viernes, 14 de junio de 2024

El silencio del paciente

 Tratándose, como lo es el psicoanálisis, de una práctica asociada al funcionamiento de la palabra, a veces un analista se las ve con una serie de dificultades cuando se encuentra con un sujeto en el cual lo que reina es el silencio.

Dos cuestiones se nos plantean aquí como interrogantes: por un lado, ¿cómo entender este silencio?; y por otro, ¿qué modalidad de intervención se hace posible? Teniendo como horizonte la aspiración a que se habilite la posibilidad de la palabra.

En primer lugar, hay que decir que en psicoanálisis podemos distinguir entre el silencio y la mudez. Esta última queda asociada a esa mudez pulsional del Ello freudiano y la situamos entonces respecto a lo que queda en los bordes de lo simbolizado; el silencio en cambio es parte de la palabra, en la medida en que, junto con ella, ponen en funcionamiento ese par de la presencia/ausencia.

El silencio por ende será una modalidad de la palabra, con lo cual bien vale la interrogación respecto de a quién se dirige, como cualquier palabra.

Tomado en el sesgo transferencial, el silencio del analista puede ser una respuesta, por ejemplo, a la demanda.

Frente a la dificultad que a veces puede comportar el silencio en la clínica, puede servirnos una diferencia. El silencio exige del analista una acomodación tal que haga la apariencia de que se presta a un diálogo, incluso a conversar.

Pero está haciendo las veces de un partenaire, en el sentido de promover la palabra en el sujeto, y esa es su acomodación. La diferencia crucial es que no es lo mismo promover la palabra en un sujeto vía esa apariencia, que pedirle que hable, o sea demandarle.

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