jueves, 7 de marzo de 2019

Masoquismo y repetición: los mayores obstáculos de la cura.


Fuente: conferencia dictada por Miriam Bercovich, el 11/01/2018, en Institución Fernando Ulloa.

Hoy Freud no es sin Lacan. Nadie puede tener una lectura ingenua de Freud, porque él está profundamente atravesado por la lectura que nosotros hacemos: una lectura con las trazas que hizo Lacan. Para pensar el masoquismo, nos vamos a centrar en 2 textos:
  • Pegan a un niño (1919).
  • El problema económico del masoquismo (1924).
Son 2 textos complejos y ustedes se van a dar cuenta que Freud es más difícil que Lacan. En estos textos, se nota que Freud está fundando. Freud vivió en época donde lo suyo era absolutamente revolucionario. En una charla en la sociedad de filosofía vienesa, le dicen que si va a hablar de temas escabrosas, que haga un intervalo para que las damas tengan tiempo de retirarse del salón. Ahí araba Freud.

Lacan nos devuelve a Freud en La Dirección a la Cura. Él habla de los post-freudianos y de sus desviaciones. Nosotros creemos que los postfreudianos son unos ingleses que se apartaron del camino, pero si uno lee La Dirección a la Cura ubica que se dirige a nosotros. Nosotros tenemos las desviaciones de los postfreudianos: deslizamos a la psicología, a la pedagogía. El problema no es deslizar, sino estar atentos a esos deslices, poder leerlos y ubicarlos.

Lacan simplifica la obra de Freud: es una simplificación como la de las divisiones que hacíamos en la escuela. Hay un placer en eso, en extraer la letra de una maraña. Lacan hace algo de esto y un análisis también. Recibimos un paciente, no entendemos nada, le pasan millones de cosas, nos cuesta orientarnos. Si nos trae sueños, tenemos la presión de decir algo de eso y de alguna manera el análisis empieza a hacer la misma operatoria: simplifica. En esa repetición significante, vamos tachando hasta extraer ese elemento central que gobierna la repetición. 

Por otro lado, en psicoanálisis las cosas son dobles. Por ejemplo, está la repetición que hace que tropecemos con la misma piedra, nos enamoremos del mismo tarado o la misma bruja… Pero también hay repeticiones de estructura. Siempre hay una doble cuestión donde los términos son, por un lado psicopatológicos y por otro lado son estructurantes. El masoquismo es masoquismo primario, erógeno y constitutivo y tiene que ver con esa instancia en que el sujeto está ofrecido al Otro porque es así como viene al mundo. Entonces vamos a ver que de alguna manera padecemos de algo que a su vez nos estructura. Nuestro padecimiento aporta también el elemento estructurante del aparato psíquico, por hablar en términos freudianos.

Para hablar de repetición, nos centraremos en:

  • Recuerdo, repetición y elaboración. (1914), un texto sumamente clínico, precioso. Ahí Freud da indicaciones muy valiosas respecto a la clínica.
  • Más allá del principio del placer. Es un tratado sobre la repetición. Acá Freud se encuentra con esta dimensión de la repetición tan tremenda en la clínica, que es el paciente que repite aquello que tiene que ver con su padecimiento. 
La reacción terapéutica negativa, dice Freud, tiene que ver con la repetición. Es un momento en el cual el paciente no tolera y hay algo en él que se resiste a dar ese salto, a realizar ese acto y retrocede de una manera furibunda y empeora. Son los casos en que vamos a la supervisión porque el paciente empeoró mal.

Yo les decía que hay algo estructural en el masoquismo, en el estar ofrecido al Otro, en la pasividad. Entramos a la estructura tomados por el lenguaje, que está vehiculizado libidinalmente. No se trata del lenguaje de una computadora, porque cuando nosotros hablamos de operaciones, identificación, ingreso a la estructura, son operaciones libidinales. Lacan pone un montón de fórmulas y a veces eso nos hace olvidar que siempre se trata de movimientos libidinales. Entonces, ingresamos a la estructura justamente en ese ingreso a la lengua, que es posibilitado porque hay un Otro que libidinalmente no puede dejar de ofrecer de esa manera el lenguaje. 

