miércoles, 14 de agosto de 2024

Pacientes que no pueden parar (compulsiones): las intervenciones sobre el superyó

Hoy vamos a ver qué hacer con los pacientes que no logran detenerse. Por ejemplo, no pueden parar de salir, o de consumir comida, droga u otras actividades compulsivas. Un fragmento del texto "Cuando no es posible detener a un sujeto" dice lo siguiente:

La elaboración de un campo ético propio psicoanálisis conlleva un trabajo de diferenciación con cualquier ética que sea del discurso del amo.

El deseo se establece entonces como la coordenada central en cuanto a la perspectiva ética que el psicoanálisis conlleva, pero el deseo en el sentido analítico del término, el que lleva la marca del impasse de lo sexual.

A partir de esto sería un error de juicio, un error de lectura, caer en la suposición de que el analista debiera orientar al sujeto hacia determinados caminos, porque aparentemente serían más “beneficiosos”. Incluso la creencia de que debiera detener al sujeto allí donde escucha que el analizante se dirige hacia un lugar o una situación que lo puede poner en alguna forma de aprieto o dificultad.

Por supuesto que la ética del psicoanálisis prescribe que el analista dirige la cura en función del lugar del deseo, o sea que orienta el trabajo en el intento de conectar al sujeto con el deseo. Pero no pocas veces la práctica analítica nos vuelve evidente que no necesariamente el sujeto va a orientarse con relación al deseo.

Si no está garantizado, y además no es obligatorio, que el sujeto se deje conducir por el deseo que lo habita, entonces puede “elegir” con relación a otras dimensiones que también están en juego: el ideal, la demanda, el goce.

Entonces, una idea equivocada de la dirección de la cura sería suponer que el analista es aquel que debiera detener al sujeto cuando no se orienta por el deseo, sino que sigue el camino “de su mal”.

De este modo se desconocería que el planteo freudiano conlleva que el hablante no es solidario de la idea de bien, y de allí los conceptos de pulsión de muerte y más allá del principio de placer.

El problema se traslada entonces hacia el analista. ¿Va a tolerar que es el sujeto quien finalmente decide hacia dónde se dirige o va a intentar introducir en la cura alguna idea de bien? Aún cuando ésta se esconda detrás de la idea del deseo.

El texto parecería advertir a los analistas sobre el posicionamiento en el lugar del amo. Es cierto que el analista conduce una cura y no al paciente, lo cual introduce a la pregunta de qué hacer con los pacientes donde las presentaciones tienen que ver con las impulsiones. Por ejemplo, consumos desmedidos, actuaciones y pasajes al acto frecuentes. Los efectos de los pacientes que no se pueden detener se ven en el cuerpo, la desubjetivación y el efecto enorme del superyó.

Hace un tiempo decíamos que el principio del placer no es el guardián de la pulsión de vida. La pulsión de vida implica la unión de partes más pequeñas que se combinan y complejizan. Esto es posible si el sujeto no se deja llevar del todo -acá está la clave- por el principio del placer, que implica mantener el nivel de tensión en el aparato lo más bajo posible.

Armando un vacío para la entrada en el dispositivo

Un paciente que no puede parar tiene la entrada al dispositivo analítico complicada. Volvamos a la anterior pregunta: ¿Cómo intervenir de manera no superyoica? Es decir, que el analista no diga algo como "Bueno, tenés que parar de salir un poquito, tomar menos...". El superyó está en la base de esta imposibilidad de detenerse y el analista debe evitar colocarse en ese lugar parental, que es justo el lugar donde el sujeto quiere fugarse. 

La cuestión es cómo dar lugar al vacío que el sujeto siente, cómo darle jerarquía a ese síntoma sin que quede como una cuestión moral.

Veamos ejemplos:

1) Cuando Lacan dice que la anoréxica "come nada", está haciendo una juntura entre lo simbólico y lo real. Ella come algo que deja un vacío y esto le dio la pauta para hablar de la dificultad de separación del objeto materno. Esta intervención no es superyoica, pues brinda existencia a algo que de otra manera no se hubiera visto. 

