El concepto de sujeto en psicoanálisis plantea una dificultad constante, caracterizándose por su evanescencia, su división y su imposibilidad de ser capturado o representado plenamente. Aunque es posible hablar sobre el sujeto e incluso predicar algo sobre él, ninguna de estas operaciones logra definirlo de manera absoluta. Lacan, de hecho, busca una formulación del sujeto que prescinda de lo predicativo.
Uno de los errores más frecuentes frente a esta dificultad es confundir el sujeto con el moi (yo), que en la praxis se presenta como la instancia que cumple una función de síntesis en el hablante. Sin embargo, este moi no es el sujeto del inconsciente, sino más bien una construcción imaginaria que aparenta una coherencia y unidad que el sujeto propiamente dicho no posee.
Este punto nos lleva a una cuestión fundamental: ¿por qué el sujeto no puede ser considerado un individuo? La noción de individuo sugiere una totalidad cerrada, una unidad que no está atravesada por la división. En este sentido, el individuo encarna la ilusión de síntesis, o incluso, podríamos decir, funciona como una máscara que encubre la verdadera naturaleza del sujeto.
Además, hay un aspecto aún más relevante: María Moliner define al individuo como "algo separado", lo que lo sitúa en una posición opuesta a la del sujeto. Mientras que el individuo se concibe como independiente, el sujeto en psicoanálisis está irremediablemente ligado a la dependencia del Otro. Es esta heteronomía constitutiva la que lleva a Lacan a acuñar un concepto clave: la inmixión de Otredad, es decir, la imposibilidad de pensar al sujeto sin su relación estructural con el Otro que lo constituye.
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