Estamos hechos de palabras y de alguna manera la palabra nos habita y no constituye. Por eso el psicoanálisis está hecho de palabras: si la palabra nos constituye para desarmar algunas cosas, entonces, la palabra. La particularidad de lo humano es su exilio respecto a la naturaleza. No tenemos nada que ver con la naturaleza, mal que nos pese. Somos algo así como una violencia contra la naturaleza. El planeta es una prueba de eso. Lo humano no se integra a lo natural, tampoco estamos habitados por el instinto, que es un saber inmediato del objeto. El conejo no vacila en dirigirse a la coneja o en elegir su alimento. El sujeto humano, en ese sentido, es errático. Perdió el instinto y en su lugar está habitado por un deseo, un deseo sujetado a la palabra. Perdió el objeto de satisfacción, con lo cual, el objeto va a ser señuelo, errático, sustituible. Uno puede querer comprar una cosa y termina comprando otra. Ese es el objeto de la pulsión, absolutamente errático. Ahora, esta errancia nos deja sin brújula, por eso la ética. 

Ningún animal necesita la ética para orientarse respecto del lazo al otro. Este exilio del saber natural respecto del objeto nos pone en el camino de la ético. Para el psicoanálisis, es la ética del deseo. No se trata de la ética de hacer lo que a uno se le canta, sino que justamente lo contrario. Un deseo sin ley es goce y un goce sin ley es muerte. Por lo menos, implica mortificar bastante la vida. 

Estamos hechos de palabras y repeticiones. Voy a tomar un caso clínico para tomar el tema de la repetición y la palabra. Yo tenía una paciente que la madre le decía “Vos llegás tarde a todos lados”. Ella llegaba tarde a todos lados en cuanto al horario, pero también “Te ponés a estudiar inglés cuando ya deberías saber inglés”, “Te metés en la universidad cuando deberías estar recibida”, “Empezás a ponerte de novia cuando ya es hora de que tengas un hijo”. Una madre que decía eso y la paciente sentía que era tarde para ella y que efectivamente se iba a quedar fuera de todo. Tiene una historia con un señor y queda embarazada. El señor le dice que no quiere tener un hijo. Ella lo sabía, pero como ella estaba en los límites de la posibilidad de la maternidad, decide avanzar con el embarazo y tiene una niña. Todo estaba bien, la función paterna de esa niña estaba ocupada: tíos, abuelos. La función estaba asegurada. Ella se había ido al interior a tener a su hija y 3 años después vuelven. la niña, fruto de una historia de amor para la mamá era heredera de un pequeño latifundio ligado a la soja, una princesa. Un día la madre de la paciente le dice “No puede ser, le tenés que hacer un juicio de paternidad”. Ella obedece y gana el juicio, de manera que esta niña, que era la princesa y primera nieta de ese clan familiar, a los 4 años la nena cambia el apellido y le preguntaba a la mamá por qué el papá no la quería. El papá depositaba la cuota alimentaria que era extraída de su sueldo por el juzgado, pero no quería saber nada de la niña. 

Ahí pueden ver cómo la palabra determina la subjetividad. De princesa absoluta pasa a ser una pequeña histérica que se pregunta por qué el padre no la quiere. La palabra talla de tal manera que depende de cómo nombramos y constituímos al otro. Por eso el psicoanálisis, en ese sentido, tiene eficacia. A su vez, acá podemos ubicar el orden de la repetición. Esta paciente de alguna manera no podía dejar de estar identificada a las palabras que la madre le decía: vos llegás tarde a todo. Probablemente ese embarazo fue un apresuramiento, porque tenía miedo a llegar tarde a todo, y a su vez queda atrapada en esos decires del Otro, que determinan la tercera generación. Freud decía que el sujeto es al menos 3 generaciones. Por eso, es muy importante indagar la vida de los abuelos. No por una razón biográfica, sino porque las marcas edípicas de los padres alcanzan a los hijos. Las marcas edípicas que tocan a esta paciente alcanzan a su hija. Por eso el análisis también protege a los hijos.

