El síntoma en psicoanálisis no es el correlato de un proceso mórbido. Con lo cual no es el signo de una enfermedad que pudiera eventualmente eliminarse, perspectiva (esta última) que conlleva la idea de alguna especie de equilibrio o salud posible.
El criterio de gravedad en el psicoanálisis reviste entonces una serie de particularidades e incluso de dificultades. En principio podríamos afirmar que no es solidario de la dificultad clínica.
No pocas veces el analista recibe casos clínicos, ciertas demandas, pedidos de consulta o tratamiento que implican una serie de dificultades en cuanto a que la posición del sujeto hace de obstáculo a la puesta en forma del dispositivo analítico, y al despliegue y funcionamiento de la palabra como función de sujeto.
Ahora, esto no necesariamente va acompañado de una gravedad en el cuadro clínico.
¿Entonces, con qué criterio podríamos pensar la gravedad en el cuadro?
En la medida en que el sujeto es lo que un significante representa para otro significante, a partir de lo cual carece de un ser, requiere de una serie de anclajes o puntos de apoyo para poder constituirse en el lugar del Otro. Estos puntos de apoyo son la consecuencia de una serie de operaciones que le proveen al sujeto un cierto plafond, las coordenadas de una escena donde tomar lugar, allí donde es definido como falta en ser.
La puesta en funcionamiento de este plafón fantasmático, con su correlato sintomático y las coordenadas propias de la dimensión del ideal dan el marco del campo del semblante.
A partir de este semblante el sujeto podrá asumir una posición en una escena, dirigirse a un partenaire e, incluso, hacer consistir un cuerpo. Podemos entonces considerar la gravedad en el cuadro clínico a partir de las vacilaciones o fallas de la estructuración de dicho campo, el del semblante, por cuanto una falla allí lleva al sujeto al riesgo del pasaje al acto.
Psicoanálisis y urgencia
María Moliner, respecto de la urgencia, sitúa al verbo urgir como refiriendo a aquello que apremia al sujeto, que no solo lo condiciona, sino que esencialmente implica una exigencia, algo apremiante que conlleva fenoménicamente una cierta precipitación temporal.
Tomado desde el psicoanálisis la urgencia nos interroga acerca del funcionamiento de aquello que en el sujeto defiende frente a la irrupción pulsional. Quizás entonces podemos situar que la urgencia indica que estas defensas (para usar un término freudiano) cesan o interrumpen su funcionamiento o también sufren algún tipo de alteración.
En este sentido, en el psicoanálisis, una urgencia podría dar cuenta de un cuadro o de un contexto en un momento determinado en la vida de alguien, en el cual el entramado significante que le hace de sostén vacila, dejando al sujeto inerme frente a la irrupción pulsional.
Pero también es posible asociar cierta dimensión de urgencia, de un estar urgido el sujeto, como propio de ciertos tiempos decisivos en la constitución o la asunción por parte del sujeto de una posición sexuada.
Abordada por este último sesgo la urgencia sería un indicador de como la pulsión apremia al sujeto. Se trataría de la urgencia no como algo que se contrapone al equilibrio o la homeostasis sino como la puesta en forma clínica de aquello que ya Freud situó como imposible de dominar.
Urgencias transferenciales
Es indudable que la práctica analítica, como toda práctica clínica, puede tener momentos en los cuales se juega algo del orden de una cierta urgencia.
Las “urgencias transferenciales” para plantean, en el psicoanálisis en particular, esta dimensión de la urgencia implica, conlleva, el vínculo transferencial del sujeto, del analizante o del paciente con el analista.
Entonces podríamos afirmar que a veces las urgencias se juegan en la transferencia, en la medida en que por alguna contingencia de la vida o alguna otra circunstancia un sujeto, cuando llega a la consulta o en un momento determinado del análisis, queda tomado por algo que lo urge en el sentido de algo que lo desborda.
Acorde al planteo de Freud, que Lacan en este punto continúa, esta urgencia, este desborde asociado al quedar urgido se vincula a los distintos modos en que la pulsión puede irrumpir en el sujeto. Y tomo el término irrumpir para marcar cómo en ciertos momentos aquello que le hace de plafond ficcional (fantasma) puede vacilar en su función, y de allí el desborde.
Pero podríamos también señalar otro tipo de urgencia transferencial. Es aquella que se produce a veces del lado del analista, no pocas veces en los primeros pasos de la práctica. Esas urgencias transferenciales algunas veces pueden estar asociadas más que a una dificultad misma del material, a cierta precipitación, en el sentido de un intento de apurar el tiempo de comprender o una prisa del lado del analista por comprender lo que está en juego.
Esta aspiración por comprender es algo que Lacan ubicó como no propio de la función del analista. El analista no está para comprender, sino para escuchar, acto que puede comenzar por un estar atento, porque estar atento es prestar atención a los detalles y eso es hilar más fino.
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