Continuamos nuestro recorrido por la teorización freudiana sobre la sexualidad infantil. En esta ocasión, abordaremos la zona anal, la fálica y el posterior período de represión de la actividad pulsional.
[La primera parte de esta serie puede leerse en La sexualidad infantil en Freud.]
Freud investiga sobre la meta sexual de la sexualidad infantil y nos habla de las zonas erógenas. Parte del chupeteo, pero avanza para decirnos que otro sector de la piel o de las mucosas puede convertirse en zona erógena.
El niño chupeteador busca sectores de su cuerpo que pueda chupar (como el dedo del pie). Cuando se encuentre con las zonas predestinadas al placer, estas se convertirán en predilectas. Este desplazamiento aparece en los síntomas de la histeria: cualquier sector del cuerpo o de los órganos internos puede tener la propiedad de la erogeneidad.
La meta sexual de la pulsión infantil es la de producir satisfacción por estimulación de la zona erógena. La necesidad de repetir la satisfacción se da, por un lado, por un sentimiento de tensión, de displacer, y por otro lado hay una sensación de estímulo proyectada a la zona erógena. Este estímulo externo consiste, la mayoría de las veces, en la manipulación “análoga al mamar”.
Si el modelo de satisfacción es el mamar, ¿cómo pensar las sustituciones por otras acciones musculares cuando se activan zonas diferentes del desarrollo pulsional del niño?
Etapa anal
Igual que la zona de los labios, la erogenización de la zona anal se apoya en funciones corporales. Este sector del cuerpo tiene un alto valor erógeno.
En la infancia, los trastornos intestinales procuran excitaciones en esta zona, ya sea por constipación o por múltiples evacuaciones. El juego entre expulsión y retención provoca sensaciones que son un fuerte estímulo.
También podemos considerar que, nos dice Freud, el que un lactante se rehúse a vaciar el intestino en el lugar donde se lo indica el adulto sea un signo de futuro nerviosismo (niños díscolos).
El contenido de los intestinos es tratado por el niño como una parte de su propio cuerpo. Representa el primer regalo que hace al adulto y expresa con él su obediencia o su desafío.
El “regalo”, más tarde, el niño lo significará como “hijo” según las teorías sexuales infantiles: un niño nace porque algo se ingiere y es dado a luz por el intestino.
La retención de las heces es una de las raíces de estreñimiento en los neuróticos.
Etapa fálica
En los varones y en las niñas, la etapa fálica se relaciona con la micción (glande y clítoris). Por las secreciones, por los lavados y cuidados higiénicos, son zonas de mucha excitación y de sensaciones placenteras.
Este tiempo también se caracteriza en el niño pequeño por el onanismo, que establece la primacía de esta zona erógena para la actividad sexual posterior.
Tenemos que distinguir tres fases en la masturbación infantil: la primera corresponde al tiempo de lactancia, la segunda se desarrolla hacia el cuarto año y la tercera en la pubertad.
Si el onanismo de lactancia desaparece, puede volver a presentarse la pulsión sexual en esta zona cerca de los cuatro años, hasta que una nueva sofocación la detenga, o bien puede seguir sin interrupción.
Si continúa ininterrumpidamente hasta la pubertad, es problemática, ya que indica una excitación que no pudo ser sofocada o reprimida.
La segunda activación sexual infantil deja huellas inconscientes profundas que determinan su carácter y la sintomatología de la neurosis.
La vida sexual infantil, nos aclara Freud, muestra componentes pulsionales que, a pesar del lugar privilegiado de las zonas erógenas, son la pulsión del placer de ver y de exhibir, y el de la crueldad. Aparecen con independencia de las zonas erógenas, y más tarde entran en relación con la vida sexual.
El niño pequeño tiene curiosidad de ver los genitales de otras personas, quiere exhibir su cuerpo y andar desnudo por la casa. Luego, la vergüenza pone un dique, y los niños se convierten en mirones.
La crueldad es característica del carácter infantil. La posibilidad de detenerse frente al dolor del otro se desarrolla más tarde. Freud lo conecta con la pulsión de apoderamiento: niños que ejercen una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego.
Entre los tres y los cinco años se inicia una actividad que permanece unida a la pulsión de saber o investigar.
La pulsión de saber de los niños recae con intensidad sobre los problemas sexuales y se despierta por ellos.
La pregunta fundamental sobre el origen de los niños y la suposición de que todos los seres humanos poseen un genital como el suyo pulsan e impulsan estos enigmas. Así es como el niño construye las teorías sexuales infantiles.
Esta investigación choca con dos cuestiones que ignora: el papel del semen fecundante y la existencia de la vagina. Los esfuerzos del niño terminan en una renuncia que, nos dice Freud, “no rara vez deja como secuela un deterioro de la pulsión de saber”.
Esta frase nos hace pensar en los casos de aparición de síntomas en niños en este tiempo del proceso, niños pequeños no muy ávidos de aprender o hiperactivos.
La investigación sexual de la primera infancia es solitaria. Es un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece un apartamiento del niño de las personas de su entorno en los que fundaba su confianza.
Período de latencia
Entonces, ubicamos en desarrollo de la sexualidad infantil, luego de las fases oral, anal y fálica —etapas autoeróticas con actividad onanista—, un período de latencia que la detiene desde los cinco, seis o siete años hasta más o menos los doce, cuando comienza la pubertad. Cuando hablamos de detención nos referimos a la represión. Es un tiempo en que el niño entra en la escolaridad y la pulsión de saber posibilita el aprendizaje.
En el próximo artículo veremos el tiempo de abandono de la latencia y el resurgimiento de la sexualidad con la pubertad.
Fuente: Goldín, Liliana (2018) "La sexualidad infantil en Freud (2)", recuperado de Intervenciones y Efectos.
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