Usted sostiene que los accidentes no son casuales ni azarosos, sino que son la respuesta ante una “Crisis de Cambio” que el sujeto “no puede afrontar ni resolver”. ¿Por qué los vincula con una “Crisis de Cambio”?
Yo lo sostengo, pero me baso en Freud. Estudiando psicoanálisis encontré que Freud tiene un libro que se llama Psicopatología de la vida cotidiana, donde estudia los errores de la vida, es decir: olvidos, olvidos de la memoria, de objetos, errores y también incluye accidentes. Sitúa varios casos de personas accidentadas que él, justamente, tiene el acierto de no llamar accidentes. Porque como decimos: en realidad “los accidentes no son accidentes”. Si tomamos la definición filosófica, aristotélica, de que el accidente es algo que le pasa a la persona por fuera de ella, es algo en lo que no tiene nada que ver esa persona, esos no son los accidentes. Entonces Freud los llama con un nombre alemán: Vergreifen, que significa “trastocar las cosas confundido”. O sea que el accidente es el trastrueque de las cosas de un estado de confusión. Freud será quien dirá que no son accidentales, que no son azarosos y que están determinados por el inconsciente. Y sobre esta base teórica freudiana yo me he valido para seguir estudiando y caracterizar un poco más, en nuestra teoría, que es lo que le pasaría a esa persona. Lo que nosotros sostenemos es producto de reflexiones y de observaciones en pacientes accidentados que son personas con crisis de cambio. Ésta es una teoría, por consiguiente puede ser refutada, puede ser ampliada.
Pero ¿por qué particularmente crisis de cambio?
Primero por hechos de observación. En la mayoría de los accidentados que hemos observado, que hemos estudiado en hospitales –los alumnos de CIPEA hacen trabajos, pasantías en hospitales– encontramos este hecho: que el paciente se mudaba, o se casaba, o se divorciaba, o tenía una pérdida de familiares, es decir vivía una situación de crisis. Esa es una teoría… Ahora, ¿por qué desde un punto de vista psicológico? Es porque en las crisis de cambio es donde más se sacude la persona, más se conmueve la personalidad. Todos nosotros, usted, yo, todos, estamos preparados para vivir –digamos– las contingencias de la vida; pero cuando son fuertes, súbitas y uno no está preparado, el aparato psíquico se resiente, el cuerpo… la psique y el soma se resienten, tiene que ajustarse todo el funcionamiento neurológico, hormonal, psicológico. Y ese momento es un momento de crisis, es como un punto débil, convengamos en términos de tráfico es una “esquina peligrosa”.
¿Qué lugar ocupan las fantasías inconscientes?
Las fantasías inconscientes ocupan un lugar primigenio, generando la situación, pero nosotros pensamos que siempre se van a articular con algo externo. Por supuesto que si el cambio le hizo estar afectado es por un problema interno, el problema externo es el elemento superficial para indagar: se estaba mudando entonces viene lo otro. ¿Cuáles son las raíces inconscientes del sentido de la mudanza?, ¿por qué ese cambio le afectó tanto como para accidentarse? La fantasía inconsciente es fundamental como generadora, pero tiene un activador, un desencadenante que es el hecho externo de cambio que desencadena un conflicto entre cambiar y no cambiar. Lo que nosotros consideramos que es fundamental es el conflicto interno entre cambiar y no cambiar. Si el sujeto decide cambiar seguramente es más difícil que se accidente, si decide no cambiar también, el problema es: si está en la duda, entonces tiene la angustia ante el cambio, no lo comprende, niega que está nervioso por el cambio; vemos que a la persona le parece que todo anda bien cuando todo cambio genera angustia, normalmente genera angustia. Aparece un dilema. Cuando eso tiene tal fuerza que no lo puedo resolver, el conflicto se convierte en trauma. Entonces al convertirse en trauma el inconsciente entra en una tensión, se conecta con fantasías internas y el accidente es como una salida, un intento penoso por resolver ese conflicto, para evitar que eso se quede adentro porque, según nuestra idea, si eso se queda adentro y tiene mucha carga energética la persona se va a enfermar, puede ser que se enferme de cáncer. Hemos visto casos de personas que han dicho “si no me accidentaba me hubiese infartado”. Siempre el accidente es una búsqueda de llevar hacia afuera el problema. Como tiene un choque entre lo nuevo y lo viejo, choca contra un auto, digamos, para decirlo en términos muy elementales.
En 1992 presentó en CIPEA un artículo acerca de la relación entre psicoanálisis y perversión, para lo cual realiza un estudio de la novela Crash de James Ballard, ¿qué puntos fundamentales destacaría de ese texto?