¿Qué repetimos? Hay una frase muy enigmática de Lacan, que dice “repetimos la diferencia”. Freud dice que repetimos cuando no podemos recordar. Recuerdo, repetición y elaboración dice que no podemos recordar porque el monto pulsional en juego es muy alto, entonces la represión lo rechaza. Pero algo rechazado en la consciencia tiene una vida muy activa, entonces aquello no recordado es repetido. Freud nos dice que el paciente no sabe y por no recordar, lo repite en la transferencia. Fíjense que valiosa es la transferencia como un ámbito de la repetición. Freud les decía a los pacientes que no hicieran nada, que fueran a verlo y hablen. Él apuesta a la palabra. Por otro lado, inhibe a los sujetos de hacer. Él tiene un modelo hidráulico, como si uno le cortara todas las salidas al agua y le diera solo un canal, la palabra. 

El sujeto, de alguna manera, empieza a reproducir esa neurosis de transferencia, que no es tal sino pura neurosis, porque se ataca con todo el mundo fuera del análisis y se ataca de la misma manera con el analista. En general, tenemos un problema y muchas variaciones sobre ese mismo problema. Es un rollo y variaciones sobre ese mismo rollo, no es que tenemos miles de problemas. Es cierto que al principio parece que son muchos, pero un análisis, simplifica y va extrayendo cuál es la cifra que repite. Y esa cifra que repite siempre tiene que ver con la trama edípica. El sujeto repite en transferencia y con el analista empieza a sucederle cosas que antes le sucedía con todo el mundo afuera del análisis. Cuando el análisis entra en ese punto, deja de ser el relato de lo que le pasa con Fulanito, para ser la experiencia misma con el analista, de la neurosis que atraviesa el paciente. Por eso el análisis no es una experiencia intelectual, sino una experiencia existencial. A uno le pasa con el analista en ese transferir allí, en ese actuar cuando no recuerda. El analista intentará hacer una lectura de esa repetición. Esta es la repetición de la psicopatología, repetir siempre lo mismo.

La repetición de la diferencia. Se trata de la repetición en términos constitutivos. Entre el placer buscado y el placer encontrado hay una diferencia, porque perdimos el objeto de satisfacción. Esto es porque no tenemos instinto, porque el objeto es parcial, porque es sustituible y porque la satisfacción también es parcial. Entonces, con cada satisfacción lo que ubicamos es la diferencia respecto a lo que hubiera sido esa satisfacción total. Pero también es complejo, porque de hallar una satisfacción total, nos moriríamos de angustia. Estaríamos ante la experiencia de “falta la falta”. El deseo es deseo de nada, de renovar esa nada que me permite ir pasando de objeto en objeto. Incluso el hijo es un objeto parcial, para bien de la madre que puede seguir con su vida y para el bien del hijo, que también pueda seguir con su vida. Hay momentos de la vida que el objeto se erige como total y nos amenaza con una suspensión de la deriva deseante. Esa es la angustia de que falte la falta, la angustia clásica. “Quería casarme, pero el día anterior quería irme”, “Quería recibirme, pero me encerré en el baño y lloré sin saber por qué”. Ese logro, que por supuesto caerá, por momentos amenaza. El deseo es deseo de nada y lo que se repite es la diferencia radical entre la satisfacción total (que es una construcción fantasmática porque como tal no existe) y la satisfacción obtenida que tiene una diferencia respecto a esa supuesta. De ahí la famosa “se repite la diferencia”, que en la dimensión estructural es lo mejor que nos puede pasar. En la dimensión del padecimiento, repetimos en ese lugar donde nos equivocamos, porque no hay algo que terminamos de vaciar allí, de recordar, de tramitar.

La repetición también tiene algunas características en la clínica que son interesantes, porque en esa neurosis de transferencia, el paciente le transfiere al analista sus figuras parentales y reedita algo de su neurosis. 

