En la intimidad de la consulta, en ese encuadre amigo y seguro, podemos encontrarnos con personas que expresan sentimientos al modo de reacciones emocionales intensas, tales como ira enojo y cólera.
En el tratamiento, la ira puede manifestarse como enojos, agresiones, desplantes, gritos inmotivados y berrinche infantil.
Jaques Lacan afirmó que "La ira, la cólera, es una pasión que se expresa con un correlato orgánico ó fisiológico (...) necesita una especie de reacción del sujeto ante una decepción". Con respecto al surgimiento de ira, dirá que "las clavijas no encajan en los agujeros" ¿Cómo interpretamos esta frase?
En reiteradas ocasiones, las cosas no salen como esperamos: esto produce, para muchos pacientes, un desgarro de la trama simbólica del sujeto y emerge la ira como respuesta a ese real.
En un análisis, la ira puede ser el modo que cobre la transferencia en su vertiente hostil. Incluso puede llevar al desgarro del lazo transferencial. ¿De qué se trata la transferencia hostil? Aparece el enojo hacia el tratamiento ó el analista, se rechazan sus interpretaciones y se detienen las asociaciones: no hay falso enlace, desplazamiento, lapsus, actos fallidos. Se cierra el inconsciente y la transferencia opera como obstáculo para el tratamiento terapéutico.
¿Qué estrategias tiene el paciente para maniobrar en estos casos?
Notas de la Conferencia dictada por Carlos Guzzetti, el 12/10/21, titulada "Ira y angustia en transferencia". Forma parte del Ciclo de Conferencias 2021 "La angustia: su presentación en la clínica", de la Institución Fernando Ulloa.
Cualquier paciente consulta cuando fracasan sus recursos defensivos. Aparece la angustia, que es un afecto que es un equivalente de todos los demás afectos, en la medida que ellos proceden o van a parar a la angustia. Es también un límite último que es hasta donde se puede llegar un análisis, "la roca viva de la castración".
Angustia, dolor y duelo son gradientes que aparecen en Inhibición, síntoma y angustia. Dice Freud que el dolor es la reacción ante la pérdida del objeto, que puede ser una persona querida, un ideal o cualquier cosa. La angustia es la reacción frente al peligro de la pérdida del objeto. Lacan a esto le da una vuelta, diciendo que la angustia surge cuando "falta la falta". El falo simbólico es lo que organiza todos los demás elementos y no concurre a la cita. Se pierde ese significante ordenador que muchas veces se reinstaura con el síntoma. La transformación del dolor en angustia es un trabajo de elaboración.
La ira es una de las transformaciones del dolor, en un sentimiento coloreado, que atribuye al otro por el dolor que se sufre.
La ira en la Ilíada
La Ilíada es un poema épico griego atribuido a Homero que narra los eventos de la Guerra de Troya, que tuvo lugar en la Edad del Bronce griega. El poema se centra en un período corto de tiempo durante la guerra, en particular en la ira del héroe griego Aquiles y su venganza contra el rey Agamenón.
La historia comienza con la cólera de Aquiles, quien se enfurece con Agamenón, el líder de los griegos, por haberle quitado a su esclava favorita. Aquiles se niega a luchar en la guerra, lo que provoca una serie de victorias para los troyanos, liderados por el príncipe Héctor. El conflicto entre Agamenón y Aquiles se intensifica cuando Agamenón decide tomar como botín de guerra a la esposa de Aquiles, Briseida, lo que lleva a Aquiles a retirarse de la lucha.
Sin la ayuda de Aquiles, los griegos sufren una serie de derrotas a manos de los troyanos, y muchos de los líderes griegos son asesinados, incluyendo a Patroclo, el amigo más cercano de Aquiles. Impulsado por la venganza, Aquiles regresa a la lucha para enfrentarse a Héctor, el asesino de Patroclo.
La batalla final entre Aquiles y Héctor es uno de los momentos más famosos de la literatura épica. Aquiles mata a Héctor y arrastra su cuerpo por el campo de batalla, lo que causa un gran dolor a la familia y amigos de Héctor. La Iliada termina con la devolución del cuerpo de Héctor a su padre, el rey troyano Príamo, quien se acerca a Aquiles y le suplica que le permita llevarse a su hijo para ser enterrado adecuadamente.
