Existe una íntima conexión entre el discurso y la función lógica, en el sentido propuesto por Frege: allí donde se habilita un lugar vacío, una variable puede inscribirse y así volverse argumento de una función. Este punto es fundamental para pensar una de las preguntas más complejas de Lacan: ¿es posible un discurso que no sea del semblante? Es decir, ¿puede haber un discurso sin palabras?
Bajo esta perspectiva, el discurso deja de ser simplemente una cadena de significantes para transformarse en un artefacto, una estructura donde la letra (y no el significante) cobra centralidad: S1, S2, $, a.
Este artefacto organiza modos específicos de acceso al goce. Sin embargo, ese acceso siempre se da por suplencia, nunca de forma directa. El sujeto está estructuralmente dividido del goce, como lo indica la barra que lo representa: esa división es constitutiva, aunque algo pueda ser capturado como resto, como “mordido”.
Así entendido, el discurso funciona como organizador del goce, y por lo tanto, sostiene una economía política del goce. Es desde esta organización que se vuelve necesaria la existencia del síntoma: un artificio lógico que hace suplencia donde hay imposibilidad, donde “no hay relación sexual”.
Esa imposibilidad, en tanto producida o demostrada desde un discurso, constituye el núcleo de la necesidad lógica. El síntoma, entonces, no cesa de escribirse, porque sostiene una organización del goce que el sujeto habita.
Desde esta perspectiva, el cuerpo hablante se sexúa por discurso: el goce se distribuye corporalmente desde una estructura que ordena, limita y produce modos de encuentro con el otro. Pero, para acceder al cuerpo de un partenaire, algo del orden de un artificio debe intervenir —un síntoma, un modo singular— que haga suplencia allí donde falta la relación.
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