Por José Treszezamsky.
Desde los orígenes del psicoanálisis sabemos que el superyó está presente en la génesis de los síntomas neuróticos. Ya se insinuaba como voluntad contraria en el “Caso de Sugestión Hipnótica” (1892-3) .
El superyó, se fue convirtiendo en un concepto básico:
• interviene en el hipótesis del conflicto psíquico,
• es condición de las defensas y de lo inconsciente reprimido,
• es el destino final del narcisismo,
• es producto del trauma al final del complejo de Edipo y por lo tanto representante de la sexualidad infantil,
• tiene su forma particular de acuerdo a los puntos de regresión,
• es lo que hay que hacer fundamentalmente consciente en la escena transferencial,
• es la principal resistencia al progreso del proceso psicoanalítico.
Se suele caer en el error de considerar al superyó como protector recurriendo fundamentalmente a dos referencias de Freud: una en El yo y el Ello y otra en el artículo sobre el humor.
En El yo y el ello está claro que la condición para que el yo atribuya su supervivencia al superyó es haber retirado la libido de sí mismo. Es decir, sólo el yo en posición melancólica puede, debido a la regresión a la época de la extrema indefensión e inermidad, atribuirle al superyó la función protectora y salvadora que al comienzo recayó sobre los padres. Si no entendemos así lo que ocurre entre ambas estructuras psíquicas, caería totalmente la construcción particular que se ha hecho para entender el yo normal a partir de la melancolía. Aclaro, no es el superyó el bondadoso sino que el yo le atribuye dicha bondad porque considera su supervivencia una misericordia de la instancia crítica.
Dentro de la nueva teoría instintiva, ubica con preferencia al instinto de muerte en el superyó, como su caldo de cultivo, el sector donde impera irrestricto. Se suele decir que eso ocurre sólo en la melancolía, pero no hay ningún lugar donde se señale que algo de libido es colocada en el superyó, y, repetimos, es justamente esa patología el modelo de la relación del superyó con el yo aún en la normalidad. La relación del yo con el superyó es por medio de los sentimientos de culpa, los sentimientos de inferioridad (en última instancia, moral) y por medio de la angustia (la angustia como un castigo del superyó). Todo el accionar del superyó apunta a la separación, a la destrucción, a la desvitalización, expresados clínicamente como compulsión a la renuncia (por prohibiciones) y a sufrimientos (como castigos).
En El Humor, (1927) nos encontramos con varias dificultades en los intentos de poder entender distintas situaciones a la luz de la llamada segunda tópica. Menciona la situación en que yo y superyó confluyen tanto que son indistinguibles: está claro, estamos en el campo de la manía. Continúa recordando la diferencia entre amor y enamoramiento, en el cual el yo se empobrece a costas del ideal del yo. Recuerda la alternancia entre melancolía y manía; considera a esta una emancipación del yo de la gran presión del superyó. Y estas elucidaciones son el preámbulo para relacionar al superyó con el humor, cuyo modelo patológico toma de la manía. Así el superyó del humor sigue rechazando la realidad y manteniendo una ilusión, un engaño. Sin embargo el yo en estado humorístico desprecia la severidad del superyó. Salvando las distancias, se observa en situaciones sociales de gobiernos autoritarios, el humor es un arma principal contra la opresión: sirve para bajarla del pedestal. Freud sigue en esa época tratando de ubicar sus objetos de estudio en la nueva teoría de la estructura del psiquismo y por eso confiesa llanamente que “todavía tenemos que aprender muchísimo acerca de la esencia del superyó”. Es que acaba de entender que el superyó habla de manera cariñosa y consoladora al yo amedrentado, pero pienso que no es eso lo que observa cuando saca sus enseñanzas de la patología, porque, recordemos: ""Sólo nos aventuramos a formular un juicio sobre lo normal cuando lo colegimos en los aislamientos y deformaciones de lo patológico" y teniendo en cuenta esto formuló la idea de que en la manía el yo ha sido devorado por el superyó, se borraron los límites, en todo caso el yo comparte con el superyó la idealización, y la supuesta grandeza del yo consistió en haberse sometido totalmente a sus mandatos. En el humor el yo que le quita peso al superyó, se burla de él y de sus castigos y sus prohibiciones.