En resumen, la Ilíada cuenta la historia de la Guerra de Troya, con el enfoque principal en la ira de Aquiles y su venganza contra Agamenón y Héctor, y la lucha de los griegos por recuperar a Helena, la esposa de Menelao, de manos de los troyanos.
Dice el primer verso:
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
La cólera fue traducida del griego Menis. El tema es que no se trata de un sentimiento de enojo pasajero, sino un efecto permanente, un sentimiento arraigado y tenaz como la ira. La menis es un exceso, desmedido si se tiene en cuenta la tarea que tenían por delante. Aparece otro exceso, el de Agamenón, que es la hubris (arrogancia). Es la desmesura, lo que lleva al héroe al desastre. Un ejemplo es en el caso de Edipo. Para los griegos, la hubris era muy grave. La contrapartida de la hubris es la moderación, la sabiduría.
La antología de lo pulsional la encontramos en la mitología, de manera que es muy útil introducirla en la clínica. En toda la Ilíada aparece la desmesura y el exceso, tanto en las batallas como en los sacrificios que se hacen a los dioses.
Georges Bataille, el primer marido de la mujer de Lacan, fue un escritor particular. escribió novelas eróticas, casi pornográficas. También escribió un tratado sobre el erotismo.
El exceso
"El concepto de gasto y la parte maldita" es un ensayo filosófico del escritor y pensador francés Georges Bataille. En este ensayo, Bataille examina el concepto de gasto y su relación con la economía, la política y la moral.
Para Bataille, el gasto es una actividad humana fundamental que implica la liberación de la energía y la fuerza vital en un acto de exceso y derroche. Este acto de gasto no es productivo en términos económicos, ya que no se traduce en ningún beneficio tangible o utilidad práctica. En cambio, el gasto tiene una dimensión más profunda y espiritual que se relaciona con la búsqueda del placer y la satisfacción personal.
Bataille argumenta que la economía moderna se basa en la idea de la producción y la acumulación de riqueza, lo que ha llevado a una visión instrumental y utilitaria del mundo. En contraste, el gasto representa una fuerza subversiva que desafía esta lógica económica y que puede tener un efecto liberador y transgresor en la sociedad.
En "La parte maldita", la segunda parte del ensayo, Bataille explora la idea de que el exceso y el derroche son inevitables en cualquier sistema económico y que, en última instancia, son la causa de la creación y el desarrollo de la cultura y la civilización. Bataille argumenta que la parte "maldita" del gasto, es decir, la energía que no se utiliza para la producción y la acumulación, es en realidad la fuerza motriz detrás de la creatividad y el progreso humano.
En resumen, "El concepto de gasto y la parte maldita" es un ensayo que desafía la lógica económica dominante y defiende la importancia del exceso y el derroche en la vida humana y la cultura.
Bataille dice que en principio es el don, algo que se entrega. Es la primera derivación de ese exceso que hay en la humanidad. El don es una entrega que no espera reciprocidad. De las distintas formas del don que hay en la humanidad, muchas están en la Ilíada. La guerra es una forma de disipación de este exceso: se destruyen vidas y bienes materiales. El lujo, la ofrenda de riquezas, etc. También el erotismo es una forma de disipación del exceso.
Si bien Freud no conoció a este autor, es cierto que piensa del mismo modo a la operación psíquica: la expulsión de un exceso libidinal inasimilable. El el texto de La negación, el primer movimiento del psiquismo es la expulsión de algo que es el germen del mundo exterior, algo que sale del propio cuerpo como exceso y se proyecta hacia afuera, lo que construye un mundo que no es yo.
En Melanie Klein, la primera operación psíquica es la expulsión de la pulsión de muerte.
¿De dónde proviene este exceso? De la idea fundamental de que la sexualidad viene desde los mayores. La idea freudiana inicial es que el trauma inicial que da origen a las neurosis proviene de una acción de sus progenitores, la seducción de un adulto. Freud se da cuenta que ese trauma no sucedió, sino que es una fantasía. En Tres ensayos dice que el adulto toma al niño como objeto sexual de pleno derecho. No habla de una acción inmoral como una violación, sino de los cuidados que hacen posible la sexualización del niño. Sin eso, el niño está condenado al marasmo.
