Si la demanda no coincide con el pedido, siendo entonces solidaria del significante articulado, puede hacérsela equivaler a ese paréntesis simbólico que escribe la operación del significante. Este paréntesis, aplicado a la demanda, introduce un corte estructural, abriendo un espacio donde los objetos múltiples intentan, sin éxito, satisfacerla completamente.
Si el pedido apunta a un objeto específico, la demanda, en cambio, exige la presencia del Otro, ya que se inscribe en el registro del llamado. En este sentido, la risa se convierte en un índice comunicativo: señala que la demanda ha llegado al Otro, no necesariamente porque haya sido satisfecha, sino porque ha logrado inscribirse en su campo.
Este proceso lleva paradójicamente a la identificación. El sujeto, al dirigirse al Otro en busca de respuesta, asume una máscara que le permite sostenerse en la relación con él. Dicha identificación, I(A), actúa como un tapón frente a la falta del Otro, lo que da lugar a la ilusión de su completud.
En este contexto, el ideal surge como el significante de la demanda de amor, funcionando a su vez como el sostén simbólico de la imagen especular del sujeto. Sin embargo, esta identificación, aunque fundamental para la constitución subjetiva, también tiene un efecto de petrificación, deteniendo al sujeto en una posición fija.
Por ello, en los seminarios V a VII, Lacan orienta su enseñanza hacia una clínica que va más allá del ideal, planteando la posibilidad de abrir un horizonte donde el deseo no quede reducido al marco de la demanda, sino que pueda desplegarse en su propia dimensión.
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