martes, 17 de septiembre de 2019

Impulsos desenfrenados en la infancia: Estallidos de la pulsión.

El tema de la pulsión es muy importante para el psicoanálisis. Hoy vamos a hablar de los desenfrenos pulsionales en la infancia y para llegar al tema plantearemos ciertas coordenadas en relación a la pulsión.

En el escrito de Freud Pulsiones y sus destinos de 1915 deja en claro que los seres humanos no tenemos instinto, sino pulsión. En ese texto, Freud dice que la pulsión es un concepto difícil de definir, pero que lo llevará adelante poco a poco. Hay una definición que él da de pulsión, que es un concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático. Parece que bordea lo psíquico y también lo somático. Lacan también dice en el seminario XXIII que la pulsión es el eco en el cuerpo de un decir. Ambas pronunciaciones, la de Freud y la de Lacan, refieren al cuerpo y a lo psíquico. Partiendo de esas 2 definiciones, ¿qué entendemos por que la pulsión sea un concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático o que sea el eco en el cuerpo de un decir?

No nacemos con pulsión. Si es el eco del decir en el cuerpo, ese decir tiene que venir de otro lado: el Otro. Freud lo nombra, en Proyecto de una psicología para neurólogos, como el auxilio ajeno. Freud dice que el cachorro humano no puede autoabastecerse, tampoco pedir lo que necesita. Es el otro es quien le va a acercar el alimento, el cuidado y algo secundario, pero de importancia primaria: la función del entendimiento. Esto significa que el Otro, que hace de función materna, codifica el grito del niño. La madre dice “Tiene hambre, frío, le duele el estómago…”. Ella va a decir e ir significando lo que le pase al niño. Con la demanda de la madre, va a ir introduciéndolo en el recorrido de la pulsión. La pulsión, entonces, no es innata, sino que surge a partir de la demanda del Otro. El Otro le demanda cosas al niño, incluso antes de su nacimiento, los padres piensan cómo va a ser, qué le va a otorgar, que le va a cantar, etc.

La función materna es anticipadora, anticipa que hay un sujeto donde todavía no lo hay. Es algo del orden del deseo. Depende de cómo ese Otro se acerque al infans y lo vaya libidinizando , según Freud; le vaya recortando las zonas pulsionales, según Lacan. El Otro lo va a mirar y va a despertar la pulsión escópica. El Otro lo va a sostener, le va a hablar. Esas pulsiones, que van a brotar en los bordes del cuerpo, estarán dadas por el acercamiento que el Otro le hace al infans, por la demanda que el Otro le hace al infans. ¿Pero cómo es esa demanda? ¿Es una demanda a la forma del fort- da (que aparece y desaparece), una demanda que aloja un deseo? ¿O es una demanda imperativa, incesante?

Es importante que en esta demanda, que ocurre en el primer año de vida, esas pulsiones estén intrincadas. Freud habla de pulsiones ligadas. Las pulsiones se enlazan unas con otras y eso las acota. Freud habló en su primer teoría pulsional de las pulsiones sexuales y las de autoconservación. Sobre las pulsiones de autoconservación, se suman las pulsiones sexuales. Entonces, no solo se trata del alimento, sino del placer de la succión. Hay una erotización que la madre hace sobre el infans cuando le da el pecho o la mamadera.

En la segunda teoría pulsional, de Más allá del principio de placer, el habla de la pulsión de vida y la pulsión de muerte. La pulsión de vida está ligada y una pulsión intrincada le pone tope a la otra. Por ejemplo, una mirada fija. Por ejemplo: Un padre mira fijamente a su hijo mientras juega. Para los niños, el juego es algo serio, un acto privado. El chico se iba a otra habitación a jugar y como el padre lo miraba, el niño le hizo un gesto como que le iba a pegar una trompada. El padre me pregunta por qué.La mirada muy persistente, muy fija, es invasiva. Esto el padre no lo sabía y el niño defendía su teatro privado con una señal hacia el padre para que él no se metiera. Cuando la pulsión va sola y no está intrincada, entra en el cuerpo, de alguna manera. Ejemplo con la voz: la madre de un niño al que ella le hablaba mucho. Él se tapaba los oídos. La mirada, la voz, son haces pulsionales, que si no están enlazados, intrusan.

Cuando el Otro se dirige al sujeto, lo que hace es recortar un mapa pulsional sin darse cuenta. El organismo es tocado por la palabra del Otro se transforma en cuerpo, un cuerpo erogenizado. Un psicoanalista no desconoce a la biología, pero cuando hablamos de cuerpo lo pensamos en sus vertientes real, simbólico e imaginario. Un cuerpo psíquico. De esto da cuenta la gente que se ve gorda y es extremadamente delgada. Se constituye en gran medida por la mirada y la voz del Otro, que es quien acunó al sujeto.