El artículo termina diciendo que si en el humor el superyó consuela al yo y lo pone a salvo del sufrimiento es porque coincide con su origen en la instancia parental. Esto debió dar lugar a malentendidos ya que Freud se vio precisado a aclarar que el superyó sólo ha tomado de los padres los aspectos prohibitivos y castigadores, no los protectores. Por otro lado, en dicho artículo se reconoce que no todos los hombres son capaces de humor, ¿y quienes son incapaces? La respuesta se nos hace evidente: aquellos que tienen un superyó especialmente severo. ¿Debemos llegar, por lo tanto, a la conclusión de que existen superyós severos así como bondadosos? ¿No sería eso desprendernos de la melancolía como prototipo del alma humana, de la relación del yo con el superyó en las personas normales? ¿Deberíamos finalmente concluir que un superyó menos severo es un superyó bondadoso?
Antes y luego de estos trabajos no aparece ninguna mención de Freud al tema, y más aún, en toda su obra publicada limita sus funciones sólo a prohibir y castigar. En un trabajo anterior señalé que en Moisés y la religión monoteísta y El Presidente Wilson Freud siguió la línea que Garma había marcado en 1931 acerca del superyó en las psicosis, quién por otro lado, no hace más que seguir una línea a su vez freudiana desde la temprana época en que introdujo el “avasallamiento del yo” en las psicosis.
El superyó es el fruto del mayor trauma de la vida sexual infantil, y como tal compelerá a repetir la situación traumática. En Inhibición, síntoma y angustia Freud aclara que se le da demasiada importancia al papel del superyó en la génesis de la represión, y no se tiene en cuenta lo suficientemente al factor económico, el factor cuantitativo: el trauma. Al final de la guerra ya había dicho que la represión es una neurosis traumática elemental, y de ese modo podemos ver cómo confluyen la explicación estructural (superyó, condición de la represión) y económica (trauma) en la génesis de la represión. Es por su origen traumático que el superyó compele a repetir el fracaso de la vida sexual infantil. Y como toda compulsión es sentida como un mandato interno, una orden o una prohibición.
El superyó no sólo se origina en un trauma sino que también es el principal factor de inducción al trauma. Si las representaciones preconscientes de expectativa forman parte del aparato protector contra estímulos, es decir, una defensa normal contra los traumas; el superyó, al demandar el desalojo del preconsciente de ciertas representaciones deja al aparato protector más inerme, quitándole representaciones que podrían ser ligadas a los estímulos que arriban al psiquismo y evitar así el trauma.
El superyó como heredero del narcisismo infantil, él mismo es un valor narcisista y en este tipo de pacientes se nota la entrega del yo al ideal. El valor de ideal que se atribuye a los hijos se basa en que se supone que son carentes de sexualidad, eso es His Majesty the Baby, unos angelitos. Ese es el logro de la perfección. O dicho de otro modo, la sexualidad, la diferencia sexual, es lo imperfecto. El superyó, en tanto es un imperativo de lograr la perfección, compele a la renuncia sexual, a la renuncia de la diferencia sexual.
Superyó y psicosomática: Un chiste habla de un judío a quién un amigo le pregunta ¿Cómo estás? y obtiene la siguiente respuesta: Y, ya lo ves, el juanete inflamado, la cintura sin poder moverla, el hígado me patea, el estómago está que arde y yo mismo no me siento del todo bien. Nos encontramos en la disociación cuerpo/mente. El superyó, originado según la construcción psicoanalítica en la prehistoria como consecuencia de la muerte del padre por asesinato, al cual contribuyen todos los hermanos, compele a que nadie quede afuera de esa comunidad de culpas. Ahí, frente a ellos, está, por un lado, el cadáver inanimado y por el otro, el recuerdo vivo de su padre en su propio psiquismo, ahora culpógeno, castigador- instigando al castigo. Este es el origen de la disociación cuerpo / mente: el origen de la mirada psicosomática. Esta disociación va disminuyendo en un tratamiento psicoanalítico aunque siempre permanece ya que el que tiene superyó tiene dicha disociación. Psíquico quiere decir que tiene sentido e historia (prehistoria, digamos), sentido e historia que están presentes en la disociación psicosomática.
