Para el psicoanálisis la adicción no es una categoría nosográfica, incluso sería discutible que pueda ser pensada como una categoría clínica. Lo consideramos así por cuanto en el adicto se cortocircuita la relación con la palabra y, por ende, se desconecta del Otro.
La adicción podría ser considerada como algo más ligado a la posición del sujeto, algo más referido a la posición en el fantasma y no tanto asociada a la dimensión del síntoma en lo que éste pudiera vehiculizar respecto del deseo.
En este sentido, entonces podríamos plantear que hay adicciones en el sujeto solidarias del fantasma en la medida en que éste es el lugar de la fijación pulsional. Con lo cual asociamos las adicciones del sujeto a la posición de objeto que se emplaza en el fantasma, la cual no es más que una de las posiciones del sujeto mismo.
Podríamos por ende decir que en este sentido todo sujeto hablante está, en mayor o menor medida, afectado por una adicción.
Sin embargo, la magnitud, la intensidad y la manera en que el sujeto queda a merced o no de esa adicción depende del modo en que se haya constituido el fantasma. El fantasma como sostén del deseo conlleva, por ende, la dimensión de la demanda y no serán los mismos efectos sobre el sujeto, si el fantasma se constituye en una apoyatura mayor ligada al deseo o si se construye en una apoyatura mucho más asociada a la demanda. La mayor preponderancia del Quantum pulsional entonces se debe al hecho de que, a este nivel, no se trata de la demanda de amor, sino de la demanda pulsional en lo que tiene de reversible.
Lo refractario (a la palabra) de las adicciones
Sabemos la dificultad que conlleva en la práctica del psicoanálisis una consulta de un sujeto afectado por alguna forma de adicción. Corominas sitúa, en la entrada del vocablo adicto, una raíz etimológica que proviene del latín “Dicere”: decir. O sea que la dificultad se emplaza en la palabra misma.
Por ello se trata de presentaciones clínicas en las cuales nos encontramos con que la palabra está, de distintas maneras, cortocircuitada. Y en esto juega un factor temporal, en el sentido de que le proponemos al sujeto un tiempo para su palabra, el cual implica a los rodeos, las vueltas y los sin sentidos que la lógica de la palabra conlleva. A esto se contrapone lo que podemos denominar la inmediatez del tóxico, sea el que fuese.
De alguna manera, entonces, en las adicciones, nos la vemos con unas presentaciones subjetivas que cabalgan entre la precipitación y la petrificación, porque lo que domina la posición del sujeto es una satisfacción, la cual no coincide con el placer.
Estamos hablando de una satisfacción, en su inmediatez, que soporta una posición del sujeto que hace de obstáculo a la palabra, punto fundamental porque entonces el obstáculo no es “externo”, si cabe el término, sino que se entrama en la posición misma del sujeto, lo que en muchas oportunidades es el índice de la dificultad clínica.
Resalto esta dimensión de la temporalidad. Un análisis implica, conlleva un tiempo que se especifica por lo incalculable. Es el que consiste en el tiempo de comprender, que no es mensurable de antemano y, además, imposible apurar.
Si la palabra se instituye en la relación con el Otro, en las adicciones la traba en ella debe ser rastreada hasta allí, pero ello requiere tiempo. Una hipótesis clínica puede ser que la palabra quedó allí estorbada por la intromisión de algo de otro orden, algo solidario de la no confiabilidad del Otro.
La confiabilidad en el Otro
En el seminario 6, se desarrollan de forma muy interesante los vínculos entre el deseo, el fantasma, el duelo y el corte. Existe un punto fundamental en cuanto a las consecuencias que tiene para el sujeto neurótico, en el armado de su vida, lo que se llama la confiabilidad del Otro.
Del hecho de que el Otro sea o no confiable se desprenden consecuencias duraderas en el sujeto. Ahora, ¿que significa que el Otro sea confiable? El Otro aparece para el niño caracterizado de entrada como un ser hablante, o sea alguien de quien recibe el significante, alguien que habla y respecto del cual el niño se pregunta “Sí es cierto, dice eso, pero ¿qué quiere?”.
Allí donde el Otro se presenta como hablante, el niño se interroga acerca de lo que desea, no acerca de lo que dice, o también, se pregunta por el más allá de lo que dice..
La confiabilidad del Otro se desprenderá directamente de la relación que tiene con la palabra. Por supuesto, esto no significa esperar la incondicionalidad del Otro ni que nunca pueda cambiar de opinión o eventualmente contradecirse. Sino que el Otro deviene confiable en la medida en que no introduzca allí , en la relación de palabra con el sujeto, ningún goce que exceda la relación con el niño.
O sea, el Otro devendrá confiable en tanto no tome al niño como objeto de su goce. Afirmación esta que está repleta de problemas, porque la suposición de un agente a nivel del goce resulta en un atolladero. Quizás entonces podría interrogarse este problema a nivel de la posición de objeto del niño: ¿causa o instrumento?
La Constitución del sujeto, o sea su advenimiento a la existencia se produce a partir del alojamiento en el Otro como lugar. No solo como el sitio donde el significante se articula, sino también el lugar donde el sujeto se encuentra con el deseo.
La entrada al campo del Otro se efectiviza a través del S1, o sea del significante amo; o puede entrar por el sesgo del objeto a. Estos dos términos ponen en juego el concepto de insignia, más allá de que esencialmente un sujeto entra en relación con el deseo del Otro desde una posición de objeto en la aspiración, si cabe el término, de causar dicho deseo.
Habiendo marcado esto creo que sería importante interrogar, qué diferencias conllevan en la posición del sujeto el hecho de que, en su constitución, su advenimiento a la existencia tenga más incidencia el deseo o el goce.
La clínica analítica se encuentra con determinadas particularidades, presentaciones clínicas del sujeto en las cuales encontramos cierta dimensión refractaria a la palabra.
La entrada al campo del Otro se efectiviza a través del S1, o sea del significante amo; o puede entrar por el sesgo del objeto a. Estos dos términos ponen en juego el concepto de insignia, más allá de que esencialmente un sujeto entra en relación con el deseo del Otro desde una posición de objeto en la aspiración, si cabe el término, de causar dicho deseo.
Habiendo marcado esto creo que sería importante interrogar, qué diferencias conllevan en la posición del sujeto el hecho de que, en su constitución, su advenimiento a la existencia tenga más incidencia el deseo o el goce.
La clínica analítica se encuentra con determinadas particularidades, presentaciones clínicas del sujeto en las cuales encontramos cierta dimensión refractaria a la palabra.
Entiendo que se trata de posiciones en las cuales el anclaje del sujeto está más asociado a una satisfacción, a un modo de goce, de una intensidad significativa y que resulta, entonces, complejo de conmover por la función de la palabra.
Esto significa una dificultad clínica, por cuanto el trabajo tiende a empantanarse o se dificulta su comienzo. Suele ser una coyuntura habitual en la clínica con sujetos que está atenazados a algún tipo de adicción. Y entendemos que, más allá de las innegables diferencias, este planteo sería válido tanto para los adictos a una sustancia cualquiera, como a la incidencia del plus de gozar en el fantasma.
Volviendo entonces a la posición del objeto a en el fantasma, parece que lo refractario es la consecuencia de la incidencia que pudo haber tenido, en el vínculo con el Otro, la función del a como causa de deseo o plus de gozar.
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