jueves, 21 de junio de 2018

El sufrimiento de los niños. ¿Qué-hacer clínico?


Apuntes de la conferencia dictada por Liliana Donzis, el 16/05/2017
La palabra sufrimiento tiene las mismas connotaciones en nuestra lengua que en el francés. En francés es sufrance, que quiere decir tanto esperar como sufrir. En español también tenemos esa doble acepción, cuando alguien sufre un dolor o cuando sufre una espera. Esta diferencia la hace Lacan en varios momentos de su obra y esto nos indica que a veces, para dejar de sufrir hay que esperar. Esperar a que aquello que hace daño (moral, físico, psicológico), un goce inesperado que se despierta en el sujeto o en el Otro, y que implica también cierta mortificación, cierto malestar para el sujeto.

Muchas veces ese sufrimiento se transforma en una posible espera. Las reacciones que tienden a la descarga pulsional inmediata, por ejemplo, en los niños hiperactivos. No estamos siempre de acuerdo con los diagnósticos DSM, más bien los psicoanalistas estamos en desacuerdo, pero esa tendencia a la descarga pulsional, como me gusta pensarlo, a veces no hay tiempo para esa descarga. Funciona como el proceso primario en su tendencia  al descarga. Y ojo, porque en el principio del placer como tendencia a cero como homeostasis, es bastante nociva para el sujeto. Esa descarga puede ser demasiado rápida, demasiada brusca y es quizás ahí donde hay que esperar o hay que proponer un compás de espera, un sufrance para la descarga y que se nutre de lo que voy a hablar hoy desde el psicoanálisis.

Hay cargas energéticas en el sujeto, hay cargas energéticas en el niño y nos gusta pensar más en las cargas pulsionales. Las cargas pulsionales son del sujeto, conllevan un sufrimiento. Pero el malestar en la cultura, cualquiera que fuera, tiene consideraciones que no solo están en el sujeto solamente, sino también en el Otro, que puede tener diversas características.

Primero debemos tener en cuenta que el sufrimiento no tiene una entidad como podría tenerlo el síntoma. Ya sea un ritual obsesivo, un síntoma fóbico o un delirio psicótico, el sufrimiento vale para todos. El sufrimiento no es una entidad, ni siquiera para el psicoanálisis. Sin embargo, podríamos decir que es un estado del sujeto. En ese estado del sujeto, escuchemos a Freud.

En 1893, en Estudios sobre la histeria, Freud dice que el palidecimiento o pérdida de afectividad del recuerdo se debe a varios factores. Lo que sobre todo importa es si frente al suceso que nos afecta, alguien reacciona enérgicamente o no. Por reacción, entendemos aquí toda la serie de reflejos corporales voluntarios e involuntarios en que, seguro sabemos, se descargan los afectos. Desde el llanto hasta la venganza. Si esta reacción se produce en escala suficiente, desaparece buena parte del afecto. Por ejemplo, al hacer un buen berrinche. Nuestra lengua testimonia este hecho de observación cotidiana mediante las expresiones desahogarse, defogarse llorando. Si la reacción es sofocada, el afecto permanece conectado con el recuerdo. Un ultraje devuelto, aunque solo sea de palabra, es recordado de otro modo que un ultraje que fue preciso tragarse. El lenguaje reconoce también este distingo en las consecuencias psíquicas y corporales y de manero en extremo característico designa afrenta en el sentido de mortificación al sufrimiento tolerado en silencio. La reacción del dañado frente al trauma solo tiene en verdad un efecto catártico si una reacción adecuada como la venganza. Pero el ser humano encuentra en el lenguaje un sustituto de la acción. Con su auxilio, el afecto puede ser desahogado casi de igual modo.

