Un recorrido por la última parte de “Tres ensayos de teoría sexual” nos da elementos teóricos para ubicar distintos síntomas en jóvenes y adultos con relación a dificultades en los pasajes y cambios de la pubertad.
En “Tres ensayos de teoría sexual”, texto que venimos trabajando desde hace algunas semanas, hemos visto hasta ahora cómo Freud desarrolla su teoría de la sexualidad infantil (La sexualidad infantil en Freud – I) y sobre el período de latencia (La sexualidad infantil en Freud – II).
Hoy abordaremos su conceptualización de la pubertad, para la que presenta la idea de metamorfosis.
Freud nos plantea que la pulsión sexual, que hasta ahora era autoerótica (porque encuentra su satisfacción en el propio cuerpo, en relación a las zonas erógenas), encuentra el objeto sexual.
Luego de la latencia, es decir, el tiempo de la represión, viene una oleada pulsional que abre otro tiempo. Es el tiempo de las elecciones de objeto, hétero u homosexuales, y elecciones de posición en cuanto a la sexuación, ya que en relación a la pulsión no hay femenino y masculino, sino activo y pasivo. No tienen que ver con el género, sino que son posiciones inconscientes que pueden jugarse en distintos momentos.
Este nuevo tiempo nos trae una nueva meta sexual que se alcanza con la cooperación de todas las pulsiones parciales y las zonas erógenas que se subordinan al “primado de la zona genital”. La pulsión sexual se pone al servicio de la función reproductora.
Para que todo este pasaje se produzca con éxito, nos dice Freud, es preciso que se cuente con las disposiciones originarias y todas las particularidades de las pulsiones. Esto quiere decir que el pasaje no se da per se ni en todos los sujetos igual.
A las perturbaciones de este pasaje las que llama “inhibiciones del desarrollo”.
Es característico de esta etapa el crecimiento de los genitales externos y el desarrollo de los genitales internos.
Este aparato debe ponerse en marcha por estímulos externos (por excitación de las zonas erógenas), desde el interior del organismo y desde la vida anímica. Estos tres factores generan un estado de “excitación sexual”. Este estado provoca un sentimiento de tensión y alteraciones en los genitales (erección del miembro masculino y humectación de la vagina en la mujer) que es preparatorio para el acto sexual.
Dijimos, entonces, que durante esta metamorfosis las zonas erógenas se insertan en un nuevo orden, y tienen un papel importante en la introducción de la excitación sexual.
La excitación se conecta por una parte con el placer, y por otra con el aumento de la tensión que termina siendo displacentero. La excitación sexual reclama más placer, es pulsionante.
Freud aquí nos plantea un problema: “¿De qué modo el placer sentido despierta la necesidad de un placer mayor?”.
Las zonas erógenas cumplen un papel muy importante. Mediante su estimulación brindan un cierto monto de placer, y es desde aquí que se inicia un incremento de la tensión para llevar finalmente al acto sexual. El placer último, el de la descarga (el orgasmo), es un placer de satisfacción, y con él se elimina la tensión de la libido.
Freud a esta altura de su teoría va restringir el concepto de libido a las mociones pulsionales sexuales y a su incidencia fundamental en el quimismo de la función sexual.
Este placer final es nuevo y depende de condiciones que sólo se instalan con la pubertad. El placer de las zonas erógenas pertenece a placer preliminar y deriva de la vida sexual infantil.
La activación autoerótica de las zonas erógenas es igual en ambos sexos en la niñez, y la diferencia de los sexos en este punto se establece en la pubertad.
El texto nos aporta una tesis en relación a las manifestaciones autoeróticas y masturbatorias: “La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino”. Hace una distinción entre masculino y femenino, y se refiere a la pulsión activa o pasiva (que, nuevamente, debemos pensar como posiciones).
Junto con el cambio de lo autoerótico a la nueva meta sexual se da el hallazgo de objeto.
Nos dice Freud que el hallazgo de objeto está preparado desde la más temprana infancia.
El hecho de mamar el pecho materno se vuelve modelo para todo vínculo de amor. El hallazgo o encuentro de objeto es un reencuentro. Siempre se trata de restaurar la dicha perdida.
La persona que cuida al niño es para él fuente continua de excitación, a partir de las zonas erógenas, y en especial por el hecho de que la madre dirige al niño sentimientos que brotan de su vida sexual: lo besa, lo acaricia y lo mece. Con sus muestras de ternura, despierta la pulsión sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad. Enseña a su niño a amar.
Sin embargo, un exceso de ternura de parte de los padres, nos dice Freud, resulta dañino porque adelanta su madurez sexual, lo hace incapaz de renunciar a la insaciable demanda de ternura a los padres.
Cuando los padres han acompañado sin exceso al niño hasta su madurez genital se da la posibilidad de la elección de objeto.
La elección de objeto es guiada por indicios infantiles, renovados en la pubertad, cuyos modelos de amor han sido los padres.
Por la barrera del incesto esa elección se orienta hacia otras personas.
“Tres ensayos de teoría sexual” nos permite ubicar en la clínica los impases en el devenir de cada etapa y momento de pasaje.
Un ejemplo clínico: para un sujeto cuyo síntoma es “no poder esperar” en la relación sexual con su partenaire, surge durante las sesiones el recuerdo de la masturbación como práctica permanente desde que era niño. Él dice: “Me hago la Manuela”.
Se pudo trabajar en el análisis que no hubo corte, latencia, que hubo dificultad en ese tiempo de la primacía de lo genital. Entre la masturbación y un nombre femenino, nos permite abrir la pregunta por el impás en la posición viril.
Terminamos así con la lectura de este primer texto de Freud sobre sexualidad que nos brinda lineamientos mantenidos a lo largo de toda su obra. La próxima continuaremos avanzando en su teorización.
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