Casos clínico.
Una paciente mayor de 50 años recuerda al padre y dice que él nunca le enseñó a manejar. Toda la sesión evocando cómo no le enseñó a manejar, pero cómo si le enseñó a sus hermanos varones y a algunos primos. Ella ya estaba grande, le daba miedo, hacía algunos intentos y no le había ido bien. Habitualmente yo a los pacientes les doy la llave para no subir y bajar todo el tiempo y si el paciente de abajo ya está, le pasa la llave. Termina la sesión y yo agarro las llaves de mi auto, que estaban al lado de las llaves de la puerta y se las di. Ella bajó y después volvió para decirme que eran las llaves de mi auto. Es interesante, porque esa repetición tiene que ver con depositar el objeto del lado del analista. Uno podría preguntar, ¿Fue un fallido y yo me angustié con ella y quiero consolarla de alguna manera? A mi me sorprende porque no fue calculado y creo que esas intervenciones tienen que ver con algo que depositado del lado del analista, hace que el analista de repente tenga intervenciones que leídas en otro lugar... Recordemos que el analista es al menos 2, el que está con el paciente y no sabe y es necesario que no sepa. Es necesario su atención flotante, que se olvide de la teoría. Un analista no puede escuchar buscando una histérica o a un neurótico obsesivo. También debe suspender su ideología, sus valores. Incluso, Freud decía que había que suspender el saber acumulado sobre el paciente. Uno tiene un prontuario del paciente y acumula saber. Freud dice que hay que olvidarlo, porque el paciente puede venir hablando desde otro lugar, de la madre, del hijo, del amigo. Si nosotros le tiramos nuestro saber, perdemos el momento único de cada sesión. 

Yo tenía una manta sobre del diván, que era de terciopelo y absolutamente bella que había traído mi abuela de Polonia. Era muy parecida a la que se ve en las postales de Freud, seguramente era de la misma época. Tenía un paciente de unos 25-27 años que venía y apoyaba su zapatilla de pleno sobre el terciopelo. ¡Yo no podía escuchar nada y no sabía cómo decirle que sacara esa pata de ahí como si fuera mi hijo! Por eso y por otros motivos más, fui a supervisarlo y me acuerdo que la analista de ese momento me dice que tenía que incluirlo. Lo que hace un paciente en un análisis es material significante, desde el momento que entra, cómo da la mano, cómo saluda, etc. ¿Qué otra cosa valiosa este paciente podía pisotear sin darse cuenta? En su historia estaba esto de ser pisoteado, ignorado… Un día me las ingenié para incluir esto. Es interesante esta lectura sutil que a veces se nos escapa, porque las palabras tienen tantos sentidos y los pacientes a veces vienen con cosas que parecen tan importantes y Lacan decía “Lo nuestro son las boludeces”. O sea, a veces nos quedamos atrapados en lo que nos cuenta y no es por ahí. A veces es que tiene miedo de arrugarse y por eso no va al diván, o se cuesta en diagonal y nos mira de reojo… Lacan decía que nos ocupamos de las boludeces y me parece muy importante recuperar eso porque el discurso es muy potente y nos sumerge en lo actual y nos tapa las orejas. Rápidamente nos sentimos terapeutas y nos alejamos del psicoanálisis.

Vamos a hablar de “Un niño es pegado”. Esa es la verdadera traducción, que no es lo mismo que decir que pegan a un niño. Es importante la pasividad. Un niño es pegado es un texto que trabaja mucho la cuestión del masoquismo como un elemento estructural. Lo escribe en 1919, está ahí de escribir Más allá del principio del placer, el texto que revoluciona toda la teoría freudiana y pone sobre el tapete la pulsión de muerte como elemento crucial y paradójico. 