Freud nos plantea en 1893, en un tiempo pre psicoanalítico, hablando del recuerdo y del trauma del modo en que lo entendía entonces. Pero podríamos darle otro valor: puede ser lo traumático, una circunstancia o puede ser algo que nos hace mal -daño físico, moral o psicológico-. Freud dice que puede haber una reacción inmediata o puede ser pasado por el lenguaje. El lenguaje que va a acomodar la reacción permitiendo que el sujeto haga su catarsis, se desahogue, etc. pero de una manera simbólica. Es decir, el sufrimiento puede ser encaminado por el lado de la acción (acción como acting out, pasaje al acto, berrinche, violencia, etc). Freud nos invita, mucho antes de La Interpretación de los sueños que hay que pasar por lo simbólico y que al hacerlo el sufrimiento es menor para quien lo padece. Y por ende, permite a su vez una mejor calidad del vínculo con el otro.

La semana pasada celebrábamos el natalicio de Freud. Festejar el natalicio de Freud implica seguir alguna de sus letras. Y sobre todo de esto que no es una entidad y que puede aparecer como sufrimiento en la psicopatología de la vida cotidiana, en todos y en cada uno. Generalmente tiene una incidencia importante en el sufrimiento la emergencia de angustia.  La emergencia de la angustia en el sentimiento, que Freud llamaba reacción, esa emergencia nos señala un camino que no engaña y nos permite ir a buscar el sujeto.

En El malestar en la cultura, 1929, Freud nos dice que el sufrimiento nos amenaza por 3 lugares diferentes:
  • Desde el propio cuerpo, que condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia.
  • El mundo exterior, capaz de encarnizarse con nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables.
  • Las relaciones con otros seres humanos. La relación con los semejantes tal vez sea la más dolorosa que las otras dos.

Si pensamos en nosotros mismos y por dónde pasó el incremento de sufrimiento de cada uno de nosotros: tendemos a considerarlo, cada uno de nosotros, como una adición más o menos gratuita. Esto puede llevar a circunstancias que todos los días leemos en los diarios. Freud nos dejó la posibilidad de tomar al sufrimiento, no como un concepto fundamental, sino como un dolor que va del dolor a la angustia y de la angustia a la descarga. descarga que preferimos que sea por la vía simbólica. Es decir, por la palabra. Esperamos que sea por la palabra porque cuando una moción inconsciente puede pasar a un estado de las huellas de la memoria, puede elaborarse o puede pasar la moción a la motilidad. Esto es lo que Freud explica en el esquema del peine en La Interpretación de los sueños cuando dice que una moción inconsciente puede pasar a la consciencia de algún modo, con un sueño, un olvido, un lapsus, un dibujo de un niño, un chiste, un juego. Y ahí hay algo elaborado. Pero podría pasar que en lugar esa elaboración real, imaginaria y simbólica, pase directamente a la motilidad, al movimiento. Cuando esa moción o ese conjunto de mociones pasan sin elaboración simbólica y directamente a la motilidad, eso es claramente un pasaje al acto. Son clarísimos, notorios y absolutamente frecuentes en el trabajo terapéutico, aunque nos agarremos la cabeza. Esto también puede pasar a la acción en el interior de un análisis y eso es un acting out. La diferencia es clara, cortita y la podemos decir muy fácil: cuando ese acceso a la motilidad pasa en el interior de un análisis, es una mostración al Otro, al Otro que representa el analista. En ese punto, la escena fuera de tiempo y de lugar se produce en la transferencia, en el lazo con el analista y el analista podría llegar a caer del lugar que ocupa.

