En el cuadro que encontramos al inicio del seminario sobre la angustia, Lacan toma el trípode freudiano inhibición, síntoma y angustia. Distintas cosas se desprenden de esa lectura, una de ellas consiste en interrogar en la práctica analítica aquello que es posible de sintomatizarse en el sujeto.
Tomando esta perspectiva resalta, entre la inhibición y el síntoma, un término muy ilustrativo de ciertas posiciones del sujeto: el impedimento.
Esto hace posible que Lacan destaque una diferencia central entre una inhibición y un síntoma. La primera, incluso siguiendo a Freud conlleva una restricción funcional que no termina de elevarse al estatuto de un síntoma. En la inhibición lo que está inhibido, precisamente, es el acto. La inhibición entonces lo implica al deseo, pero en tanto inhibido.
Si una inhibición es un síntoma puesto en el museo, por lo que está detenido, sacado de circulación, un síntoma es extraterritorial al moi, y puede ser definido como el índice de algo que le concierne al sujeto. Como índice señala eso que no anda y que conlleva del lado del sujeto una interrogación, una pregunta. Es la respuesta que esconde la puesta en forma de un interrogante que lo involucra aun cuando el sujeto, allí, está afectado por un no saber.
Por esta distancia entre inhibición y síntoma es que resulta interesante el emplazamiento del impedimento. Si la inhibición no es un síntoma, estar impedido lo es, porque la inhibición afecta al acto, en cambio, el impedido es el sujeto: estar impedido es un síntoma, dice Lacan.
Puede entonces pensarse que una inhibición podría eventualmente transformarse en un síntoma, a condición de que el sujeto quede concernido allí, en la medida de estar impedido, situación clínica que ya implica una pérdida.
El impedimento y el "estar impedido"
El seminario 10 incluye ese cuadro tan interesante a partir del cual Lacan puede pensar el campo de los afectos, tomados como efectos del significante. Hay allí un contrapunto digno de destacar que es aquel que se plantea entre la inhibición y el impedimento.
Sin duda no son exactamente lo mismo, sin embargo, se pueden situar algunos puntos de articulación.
La inhibición es correlativa del movimiento, y la apoyatura en Freud resulta indudable. Pero no en el sentido motriz del movimiento, sino que lo que queda perturbada es la función, una corporal. Por eso la inhibición implica una detención en el sujeto, una detención con el más alto grado de dificultad. Y allí Lacan es claro: esa detención del sujeto es correlativa de que lo inhibido es un deseo, nótese que dice “un” y no el.
Partiendo de esto, puede establecer ciertas particularidades propias del impedimento. Tampoco se trata de algo motriz, pero la distancia que señala es que el impedimento puede devenir un síntoma, ¿a diferencia de la inhibición?
Si, por su detención, la inhibición es un síntoma puesto en el museo; el impedimento es un síntoma en el sujeto. Se sirve allí de la etimología latina del término impedicare, al que aborda por el sesgo de un “caer en la trampa”.
El sujeto queda impedido en la medida de quedar capturado en la trampa narcisista. Allí señala un vínculo entre el impedimento y el movimiento por el cual el sujeto avanza hacia el goce. Se dirige a “lo que está más lejos de él”, y en ese camino se encuentra con una fractura. Allí se produce el cortocircuito, por cuanto esa fractura es relevada por la precipitación, el “haberse dejado atrapar” por el camino en su propia imagen, la imagen especular. Con lo cual entonces cobra valor la pregunta acerca del vínculo entre el síntoma y lo imaginario.
Sólo será un problema si le concierne.
En la aspiración a situar no solo lo específico del sujeto del inconsciente, sino puntualmente las coordenadas de la subversión es que Lacan emprende con énfasis la tarea de separar al sujeto del moi. Con lo cual entonces se separa al trabajo analítico de cualquier modalidad que implique una toma de conciencia, algo del orden de un insight, o de una especie de iluminación.
Esta orientación epistémica/clínica afecta también, por supuesto, a la dimensión del síntoma, en la medida en que conlleva tener que repensar su estatuto.
En el psicoanálisis el síntoma no constituye un proceso patológico y de allí que Freud lo defina como extraterritorial al yo.
Separado entonces de lo imaginario del espejo, un síntoma implica a la posición del sujeto concernido allí y este es el punto, el hilo del que queremos tirar.
Si el sujeto puede, en el trabajo analítico, caer en la cuenta del modo en que está comprometido, no es a nivel de una intelección consciente que le permitiría situar qué es lo que hace o deja de hacer respecto de lo que se queja. Sino que aquello de lo que se queja le concierne en la estricta medida de la posición que ocupe en una escena y por consiguiente del papel que allí juega, para que la escena se sostenga.
Que el sujeto quede entonces concernido no implica, entonces, nada del orden de un conocimiento en la línea socrática del “conócete a ti mismo” sino que el asunto entonces es que algo solo deviene un problema para el sujeto, pudiendo eventualmente constituir un síntoma, en la estricta medida en que le concierne.
Y que le concierna lo implica en el sentido de una convicción, ese convencimiento aludido por Freud a nivel de la construcción. Eso le concierne íntimamente, o sea que se delimita en el sujeto algo que es solidario de una certeza.
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