Lic. Nadine Geoffroy
En términos de Lacan, la demanda del paciente, demanda de felicidad, en rigor de verdad no puede ser satisfecha, esto no es posible, puesto que aquella felicidad no existe sino en tanto que falta, ausencia. Frente a esto, el deseo del analista es el deseo del paciente pero advertido de tal imposibilidad, de que “no puede desear lo imposible”[8]. De aquí se deriva indefectiblemente una pregunta: ¿qué satisfacción podría ofrecer el analista, por más que quisiera, si tal objeto que la colma no sólo no lo es, no lo tiene, sino que no existe?
“Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” (1918) forma parte del conjunto de aquellos escritos técnicos freudianos donde el autor formula las reglas y condiciones bajo las cuales, desde su perspectiva, debe ser llevado adelante un análisis. Condiciones éstas que dan cuenta del carácter dinámico de la terapia psicoanalítica en tanto que lejos de tratarse de reglas estancas, a prioris, están sujetas a la dialéctica propia del escenario último donde la tarea se lleva a cabo: el sujeto, en el ejercicio de la práctica misma. Estas reglas técnicas, entonces, están sujetas a revisión, modificación y ampliación toda vez que la tarea así lo requiera.
Por éste camino, y en función de lo que el avance en el ejercicio del análisis con los pacientes arroja, Freud introduce una nueva condición para llevar a cabo la técnica analítica en lo que a la función del analista respecta: “en la medida de lo posible, la cura analítica debe ejecutarse en un estado de privación – de abstinencia”[1].
Hablar de una nueva condición, así como el título del escrito lo indica: “nuevos caminos…”, permite ver que se encuentra ya trazado con anterioridad un camino a través del cual ha de llevarse adelante la cura y que constituye aquello que el autor entiende como un “análisis”. Se trata, en efecto, de hacer consciente lo inconsciente a partir del levantamiento de las resistencias que funcionan como obstáculo a la cura, haciendo uso del fenómeno de la transferencia. “Análisis”, entonces, que el autor homologa al quehacer de un técnico químico, puesto que se trata de desglosar en sus partes constitutivas aquella trama compleja de mociones pulsionales inconscientes se satisfacen en el síntoma de manera sustitutiva. Hasta aquí, la tarea psicoanalítica fundamental. Será lo propio de la constitución psíquica del sujeto lo que mueva a Freud a complejizar la labor del analista hacia aquellos “nuevos caminos” en el desarrollo del tratamiento. Si entendemos que el síntoma no es más que un modo de satisfacción sustitutiva, su desarticulación no concluye la tarea, pues hay allí algo que insiste, que tiende a la repetición[2].
En efecto, las pulsiones así liberadas no se desvanecen sin más sino que, por el contrario, producto del desplazamiento libidinal, investirán nuevas metas y con ello nuevas satisfacciones en reemplazo de las que en el síntoma le fueron vedadas. Estas nuevas satisfacciones, entiende Freud, serán dirigidas a la cura misma, a la figura del analista, vía la transferencia. Como consecuencia, el paciente en transferencia demandará satisfacciones al analista, demandas desviadas, por donde “se escurre la energía necesaria para la empresa de la cura”[3].
En la propuesta del autor, el analista no debe brindar gratificaciones sino que por el contrario ha de promover la cura en un estado de abstinencia. ¿Abstinencia de quién? Del paciente en primer instancia, puesto que se trata de que el analizante no encuentre satisfacciones sustitutivas a sus síntomas en el análisis, pero también del analista, ya que para que ello sea posible deberá conducirse al resguardo de no gratificar las demandas del analizante. Si una esfera de la abstinencia recae indefectiblemente sobre el analista, tal principio adopta la forma de un compromiso: se funda en la privación del analista que se abstiene de corresponder a las exigencias del paciente y así recae sobre éste último, que resulta frustrado en su demanda. Es importante mencionar que en este sentido, hablar de “abstinencia” en el analista supone en rigor de verdad hablar del concepto de “neutralidad”[4] freudiano, por cuanto se trataría de promover una posición neutral frente a las manifestaciones transferenciales del analizante. Sin embargo, entendiendo que tal precepto toma cuerpo en lo que respecta a los propios intereses, valores y deseos del analista, hemos de evitar referirnos a dicha noción, porque no es el eje central del presente trabajo y para que la similitud entre ambos conceptos no se preste a confusión.