Superyó necesario y estructurador del psiquismo. El superyó tiene un efecto más bien desestructurante del psiquismo como consecuencia de la inducción a la represión y la sublimación. El hecho de que sea inevitable su aparición en el ser humano no debe inclinarnos a considerarlo necesario o útil. El trauma del nacimiento también es inevitable y no por eso deja de ser un trauma. Hay un peligro de terminar enalteciendo al superyó con esa equiparación entre inevitable y necesario o adecuado a fines. Sabemos del alejamiento que provoca con respecto a la realidad, una verdadera desrealización y despersonalización, lo que lo coloca sin dudas en el rol de alejarnos de la realidad y de la posibilidad de defendernos de peligros y de encontrar objetos de la satisfacción.
¿Es el Superyó como protector social?: Ni en “La moral sexual civilizada y la nerviosidad moderna”, ni en “Totem y Tabú”, ni en “Malestar en la cultura”, se puede ver el aporte del superyó a la vida en común. Esta se debe a lazos eróticos, y justamente el superyó los prohíbe, siendo un factor importante en el fanatismo y en el rechazo de las diferencias, empezando con las sexuales. Formular que la civilización se erige gracias a la represión permite la infiltración de una ideología superyoica, y soslaya el hecho básico de que lo que construye la civilización es Eros que retorna a pesar de la represión inducida por el superyó. Sin embargo es llamativamente atractiva aún en los pensadores psicoanalíticos, en una lectura superyoica, rescatar la contribución del superyó y la represión a la vida social y a la civilización.
Superyó y sublimación: Es lógico que el superyó induzca a la sublimación con más interés que a la represión, pues en esta última la sexualidad sigue deseando su satisfacción por medio de los síntomas (de ahí la vergüenza que tienen los analistas de tener síntomas neuróticos) mientras que en la sublimación se intenta alcanzar una desexualización de la libido. Si en un momento creimos encontrar en ese camino una solución al conflicto entre yo y superyó, descubrimos luego que la sublimación empeoraba la situación, pues al desexualizar la libido, ésta tenía menos capacidad de neutralizar el instinto de muerte, llevando a la civilización a la búsqueda de ideales más elevados, con su consecuencia de nacionalismos y fanatismos y rechazos a las diferencias, y por lo tanto a un incremento de la actividad del superyó: vamos así, a la barbarie por el camino de la civilización.
No hay patología carente de superyó. Éste se puede manifestar consciente o inconscientemente, o, regresivamente aparecer en el medio ambiente crítico ante la conducta de un individuo narcisista, pero está en todo cuadro clínico, quedando a nuestros esfuerzos de investigadores poder hallarlo y describir su funcionamiento en cada cuadro clínico. Si hubiese alguna persona sin superyó podría recordar su infancia y hacer desaparecer el manto de olvido sobre el pasado infantil.
Por distintos caminos los analistas se han ingeniado para buscar rescatar, salvar, reivindicar, la figura del superyó. Se le ha atribuido el contacto con la realidad, la posibilidad de la vida en sociedad, la representación de los valores “más elevados” del ser humano, la salud psíquica, etc. Así se cae en un desvío teórico peligroso por las consecuencias prácticas. Una interpretación "SUPUESTAMENTE FREUDIANA" que esconde una falacia de la que debemos percatarnos. Este desvío es funcional al superyó, deja sin analizar el núcleo de lo patológico, ahí donde el superyó hunde sus raíces, perpetuando la culpa inconsciente. Dejando sometido al yo al imperativo categórico del superyó.
