Hoy tomaremos el sueño "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?", así como la vez pasada tomamos "Él estaba muerto y no lo sabía". Se trata de lo que se pone en juego entre un padre y un hijo. Este sueño está en el capítulo 7 sobre la psicología de los procesos oníricos en el libro de Los Sueños. Freud lo presenta como un sueño conmovedor. Comienza el capítulo diciendo que es el sueño de una persona que no conoce, que a él se lo cuenta una paciente que lo escuchó en una conferencia sobre sueños. A ella le impresionó de tal manera, que en esa transferencia de un sueño a otro soñó con un punto determinado de ese sueño.
Freud nos cuenta las condiciones previas de este sueño paradigmático: Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar, pero dejó la puerta abierta para poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano, al que se le encargó montar vigilancia, se sentó próximo al cadaver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama; le toma y el brazo y le susurra este reproche: "Padre, entonces, ¿no ves que ardo?". Despierta, observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al ancinado guardián adormecido. La mortaja y un brazo del cadáver querido, quemados por una vela que le había caído encima encendida.
¿Se trata de una casualidad? ¿Es una articulación que tiene lugar en la realidad? Es una articulación que tiene lugar, ¿pero en cuál realidad? La caída del velón, el ruido, no es nada de eso lo que lo despertó. No es la realidad común, sino la realidad psíquica. ¿Hay más realidad que el mensaje del hijo "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?". Esa realidad escondía, tras la representación, a la cual Lacan llamó lo real, ahí donde se revela lo más íntimo de esa relación entre un padre y su hijo. Es una pregunta dirigida a un padre que no es nombre: no es el nombre del padre, sino un padre que quiere algo, a un padre animado por un deseo.
Freud nos indica que el contenido del sueño está sobredeterminado. No hay nada arbitrario y el dicho del niño debió componerse de dischos realmente pronunciados en la vida y enlazados con sucesos importantes para el padre. Hay una pregunta importante que hace Freud: ¿por qué en esas circunstancias no despierta? Nos vuelve a colocar sobre la senda de los sueños como cumplimiento de deseos y nos dice que el niño en el sueño se comporta como si estuviera vivo. Él le avisa al padre y es por eso que el padre prolongó su dormir. Se trata de enlaces asociativos, de sustituciones.
En Psicopatología de la vida cotidiana, en el capítulo Determinismo, creencia en el azar y supersitición, nos dice Freud que el azar no puede rebasar cierta medida. O sea, está dentro de un orden limitado. El azar se da dentro de ciertos números del bolillero. Dentro de ciertos significantes, podríamos pensar.
Lacan, en el seminario de los 4 conceptos del psicoanálisis, toma este sueño. Nos lanza esta pregunta: ¿Creen arbitraria la modificación del contenido latente al manifiesto, o sea, a la versión del sueño en palabras? ¿Qué nos dice del inconsciente? Que no está constituído por lo que la conciencia puede evocar, sino por aquello que por escencia le es negado a la conciencia. Nos dice que a esto Freud llama gedanken, pensamientos. Se trata, entonces, del sujeto que debe advenir. Este es un punto importante, porque abre a un concepto lacaniano, que el inconsciente es a construir. Por eso dice que el sujeto es a advenir. No se trata, como pensaban los postfreudianos, de las capas de la cebolla y que debajo de todo estaba el inconsciente. Se trata de lo que se construye en sesión; que el inconsciente adviene. ¿Cómo se detecta una red de pensamientos, donde circulan significantes? Uno regresa, vuelve, porque se cruza en su camino con que los cruces se repiten y son siempre los mismos.
Volvamos a la pregunta de qué despierta. En el seminario de los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan trabaja este sueño y dice que otra realidad, esa de "Padre, ¿no ves que ardo?" se repite algo fatal con ayuda de la realidad, una realidad en la que el anciano que iba a cuidar el cuerpo sigue durmiendo, aún cuando el padre llega después de haberse despertado. No es solo que en el sueño se afirme que el niño vive aún (hasta ahí es el punto freudiano) sino que el niño muerto toma a su padre por el brazo, visión atroz de signo de más allá, que se hace oir en el sueño. Este "mas allá" que coloca aquí Lacan, nos lleva al concepto de lo real, de lo reprimido primordial.
Cuando todos duermen, tanto quien quiso descansar un poco como quien no pudo mantenerse en vela, también aquel de quien sin duda no faltó un bien intencionado, parece estar dormido, cuando sabemos una cosa y es que en el mundo sumido en el sueño solo una voz se hizo oir: "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?". La frase misma es una antorcha que nos lleva a lo real. El más allá, lo real, lo que les decía recién, la represión primaria. En este sueño nos encontramos con la imagen del hijo, que se acerca al padre. Una mirada de reproche, trayendo no sabemos qué de lo dicho durante el delirio de la fiebre. Entre un padre y un hijo y lo jamás confesado. Lo jamás confesado lo podemos pensar como algo de lo pulsional, como la sexualidad infantil que toma el Edipo y los lugares del padre y el hijo. Los reproches que siente un padre en relación a su hijo.
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