Una joven analizante, que había sido analizante cuando era niña y vuelve conmigo a los veintipico. Por una cuestión económica, puede venir solamente cada 15 días. Es decir, 2 veces por mes. Cuando uno dice cada 15 días suena mejor, pero si dice 2 veces por mes suena a poquito. Sobretodo con una problemática como la de la paciente: una chica obesa de 130 kg., no puede terminar ningún estudio que haya comenzado. Un día se queda dormida y al otro día me manda un Whatsapp “me dolía el estómago y me quedé dormida, no puedo ir porque es muy tarde”. Le respondí que está bien, que era una lástima. Esto del Whatsapp es un problema serio, porque un buen día se puede escuchar de diferentes formas porque no hay enunciación. Está solo el enunciado, aunque los emoticones le dan color de enunciación a una palabra. Una sonrisa no es lo mismo que la cara triste. Al día siguiente del evento de haberse quedado dormida, la joven me manda otro Whatsapp donde me decía que ayer la había dejado sin palabras, que no le di la oportunidad de reprogramar un horario… Ella pasa la falta del lado del Otro. Ella me dice que recuerda un día en que la atendí con el pelo mojado. También me dijo que le molestaba que tuviera horario variable, en el sentido que la sesión podía durar 45 minutos, o 55. Ella dice “entonces voy a frenar mi análisis”. Yo la invité a hablar personalmente, porque claramente eso del Whatsapp a mi no me alcanza. La angustia de ella había pasado a mi lado. La que estaba angustiada era yo, leyendo un mensajito que estaba entre lo agresivo y lo inentendible. Ella acepta venir nuevamente “para que me digas lo que creas necesario”. Con lo cual, eso es un acting. La angustia de no haber podido venir queda del lado del Otro. Al mismo tiempo que muestra la angustia y el malestar, pero queda del lado del Otro como que al Otro le falte. Ella no tenía nada que ver. A la mañana siguiente me desperté más lúcida y empecé a preguntarme qué era lo que pedía. Ahí hay un sufrimiento claro por la vía de la angustia. ¿Qué pide, qué demanda? Demanda tiempo. Acá lo que era necesario, con la problemática que estaba pasando esta muchacha, pueda tener más tiempo para el análisis. 2 veces por mes no era suficiente y yo le había dicho que probáramos y que si no iba, cambiábamos. A esta paciente lo que no le alcanza es el tiempo. Pide un tiempo que puede o no abonar, pero es otra lectura la del analista que esa angustia que le despertó al Otro con ese comunicado que llegó de sopetón y que parecía un cachetazo.

Cuando uno hace una segunda lectura, sale de la angustia y emerge una lectura del sujeto. En el título se habla del que-hacer del analista con el sufrimiento, porque nosotros nos conmovemos también como en la situación que les conté, donde claramente es un acting, un pasaje a la motilidad y donde la falta queda del lado del Otro. Muchas veces nos conmovemos con el sufrimiento del paciente, con un sufrimiento doloroso, con un accidente, con una situación que puede producir todo tipo de penurias del lado del sujeto en cualquier estructura, neurótica o psicótica. Dejo la perversión de lado, porque me parece harina de otro costal. Nosotros podemos conmovernos absolutamente. ¿Qué hacemos ahí, nos ponemos a llorar? ¿Nos ponemos fríos y distantes como para que no nos toque algo que ya nos tocó? Porque ante lo que ya pasó, nosotros podemos retroactivamente que algo de eso se imaginarice o se simbolice.

En una situación donde el analista se siente conmovido, a veces nos marca el derrotero de la transferencia y podemos operar desde ahí. ¿Por qué me impacta tanto esto? Porque a cierta altura de la vida, hay ciertas situaciones que pensamos que pueden ocurrir. Sin embargo, algún decir del paciente nos conmueve de tal manera que por ahí se nos asoma una lagrimita, o un brillo en los ojos. O un gesto que no es interpretado, pero puede ser legible para el paciente. ¿Qué hacemos? ¿Lo abrazamos, le deseamos suerte, le damos caramelos? ¿Cómo recobrar la posición de analista ante una situación así? Porque eso también pone en jaque la transferencia porque tenemos a la angustia que va y viene. nadie está exento de ese afecto que es la angustia, que no engaña y que marca el camino de la cura y puede quedar del lado del analista con la resistencia del analista, o puede quedar acallado silencioso, agazapado, del lado del analizante. El analista también tiene que recuperarse de ese embate de lo real de la transferencia, donde el analista debe recuperar su posición. Hay que salir de allí y recuperar el lugar, que no es el del sujeto que se conmueve o le molesta algo que no anda -el síntoma- sino que el analista tiene que salir del síntoma por la vía de analizarse, por la vía de pensar en qué punto me conmovió, para poder salir de esa conmoción. ¿Qué toca de mi eso que está diciendo? Que nuestra contratransferencia, como la llamaban los post-freudianos, no es transferencia recíproca, sino que tocó un punto ciego de mi análisis. Y eso nos puede pasar a menudo. Vamos a los niños: con los niños esto es muy habitual.