Ligada con este modo de comprender al superyó se encuentra la hipótesis de que en ciertos cuadros clínicos hace falta un refuerzo de la represión. Eso significaría directamente ir en dirección justamente contraria al objetivo del psicoanálisis. Se entiende que si se refuerza la represión desaparezcan la angustia y los síntomas, entendemos que estas manifestaciones son un fracaso de la represión, pero considerar entonces que la meta nuestra es reforzar las defensas es volver al estado de “salud aparente”, esa desaparición de la angustia que se consigue con los psicofármacos ansiolíticos. En una mesa de discusión en un grupo de psicoanálisis por vía de correo electrónico sobre patologías donde supuestamente había fracasado de la represión se proponía enfocar el tratamiento en la dirección de reforzarla. Mi pregunta se dirigió a la técnica psicoanalítica: Hay dos modos de reforzar la represión:
a) aumentando el sometimiento masoquista del paciente al analista y
b) provocando un trauma en la sesión; entonces, ¿cómo se lleva a cabo esto? Se imaginarán que no se pudo resolver la cuestión.
Se suele malinterpretar este camino de comprensión psicoanalítico como una cruzada antisuperyó. Es un error surgido de una toma de partido a favor del superyó y del sentimiento de culpa. Huelga aclarar que no hay manera de eliminar al superyó, ha quedado como marca de la prehistoria filogenética e individual, y todo nuestro trabajo apuntará a las extraordinarias consecuencias que brotan de un hecho aparentemente tan restringido: el levantamiento de las represiones.
El haber utilizado la expresión “instancia parental” llevó a Freud a la necesidad de diferenciar al padre y el superyó. Al padre, el niño lo toma como un modelo, como un protector, como un ideal, como un auxiliar, como un objeto de amor y como un rival.
Con el superyó, el yo se relaciona de tres modos: por medio de sentimientos de culpa o su equivalente la necesidad de castigo por ejemplo en los síntomas; por sentimientos de inferioridad que son el modo en que el yo percibe cuán distante está de ser un ideal y finalmente por medio de la angustia vivida directamente como castigo.
Para terminar una última consideración acerca del cambio psíquico luego de un tratamiento psicoanalítico exitoso en la medida de lo posible teniendo en cuenta tantas variables de ambos lados: a diferencia de muchos autores que se han referido a la mayor tolerancia y benevolencia del superyó luego de un análisis, observamos en todos los casos que eso no ocurre, y que el resultado conseguido luego de un análisis es hacer al yo menos sometido a su propio superyó. No se consigue un superyó más benigno, sólo se consigue un yo más consciente, con más fortaleza como resultado de una ampliación (“engrosamiento”) de su territorio y sus recursos, con más representaciones para ligar los estímulos y por lo tanto con su aparato protector contra los traumas reforzado, más advertido de las prohibiciones que pesaron sobre él y a las cuales se ha sometido masoquísticamente desde su infancia lo cual fue descubierto y elaborado en el análisis en la relación con el analista. En fin, de acuerdo a la última formulación de la clásica meta del tratamiento psicoanalítico, la de hacer consciente lo inconsciente, el trabajo apuntará a hacer al yo más independiente del superyó lo que deja más libido disponible para gozar y más energía para hacer.
En la experiencia clínica de cada uno de nosotros se corroboran los descubrimientos freudianos sobre el origen y la función de esta instancia psíquica particular y la importancia excluyente que tiene en todo conflicto psíquico y por lo tanto se entiende la idea de Freud de que si no se hace intervenir el factor moral en la explicación de la neurosis estamos en un terreno anterior a la aparición del psicoanálisis.
Para concluir: seguimos manteniendo la afirmación freudiana de que estamos demasiado inclinados a considerar normal la transformación de una compulsión externa en una compulsión interna, es decir, el superyó es una patología inevitable y universal..
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