Cuando recibimos a alguien en el consultorio -niños, o adultos- que está muy exaltado, que no puede parar, tenemos que pensar qué habrá pasado en la constitución de su cuerpo y su psiquismo. ¿Qué habrá pasado con sus Otros? El psicoanálisis piensa en la causa, no interviene sobre su conducta como otras corrientes psicoterapéuticas. Sabemos que tocando la causa es que se producen los movimientos.

Caso clínico.
Hace unos años recibí a una pareja de padres muy preocupada por su hijo de 6 años. El niño estaba en primer grado y ya había sido expulsado en el jardín de infantes y ahora en la escuela primaria. Los padres planteaban cambiarlo de colegio antes de que se produjera la expulsión. Yo les dije que esperen, ya que no los conocía a ellos ni al niño. esa es una indicación freudiana, que cuando uno empieza un tratamiento no se haga ningún movimiento. Frente a esos padres, recordé una indicación que había leído en Freud en el caso de la Joven Homosexual. Él dice, en el tratamiento con adolescentes, que escuchemos qué lugar tiene ese sujeto para la madre y qué lugar tiene para el padre. Hay que escuchar las 2 versiones y luego escuchar la demanda del sujeto que se atiende. Si bien Freud no habla de sujeto, es un pliegue de la lectura que podemos hacer con Lacan. En este caso, tuve muy presente esta indicación y pregunté qué podían decir de su hijo: eran 2 versiones muy diferentes.

En este caso, lo particular del padre era una crítica constante hacia el chico: que no se quedaba quieto, que no era atento, que era agresivo. Yo armé una pregunta: ¿Qué podía decir de bueno de su hijo? Todo lo que decían eran marcas, estamos hablando del cuerpo psíquico, del eco en el cuerpo de un decir. El chico, pulsionalmente, era muy desbordado. Cuando le pregunto a la madre, ella llora muchísimo y dice que le contó al chico el duelo que tuvo con su padre. Ha hecho una descarga de su dolor en el niño, que es muy pesada. Los psicoanalistas llamamos a esto goce, no porque esta madre fuera perversa, sino por usarlo como oreja de su malestar y su dolor, cosa que es bastante común. ¿Qué hace este chico con ese dolor? Lo excede, hay un quantum que para el aparato es intramitable. Estamos hablando de pulsión y de energía. Después de esa entrevista me fui con un panorama de qué le habían dejado esos padres como marca al niño y cómo podría trabajarlo yo con ellos. Cuando recibo niños, también vienen los padres y los cito cuando lo considero necesario.

Freud hablaba de ejercer una influencia psíquica sobre los padres, es decir, tratamos al niño y no a ellos, pero poder darle a cada uno una suerte de paquetito con algo para que piensen. Por ejemplo, la intervención de pedirle al padre que dijera algo bueno de su hijo. Es algo que corta un goce tanático. Y poder decirle a la madre que tal vez era mucho para el chico escuchar tanto dolor, dolor de la madre.

En las intervenciones, uno tiene que tratar de apuntar al sujeto sin ofender al yo. Es el bien decir, el saber hacer, ¿cómo decir algo que toque al sujeto y cuidar de no ofender al yo? Con respeto y con cuidado se puede hacer. La mejor manera, me parece, es analizarse. Porque si uno se analiza, recorta goce sobre uno y puede hacerlo después. En este caso, hay algo del desenfreno pulsional en la infancia. Les pedí a los padres que lo esperaran, que no tomaran ninguna decisión hasta no abrir los paquetitos que les dejé. Paquetes a abrir separadamente, pues ellos estaban separados y no tenían muchas ganas de volver a verse.

Este niño entró solo en el consultorio y cuando subimos al ascensor, tocó todos los pisos. Para ser la primera entrevista, esto es desenfrenado. Había algo del orden de la pulsión que no estaba anudado. Y si no está ligado, podemos hablar de la predominancia de la pulsión de muerte. Se hacía echar de los colegios, cosa que es raro en el jardín de infantes porque suelen ser más pacientes. La presentación de desenfreno pulsional en la infancia era muy contundente. Entramos en el consultorio y empezó a sacar varios objetos de un armario, lo cual es también un dato. Los chicos que están más ubicados en el terreno del deseo, con la pulsión más ligada, generalmente miran y eligen. Tienen otro tempo. Este niño sacaba una cosa, otra. Se imaginarán que el diagnóstico de ADD estaba dando vueltas en el colegio. Se le había propuesto a los padres que lo medicaran. Las 3 primeras sesiones fue con este comportamiento, mientras yo lo conocía sin saber muy bien cómo ubicarme.