El porqué del principio de abstinencia, responde al hecho de que las demandas que el paciente en transferencia plasma en el analista, son subrogaciones de aquella pulsión insatisfecha que otrora dio lugar al síntoma y que ahora liberada encuentra una nueva ruta para la satisfacción. Corresponder tal necesidad no es sino sostener y alimentar la repetición patológica que conlleva el padecimiento psíquico. Denegarla por el contrario es prestar condición para su tramitación hacia la cura.
Ampliando este concepto, es importante destacar que la privación no remite a una posición netamente pasiva, de inactividad por parte del analista. Menos aún de un rechazo expreso. Se trata, entiendo, de alojar aquella demanda más no de responder a ella. Más aún, es desde aquella no correspondencia misma donde la demanda encuentra alojamiento, un alojamiento que la niega y he allí su lugar. En este punto, el analista no es pasivo, indiferente, sino que se encuentra jugando un rol activo, una presencia plena, a través de la abstinencia como acción.
Hasta aquí, hablamos del fenómeno de la abstinencia como la no satisfacción de la demanda subrogada del paciente en el análisis, demanda que no constituye sino un desplazamiento, un cambio de posición. Ahora bien, éste fenómeno comporta a su vez una utilidad mayor y fundamental para llevar adelante el tratamiento. Dice Freud: “hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo”[5], puesto que tal estado de necesidad propicia que la fuerza pulsionante que motoriza la demanda se mantenga a flote y pueda desde allí ser pesquisada por el analista. En este sentido, denegar la satisfacción se torna una herramienta-posibilidad para la emergencia de lo inconsciente. Si bien excede el eje del presente trabajo, a esta altura de la teoría psicoanalítica, Freud puntualiza[6] con rigor que el fenómeno de la transferencia constituye el motor de la cura analítica, en tanto que es aquella repetición en transferencia con el analista la que revela el material sobre el cual habrán de operar.
Ahora bien, así como la abstinencia en el paciente, requisito para la cura psicoanalítica, queda posibilitada por la denegación de la satisfacción desde la función del analista, ésta última está sujeta, a su vez, al deseo del analista en tanto que deseo advertido[7]. En términos de Lacan, la demanda del paciente, demanda de felicidad, en rigor de verdad no puede ser satisfecha, esto no es posible, puesto que aquella felicidad no existe sino en tanto que falta, ausencia. Frente a esto, el deseo del analista es el deseo del paciente pero advertido de tal imposibilidad, de que “no puede desear lo imposible”[8]. De aquí se deriva indefectiblemente una pregunta: ¿qué satisfacción podría ofrecer el analista, por más que quisiera, si tal objeto que la colma no sólo no lo es, no lo tiene, sino que no existe? Lo que intento resaltar es que el analista no sólo no debe satisfacer la demanda como requisito técnico para la cura sino que además, el trasfondo último de dicha demanda, no podría nunca satisfecerlo. Es parte de la misma lógica que sostiene aquella imposibilidad en el deseo. De lo contrario, ¿qué satisfacción podría dar que no sea transitoria? Hay allí algo que falla, algo que escapa, algo que no podrá ser capturado. Aquella abstinencia en el paciente de la que habla Freud, que es condición para la consecución del tratamiento, que debe ser construida activamente en el ejercicio de la función, es la que se refiere a las demandas de satisfacción sustitutiva del paciente, y esa privación es justamente la respuesta a ellas (posición ética si se quiere, puesto que al tratarse de la cara externa de la demanda, el analista podría en este sentido satisfacerla, aunque por defecto solo provisoriamente). Pero la demanda última que tras esa desfiguración se encuentra velada, el objeto que por fin colmaría de facto aquella demanda, ¿podría ser provisto por el analista? La respuesta es no, es forzoso que no pueda, y creo que el fin último del análisis es precisamente el acercamiento por parte del sujeto a tal imposibilidad. En efecto, a lo que se aspira en el tratamiento es a la intelección del sujeto de que aquel todo no es posible, es tolerar la castración estructural. Y aceptar tal imposibilidad no es sino el encuentro del paciente con el propio deseo, pues aquella falta, aquella ausencia según Lacan es el motor que causa el deseo. De esta manera, el deseo del analista y su función en la abstinencia son dos conceptos solidarios entre sí, pues si bien no necesariamente van de la mano ya que eso dependerá de la ética de cada quien en su función, aquel deseo advertido, aquel reconocimiento de lo que por defecto no se puede dar, es el soporte que apuntala y fundamenta la función analista.
