La dimensión de lo imaginario tiene una importancia indiscutible en el devenir del sujeto. Desde la función de las vestiduras fálicas, que permiten al niño engalanarse y sostenerse como aquello que causa el deseo del Otro, hasta su rol como registro de la imagen, lo imaginario es fundamental para construir la consistencia del cuerpo. Para el ser hablante, el cuerpo no es un dato inicial; requiere una construcción simbólica e imaginaria.
Estas ideas permiten interrogarnos sobre diversas coyunturas clínicas. ¿Qué ocurre cuando las vestiduras imaginarias que recubren la posición del objeto fallan? ¿Qué sucede si el paréntesis está vacío, es decir, si la imagen no se ancla en la posición del objeto? En este caso, ¿de qué se sostendría la imagen?
El registro de la imagen, solidario de una idealización, busca borrar la falta y taponar toda vacilación. Pero hay una diferencia crucial según el lugar desde el cual la imagen se sostiene. Si se fundamenta en la posición del sujeto como causa del deseo del Otro, cumple su función estructurante. Sin embargo, si ese lugar queda vacío, la imagen pierde su sostén y puede devenir en un ideal que, como el mito de Narciso, conduce al sujeto hacia un punto mortífero.
En la contemporaneidad, observamos una promoción exacerbada de una imagen que parece sostenerse a sí misma, prescindiendo del otro/Otro. ¿Qué consecuencias tiene esta idealización para el sujeto? Este fenómeno plantea un desafío para pensar cómo se articula la imagen en una época donde la falta tiende a borrarse, dejando al sujeto atrapado en la ilusión de una consistencia autónoma que, paradójicamente, lo desconecta del deseo y lo expone a un vacío aún más profundo.
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