2) Silvia Bleichmar relata otro caso. Se trata de una jovencita inmersa en una vorágine de salidas y drogas. Silvia le dice, al modo de positivizar el vacío que la paciente le dice, le dice "Estás en deshidratación psíquica". Es una intervención al cuerpo, ella interviene armando un vacío. La droga da una sed, pierde contacto con los otros. Es interesante, porque las urgencias en los análisis hace que se tenga que intervenir rápido.

En ambos casos, las intervenciones apuntan al cuerpo, en el punto en que está tomado por el significante.

Interviniendo al superyó cuando la transferencia ya se instaló

Las intervenciones con el superyó son complicadas, porque comprometen tanto al yo como al ello. Freud describió al superyó como un Juez que mira al yo desde afuera, mientras que hunde sus raíces en el ello. De esta manera, las intervenciones al superyó implican lo pulsional del paciente, pues el ello es la sede de las pulsiones.

Al principio de la obra freudiana, con la primera tópica, el superyó aparece bajo la función de la censura. La censura, en este primer tiempo, implicaba que el yo era la sede de la moral, de manera que la censura era la conciencia moral que preservaba al yo de esas representaciones sexuales que lo asediaban. Es la primera nosología de Freud, alrededor del 1900.

El superyó aparece en 1923, en El yo y el ello. A nivel de las intervenciones, nos interesa situar que el superyó opera mirando al yo, juzgándolo y de forma sádica: la pulsión de muerte. El superyó aparece con frases que van "al todo o nada". Ej: "Todo tú has provocado esta tragedia" "Todo se perderá". Tiene la forma del imperativo categórico de Kant, con pretensión de universal.

Esta pretensión universal, en el superyó de los pacientes, van a aparecer en frases que siempre van hacia los extremos: Nadie-todos, siempre-nunca, lo peor-lo mejor. En este estado, el paciente no registra la graduación de las cosas, los grises.  

La sede de la moral, en la segunda tópica, pasa al superyó. El sujeto se debate entre algo que lo mira y otra parte que padece. La parte del yo que padece las frases del superyó está bajo el masoquismo moral. Es decir, la búsqueda de castigo a través de la compulsión a la repetición. 

Lo que está en juego, en este "todo o nada" del superyó, tiene que ver con lo que Freud refiere en la relación del superyó con el narcisismo. Es decir, el narcisismo inscribe al sujeto como "todo uno" bajo alguna identificación (Ej. su majestad el bebé). Como esa identificación hunde sus raíces en el ello, termina siendo una figura deformada y obscena.

¿Dónde operar? Sobre el narcisismo, sobre la idea de que el superyó se posiciona desde afuera. Es decir, el superyó desconoce la realidad y las circunstancias del sujeto.

Las intervenciones se pueden realizar cuando la transferencia ya está establecida. Si no se respeta este tiempo de confianza por parte del paciente, el paciente lo puede escuchar incluso en el sentido contrario de la intervención. Por ejemplo, como si el analista estuviera retando al paciente o si se estuviera riendo de él. 

Si dijimos que el superyó y el narcisismo están relacionados, debemos intervenir con una "voz trabajada". En la medida que el superyó hunde sus raíces en el ello, el analista debe usar una voz cuidadosa pero firme. Por ejemplo, el analista puede preguntar "¿usted realmente piensa que esa tragedia únicamente dependió de usted?" Algo de esto rompe con el narcisismo, porque nada depende de una sola persona. "Esta tragedia ya estaba ocurriendo mucho antes de que ud. apareciera". Claramente, estas intervenciones se dirigen a la castración, porque se trata de la relación del sujeto con la falta. Uno no siempre puede, aunque quiera o se lo autorreproche, lo que enfrenta con el duelo por la posición narcisista perdida. Esto relanza la escena analítica.

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