En este texto, Freud toma 6 o 7 casos y con esos pocos casos afirma como de estructura esta especie de fantasma inconsciente de un niño es pegado. El fantasma es “soy pegado por mi padre”. El relato tiene un tono confesional. Cuando un paciente dice “Tengo que confesar algo”, ahí hay algo del fantasma en juego, hay algo exquisito, el elemento en que queda entrampado en tanto goce masoquista sometido al Otro, que no existe. El neurótico hace un Otro de cualquier cosa. Si alguien dice que no puede salir por su bebé, ahí tienen un Otro que efectivamente no deja. De cualquier elemento un neurótico construye un Otro que lo priva o que lo somete. Por supuesto que esto es una fantasía, nadie es pegado. Estamos hablando de fantasías inconcientes que toman al padre y que dan satisfacción sexual. ¿Qué es esto? Freud plantea que se trata de deseos incestuosos, aspiración edípica, culpa y castigo. Con lo cual, una regresión a lo anal -me pega-, conservando el tema del amor. “Me pega porque me ama”, la gran trampa masoquista es ese sufrimiento que hace que uno tenga un lugar en el Otro, ese sometimiento que hace que uno tenga un lugar en el Otro.

La primera comunicación es “un niño es pegado”. Esta es una experiencia que para mi es brillante, por cómo Freud pesca esto, que se ve mucho. Cuando hay un accidente y vamos despacito para mirar, un niño es pegado. El destino se la agarró con él, me prefiere a mi. Cuando Lady di choca en el túnel de Paris, o cualquier caída de una estrella, ese derrumbe de ese otro que uno lo supone total, sin barrar y aparece esto. El periodismo sabe de esto, de esta fascinación que tiene este horror con que si le pegan al otro, a mi me prefieren. En el inconsciente hay una regresión de esto y aparece como soy pegado. Hay una regresión con aspiración incestuosa, muy de la trama del inconsciente. 

En los relatos míticos, que a veces lo asociamos a la mentira pero en realidad es una unidad de significación, tenemos un mito en la Biblia (mito occidental judeocristiano), del episodio en donde Dios iba a destruir Sodoma y Gomorra. A Dios le parece que hay un hombre, Lot, que es justo y decide salvarlo y le dice que se vaya con su clan, porque va a destruir a la ciudad y nada va a quedar en pie. Dios le impone una condición: que no mire atrás. La mujer de Lot miró y se convirtió en una columna de sal. El horror fascina y de alguna manera en ese mito aparece la advertencia de que el horror fascina. Y el horror fascina por esta cuestión. Ver la destrucción del otro me hace creer que el destino, Dios -en definitiva, figuras del padre- me prefiere. Freud decía que el destino era la última figura del padre. Cuando alguien reta a su hijo menor, el más grande suspende lo que esté haciendo para pararse en la primera fila para disfrutar. Vivimos mucho bajo Un niño es pegado.

Lacan dice que ese sometimiento al padre tiene que ver con el mínimo de sometimiento a la ley, ese mínimo de masoquismo requerido para ser libres. La ley no es el código civil o penal, sino una experiencia libidinal. Y de alguna manera, algo del golpe del padre es lo que opera del padre en tanto eficaz y en tanto sometimiento a esa ley que prohibe el incesto, prohíbe el goce todo y veda al sujeto de ser objeto de la satisfacción de la madre, al habilitarlo a su camino exogámico. Libera a la madre de reintegrar su producto, tal como dice Freud. Lacan hace una lectura muy estilizada y rescata ese golpe como ese mínimo de masoquismo necesario. Una paciente se le complicaba mucho terminar sus estudios, porque embola en las clases. Se aburre y deja las carreras. Tiene 2 amigos, que viven en diferentes partes del mundo y trabajan desde allí. Una es intérprete y el otro trabaja en sistemas. Ella dice que admira a esa gente tan libre, que puede trabajar y hacer lo que quiere en cualquier lugar. Y ella misma agrega “Claro, tuvieron que someterse a la gramática del francés y a los 5 años de la carrera de sistemas”. O sea, ese sometimiento estructural que opera y que permite a un sujeto el no-todo del goce, esa postergación, esa descarga mediada, esa tolerancia a la frustración, son herederos directos de ese pequeño sometimiento que nos permite después no ser esos rebeldes sin causa que terminan disolviendo su propia existencia por no poder atenerse a ninguna ley. 

Pregunta: Yo pensaba en el tema del aburrimiento, en el no poder libidinizar un objeto, si se podía pensarse por ese lado.