Los niños presentan problemáticas que nos conmueven, como nos conmueve las relaciones de los padres con esos niños. Voy a dar un pequeño ejemplo. Los que trabajamos con niños, obviamente lo hacemos también con los padres, maestros, pediatras, etc. ¿Por qué nos asusta, en los primeros o avanzados tiempos de nuestro trabajo como analistas, trabajar con los padres? En general, nos resulta más llevadero trabajar con el niño y cuando llega el tiempo de las entrevistas con los padres, que son inevitables, nos ponemos un poco nerviosos. Esto facilita a que surja la resistencia del analista. Decimos que los padres nos llevan la contra, que es difícil trabajar con ellos, que terminan el tratamiento tempranamente. Yo a veces cuando superviso digo ¿Por qué para un padre cuyos hijos están mejor y hayan alcanzado cierta posibilidad de amar y trabajar y subsanar el síntoma de la infancia, allí donde habla un sujeto? Nos resistimos a que un análisis termine cuando los padres o la escuela piensan que ahora puede moverse mejor por el mundo porque no están a la altura de nuestro ideal. Se trata de nuestro ideal y esto hay que tenerlo bastante en cuenta porque si no terminamos peleando con los padres, que es muy frecuente. O estar en una situación muy difícil con los padres.

Otro tema que nos cuesta en el trabajo con los niños, es que los padres no están en la transferencia cotidiana, sino que ocupan un lugar de ella, pero no todo el campo. Los niños tampoco ocupan todo el campo de la transferencia, porque tienen que compartir ese espacio transferencial con los padres. El trabajo con niños es más arduo porque hay más personajes en juego. Por otra parte, si nuestro análisis no está muy avanzado o habiendo tocado ciertos puntos de nuestra infancia, los padres terminan siendo una representación del superyó. Esa imagen superyoica de los padres de nuestra infancia, que a todos nos pasó, sabemos que hay un punto constitutivo en el superyó y el ideal del yo. Los padres de los niños pacientes, si el análisis del analista no progresó, probablemente se encuentre en una situación con los padres de su propia infancia, en lugar de encontrarse con el deseo del analista, que es un deseo pasivo. Lacan lo llamó deseo del analista, que es un deseo bastante ahuecado, de puro vacío para que en ese deseo pueda alojarse la palabra del Otro. Entonces, un punto concerniente al sufrimiento del lado del analista, sería la perturbación, la emoción y también con aquello que concierne al superyó del analista en el trabajo con los niños y sus padres. Hay un caso de un niño que puede leer en algunos de mis libros que se llama Miguel. La madre era una mujer muy dura y crítica. Esto fue hace bastante y yo antes de encontrarme con la señora me anotaba en un papelito todo lo que me parecía que tenía que decirle, pero lo que impedía el papelito es que la escuchara. Siempre me sorprendía con lo que decía y el papelito no me servía para nada.

Quiero mostrar la declinación de 3 maneras diferentes del sufrimiento. Yo les decía que el sufrimiento no es un síntoma, que puede estar a la altura del afecto de la angustia o ser transformado de lo real a la angustia, donde la angustia ya no es sólo real sino imagen, a veces una imagen congelada como en lo siniestro, o en la figura del doble o en algún otro tipo de repercusión angustiosa donde hay un desfallecimiento del sujeto. Vimos que en el caso de la hiperactividad se trata de una descarga imperiosa de la pulsión y hay sufrimiento. La tarea analítica implica un espacio, un tiempo de demora en la descarga, del sufrimiento a la posibilidad de la espera. Del sufrimiento y descarga por la motilidad a la posibilidad de una demora en la descarga. Esto es lo que el dr. Ravenna también coincide: él enseña que cuando uno quiere abrir la heladera y volverse loco en medio de lo que no hay, ese es el momento de detenerse, contar hasta diez y nunca abrir la puerta de la heladera ni de la alacena. Por favor, demore un ratito. Esto es en lo que todo caso en nuestro trabajo pasa en la hiperactividad. Es decir, una transformación de la descarga de la pulsión.