Por otra parte, Kovadloff dirá que el sujeto en análisis carga con dos silencios: un silencio de lo “acallado”[9], aquello que silenciado, reprimido, no puede ser dicho, y un “silencio primordial”[10], que remite a aquella palabra que desde siempre se escapa, que falta por estructura. Si entendemos que la función del analista en la abstinencia es posición ética y realidad “obligada” puesto que el objeto que colma la demanda última no existe, puede decirse que tal función figuraría, asimismo, aquel silencio primordial. Silencio que, en efecto, no puede ser capturado sino “como semblante”[11], insinuándose desde una apariencia, en este caso: desde aquella no correspondencia. Si la demanda que el paciente plasma en el analista es el correlato encubierto de la búsqueda de aquél objeto de la satisfacción, la frustración del analista en términos de aquel silencio primordial, no hace sino confrontar al sujeto con dicho vacío como falta estructural. El analista tampoco puede brindar tal satisfacción, pues en verdad nadie puede colmar aquella falta. De esta manera, aquel silencio que por medio de la denegación de la satisfacción encarna el analista “…es, pues, el de una ausencia originaria: la que impide al hombre sentirse totalizado”[12]. Hacia el encuentro con este silencio en el propio ser del sujeto, sostiene Kovadloff, es hacia donde se dirige la cura. Cuando esto ocurre, ilustrando a Lacan, el analista ha actuado acorde a su deseo, un deseo advertido.
En relación a lo expuesto anteriormente, retomo la pregunta de Korman: “¿Y el inconsciente del analista?”[13]. El deseo del analista propuesto por Lacan no se refiere a su deseo inconsciente, claro está, sino a un deseo que tiene que ver con su función como tal, pero esta función no puede llevarse a cabo aisladamente, escindiendo por completo su figura como analista de su figura como sujeto. En efecto, “No hay ningún deseo que pueda ser puesto en juego de manera pura y purificada… esto es válido para todo el mundo y ningún analista escapa a estas generales de la ley”[14]. Siendo así, la posición de la abstinencia como herramienta metodológica en el análisis es un hecho innegable, su necesariedad bajo ningún punto es puesta en cuestión. Pero, asimismo, tampoco puede desconocerse que el espacio analítico es un espacio compartido y que por tanto la subjetividad del analista también estará en juego. Si bien entiendo que la subjetividad en este sentido estaría primeramente asociada al precepto freudiano de “neutralidad”[15] antes que al de abstinencia, puesto que tiene que ver con lo propio del sujeto que es el analista, creo que el primero está en juego de manera implícita, como condición de posibilidad para el segundo.
De acuerdo con Korman, entiendo que un borramiento extremo, absoluto, es un ideal inalcanzable, una utopía, pues siempre habrá en juego una dimensión inconsciente operando allí. Una pequeña fracción que escapa a la voluntad del analista por más rigurosidad metodología que se aplique. Como lo plantea Piera Aulagnier, no es posible tal “robotización”[16] de la función.
No se trata de haber caído en un callejón sin salida, ya que tales incidencias son inevitables y forman parte de la realidad de la situación analítica. La cuestión es, según Korman, que tales condiciones no se cristalicen en la práctica, que no queden sesgada tras un ideal de objetividad continuamente sostenido que en última instancia no es posible. Es necesario no perder de vista tal implicación de la subjetividad del analista dentro del dispositivo, reconocerlo explícitamente y actuar en función de ello. Sólo a través de éste reconocimiento podrá alcanzarse, con la mayor proximidad posible, la función del analista en su sentido más puro.
[1] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág. 158
[2] Freud, S. (1914). Recordar, repetir, reelaborar. Obras completas. T. XII, Amorrortu Editores.
[3] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.159.
[4] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.160.
[5] Freud, S. (1915 [1914]). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Obras completas, T. XII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, pág.168.
[6] Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas, T. XII, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
[7] Lacan, J.: “La demanda de felicidad y la promesa analítica”. S. VII “La Ética del psicoanálisis”. Paidós. Buenos Aires. Pág. 358.
[8] Ibid. Pág. 358.
[9] Kovadloff, S. (1993). “El silencio en la cura”, en “El silencio Primordial”. Emecé. Bs. As. Pág. 37
[10] Ibid. Pág. 37
[11] Ibid. Pág. 37
[12] Ibid. Pág. 42
[13] Korman, V. (1996). Transferencia, cura psicoanalítica e inconsciente. Transferencias cruzadas. En “El oficio de analista”. Editorial Paidós, Buenos Aires. Pág. 103.
[14] Ibid. Pág. 105
[15] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.160.
[16] Aulagnier, P. (1986). Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura. El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Buenos Aires, Amorrortu Editores, pág. 178.
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