M.D.: Estos casos son recortes al servicio del tema que uno quiere transmitir. A mi me pareció ubicar la imposibilidad de esta paciente de someterse a la ley, que la priva de un goce inmediato, para tener esa libertad. También está la dificultad de libidinizar suficientemente un objeto, como para que comande su deseo. El aburrimiento es un capítulo enorme en la clínica, especialmente en los niños y en los adolescentes. Es la antesala de la angustia, es la antesala de la depresión. Heidegger le dedica un texto al tema del aburrimiento, como una posición existencial. Cuando un paciente dice “me aburro”, es muy importante, porque está recortando algo que de resolverse, le cambia la vida. Tiene que ver con poder ser causado. Está articulado, porque alguien que no tolera esa frustración de goce parcial por hacer una carrera, de alguna manera hay algo de esa relación al Otro, de esa castración, de esa interdicción que complica la salida exogámica y lo deja varado. 

Respecto de la repetición, dijimos que Más allá del principio del placer es un tratado sobre la repetición. De todas las cosas que habla Freud ahí, tomaremos lo que dice de su nieto, con el famoso fort-da. El fort-da no es una experiencia infantil, sino estructural. Es algo que hacemos todo el tiempo. Elaborar la pérdida del otro, perderse del otro, es lo que inaugura ese par significante fort-da. A lo largo de la vida, esto se vuelve a jugar. Se trata del nieto de Freud, Ernst. En una carta a Ferenzci de marzo de 1914, dice: “A noche, alrededor de las 3 de la mañana, nació un pequeño que es mi primer nieto. Admirable, un sentimiento tardío ante las maravillas de la sexualidad”. Freud hasta último momento sostuvo el tema de la sexualidad. Nunca quiso abandonar la idea que el motor era la sexualidad, que la libido es sexual. En el lecho de muerte le dijo a Jones algo de esto. Rechazó y se peleó con su admirado discípulo Jung, quien quería disolver lo sexual. La cuestión era que Ernst era un chiquito muy dócil. La mamá entraba y salía de la casa. La madre era Sophie, hija directa de Freud. Ana le tenía unos celos infernales. Sophie se muere de influenza, de la gripe española que arrasó Europa inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. 

Ernst al año y medio empieza a jugar con un carretel: cuando lo arroja dice “Ohh” y cuando lo recupera dice “Aah”. Freud dice que está diciendo “Fort-da” que en alemán quiere decir “allí, acá”. En algún momento alguien le ata un hilito y Ernst lo tira y lo recoge. Freud dice que disfruta mucho más recogerlo que de arrojarlo y que está tramitando la ausencia de la mamá. Interesante, porque la madre de Ernst murió y su padre se casó con una mujer y se fue a vivir a Sudáfrica. Ernst se quedó en la casa de Freud. Cambió de nombre y pasó a llamarse Ernst Freud y se dedica a vínculo temprano entre mamás y bebés. Trabajó en Londres en servicios de neonatología. Hay una entrevista muy linda de él en el 99. 

En ese juego hay una repetición, en el juego se tramita cuestiones del orden pulsional. Los niños piden que se les cuente el cuento de la misma manera, con las mismas palabras. Hay una suerte de goce en la repetición. Ahora, Freud lee que el niño goza de recuperar el carretel. O sea, que juega con una experiencia displacentera que es la ausencia de la mamá, convirtiendo ese trauma en un juego, y a su vez goza de recuperarlo. Lacan, en el S. XI dice, un poco irónico, se pregunta con qué lógica de jibarización (indios de Perú que tenían el arte de reducir cabezas) el carretel sería la madre. Dice que el carretel es el niño, identificado a ese objeto, que goza de estar fuera del campo del Otro. Hay una existencia fuera de la mirada del Otro, ya sea la madre, los maestros o el público. Esta es una lectura novedosa. Esto es muy clínico, es sujeto liberado del reconocimiento, liberado de la dimensión especular, liberado de ese Otro que levanta o le baja el pulgar. Esa servidumbre imaginaria da un ser potente pero muy frágil, porque el Otro no es potente, no es seguro. Hay algo de la dimensión de la existencia en relación al Otro que puede ser dramática y que en esta lectura que hace Lacan nos ubica que hay una tramitación y hay una identificación a ese objeto, que produce una existencia por fuera del campo del Otro. “Puedes perderme” es igual a “Tengo una vida”. En la adolescencia es fundamental, para irse de viaje, para salir a la noche. Las madres dicen “Le puede pasar algo” y si, le va a pasar algo: toda la sexualidad y la fiesta está ahí afuera, no esta al lado de mama. 