1° caso (Niño que permanece cerca del cuerpo de la madre). Diego es traído a la consulta porque efectivamente podríamos decir que es hiperactivo. No para. No tiene amigos en la escuela, rompe todo lo que encuentra, llega a la casa y patea vasos, puertas y ventanas. Molesta a toda la familia, grita, pega, llora en la escuela y en la casa. Tiene 8 años. En esa situación le pregunto a los padres por qué suponían por qué suponían que le pasaba esto, cuándo le pasaba. Ellos dicen “cuando la madre prende el calefón, cuando la madre habla por teléfono con su propia madre”. Esos son los peores momentos de Diego y él rompía en serio. Le pregunto al padre qué pensaba, porque para ellos era una cuestión de límites. No soy partidaria de los límites feroces para nada. El límite es el cuerpo del Otro. Mi libertad termina donde empieza la del vecino. Ahí había algo como que Diego no escuchaba a los padres. Le pregunto al padre qué hace y la madre contesta. “¿Qué hace? No hace nada. Se la pasa sin hacer nada, no dice ni pío...”. La señora agrega “¿Cómo va a hacer algo, si además es sordo?” El señor sordo era conductor de transporte público, de colectivo. El señor oía, pero no escuchaba.

Empiezo a atender a Diego y por supuesto él reitera su cuestión colérica, su ira, su malestar, en el consultorio. Pero juega. Al principio nada, luego empieza a jugar un poco más… No tiene ninguna escena de juego que yo haya podido recortar como una escena argumentativa de juego. El juego tiene una escena argumentativa y trae la hilacha del fantasma, las hebras del fantasma, que se va a consolidar en la adolescencia. Pero para que haya juego tiene que haber un momento, así sea pasar agua de un vaso al otro, y que un nene juegue a pasar agua de un vaso al otro. Es un juego, porque en vez de pasar agua, puede jugar a que pasa leche chocolatada. Hay algo de una escena argumentativa. Sin la escena argumentativa, tendríamos que pensar de qué otra manera tenemos de acceder para que en esa tela (por ejemplo el dibujo) y así podamos intervenir.

Diego no juega. Hace lío y descarga. Roturas, etc. Empieza a comentar que le molesta que la mamá hable por teléfono porque él no cree que la mamá hable con su mampa. Él cree que la mamá habla con alguien. Segundo, le molesta el calefón porque así de incendiaria es la madre y se calienta como el calefón. Buena pregunta se hace. ¿Qué le pasa sexualmente a la mamá y con quién? Porque lo digo rápido, pero Diego junta 2 escenas: el calefón y el teléfono. No sabemos qué hay detrás de eso, se trata de lo que él interpreta, de la realidad del sujeto. Él sufre con todo este derroche de energía, aparte que la pasa mal porque lo sancionan en la escuela, los amigos no lo invitan…