¿Cómo intervenir? Creo que mi primera intervención fue alojarlo, escuchar la pulsión. Él hizo algo que me llamó mucho la atención: tomó un bebote y maltratarlo mucho. Lo golpeaba contra la pared, contra el piso, lo pisaba. En un momento lo escupió. Transferencialmente, yo creo que me provocaba, buscaba algo. Este chico, se hace echar y maltratar por los compañeros, que nunca lo invitaban y cuando él invitaba, nadie quería ir. Hay una actividad del sujeto. Hay una satisfacción y una actividad ahí, ¿cómo se da a ver y cómo se muestra este chico? Entonces, a la cuarta sesión él venía a maltratar al bebé y en un momento él dice “Esperá acá”. Él era de un trato muy imperativo, daba órdenes y yo pensaba que detrás de ese autoritarismo había mucha fragilidad. Alguien que se para así, con esa agresión y violencia, es una pantalla. Él se va al baño con el bebé, tarda ahí. Yo me preguntaba qué estaría haciendo y con qué me iba a encontrar. Me imaginé que iba a ser algo pesado, no del orden del juego. Para jugar hay que ceder ciertos goces con el otro. Hay algo de la inhibición de la pulsión que no estaba ahí: no daba un tour, como sabemos. El niño abre la puerta del baño y me dice “vení”. Lo veo al costado del inodoro. El bebé estaba en el inodoro y arriba había caca.

A ese bebé él le había puesto nombre: Pepo. ¿Cómo intervenir ahí? Se me ocurrió decirle “Pepo se está aguantando las cagadas del padre”, por todo lo que había escuchado del padre. Funcionó: inmediatamente, él me dice “Vos sos la madre y yo soy el padre de Pepo”. Empieza ahí un juego que dura muchos meses, 8 o 9. Su pulsión empieza a ligarse al significante y deja de ser tan desenfrenada, para suponer un juego. La pulsión pudo enlazarse a esos significantes, que no lo retaron. Yo pensaba que esto fue un acting out, pero me acordaba que Lacan indicó que el acting out no debía reprimirse ni interpretarlo, sino hilvanarlo al significante. No se le puede decir “Vos cagás al bebé como tu padre te caga a vos” o retarlo para que no lo haga.

Me pongo a jugar y a bañar al bebé, hablando como si fuera la madre. “Querido, traeme la toalla” y él la traía como si fuera el padre. El lugar del analista en la clínica con niños no lo pone el mismo analista, sino es lo que va pidiendo el niño. Hice el papel de la madre mucho tiempo y le hablaba como si fuera mi marido. Él empieza a armar a un padre más amoroso, mandando al bebé a jugar al fútbol, por ejemplo. Para recordar dónde quedábamos, él me pide anotar. Usábamos sábanas para jugar a que nos íbamos a dormir, porque él necesitaba envolturas. Tenía toda la desazón de la madre encima, que fue cediendo al trabajar con ella. Su padre había sido maltratado por su propio padre, lo que podríamos pensar en términos de repetición de lo no elaborado. Intervenía señalándole las cosas positivas que hacía su hijo, los elementos del juego que tenían que ver con la profesión del padre.

Al comienzo, a lo largo de la hoja el niño dibujaba un culo y después caca. Había mucho sadismo, porque cuando me daba los dibujos se reía. Estaba el objeto pulsional preponderante de lo que él era, un objeto de desecho y lo mostraba todo el tiempo con acting out que son mostraciones. Si uno puede tomar algo de ese acting e hilvanarlo, cosa que no va a pasar en un colegio, él pudo pasar a dibujar objetos agalmáticos que iban a ser comprados por otros (dibujaba comida). Las pulsiones se intrincan: lo oral con lo anal, lo escópico de cómo se veía.

Los desbordes y los desenfrenos pulsionales en la infancia piden tratamiento y el tratamiento es ir a buscar el lugar que ese chico ha tomado para los otros y trabajar desde ese lugar. Este chico del caso tenía un lugar de mierda. La madre lo usaba, sin saberlo, como paño de lágrimas. Y el padre le espetaba todas las malas palabras que le habían dicho sobre él. Su cuerpo psíquico se había recortado en basea todas esas palabras. La apuesta del analista, ahí donde hay una fijación del objeto anal que él era, es destrabarla para que la pulsión circule, se intrinque y aparezca algo del orden del deseo. Él empieza a querer peinarse para venir a la sesión; en la pubertad, empieza a mirarse y a mirar chicas, y a abandonar ese lugar donde estaba enquistado.

En estos desenfrenos pulsionales, me parece que hay un llamado al Otro. Si el Otro puede escuchar y apostar a hacerle lugar al sujeto para que pase a ser sujeto de deseo y no objeto, me parece que es un lindo desafío edificante. Esperamos que un análisis tenga efectos. Yo creo que el análisis produce un movimiento libidinal con el tiempo. Los efectos se van viendo, no hay que esperar al final de análisis. Finalmente, el niño no se cambió de colegio. Se fue dando este movimiento y se rectificó la pulsión. El teléfono empezó a sonar en la casa y era para él.

Fuente: Apuntes de la conferencia dictada por Silvia Tomas, el 13 de agosto de 2019

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