Entonces, Freud lee que el niño goza de recuperar a madre en el juego, porque el carretel es la madre. Deja ir a la madre y arma un juego, lo que es un enorme acto psíquico. Yo tenia un paciente que cuando la madre se iba, dejaba la puerta entreabierta y le decia que ponga el pasador, con la cadenita. El se sentaba en un umbral una hora, dos horas, tres horas… No sabia cuanto se sentaba porque el tiempo no existía y en esos niveles de captura, el tiempo no existe. Recién se paraba cuando la madre regresaba. O sea, no hizo un juego con esa ausencia, ni hizo todo lo que la madre prohibe hacer cuando no está, como comerse todas las galletitas o saltar en la cama. 

Esa es la lectura que hace Freud: el niño hace un juego con el elemento traumático. Lacan hace la lectura de que el niño es el carretel y no la madre. Es el niño identificado al objeto que juega a salirse del campo del Otro, entonces disfruta de arrojarlo y no de recuperarlo. Lacan hace otra lectura, que no es incompatible ni niega la lectura de Freud. Esta es para mí una lectura fundamental, porque tendemos a pensar que uno es mejor que el otro. El primer Freud, el segundo; el primer Lacan, el segundo Lacan, el últimísimo Lacan… No hay un gradiente, sino un recorrido complejo donde no se cancela una instancia con otra.

Hay un disfrute en salirse del espejo, es el momento en que los niños juega “Acá está”, que es un juego que no falla jamás. En ese juego se pierde de vista al otro, que es rebote especular de la propia mismidad y esa alternancia de “acá está” es estoy, no estoy, puedes perderme. Este juego está en la misma lógica que al anterior. 

El problema económico del masoquismo. Es un texto complejo que recomiendo que lean. Tiene algunos elementos muy importantes para la clínica. Freud dice que hay un masoquismo originario, erógeno, propio de la constitución subjetiva. Hay un masoquismo femenino, que está ligado a la condición de castrado, de soportar el coito y de parir. Freud pertenecía a la época victoriana y suponía que todo eso era así. Por supuesto que nada de lo femenino coincide con el género. Lo femenino son posiciones en relación a la estructura y los varones y las mujeres rotamos por las posiciones masculinas y femeninas.

Freud plantea que el más complicado es el masoquismo moral. El masoquismo moral es el famoso superyó, que martiriza al sujeto y que le exige a ser Uno con el ideal, donde de alguna manera, esa maravillosa diferencia entre el ideal -que puede ser inspirador, un búsqueda- y la existencia queda borrada. Cuando el ideal es un mandato la diferencia se vive como insuficiencia acusatoria. Entonces, uno no vale nada, no sirve para nada, uno nunca va a poder y los otros si (porque esto se acompaña con que los otros sí pueden). El masoquismo moral es el imperativo del superyó. Lacan dice que el superyó ordena gozar. Ese gozar es en el sentido de ser uno con el ideal, un goce sin falta, un goce que cancele esa deriva, que hace que la diferencia entre el placer buscado y el encontrado habilite para que al otro día uno tenga ganas de levantarse y encarar la vida y no aplastado porque no existe tal completud o aplastado por creer que la encontró. Son momentos de detención importantes en la cura, que son difíciles de transmitir como tales. Freud dice que es el sentimiento inconsciente de culpa, que es una especie de oxímoron, porque los sentimientos no son inconscientes, sino que se sienten, porque está en el campo de los sentidos. Él dice que es necesidad de castigo. En un punto, hay algo de la subjetividad muy paradojal y complejo que detiene al sujeto. 