Él arma un juego que es el primero que yo puedo sancionar como tal: arma un cerco y pone a los animales que encontró en la caja de juegos y va armando una especie de parque o jardín zoológico y en un momento encuentra un animalito muy chiquito, que podríamos decir una hormiguita y también encuentra allí un león. Se trata de un juego más chico que el de su edad. Entonces empieza a hacer chocar con cólera el león con la hormiguita. Es una pelea muy fuerte, agresiva y colérica y de repente grita “¡Guardián, guardián!”. Llama a un tercero. El juego produce una alteridad en análisis, no en su casa. En su casa, esa alteridad está por verse y no alcanza con decirle al papá que participe más, porque habitualmente hace lo que puede. El padre no estaba en análisis. La terceridad muchas veces se construye en transferencia con los niños. El tercero está en la escena del análisis. En el juego, el guardián era un soldado, al que le dice “si vos querés ver que un león se quiere comer a la hormiguita, tenés que defender a la hormiguita”. Y así siguió el juego, donde él pide un guardián que le dé alguna pista para no ser tragado por el cuerpo del león o el cuerpo de la boca del cocodrilo. Él estaba pegado al cuerpo lexical del Otro. ¿Cómo avanza? Empieza a jugar de otro modo.

Empieza a jugar a de qué cuadro soy, de qué cuadro es, empieza a jugar al fútbol con otros chicos y los chicos se animan a jugar con él, está pacificado y el juego mismo es el espacio de la demora de la descarga del que ls hablaba hace un ratito. Hizo de alteridad, propuso una alteridad en la escena del análisis y al mismo tiempo produce el juego una demora en la reacción pulsional. Entonces, él está pacificado porque ha podido domeñar el trabajo pulsional. ¿Qué le pasaba? Él también tenía el calefón de la mamá metido en su cuerpo. O él entraba en el calefón de la mamá en cierto momento donde la mamá prendía concretamente el calefón. Él empieza a jugar con esta alteridad del padre sin el padre: con el soldado, con la camiseta de fútbol que le gustaba al padre, y él empieza a tomar como patente algo de las insignias del padre. O sea que el padre entra a través del juego sin necesidad de que el señor esté presente. El padre mismo se sintió convocado y lo llevaba a la cancha, teniendo un espacio con su hijo sin el calefón y la señora. Ellos discutían mucho cuando venían a verme, no parecía que encontraran un lugar de pareja, pero si el padre empezó a encontrar -gracias al análisis de su hijo- un espacio para él. Diego después el problema lo tuvo conmigo, porque él de era de Racing y yo no. Yo a los chicos les digo cualquier cosa. “Soy del Ateneo de Gral. San Martín”. Este nene sale gracias al juego y por poder jugar y dibujar, entra en otro terreno.

Caso 2 (pérdida del objeto). En este caso, el niño no está del lado del cuerpo de la madre, sino del lado del objeto. Este nene tiene la dificultad de perder el objeto. Se trata de un chico irascible, colérico y molesto. Yo a los niños les pregunto qué les pasa, por qué los trajeron, etc. Él me responde “Mirá, no me gusta perder el tiempo. Mi mamá y mi papá me hacen perder el tiempo”. El nene dice que lo llevan a tomar el té a la casa de una tía, o que tiene que acompañar a la madre al shopping, lo mandan a bañar y le hacen perder el tiempo. Sin embargo, él puede jugar con la tablet, donde él puede jugar muy tranquilo. Le pregunto si jugar con eso no es tiempo perdido. Me dice que no, porque eso a él le interesaba. Lo que no le interesa, es para este chico perder el tiempo.

Cuento el caso muy simple. Él no puede perder algo esencial, que es el objeto. Él puede perder al Otro. Está a un paso de poder ubicar el objeto en el Otro y que allí se inscriba algo de la pérdida en un chico de 6, 7 años, que hasta ahora no había podido hacer este paso operacional para la entrada en la latencia. Perder el tiempo, tiempo ahí es el nombre del objeto que él tiene que llevar, no pegado al Otro, sino pegado a su cuerpo. El trabajo con él es interesantísimo, porque alguien que no puede perder el tiempo, no puede perder el dinero, no puede perder nada, pero para no perder es capaz de encontrar en la caja de juguetes algún juguete roto y él lo repara hasta que esté en su justo lugar. Él no puede perder si ni siquiera lo que está roto. Entonces, el trabajo es con la pérdida.

