La vida sexual del sujeto
Uno de los planteos que más ruido generó en su tiempo, fue la introducción, por parte de Freud, de lo que él denominó la vida sexual infantil, o sea un primer momento de configuración de la vida sexual del sujeto.
Su carácter infantil, o sea perverso polimorfo, deja claro que no se trata allí de la cópula o de la participación de la genitalidad. Sino que lo que Freud encuentra, y que denomina el campo de la vida sexual infantil, es la participación de la pulsión a nivel de la satisfacción.
Estas pulsiones se juegan en el cuerpo del sujeto y se corresponden con ciertos recortes sobre el mismo. O sea, se trata de satisfacciones parciales que se juegan en partes, en determinados recortes del cuerpo, y que entran a tallar ya en la relación del niño con su Otro de origen, esencialmente de su madre, como otro primordial.
Que entran a tallar significa que condicionan el vínculo que se juega y se establece entre el niño y el Otro. Con lo cual esa relación no se reduce al significante significando.
A partir de allí entonces bien vale la pregunta, ¿por qué el psicoanálisis se ocupa de la sexualidad? Lacan es claro al respecto. En “La tercera” afirma que el trabajo del análisis se ocupa de la sexualidad, porque ésta es el campo donde se inscribe la castración.
En la misma línea, pero a la altura del seminario 11, puede plantear que el psicoanálisis solo se ocupa de la sexualidad en la medida en que la pulsión participa ella.
Esto significa que la vida sexual del sujeto, lo que entendemos por tal no es el conjunto de sus relaciones genitales, de sus cópulas. Sino aquel campo en el cual está concernidos los distintos modos en que esa satisfacción hecha de recortes se distribuye corporalmente.
Si lo sexual en el hablante es más amplio que lo genital, entonces sus ecos se escuchan en los distintos ámbitos en los cuales traba relación con los objetos, sean estos de deseo, de goce o de amor.
La vida sexual del neurótico
Una de las discusiones más intensas que el planteo freudiano suscitó en el contexto de su época, en el momento de su surgimiento, fue la lectura que hizo de la sexualidad. Aunque por supuesto hay que señalar al respecto que se trataba de una cuestión en boga, en discusión en ese faro cultural que era la Viena de principios del siglo XX.
Respecto de su planteo destacan dos cuestiones. Por un lado, el campo de la sexualidad infantil, afirmación que echa por tierra cierta idea angelical o de pureza del niño. Por otro lado, y concomitantemente con eso, la idea de que la sexualidad para el psicoanálisis no puede reducirse a la actividad genital del sujeto.
Allí el ejemplo de la sexualidad infantil es potente, pone en juego una satisfacción, una práctica masturbatoria con la cual se compone el campo de una actividad sexual que no se dirige al cuerpo de un otro.
A partir de eso podemos interrogar el punto donde situar la vida sexual del neurótico.
En su conferencia XX “La vida sexual de los seres humanos” Freud se encarga de separar a la sexualidad de la procreación, ubicando a la primera en la búsqueda, la procuración de un placer que se asocia al lustgewinn, una ganancia que se liga a un corte, y por ende a un recorte en el cuerpo.
Afirmada en ese recorte la vida sexual del neurótico se juega en el síntoma, lo que conlleva que la sexualidad es sintomática, se ordena con relación a un síntoma que hace función. La vida sexual del sujeto está constituida entonces en relación con una satisfacción sustitutiva, con lo cual tiene como trasfondo una satisfacción que no hay, que no es accesible para el sujeto porque no cesa de no escribirse.
¿Dónde leemos lo sexual en la práctica?
Como dijimos, en la conferencia 20 “La vida sexual de los seres humanos” Freud es tan claro como contundente al señalar la distancia que, para el hablante, se juega entre la sexualidad y la reproducción.
La sexualidad humana (todo un pleonasmo podríamos decir) no tiene como objetivo la reproducción, sino la obtención de placer, Lustgewinn, vocablo que indica el recorte, la parcialidad de lo que está en juego.
Apoyado en esto Lacan avanza en esa dirección discutiendo con el psicoanálisis de su época el cual, imaginarización mediante, casi que redujo a la sexualidad a quedar subsumida en el ámbito de la genitalidad.
El propio concepto de sexualidad infantil de Freud se opone a esto con lo que Lacan discute: el fundador del psicoanálisis caracteriza un campo, el de la sexualidad llamada infantil, en el cual la genitalidad no cobra ninguna relevancia ni participación; sin embargo, nos encontramos con un campo fenoménico y de satisfacción en el sujeto que se juega esencialmente respecto de su propio cuerpo y de la incidencia del Otro de origen.
Con lo cual entonces bien vale que nos preguntemos, ¿dónde podemos leer lo sexual en la práctica, con los neuróticos puntualmente?
Como practicantes del psicoanálisis leemos lo sexual en el sujeto en aquellas respuestas sintomáticas, fantasmáticas que le aportan al sujeto una satisfacción sustitutiva que responde al impasse propio de la sexualidad en el hablante. Esto lleva entonces a afirmar que la sexualidad se edifica, se constituye sobre el desfiladero del significante; en la misma medida en la cual se ordena sintomáticamente, y de allí lo de satisfacción sustitutiva.
Partimos entonces de leer ese entramado, de esa puesta en escena; allí el analista lee lo sexual en el sujeto, pero lo lee como una respuesta, como la respuesta a ese atolladero que es una anomalía, y que en términos lógicos plantea que la relación sexual en el sujeto no cesa de no escribirse, o sea que no hay complemento.
Lo sexual en la psicosis
Si la sexualidad en el hablante no tiene como correlato o brújula a la reproducción, entonces esto señala un soporte sintomático e incluso fantasmático para la sexualidad.
Si tomamos como campo a lo sexual, se trata de uno de goce donde el impasse domina y lleva al sujeto a un atolladero que implica la no relación complementaria entre los sexos.
Una cosa es que ese campo esté organizado a partir del funcionamiento de la ley que provee la operación del Nombre del Padre, con su correlato sintomático y con el menos phi como patrón de medida, y que hace posible la ecuación que permite la sustitución de los objetos.
Si en cambio esta organización no se instituye, ¿qué sucede entonces? o ¿de qué modo podríamos pensar el campo de lo sexual en las psicosis?
Es indudable que lo sexual funciona en las psicosis. Es un campo que hay que tener en cuenta en la práctica, respecto de la incidencia que tiene en el sujeto y eso en la medida en la cual el impasse o el atolladero afecta y condiciona al sujeto, porque se trata de un dato de estructura y prescinde de la diferencia diagnóstica. El empuje a la mujer puede leerse como una incidencia de ello.
Esta no operatoria no se reduce a ser un déficit, aunque podría leerse así desde los efectos sobre el sujeto. Pasemos entonces de lo sexual a la sexualidad. La dificultad podría en el sujeto psicótico leerse a nivel de los anclajes.
Si el campo de la sexualidad se constituye en los desfiladeros del significante, se hace necesario disponer de recursos para vérselas frente a ese borde. Y allí, en esa orilla, viene a funcionar el síntoma y la ilusoria común medida, lo que no encontramos en el sujeto psicótico. Esto no habilita consecuencias generalizables que valieran para todos.
La presencia de estos recursos en las neurosis tampoco asegura o garantiza nada. Pero funcionan como ordenadores, incluso como instrumentos. Y su ausencia podría permitir explicar cierto plus en el sufrimiento del sujeto psicótico.
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