Caso clínico.
En una ciudad del sur, un paciente vive con su familia. El padre es muy silencioso, del cual casi no tiene recuerdos. Silencio y cansancio. Avanza el análisis y puede recordar vagamente un tren que insólitamente le compraron en una juguetería, ante la que se detenía sabiendo que su pedido no iba a tener ningún resultado. Es hijo único, la madre lo aloja -diría- como un objeto consuelo, más del lado del goce que el de la significación fálica. Lo retiene y no soporta el más mínimo movimiento. Aparece un recuerdo muy angustiante: a la salida de la escuela, él era un niño grandote y torpe. Se producían escenas de juego, a veces un poco violento, donde él temía ensuciar el delantal escolar. Él no podía participar, y lo que era peor, no podía agarrarse a piñas con nadie. La madre, con la exigencia de que el delantal debía sobrevivir a toda una semana impecable, lo dejaba inmóvil, retenido, sin poder jugar, nada de los títulos en el bolsillo, no contando con ellos porque le pertenencían a la madre. El padre muere cuando él tenía 10 años. A los 13 años, la madre decide que su hijo debe debutar y consigue que una empleada que trabajaba en la casa se ocupara de ello. La experiencia, que es recordada con dolor y angustia, se prolongó durante meses, ya que durante meses la muchacha se metía en su cama. Él sabía que era por orden de la madre. Lo más exogámico se volvía incestuoso. Cuando empiezo a atenderlo, él estaba casado y tenía 2 hijos, de 10 y 12 años. El motivo de consulta era la dificultad de jugar con sus hijos porque en el juego pudiera deslizarse algo indebido, que pudiera tocarlos. Temor a que irrumpiera un goce incestuoso. Y además, una contractura que lo deja muy rígido. Él se separa de su mujer y cuando consulta había hecho un infarto. estaba separado, estaba bien, trabajaba, vivía en su departamento, recibía a sus hijos, estaba muy atado a un socio del que no se podía liberar porque tenía miedo de no poder trabajar solo, aunque sabía que el socio se aprovechaba. Un día, llega a la sesión muy conmocionado. Él tenía una fantasía masturbatoria de la que habla con mucho esfuerzo y que tenía que ver con ser atado a la cama. Interesante que la fantasía masturbatoria de ser atado porta el significante “atado”, esa palabrita que insiste: atado a la madre, atado a la imposibilidad de ensuciarse el guardapolvo, atado en el juego con los chicos, atado al socio, atado al principio a su mujer por la separación (porque tenía miedo a que su mujer se deprimiera). Un día a la noche, luego de divorciado, él había salido y se levantó a una chica, “una loquita” -él dice- quien le siguió el juego y lo ató a la cama. Por supuesto, las fantasías funcionan mientras sean fantasías. La fantasía perversa provee de satisfacción al neurótico, pero cuando esto deja de ser fantasía el neurótico se angustia, con lo cual este paciente no pudo hacer nada con este paciente tan exitoso y pide una sesión extra, recontra angustiado respecto de esto. Este episodio fue muy interesante porque en ese “atado”, fuimos trabajando todos esos atados que él fue repitiendo a lo largo de esos años y de alguna manera. 

Es interesante ver la complejidad del aparato psíquico, porque en el mismo punto donde goza también hay algo que tiene que ver con el goce masoquista. Por eso, todo análisis permite hacer que el sujeto haga ese recorrido, que el atado quede como fantasía o como juego en la cama, para poder desamarrarse y sacarse de encima ese atado tan edípico, tan endogámico, que existía en las distintas escenas de la vida. 

“Atado”, en este caso, termina siendo esa cifra que yo les decía que es ir simplificando hasta extraer esa cuestión medular. Es muy simple lo que gobierna a un sujeto, Lacan decía que recibíamos algo incomprensible y que había que hacer un jardín a la francesa. Cuando viene un paciente viene con una cantidad de cosas y esa decantación hace extraer el elemento que comanda y que nosotros intentamos destituir y devolverlo a la sana insatisfacción, al deseo.

Voy a cerrar con un breve poema de Borges, porque me parece que habla de nosotros, de la subjetividad y del imposible:

Nostalgia del presente:
En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de la fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.

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