domingo, 25 de agosto de 2024

La sublimación y el fin de análisis

La sublimación, uno de los destinos posibles de la pulsión.

El término sublimación tiene una serie de resonancias que lo acercan a lo sublime, o sea, a lo elevado. Tomado así es utilizado en el ámbito de las artes y refiere a la producción humana en la medida en pudieran quedar revestidas de un valor. Simbólico o estético.

Freud trabaja a la sublimación desde una perspectiva económica y dinámica. Esto le hace posible explicar ciertas actividades sociales, podríamos decir, del sujeto, que están sostenidas en una satisfacción pero que reviste la particularidad de que ha sido separada de su fin sexual. O sea que la sublimación acarrea la desexualización de la meta sexual de la pulsión.

Lacan retoma el problema de la sublimación, y puntualmente en el seminario 7, el seminario no casualmente dedicado a la ética.

Allí da una definición muy interesante de la sublimación, dice que consiste en elevar un objeto a la dignidad de la Cosa.

La sublimación ya implica una sustitución, lo que nos señala su carácter tributario de la operación del significante. Con lo cual la sublimación conlleva necesariamente el establecimiento de la cadena porque es a partir de ella que la sustitución podrá llevarse a cabo. La sublimación es entonces un efecto discursivo.

Por esto la sublimación es tributaria del semblante, y hace posible tramitar en el sujeto determinadas satisfacciones pulsiones con metas socialmente toleradas.

Pero hay un punto fundamental que Lacan interroga allí. Se cuestiona si pudiera hacerse coincidir el fin de análisis con la sublimación. Pareciera que Lacan no es, en este punto, contundente. El fin de análisis no puede subsumirse en la sublimación, aun cuando la sublimación pudiera ser parte del trabajo del análisis, y será frente a esa insuficiencia de la sublimación que toma lugar allí el concepto de corte.

Alcances y límites de la sublimación

 La sublimación es definida por Freud como uno de los destinos posibles de la pulsión. A diferencia de los otros, pone en juego una tramitación del componente sexual, pulsional, que haría de este impulso algo “tolerable socialmente”.

Cabe además la interrogación respecto de en qué medida, para Freud, la sublimación total sería posible, cuestión que es discutible y que seguramente tiene distintas respuestas según la consideremos antes o después del más allá del principio del placer.

Lacan, como se expuso, puntualmente a la altura del seminario sobre la ética del psicoanálisis, pone en interrogación la cuestión de si la sublimación podría ser un modo del fin de análisis. Habría que considerar este interrogante entramado en la discusión que sostiene con gran parte del medio psicoanalítico que le es contemporáneo.

Además, en ese seminario, está embarcado en un trabajo que lo lleva, entre otras cuestiones, a reformular de un modo decisivo el registro de lo real, asociándolo no solo al campo de la pulsión, sino esencialmente a lo paradojal de su satisfacción.

La sublimación es definida allí como algo del orden de una elevación: “elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”, y esta elevación es una operación del significante. La elevación es un recurso para referirse a la latencia que el significante introduce al desnaturalizar el cuerpo del hablante.

A partir de esto y en función del contexto, o sea de ese impacto que lo real comienza a significar en el planteo de Lacan, es que, necesariamente, descarta de plano que la sublimación pudiera considerarse como un final de análisis por cuanto la sublimación toda es imposible.

Esta posición traza el camino al no-todo, dado que, si bien hay un alcance de la sublimación en el sentido de lo que esta pudiera tramitar del componente sexual de la pulsión, el límite está dado por el hecho de que no todo el componente económico es ligable, o lo que es igual: no todo el campo del goce es elevable, con lo cual el límite marca la incidencia del significante.

La sublimación en la ética del psicoanálisis

 El seminario 7 dedicado a la ética del psicoanálisis constituye una bisagra en las elaboraciones de Jacques Lacan. Es el momento de un viraje que inicia la formulación de un real propio de la experiencia analítica, asociado al impasse de la sexualidad en el hablante y que es considerado en primer término en relación con lo perturbador de la pulsión en el sujeto.

De este modo abandona esa consideración inicial por la cual el registro de lo real quedaba asociado a esa necesidad biológica que se pierde por la acción desnaturalizante del significante sobre el cuerpo. En esta línea, y casi como una formulación axiomática, comienza por definir al goce, término que explicita la satisfacción de la pulsión, en función del vocablo “paradoja”.

Esta palabra, con fuertes resonancias lógico-matemáticas viene a emplazar una aporía en el campo mismo de la satisfacción del hablante. La paradoja aquí es que se trata, en la pulsión, de una satisfacción que en nada es tributaria del principio del placer, con lo cual el goce y el placer se deslindan como dos campos diferenciados.

En función de estos planteos, y de otros tomados del seminario anterior dedicado al estatuto del deseo, es que emprende la consideración de un campo propio de la ética en psicoanálisis, de su diferencia con el registro de la moral, y también del concepto de la eticidad en general. Para ello se sirve de uno de los destinos que, respecto de la pulsión, definió Freud: la sublimación.

Ésta está involucrada en el campo de la ética y la moral, precisamente porque conlleva el cambio de meta respecto de la satisfacción. Tanto moral como ética (no entraremos en detalle en el desarrollo de esa diferencia) involucran a la relación del sujeto con el objeto tal como el psicoanálisis la considera, o sea como una relación de demanda, de deseo o de goce.

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