Caso 3 (madre simbiótica y niño que huye por salir de ahí). Se trata de un chico que no habla de 3 o 4 años. No es un autista, pero va camino a la psicosis. Es muy chiquitito. Él puede perder, quiere hablar, pero no puede porque yo creo que tiene un tema fonológico orgánico y está en tratamiento. Hay algo orgánico que es claro y aunque él quiere, la madre no lo deja. En el segundo mes de trabajo, cuando la madre le dice “vamos de Lili” y él menciona a los gatos que hay en mi consultorio. Aparece una palabra y al llegar, se le pega al cuerpo de la madre y entonces digo “Ay, hoy no vino Pedro, ¿Dónde está?” Y vamos inventando el juego del fort-da, en un nene que que fue diagnosticado como autista. El nene se señalaba la garganta y la madre preguntaba por eso, pero resulta que un día dice que se tragó un juguete del huevo Kinder y se le quedó atorado. Como no querían perder el avión, lo subieron igual. Estas cosas pasan con los padres y sus hijos.

Había algo en Pedro relacionado a lo fonológico, pero él empieza a jugar al fort-da a propio riesgo, porque cuando él juega a eso la madre no puede jugar al fort-da, porque ella piensa que va a desaparecer. El esfuerzo de este chico porque ella advierta que él está apareciendo y desapareciendo, que está haciendo un juego y lo ubica como un sujeto en quien podemos leer, intervenir, interpretar y seguir jugando. Empieza a haber un juego simbólico: hace que come. Trae una mandarina de verdad y hace que come, pero no come. Empieza a haber un cierto espacio simbólico: el armado de lo simbólico y del cuerpo. Va a tardar mucho tiempo, pero él inconveniente es que cuando él va adelante, la madre va atrás. Cuando él va atrás, la madre va para atrás. Él entra al consultorio y la madre lo sigue entrando intrusivamente en el consultorio. Él se va del consultorio y él usa todo el espacio, que para él no es por fuera, sino un espacio sin fragmentar, y la mamá se va al espacio general. Entonces cuando él se va a la sala de espera y la madre lo sigue, él entra al consultorio para desaparecer de la mamá. Y la madre empieza a hablarme desde el pasillo para entrar al consultorio. Uno podría decir que a la madre hay que mandarla a tomar un cafecito mientras el nene está en el consultorio, es probable, pero no creo que se vaya por el momento. Ahí nos encontramos con un sufrimiento que depende de la posibilidad de transmisiónde la lengua y de lo simbólico del lado de la madre.

Vimos 4 tipos de sufrimientos diferentes, si tomamos el ejemplo del acting-out, distintas modalidades del sufrimiento y distintas intervenciones del analista en cada uno de esos casos. El sufrimiento está siempre. A veces es demora, a veces es intervención. A veces hay que intervenir con los padres diciéndoles que se queden un rato afuera; a veces no pueden. Tenemos que buscar los rasgos singulares.

Pregunta: Acerca del sufrimiento según Freud (el cuerpo, el mundo exterior, las relaciones humanas), me peguntaba cómo era esa cuestión en los niños.
L.D.: Con Lacan, tenemos siempre la estructura mínima: padre, madre, niño y falo como ordenador de la estructura. Esa relación le da una lógica a la relación familiar. La relación con el otro es la madre, los otros imaginarios, los amiguitos, el prójimo o pequeño otro, cada una tiene su especificidad, pero la madre aparece como Otro primordial. Es un significante, pero para todos los días la madre es una mujer imaginaria. Puede pasar la frustración, la privación. Los otros chiquitos son con quienes los chicos sufren. Es muy triste cuando se invita a muchos chicos de un grado y a uno no lo invitan. O lo que pasa cuando todos juegan al fútbol y el patadura se queda afuera. Ahí aparece el vínculo con el otro que es de tanta dificultad como el amor, el odio, el rechazo, la ignorancia, el ninguneo. Hay muchos niños que vienen con eso: dificultades en la integración. Y uno se tiene que preguntar qué pasa con la segregación de los niños, que existe y es de una crueldad muy grande. Tengo una paciente que dice que llega a la escuela, que saluda a los compañeros, y nadie le contesta. El bullying también lo podemos involucrar, pero tiene otras connotaciones como la pequeña crueldad de todos los días.

