Los autómatas son aparatos inanimados que sin embargo tienen movimiento, vida propios[1]. Están investidos de un carácter siniestro. Están presentes en forma abundante en los cuentos, leyendas y novelas del romanticismo: Frankenstein, El hombre de la arena, etc. Los escritos de E.T.A. Hoffmann son una muestra clara de ello.
El autómata[2]es un objeto creado por el hombre que se hace dueño de su propio movimiento. Es decir que está dotado de un ánimo propio, de su propia alma, independiente de la nuestra. En los tiempos modernos han incrementado su presencia en la vida cotidiana: desde el reloj a cuerda a la radio, el cine, la televisión, los distintos aparatos de comunicación y las computadoras. Y el sentimiento de vida de estos aparatos se incrementa cuando hay una fuente de energía que los independiza como pueden ser las cuerdas, pilas y baterías. Mientras las máquinas están enchufadas para recibir la corriente eléctrica que les dará fuerza mantienen algo de la mecánica de la palanca: se hace evidente aún que la fuerza proviene del exterior de la máquina. Pero cuando la fuente está introducida en la propia máquina, se nos aparece más y más como un ser que tiene una vida propia lo que está próximo al aparato de influencia de la esquizofrenia cuyo origen y desarrollo describió tan bien Víctor Tausk[3].
Es habitual sorprender a la gente reaccionando ante la rebelión de los ‘aparatos’ como si estos tuvieran una vida propia, luchando por sus caprichos, golpeándoles para que funcionen bien, sintiendo que el aparato tiene algo personal con el que lo está utilizando. Los expertos en manejar las máquinas y aparatos tienen un halo propio del que tiene un arma o un lenguaje que puede influir sobre ese ‘maldito aparato’. Son mediums, sacerdotes que nos comunicarán con esos ‘dioses’.
Todos los aparatos automáticos tienen algo de las funciones del cuerpo humano, las reemplazan, las mejoran, las incrementan. Y llegamos al hecho de que los mismos órganos de los muertos se mantienen vivos como órganos sustitutos de los cuerpos de los supervivientes, lo que llegaría a representar una aproximación a la esencia del autómata: es un muerto vivo en el pleno sentido literal de la palabra. La promoción que se lleva a cabo para que los individuos donen sus órganos luego de su muerte se basa en el hecho de la creencia en la supervivencia después de la muerte, deseo que parece constituir, según el psicoanálisis, una de las fuentes psicológicas de la existencia del doble[4]. El donante del órgano es el doble del receptor y éste vivirá pendiente de - como ocurre en una gran cantidad de creaciones literarias que se ocupan del tema como El estudiante de Praga, estudiado por Otto Rank - que su doble decida el momento en que se cobrará la deuda. El órgano transplantado difícilmente puede ser integrado en el psiquismo del receptor y adquiere esa autonomía que le otorgamos a los autómatas y al destino.
La función de doble de la máquina se extiende en la era industrial hasta transformarse en una nueva clase social (o profesional, como pueden ser la policía y el ejército, la religión) que responde a intereses de una clase en contra de una tercera y que sutilmente, traidoramente, se volverá contra su amo, como buena máquina automática que se precie de tal[5]. El taylorismo es un paso intermedio entre el trabajo humano y el del aparato automático, muestra de lo cual es la película Tiempos Modernos de Charles Chaplin. Porque después de todo requeriría una cierta explicación, al estilo de Arnold Hauser en Historia Social de la Literatura y el Arte,el hecho de que la gran difusión de la literatura de lo siniestro, del doble, de los autómatas haya explotado con la revolución industrial. En las grandes revoluciones sociales llevadas a cabo junto con el desarrollo de la revolución industrial ¿cuanto hay de rebelión contra la injusticia social y cuanto de rebelión contra la máquina siniestra que desaloja y condena al trabajador?.
Pero aunque la automatización pueda acercarse en forma muy ajustada a la función del cuerpo humano (como los brazos ortopédicos que mueven sus dedos por impulsos nerviosos o los aparatos electrónicos para ver de los ciegos) lo siniestro de la automatización pasa por la condición previa de la disociación cuerpo-alma. Es el alma del aparato lo más temido, es su intención, su resentimiento, su capricho, su dolor, su furia vengativa (como en el film ‘2001 Odisea del espacio’). Es el estar animado, el movimiento que tiene y que buscamos en la aplicación a la construcción de los aparatos que requieran menos aportes de energía de parte nuestra, que sean más económicos en gasto energético, es decir, que tengan energía propia. Hasta el encuentro, por ahora utópico, de la máquina con movimiento perpetuo, es decir, que tenga vida propia. Un retorno al primum movens.
La presencia del autómata o del doble convocan a la religiosidad y por eso las religiones han hecho uso desde la antigüedad de <<misterios>> que muestran la vida que encierran los objetos o, de otro modo, el héroe renacido. Es que es una veta donde se puede manifestar el panteísmo, la animación de los objetos por un ser todopoderoso.
Los autómatas del adulto son descendientes de los juguetes infantiles, de los títeres y marionetas[6]: son objetos inanimados a los que se les atribuía vida.
[1]Jean Claude Beaune, Impresiones sobre el automatismo clásico. (S XVI - XIX), en Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Parte Primera, 447.
[2]Rabelais introduce el término en el francés en Gargantúa y Pantagruel.
[3]Victor Tausk, Sobre el origen del ‘aparato de influencia’ en la esquizofrenia, Revista de Psicoanálisis, año II, N°3, 490.
[4]Como en la película ‘Jesús de Montreal’.
[5]La automatización industrial es un nuevo ejército al servicio del propietario que abaratará costos compitiendo con la clase trabajadora la cual perderá su empleo y su capacidad de consumo lo que redundará en un suicidio, según el economista John Gallbraith, de la poderosa clase propietaria.
[6]Roman Paska, Lo inanimado encarnado, 427. Heinrich von Kleist, Sobre el teatro de marionetas, 431. Jean Claude Beaune, Impresiones sobre el automatismo clásico (siglos XVI-XIX), 447. Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Primera parte.
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