Esa novela es interesante porque trata de un grupo de personas que se especializan en estudiar accidentes pero para gozar perversamente de eso. Ellos se enteran por la policía que hay un accidente y van a estudiarlo, a verlo, pero no lo estudian como nosotros para dilucidar las causas, sino para ver –por ejemplo– si en ese accidente hubo heridos, una mujer herida. Y sobre esta base, buscan una prostituta que hace el papel de la herida y con esa persona que representa a la herida ellos gozan. Eso es una perversión, eso es lo fundamental. Nosotros tomamos eso como un indicio de que en cada accidente hay una dosis de perversión. En esa novela, el personaje principal que se llama Ballard –igual que el autor– también choca y ese choque es con una pareja. El hombre muere y él edípicamente se enamora de la mujer y después se excita teniendo relaciones sexuales con la viuda en el auto chocado. Todo eso es perverso desde el punto de vista psicoanalítico y psiquiátrico. Entonces consideramos que en cada accidente, si bien cumple un gran papel en el conflicto la pulsión de muerte, también los instintos están de alguna manera retrogradados a situaciones perversas, como formas de incesto, por ejemplo.
¿Por qué piensa el incesto desde la perversión y no por la vía edípica?
Si el sujeto representa lo edípico buscando excitarse con una mujer a la que ha chocado, lo edípico está teñido de perversión. Se enamora de esa mujer justamente porque está herida. Entonces, ahí se agrega a lo edípico un componente perverso.
¿Su planteo apunta al sadomasoquismo, en relación a las heridas, el dolor, el goce por el dolor del cuerpo?
El personaje de la novela a la que aludíamos estaba internado en el hospital y gozaba de sus propias heridas. Esto nos sirve de modelo para algunos casos. En cada caso, en cada accidente interviene una regresión sadomasoquista, si no tampoco habría accidente, el sujeto se contendría. En esa regresión sadomasoquista aunque haya un incesto, es un incesto muy primario, muy arcaico y muy perverso. Sin ser eso una cosa fundamental.
No se trataría necesariamente de una perversión como estructura, lo que usted señala es que hay componentes perversos.
Componentes perversos, exactamente. El gusto de chocar, el placer de chocar, el placer de asesinar a alguien, está ligado a eso.
En Teoría psicoanalítica del accidentarse destaca que “no hay accidente sin que haya un funcionamiento psicótico momentáneo en la persona que lo padece o lo produce” ¿A qué se refiere con este planteo?
En el caso de una persona con una crisis de cambio que no tolera, ésta ha realizado una desmentida de su crisis, ese retiro de catexis de su crisis es un acto psicótico, semejante, parecido a la decatexis que tienen los esquizofrénicos, sin ser esquizofrénico. Si el sujeto no desmiente su conflicto, no teme la angustia que le produce el cambio, si el sujeto la carga concientemente y padece el cambio, no se accidenta. El que se accidenta es quien negó el cambio, el que hizo la desmentida interna y externa de la crisis de cambio, con lo cual hizo un desmantelamiento de su mundo interno porque tuvo que quitar la libido a todos los contenidos positivos y negativos del cambio y eso es un acto psicótico, es un funcionamiento psicótico, no es que sea psicótico. Los esquizofrénicos quizás empiezan por hacer una decatexis de sus representaciones, le quitan la carga, luego la fragmentan, después en lugar de fragmentar un auto o un brazo fragmentan un objeto interno: ya son esquizofrénicos. El camino es distinto después, pero el núcleo tiene mucho en común.
También señala que hay un aumento de los accidentes en todas partes del mundo, constituyendose en una verdadera pandemia y que esto delata un malestar de nuestra sociedad. Siguiendo a Freud podríamos decir que el malestar es inherente a la cultura. Más allá del desarrollo tecnológico –el hecho de que ahora haya más autos y que vayan a mayor velocidad, por ejemplo– ¿qué elementos toma en cuenta para señalar que en este tiempo el malestar adquiere esta forma de manifestación de manera preponderante?
Creo que habría que estudiarlo bien, pero pienso que de la misma forma que actualmente hay más pacientes borderline que neuróticos, porque ha disminuido cierto control de la pulsión –que a veces patológicamente ha dado la neurosis– la gente mueve más la agresividad y la sexualidad en forma de acting. Entonces está más predispuesta a expresarse bajo la forma del accidente. Primero porque –como usted dice– tiene la tecnología a su servicio, porque en el año 1600 hubo un solo accidente de un carro que se volcó. Pero de alguna manera la tecnología tendría que venir paralela con la maduración del hombre y no es así. Si el hombre tiene disminuida la capacidad de regular y sublimar sus pulsiones tanto eróticas como agresivas, el auto o cruzar la calle le brindarán una oportunidad mucho mayor de accidentarse, pero ello corresponde a un momento actual donde predomina la acción, predominan las técnicas de acción por encima de la neurosis, digamos tradicional. Hay más capacidad de actuar que de reflexionar.
¿Tiene el mismo estatuto el accidente que padece alguien que se traslada como pasajero en un vehículo –digamos un tren, micro o avión– que el de aquel que va conduciendo ese transporte?