Pregunta: Vos dijiste que el juego tiene hebras del fantasma que se constituirá luego. me quedé pensando en el síntoma posterior y que si en el juego están esas hebras, ¿Cómo podríamos pensar el síntoma en un niño?
L.D.: Creo que cuando hablamos de síntoma como lo opaco del fantasma que aparece, que comporta sufrimiento, si nos quedamos en lo freudiano diríamos que el síntoma es el síntoma de Juanito, es decir una constelación de significantes. En ese caso, un caballo que se relaciona con cierta problemática maternas y paternas que hace que sea el caballo que primero angustiaba y que después da miedo. A veces el síntoma aparece en el niño con un plus de sufrimiento. Pero a veces el síntoma es la emergencia del sujeto, de la estructura del sujeto en la niñez, donde vemos una marca del inconsciente. Es opaco, no es descifrable, pero un chico puede empezar a decir que está soñando y que no entiende. O que soñó con la guerra de las Malvinas teniendo 3 años, porque algo escuchó y hay algo con esa palabra. la emergencia del sueño, lapsus, chiste, conciernen al síntoma, aquello que es opaco pese a que se diga. Es opaco en cuanto al goce que entraña. Y por otro lado, siguiendo a Freud, hay en Juanito o en los rituales obsesivos, un síntoma. Pero a veces no hay síntoma como un destello del inconsciente. A veces hay padecimientos en el cuerpo. Entonces nos encontramos con la llegada del asma, la psoriasis, cuestiones psicosomáticas que no tienen el estatuto del síntoma pero tienen la vocación de síntoma en la medida que se transformen. El nene este que pateaba el calefón, uno podría preguntarse si eso es un síntoma. Es un enorme padecimiento, un enorme sufrimiento que se transforma en síntoma cuando empieza a aparecer allí un argumento posible. Ya no es el calefón a secas, sino el calefón con la calentura de la mamá.  

Pregunta: Vos hiciste una articulación diferenciando sufrimiento de angustia.
L.D.:  Una de las modalidades del sufrimiento es la emergencia del afecto como angustia. Esa es una de las modalidades del sufrimiento, pero no solo se sufre por eso. El sufrimiento es más amplio porque no solo es angustia, también puede ser por duelo, por el desenvestimiento de un objeto amado en el duelo, o en la melancolía, que no comportan angustia.
El cutting adolescente es para cortar un sufrimiento. Aparece el cutting como una acción en el cuerpo. Podemos decir que es para amortiguar la angustia, pero también para amortiguar el dolor que podría concernir a otro registro.
La angustia es uno de los puntos más claros donde puede aparecer el sufrimiento. pero también el humor es una manera de amortiguar el sufrimiento, donde se esquiva al superyó. Hay salidas del sujeto cuando emerge la angustia y en el humor también hay una amortiguación del sufrimiento, que a veces es de lo real, a veces es del anudamiento y a veces es de un calce del anudamiento. Por ejemplo, entre real e imaginario, Lacan no tiene problemas en escribir “angustia”.
También el síntoma concierne un sufrimiento porque la astasia abasia de Isabel D.R. no era sin sufrimiento, pero está en otro enlace: entre real e inconsciente. Entonces, se podría desplegar en cada una de las tres dimensiones del lenguaje enclaves diferentes del sufrimiento.

Con los niños tenemos otras herramientas que con el adulto, a quien les podemos preguntar qué le pasó o que asocie. Hay un pasaje de lo simbólico a lo imaginario que generalmente lo tenemos por medio de la palabra. Los niños no siempre disponen de esa articulación simbólica y requieren de cierta condición operatoria de las pequeñas cositas para que aparezca la asociación por vía lúdica, por vía gráfica, en la gran mayoría de los casos. El juego, el dibujo, el relato…

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