Laplanche toma la idea de la seducción generalizada, en donde todos somos sexuados al haber sido seducidos por los cuidadores. Esa vivencia traumática puede tener dos destinos: ser un acontecimiento feliz que transforma y hace progresar al infante o puede tener un destino de catástrofe, como en el caso de los niños maltratados o abusados. Si el sujeto logra significar esa experiencia como nueva y de apertura a su vida emocional, es un acontecimiento.
Podemos usar la metáfora de Primo Levy de "Los hundidos y los salvados": Los salvados van a consultar al analista porque la forma de procesamiento no les funciona (inhibición, síntoma, etc). Y los hundidos no hacen esta primera elección: llegan al hospital, al psiquiatra.
El exceso, que es la eficacia traumática de la seducción del adulto, es procesado mediante la pulsión. La pulsión es el modo de tramitación del exceso del trauma. Es un montaje complejo cuya satisfacción es sustitutiva. La pulsión no se satisface nunca planamente. En la pulsión se manifiesta un exceso que nunca termina de derivarse ni procesarse y eso es lo que empuja (drang).
Dolor
Hay una experiencia inicial del dolor que consiste en una cantidad excitación que ingresa al organismo, que es incapaz de procesarlo en ese momento. Esa cantidad que ingresa perfora la barrera antiestímulo, que es imprescindible para que el aparato psíquico pueda soportarlo. Eso es el dolor, que metapsicológicamente no tiene diferencia entre si es físico o psíquico.
El dolor es el más imperativo de todos los procesos, dice Freud. Como el poeta que no puede producir por el dolor de muelas: se paraliza el trabajo psíquico. Ante esto, se puede apelar a la cancelación tóxica, que evita el trayecto pulsional, ya que el dolor es una pseudopulsión. Allí se va directamente a la fuente para cancelar el estímulo.
Cuando un bebé llora, la madre tiene que decodificar ese llanto. Esa significación es algo que va produciendo la tramitación del dolor y se significa, lo que es un alivio parcial.
Cuando alguien consulta padeciendo el dolor, tratamos de tejer una red significante que permita ubicar algunas cosas y moderando los estímulos. Lo hacemos con la palabra como forma de tramitación. El dolor es un límite a la asociación libre, por ejemplo ante una pérdida, donde el analista no tiene nada que decir. Solamente acompañar.
En el camino que va desde el dolor a la angustia, hay varias estaciones intermedias. Una de ellas es el enojo, la ira, el resentimiento. En esta tramitación, el amparo del Otro es decisivo.
Una de las maneras de descargar el dolor es por la vía refleja, sin mediar el aparato psíquico. El grito es el paradigma de esa descarga automática.
Caso clínico
Después de muchos años de análisis, Rolando (50) llega a cuestiones que permiten articular varios de sus síntomas y trastornos neuróticos. Durante un largo período de su vida, apeló a las drogas para acallar un dolor que venía de su vida infantil.
Rolando se había ocupado siempre de ser un niño ejemplar. Decía que era el niño peronista. Era abanderado en su escuela, se aprendía pasajes de los textos que estudiaba, estudiaba inglés y jugaba al fútbol hábilmente. Todo esto lo hacía para eludir la locura de su madre. Su madre era una mujer lábil emocionalmente, que le daba una paliza ante la más mínima contrariedad. Si llegaba tarde de jugar a la pelota, le decía que se iba a suicidar con una tijera. Ya adulto, vio en la casa familiar la marca en una puerta de un cabezazo de él en el curso de una paliza de su madre.
El dolor fundamental no venía de las marcas en el cuerpo, sino de que la madre era incapaz de reconocer el esfuerzo enorme que él hacía para satisfacer los mandatos de los mayores.
Su padre, un hombre bueno, cuando llegaba a la casa desoía los maltratos que Rolando le contaba acerca de su madre. Desmentía la denuncia que el hijo hacía: "Ya lo sé, pero... aún así...". La eficacia traumática estaba en aquella desmentida del abuso sufrido. Esa falta de reconocimiento se transformó en un enojo desbordante.