Yo diría que, sobre todo si la persona es el acompañante, ahí sí, porque a veces el acompañante acerca una temática conflictiva y perturba al conductor. O el acompañante mismo está animado de un pulso agresivo intenso y lo expresa según la forma como se dirige al conductor. En los casos grandes, de personas que están a bordo de un avión, es más difícil hablar de eso. De cualquier manera que sea, como elemento de investigación, si una persona está a bordo de un tren, colectivo o avión y tiene un accidente y la persona consulta después, nosotros vamos a asociar ese accidente con su vida, sin llegar al atrevimiento de decir que él tuvo que ver con el accidente. Pero hay fenómenos vitales, incógnitas en la vida muy grandes: por algo ese sujeto estaba en ese ómnibus y se salvó.
Nos comentaba una persona que tuvo un accidente de aviación que había quienes tuvieron la capacidad de tomar al compañero y saltar, y otros que se quedaron quietos, inmóviles y se murieron. Siempre la ecuación personal está. Si el sujeto se salvó podemos estudiar su ecuación personal, cómo hizo con ese accidente y qué significado tiene para su vida. Usted sabe que en el accidente en el que murió Carlos Gardel se salvó un muchacho joven que era su secretario. Este hombre murió hace pocos años, tenía más de 90 años y era un símbolo viviente. Vivía en Barcelona y consiguió un trabajo como secretario de Gardel porque sabía inglés y mientras Gardel estaba en Nueva York, tenía que actuar y no sabía nada de inglés. Entonces lo contrató para que hiciera las veces de intérprete. Se hicieron muy amigos. El joven le enseñó ingles y fueron juntos a Medellín, donde se cayó el avión. Este muchacho cuando se ubicó en el avión, se colocó cerca de la puerta de salida. Le preguntaron por qué y dijo “porque está cerca de los baños”, pero no era así. Él tenía la sensación que podía pasar algo y quería escapar, los otros en cambio facilitaron el accidente. Según leímos en la biografía de Gardel el piloto dijo: “tiene que salir ahora porque se avecina una corriente de viento terrible dentro de unas horas”, y ni Gardel, ni sus compañeros quisieron partir, estaban jugando a los naipes, siguieron jugando y fue ahí donde se embromaron. Este se salvó. Salió herido, tuvo quemaduras importantes pero quedo vivo y contando su historia.
Usted le da un lugar importante a la intuición, que dentro de la psicología y del psicoanálisis sobre todo, es un concepto controvertido, cuando no muchas veces descalificado. ¿En qué se sustenta para sostenerlo?
Primero, en observaciones basadas en el relato de personas. Por ejemplo el de una chica que estaba con un grupo de amigos festejando que el novio se había recibido de bachiller. El novio estaba con un amigo e iban a dar un paseo en auto y ella no quiso subir. Nunca tuvo una intuición explícita, nunca dijo por qué. Pero lo cierto es que ella dijo: “no es que yo dude del que maneja, ni nada, pero no quiero” y se salvó, y uno de los muchachos murió. Hay actos de este tipo donde uno tiene la obligación de pensar como hipótesis que existe una función intuitiva. También, hay conductores de vehículos que dicen que sienten que por la otra esquina viene un auto, esto es una intuición al servicio de no chocar. Después está el sujeto que busca el encuentro para chocar, hay una intuición negativa al servicio del accidente. Por otro lado, yo sigo muchos pensamientos psicoanalíticos modernos, como el de Bion que es un estudioso posterior a Freud que habla de que existe la intuición; no se explica todavía cómo, pero dice que hay personas que tienen una capacidad de percibir algo que no está presente en forma inmediata.
¿Al hablar de intuición desligada de la memoria y el deseo estaría sosteniendo que el inconsciente en su atemporalidad pueda captar cosas que aún no han acontecido?
Sí, exactamente. Eso es psicoanalítico, bioniano, freudiano. Sí, por supuesto. Cuanta más memoria y más deseos concientes usted tiene, más ocupado estará. Entonces está más opacada la percepción y la intuición. Esto mismo dice Bion. Es decir que el ideal es que el analista tiene que trabajar sin memoria ni deseo. No que no tenga deseo, sino que el deseo no esté por encima del paciente. Que la memoria, por ejemplo, no haga que yo ubique al paciente porque es un histérico y porque ayer me dijo esto o aquello. Bion dice que si uno puede tiene que desligarse de eso, abrirse totalmente y dejar que venga el paciente.
La atención flotante…
Claro, es la forma más extrema de atención flotante. Él lo llama el réverie, que es más extremo todavía que la atención flotante.
* El Dr. Julio Granel es autor de Teoría Psicoanalítica del accidentarse, Letra Viva Editorial, 2009.
Fuente: Cueto Emilia (2012), "Julio Grandel: Lecturas psicoanalíticas del accidentarse" - publicado en Imago Agenda n° 157.
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