El hablar analítico no es el mismo que el de la conversación cotidiana. Este mismo desenlace parafraseaba Freud en los siguientes términos destinados a dar cuenta de esa experiencia:
"En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de una conversación ordinaria. Mientras que en esta usted procura mantener el hilo de la trama mientras expone, Y rechaza todas las ocurrencias perturbadoras y pensamientos colaterales, a fin de no irse por las ramas, como suele decirse, aquí debe proceder de otro modo."
Esta circunstancia se debe, por un lado, al hecho de que la posición del analista no es la del oyente ordinario, que se presta empáticamente a reconocer a quien habla, al funcionar como semejante al yo. El lugar de interlocutor que le corresponde al analista cuando responde se indica, en primer lugar, a partir de destacar los puntos de fractura del discurso y sancionarlos, direccionar el hablar del paciente a través de su puntuación, para que eso extrañamente comprensible funcione como resto causal de la cadena asociativa. A esto se refería Freud cuando, en otro de sus escritos técnicos, sostenía que el analista debía ser una suerte de espejo:
"El médico no debe ser transparente para el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado."
Esta afirmación en absoluto cuestiona el papel activo del analista, sino que delimita el tipo de respuesta que le concierne. En todo caso, se trata de especificar, una vez más, el modo de hablar que corresponde al análisis, esto es, la disparidad subjetiva que lo fundamenta: el lugar de sujeto le toca al analizante. Para el analista, por su parte, sólo hay dos posiciones a-subjetivas posibles: el significante y el objeto. Por eso Freud puede afirmar lo siguiente:
"Uno creería de todo punto admisible, y hasta adecuado para superar las resistencias subsistentes en el enfermo, que el médico le deje ver sus propios defectos y conflictos anímicos, le posibilite ponerse en un pie de igualdad mediante unas comunicaciones sobre su vida hechas en confianza"
Sin embargo, el efecto de estas comunicaciones suele ser contraproducente, ya que suelen ser escuchadas desde el Otro de la transferencia. No se trata de negar la presencia, de sentimientos en el analista y su uso posible, sino de incardinar su participación en una determinada dirección de la cura. Volveremos sobre esta cuestión en el último capítulo.
De este modo, en segundo lugar, el analista hace cumplir la asociación libre. El hablar analítico no se pone en marcha con un simple: "¿Qué se te ocurre con eso?". La regla fundamental no consiste en decir cualquier cosa (no sistematizar) o en querer decirlo todo (no omitir), sino que la definición positiva de la asociación libre -menos lo que no hay que hacer, que aquello que sí permite reconocer su funcionamiento- apunta a decir eso que preferiría no decirse Por otro lado, en este punto concierne detenerse en una de las afirmaciones freudianas más polémicas de la clínica psicoanalítica:
"...el médico debe ponerse en estado de valorízar para los fines de la interpretación, del discernimiento de lo inconsciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la selección que el enfermo resignó; dicho en una fórmula: debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono."
¿Qué quiere decir esta comunicación de "inconsciente a inconsciente"? Por un lado, además de reafirmar la disparidad subjetiva que implica el análisis, en una crítica de cualquier teoría de la comunicación -ya que el lugar de receptor del analista se corresponde con devolver un mensaje invertido y no un mensaje propio-, el valor de esta indicación está en la metáfora que continúa: se trata de que el analizante se escuche a través del analista (como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono).
En este sentido podría hablarse de un "diálogo" analítico, si se da a la palabra su sentido etimológico: el analista encarna ese lenguaje (logos), a través del cual (dia-), el analizante recupera su propia enunciación. De este modo, la metáfora en cuestión expone el circuito de una banda de Moebius y, por otro lado, permite cancelar cualquier acepción que restituya que se trata de que el inconsciente del analista participe como recurso para la intervención -motivo que llevaría a hacer consistir una especie de "ser" del analista-. Por cierto, de algún modo puede decirse que el analista escucha e interpreta con su fantasma, pero a condición de recordar esa sentencia winnicottiana de que se interpreta sólo para demostrar cuán poco se ha comprendido. Puede entonces ahora introducirse esa otra afirmación freudiana que podría mover al escándalo si no fuese correctamente aprehendida:
"Lo inconsciente del médico se habilita para restablecer, desde los retoños a el comunicados de lo inconsciente, esto inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del enfermo."
En todo caso, ese inconsciente del que se habla no sería tanto del médico, sino que trataría del punto en que en su propio análisis un analista avanzó en el convencimiento de la existencia del inconsciente y, por lo tanto, accedió al manejo del dispositivo desde un punto de vista que no es la mera adquisición de la teoría.
Para concluir este capítulo, nos detendremos brevemente en el modo en que los tipos clínicos [...] -histeria y obsesión- se posicionan frente al cumplimiento de la regla fundamental. Una vez más, una afirmación de Freud se corresponde con el punto de partida:
"Mucho habría para decir sobre las experiencias con la regla fundamental del psicoanálisis. En ocasiones uno se topa con personas que se comportan como si ellas mismas se hubieran impuesto esa regla. Otras pecan contra ella desde el comienzo mismo,"
Podría pensarse aquí, por ejemplo, en las diversas omisiones y recaudos con que el obsesivo se sustrae de la regla analítica, muchas veces con un control exhaustivo de cada una de sus palabras, o bien al calcular la "intromisión" del analista -para decir, ocasionalmente, "sabía que la sesión iba a terminar cuando dijese eso"-. Después de todo, Freud mismo creó un dispositivo que requiere de la histerización como paso preliminar -no otra cosa quiso decir cuando afirmó que la obsesión era una dialecto de la histeria-, esto es, que destaca la relación entre este tipo clínico y el cumplimiento de la asociación libre... si no fuera porque las histéricas suelen quejarse de sus lagunas y olvidos. Dicho de otro modo, el umbral del análisis que la histerización demuestra es la dirección hacia la pregunta por la causa psíquica del padecimiento, la suposición de un saber en la división que implica el síntoma; y si bien la histeria pareciera ser el partenaire privilegiado del analista, lo cierto es que una vez iniciado el tratamiento no resulta tan sencillo que avance en la asunción de sus condiciones de satisfacción. En todo caso, si bien la histérica hace su entrada en análisis con mayor facilidad -dada su fascinación con el saber-, su punto de detención (o, mejor dicho, de "eternización" en el tratamiento) es más inmediato; el obsesivo, en cambio, aunque resiste inicialmente la cesión de su malestar (al que lo puede nombrar como "carácter", al atrincherarse en la desconfianza o la porfía, etc.), una vez iniciado su análisis, suele avanzar con mayor decisión. Para esclarecer esta última afirmación es preciso detenerse en el estudio de la textura íntima de ambos tipos clínicos.
Fuente: Luciano Lutereau, "Histeria y Obsesión. Introducción a la clínica de las neurosis"
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