El análisis de esa ira, la menis de Rolando, marcó largos tramos del tratamiento, porque ese enojo malograba diversas relaciones amorosas y amistosas. Como resultado de todo ese trabajo, un día tiene una revelación, un insight: que cada vez que decía "enojo", el debía decir "infantil". Al analista se le presenta, contratransferencialmente, la imagen de un niño con el seño fruncido. Rolando había sido tartamudo cuando niño, por lo que todos se burlaban. Era una forma de enojo que él no podía expresar y aquel era el precio que pagaba.
Cuando Rolando repetía las lecciones que se aprendía, no tartamudeaba. Con la tartamudez sucede que si la persona canta, por ejemplo, no tartamudea. La solución que Rolando encontró fue la de entrenar con la pierna zurda y en un verano logra hacerlo. de alguna forma, eso hace que supere la tartamudez, cosa que hoy en día no queda nada.
El tema es que durante años Rolando había estado anclado en la ira, en el enojo y la inhibición. La creatividad estaba muy dañada, solo podía estudiarse de memoria las lecciones. Hoy en día, es un hombre extremadamente inteligente.
La menis, el rencor, la ira, la cólera, puede ir en contra de un análisis. Los analizantes suelen creer que el deseo es posible de ser satisfecho mediante los objetos del mercado, de que hay una cura farmacológica para el dolor. Muchas veces la demanda terapéutica es una palabra milagrosa.
Las transferencias violentas aparecen en el consultorio, porque trabajamos en un campo libidinal de extrema tensión, como es la situación transferencial. Todos experimentamos emociones extremas, tanto en los pacientes como en nosotros mismos. A veces son ocasión de progreso en el trabajo analítico, pero otras veces causan pasajes al acto, acting out, incluso de la ruptura del vínculo transferencial.
La única forma que tenemos de operar con todo esto es con la regla de abstinencia. Es decir, no ofrecer la ocasión de satisfacer en el paciente sus mociones pulsionales y sus demandas amorosas. La abstinencia del paciente es lo que guía al analista para preservar la productividad deseante y para eso se necesita de la abstinencia del analista, que es un rehusamiento del analista a satisfacer la propia libido, ya sea el narcisismo propio del analista. La omnipotencia o el furor curandis. Las tendencias sádicas del analista, pero también las masoquistas de dejarse hacer cualquier cosa. Todo esto por una ética práctica, porque sino no hay análisis posible.
Sandor Ferenzci ponía la atención en los efectos iatrogénicos que podía tener lo que él llamaba la hipocresía del analista. Sándor Ferenczi fue un psicoanalista húngaro que trabajó estrechamente con Sigmund Freud y contribuyó significativamente al desarrollo del psicoanálisis. En sus escritos, Ferenczi abordó la cuestión de la hipocresía del analista, refiriéndose a las tendencias de los analistas a ocultar sus verdaderos sentimientos y emociones detrás de una fachada de neutralidad y objetividad.
Ferenczi argumentó que la hipocresía del analista era una defensa contra las emociones intensas y los impulsos inaceptables que surgían en el contexto de la relación analítica. Según él, los analistas a menudo se sienten atrapados entre el deseo de establecer una relación auténtica y empática con sus pacientes y la necesidad de mantener una distancia profesional y una actitud neutral.
Sin embargo, Ferenczi argumentó que la hipocresía del analista es contraproducente y puede limitar la efectividad del tratamiento psicoanalítico. Él creía que los analistas deben ser honestos acerca de sus sentimientos y emociones, incluso si son difíciles o incómodos, y que esto puede ayudar a establecer una relación más auténtica y profunda con el paciente.
Ferenczi también abogó por la importancia del autoanálisis para los analistas, argumentando que solo al comprender y confrontar sus propias defensas y resistencias podrían ser capaces de ser más auténticos y efectivos en su trabajo con los pacientes. En resumen, Ferenczi reconoció la tendencia de los analistas a ser hipócritas y argumentó que la honestidad y la autenticidad son fundamentales para el éxito del tratamiento psicoanalítico.
Uno no puede dejar de ser empático con el sufrimiento del paciente, aunque no es eso lo que dirige la cura. No obstante, no hay que caer en la indiferencia ni en la indolencia.
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