produce esta reserva libidinal no es este momento, sino el momento en que la madre le dice “Te quiero igual aunque no seas, tenés un lugar en el mundo por tu no ser, por ese enigma indescifrable que te habita”.


[Pregunta por el homicidio cometido por Althusser]
Ojo con la ley, porque la ley es del código penal, del código civil… Pero también está la ley del deseo que plantea el psicoanálisis y no coinciden. No quiere decir que estén totalmente desarticuladas. Althusser mata a la mujer sin querer, supongamos que tuvo un momento de ausencia, o se distrajo. La ley lo protege porque él no tenía una finalidad, fue accidental y podría haber pasado si se le cruza alguien mientras uno maneja. Cuando él dice que quiere que lo juzguen, no está omitiendo la ley.


Yo creo que la ley de los códigos se articula a la ley que plantea el psicoanálisis, pero tienen también sus contradicciones. Seguramente Althusser, que era absolutamente brillante, ubicó alguna responsabilidad. Tengo un ejemplo: yo tengo una paciente que el novio le pega, le tira cosas. Un día vino con un dedo entablillado. Está abierta una causa, con Juez, asistente social, perito… También estoy yo. Le dieron el botón antipánico. La paciente duerme con el muchacho y el botón antipánico en la mesa de luz. Cuando la ley no está introyectada, no hay código civil ni penal que pueda con eso.


También tuve una paciente de un pueblo, donde había un señor que a cambio de caramelos, tocaba a las niñas. Las niñas iban por el caramelo. Este pueblo era del interior de latinoamérica. Ella me dice, muy avergonzada “Dra, yo no iba por los caramelos”. Hay algo en relación al goce, a la ley, a la culpa… hay matices que nos complican mucho querer compatibilizar la ley del psicoanálisis con la ley de los códigos. A veces, volver todo “psi”, hace que el delincuente sea un cuadro psicopatológico y se arman unos líos infernales.


[Pregunta por los maquinistas que atropellan pasajeros sin querer y se sienten culpables]


Si se siente culpable, es culpable. El tema es de qué. Yo tenía una paciente que se le había muerto el hijo de 15 años de una enfermedad congénita. Después de haber recorrido varios lugares, viene y me dice, de manera prepotente “No me diga que no soy culpable, porque si me dice que no lo soy, yo me voy”. Seguro que es culpable, pero veamos de qué. De su historia, de su psiquismo, de su trama subjetiva, de sus puntos de fijación incestuosos… Esto la lleva a sentirse culpable, porque ¡dime cuánta culpa sientes y te diré el grado de megalomanía que te habita!


Caso clínico.
Georgina tiene una muletilla, una frase que es “no me veo”. Trae un sueño: “Un hombre me abraza amorosamente”. Se despierta muy angustiada y conmovida. Su primera asociación es “no me veo”. Historia breve, trama edípica. El padre ausente, casado con una mujer estilo madrastra de la Cenicienta. Los cuentos infantiles son verdades enormes y lo vemos en el consultorio. Las madrastras sufren por no poder integrar al hijo de la otra. Hay muchas pacientes que invierten mucho tiempo en integrar ese objeto tan ajeno como es el hijo de otro. La paciente sufría a esta mujer que era horrible. El padre viajaba mucho y a Georgina la dejaban mucho con esta mujer. La madre la mira y la ve gorda y vaga. Efectivamente, ella tiene sobrepeso y esto la inhibe es muchísimos aspectos. La madre, a su vez, cursa una depresión crónica desde que el padre la deja por otra. Ahí podemos ver que la reserva libidinal que protegería de la catástrofe amorosa no funcionó. Georgina habla de la madre como que la ve de esta manera y habla de la mujer del padre.


Lacan decía que lo peor que le podía pasar a un paciente es que le creamos, en el sentido de que esta madre, esta madrastra, por supuesto son personajes de una historia que a su vez están construidos desde una particular historia del sujeto. No es que esa señora sea horrible ni que esa señora sea un desastre, aunque haya elementos que lo confirmen, no hay que olvidar que siempre se trata de esa posición libidinal respecto a la propia historia. Sino podemos creer que en realidad hay un Otro muy malo y que el paciente es una víctima de la situación.


La mamá obesa, tirada en un sillón, con la famosa fibromialgia (que circula ahora como un nombre para nombrar algo que deberíamos interrogar), profundamente pesimista respecto de todo y particularmente en relación a las iniciativas de su hija. la ve siempre en un lugar triste y degradado. Ella se inscribe en el CBC, pierde fechas y finales. Olvida vencimientos de inscripciones. Dice “No me veo en la UBA” y este “No me veo”, cuyo último no me veo es la primera asociación es el sueño donde un hombre la abraza, yo le digo “Qué bueno que no te veas. Cuando te ves, te ves con los ojos de tu mamá, gorda y vaga. No me veo no es fenómeno de no existo”. No verse es quizás, de alguna manera, suspender por un momento esa única imagen de vaga y gorda para hacer un lugar “está por verse”. Y este no me veo, que funcionó en ella por mucho tiempo como una inexistencia, como un restarse de todas las escenas, empezó a trabajarse en el sentido de dejar de verse en ese lugar para ubicar un enigma, ubicar lo que está por verse. Es una paciente que atendí por muchos años, entre los 15 y los 25. Hace 10 que no la veo, pero el otro día la busqué en Facebook. Anda bien.


Pregunta: ¿Por qué elegiste este caso para este seminario?

Porque creo que la agresividad no es solamente agresividad ante el otro. Creo que acá hay una corriente de agresividad. Hay una frase de William Blake (poeta inglés y pintos del 1600), que dice que el que desea y no obra, engendra la peste. El deseo es incoercible, hay que hacerle un lugar y el mejor lugar es el sublimatorio. Si no, empieza a operar como frustración y hostilidad con el otro, como la madre enojada con esta hija en quien de alguna manera se sentía reflejada, diciéndole y deseándole los peores augurios. El neurótico quiere tener un lugar en el Otro, si es bueno o malo no importa. Quiere primero tener ese lugar, porque de eso depende la vida. Ella, de alguna manera, hizo una conjetura fantasmática: tengo un lugar en la medida en que me vea gorda y vaga y sino, no me veo. No me veo en el CBC, no me veo en la facultad, no me veo con un hombre abrazándome. Creo que ahí hay una trama de agresividad en la relación al Otro, en la relación martirizada con uno mismo cuando ella deja vencer fechas y fechas finales y vuelve a quedarse afuera, eso también es violencia y agresividad. Hay una prevalencia de la mirada, de verse o no verse. Ella además cantaba, tejía bien, habían otros elementos que podían mezclarse. Ella recortaba el “Me veo vaga y gorda o no me veo”.

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