En el psicoanálisis lacaniano, el cuerpo no es un dato inicial ni un hecho dado. Al igual que el sujeto, el cuerpo debe constituirse. Lacan, en La lógica del fantasma, señala que el cuerpo no es equivalente al sujeto: el sujeto no es su cuerpo, pero lo tiene, y este cuerpo cumple la función de sostén.
La necesidad de constituir el cuerpo implica que no responde únicamente a su materialidad biológica o a su naturaleza. Si lo hiciera, sería un dato desde el principio. En cambio, el cuerpo del sujeto es simbolizado, como ya planteaba Freud a fines del siglo XIX al diferenciar las parálisis orgánicas de las histéricas. Este proceso de simbolización implica que el cuerpo se erogeniza, convirtiéndose en un cuerpo libidinal y pulsional.
Para Lacan, el cuerpo se talla a partir de la incidencia del significante. El significante bordea al cuerpo, transformándolo en una caja de resonancia para la pulsión. Lacan describe la pulsión como "el eco en el cuerpo, consecuencia de un decir". Este decir fundante determina la inscripción de la letra, que actúa como litoral y permite un bordeamiento simbólico, organizando los bordes del cuerpo.
Desde esta perspectiva, el cuerpo deja de ser meramente especular para adquirir consistencia a través de las resonancias pulsionales que lo sostienen. La literalización que hace litoral delimita una superficie topológica —no euclidiana— que es condición para la inmersión del cuerpo en una economía política del goce.
Así, el cuerpo no es solo un soporte físico, sino una construcción simbólica y libidinal que se organiza a partir del lenguaje, inscrito en los bordes y resonancias que definen su lugar en la economía subjetiva del goce.
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