El psicoanálisis puede separar con muchísima claridad a la psicosis de la locura, en principio por no abordarlas desde un sesgo puramente fenomenológico. Sin embargo, es digno de destacar que esta distancia no fue trabajada de un modo homogéneo por Lacan a lo largo de treinta años de enseñanza.
Situemos, por ejemplo, y en principio, sólo dos momentos.
Hay un primer abordaje de este asunto, una consideración inicial alrededor del escrito “Acerca de la causalidad psíquica”, donde el problema de la locura es consustancial a un recrudecimiento, una intensificación de lo imaginario.
Allí la locura coincide, de algún modo, con creerse eso que el sujeto ve en el espejo, incluso podríamos decir, siguiendo esta línea, que uno de los sentidos de estar loco, es creerse lo que se piensa.
¿Por qué la locura se especificaría en estos términos? Porque esa infatuación propia del moi, con la agitación concomitante, responde a la división y vacilación propias del sujeto del inconsciente, que es consustancial a no saber.
Un segundo momento puede señalarse en uno de los últimos seminarios. Allí Lacan plantea una disyuntiva clínica, dice que se trata de elegir entre la locura y la debilidad mental.
Respecto de una elección cuanto menos llamativa, sostiene sin dudarlo que el psicoanálisis debiera optar por la debilidad mental, porque la locura es considerada, en ese contexto, en términos de un desnudamiento. Entonces volverse loco es soltarse, desanudarse.
Que aquello que hace estable el vínculo entre lo real, lo simbólico y lo imaginario deje de funcionar y la estabilidad de la estructura se rompa. Plantear esta elección es un interesante llamado de atención al analista en cuanto a sus empujes desmedidos que orientarían la cura respecto de algún ideal.
Tomar a la locura en estos sentidos la pone entonces a distancia de una pura consideración nosográfica, en la medida en que se puede estar más o menos loco siendo neurótico, perverso o psicótico.
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