En una entrada anterior hablamos sobre el amor del analista y la abstinencia del analista. Vimos el amor de transferencia en términos de resistencia. En la clínica, no obstante, el analista es más cálido con algunos pacientes, mientras que con otros pone más distancia, lo cual nos trae al tema de hoy, que es el semblante.
Existen prejuicios respecto al semblante analista, en el sentido que suele afirmarse que si por ejemplo un analista es cálido, compromete su lugar y su función. La función que el analista cumple en la lógica del caso en términos del semblante aparece trabajada en el Seminario 19 de Lacan. El semblante es la operación mediante la cual el analista hace presente (con su cuerpo y existencia), en la transferencia, el objeto a. La representación que el analista realiza no es otra que la que el paciente necesita para poder hablar. Ya en La Tercera Lacan llamaba a que los analistas se relajaran y que no esté con el cuello duro. Esto, especialmente, le sirve a los analistas más jóvenes, que muchas veces se preocupan por cómo los verán sus pacientes mayores.
En la lógica del caso, hay que ubicar cuáles son las coordenadas que permiten que un sujeto pueda deslizarse por la cadena significante sin hacer las resistencias que ocurren en la asociación libre. Cuando el analista formula la regla fundamental "Déjese llevar por todo aquello que viene a su mente sin prejuicios...", la idea es que el paciente no se preocupe por lo que el analista opine o piense. El analista intenta borrarse como persona y solamente es tomado como función, para lo cual el analista debe encarnar un semblante, que no es el mismo para todos los casos.
La atribución del saber que se hace sobre el analista, el sujeto supuesto saber, ocurre en el registro simbólico. No obstante éste se engarza, en términos de lo imaginario y lo real, en el semblante. El analista presta su cuerpo y su existencia a esa representación, pero también está lo irrepresentable del objeto a.
Supongamos un paciente cuya madre es insistente, existente y agobiante. El analista, en este caso, debe tener un semblante cuya forma no se parezca a esta madre, pues esto despertaría, en términos pulsionales, la resistencia.
Otro caso: supongamos padres abandónicos, que no ponen en juego ningún deseo frente a ese paciente. Allí el analista debe ser sumamente vital, interesada en la historia. Acá las intervenciones pueden ser mucho más activas y puntillosas que en el caso anterior. Si uno ve que el paciente está casi caído de la escena, es esencial una intervención más del orden de la vida.
No debemos olvidar que el pasado del paciente tiene actualidad, que no terminó de pasar. Una demanda del Otro de antaño puede ser tan incohersible e intolerable para el paciente, que todo el tiempo tiene que defenderse de ella.
El analista tiene una lealtad hacia el paciente y a su función, por lo que tampoco debe ser preso de su propio semblante. Incluso una "analista amorosa", debe en su momento atravesar puntos que al pacientes le va a dolar. No se trata de que el paciente quiera a su paciente, el deseo del analista tiene que ver con el análisis.
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