lunes, 2 de agosto de 2021

El duelo, de la pérdida a la transformación

“Duelo” designa el estado psíquico ante una pérdida (implica considerar la naturaleza de lo perdido, la relación preexistente y el tipo de pérdida). También designa un conjunto de comportamientos sociales, individuales y colectivos, a partir de la muerte de una persona. Por último, un trabajo psíquico y sus modificaciones subjetivas. Hay una inhibición corporal, psíquica y relacional. Al comienzo desaparecen los lazos con el otro real y es privilegiado el recuerdo. Tras una pérdida o decepción (ante otro, un logro, una posición subjetiva), el sujeto conserva la ilusión de que lo perdido permanece. Continúa viviendo como si nada hubiera cambiado. El trabajo del duelo sólo se realizará progresivamente, hasta que esa creencia ceda lugar a la vivencia de la pérdida. “Duelo” define el estado afectivo. “Trabajo de duelo” caracteriza las tramitaciones psíquicas realizadas.

¿A quién una pérdida no le ha dejado alguna secuela? Lo importante es que el sujeto estará disponible para otras tareas, otros vínculos, otros deseos, otros proyectos. 

Tenemos que salir de las generalizaciones descriptivas para encontrar lo propio de los duelos. ¿Hay conflictos que les sean específicos? Sólo cierta constelación conceptual puede dar cuenta de ellos.

La pérdida conlleva la desaparición del objeto en el mundo real, pero algunas personas que están pasando por un duelo pueden simbolizar la ausencia sin ayuda terapéutica. Hay una clínica del duelo y no hay dos duelos iguales. Pero eso no nos exime de indagar el nexo entre las dificultades en la actividad de representación y ciertas modalidades de tramitación de los duelos. La ausencia y la pérdida constituyen las condiciones fundantes de la actividad de representación. La representación es el resultado de un trabajo. Supone un trámite de los “ruidos” del cuerpo y de los “ruidos” de la cultura, de la historia, del lenguaje. 

Trámite que transforma el ruido en información.
Se nos muere alguien querido, nos rechaza alguien que nos importa, alguien nos decepciona… Todas pérdidas. Pero también son pérdidas ser despedidos del empleo, quebrar en una empresa… Está presente una distancia: entre antes y ahora, entre realidad y fantasía. Eso duele. Es un dolor sano, que a veces se intenta extirpar con distintos psicofármacos, con alcohol o con conductas de evasión. 

Tenemos derecho a evitar el desamparo. Otra cosa es que un adulto pretenda la protección que se le da al niño. El infantilismo combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites y evita cualquier obligación. Mi infancia desgraciada, mi madre “castradora”, mi padre ausente… Al demostrar que el ser humano es movido por fuerzas que conoce pero también por fuerzas que no conoce (lo inconsciente) el psicoanálisis proporcionó a cada cual una batería de pretextos para victimizarse. Sin embargo, el hombre es responsable, imputable. Su historia no excluye su protagonismo. 

Cuando abordamos un paciente nos preguntamos: ¿Cómo se elaboraron los duelos? Cuando el pasado “ensombrece” lo actual seguramente hubo exceso de fijación. Lo más común es que el psiquismo logre un compromiso entre permanencia y cambio, entre su abanico identificatorio y fantasmático y los compromisos que exigen los vínculos y los duelos previos.

El que se separó de su pareja, el que perdió al padre, el que se quedó sin trabajo se pregunta ¿Y ahora qué hago? ¿Quién soy ahora? El duelo empieza por un cuestionamiento no sólo hacia lo perdido sino hacia cuánto valgo y cuánto de mi identidad se ha perdido con el otro. 

Gracias al trabajo de duelo la pérdida objetal se diferencia de la narcisista. Los duelantes suelen decir: “yo no entiendo quién soy ahora”, “no sé si me gusta la música”, “no sé si mis amigos me quieren”, “no sé si soy vital”… No sofoquemos esas dudas. Lo mismo pasa cuando se gradúa un estudiante inteligente, diligente y bien calificado, y se pregunta si será bueno como profesional o ante cualquier cambio.

En las depresiones “una pérdida de objeto se convierte en una pérdida del Yo” (Freud, 1915). El otro, siempre importante, es importantísimo en el campo narcisista. Concebir el psiquismo como sistema abierto permite entender la función narcisista del mundo objetal, porque en ella el ser (registro identificatorio) coexiste con el tener (registro objetal).

En todo duelo hay una pérdida y la consecuente herida narcisista. Pero en las depresiones el trabajo del duelo se traba. ¿Por qué? Una pérdida puede precipitar una depresión al producir un colapso del narcisismo si el sujeto se siente incapaz de vivir acorde con sus aspiraciones.

¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? 

Para algunos analistas, no todos los vínculos actuales tienen relación con lo inconsciente, lo que implica la concepción de un Yo autónomo. Para otros, son repetición de los objetos fantaseados, lo que implica un psiquismo como sistema cerrado. Vincularse con objetos actuales supone un trabajo psíquico de articulación entre objeto fantaseado-pensado y objeto real. No hay autonomía del Yo en relación con su historia. Pero tampoco hay autonomía del Yo en relación con su realidad actual. No hay psicoanálisis contemporáneo si no consideramos ese vasallaje del yo que pasa inadvertido por un psicoanálisis solipsista. 

Hablar de vínculos es hablar de narcisismo y recíprocamente. Repasemos las diversas funciones que cumplen los otros: vitalidad, sentimiento de seguridad y protección, compensación de déficits, neutralización de angustias. ¿Realización del deseo? Sostén de la autoestima o de la consistencia yoica.

La tristeza es un sentimiento tan fundamental como la alegría. En la alegría nos sentimos plenos; en la tristeza hay una pérdida de vitalidad. Pero desdicha no implica siempre depresión, son distintas, aunque la depresión vuelve desdichado y la desdicha deprime. Pero la depresión implica una disminución de la autoestima y la tristeza no. Para poder entender las depresiones, hay que estar atentos a la relación 

Yo/Superyó, a los baluartes narcisistas y la tramitación de duelos y traumas.
¿Cuáles son los márgenes de maniobra del sujeto ante el sufrimiento? Por un lado, la anestesia de los fármacos, del alcohol y las drogas. Por el otro, la estrategia de zambullirse en la magia del mundo. El sufrimiento prolongado se anestesia con desinterés. El desinterés empobrece las relaciones. Por supuesto que la desinvestidura puede estar al servicio de la pulsión de vida. En los duelos llamados normales, se desinviste un objeto para preservar la posibilidad de investir nuevos objetos.

Es sabido que un duelo reactualiza duelos precedentes. Es menos sabido que contribuye a la constitución y producción de subjetividad, ya que no hay complejización psíquica posible sin desinvestimientos y reinvestimientos. Y el duelo es el prototipo de toda transformación

Fuente: Luis Hornstein

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