jueves, 17 de octubre de 2019

La infancia, pulsiones y sexualidad

Notas de la conferencia dictada por Alba Flesler 7/05/2019

Desde el psicoanálisis, intentamos dar respuesta de lo que nos está conmoviendo desde lo actual. Creo que cuando se trata de tomar cuestiones de lo real de nuestro tiempo el intercambio entre analistas, el debate nos encamina mejor que cuando nos mantenemos en cuestiones de dogmas personales. Cuando abordo lo real de nuestro tiempo, pretendo que las respuestas que nos damos a las preguntas sobre los tomas de actualidad, no sean respuestas teñidas predominante de una cuestión ideológica, que es la que en general nos surge cuando intentamos responder a eso que nos conmueve. Para introducir el tema de las respuestas a las preguntas por el tema de la infancia, de las pulsiones y la sexualidad no sean planteadas desde esta posición ideológico, sino desde la apelación, el recurso y el intento de acercarnos a una posición desde la lógica. Esto lo tomo de Lacan, que se desesperaba por transmitirnos sus elucubraciones y su experiencia, quien apelaba a la formación de una lógica, para apartarnos de lo que él llamaba la posición de las creencias. Esto está reflejado en la opinión que cada uno puede tener de un determinado tema. El sistema de creencia se diferencia de la lectura que nos aporta un saber. Por eso Lacan recurrió a formalizar los conceptos, para que no queden en lo que cada uno cree, sino el debate no tiene ninguna posibilidad de salida.

Las creencias nos habitan y respecto de la infancia pobló el modo en que se trató a los niños según las creencias que hubo de qué era un niño. Así, en determinadas épocas, se creía que en la infancia no había sexualidad. Hoy pensamos la sexualidad infantil, pero antes los niños eran inocentes, angelitos sin sexualidad. Era una creencia y así se trató a los niños. Hasta bastante avanzada la época medieval, no habia representación de la infancia. Si ustedes se acercan a lo que son las expresiones artísticas del S. XI, como lo retrata Philippe Aries, verán que él dice que se representaba una escena del evangelio en la cual Jesús llamaba a los niños. En ese llamar a los niños, parvuli. Parvuli es llamar a los niños. Cuando el artista tiene ue representar a los niños, no representa rasgos de algo que podamos reconocer de la infancia. Representa a los 8 niños que se acercan a Cristo como 8 hombres en miniatura. Es decir, no había estatuto de rasgo particular que definiera la infancia. Esto que leemos desde el arte muestra que los niños no tenían estatuto como tales. Eran adultos en miniatura. Esto es un sistema de creencias, cuya significación determinaba el modo de tratarlos. Por ejemplo, los niños podían morir en el colecho de los padres sin inscripción. sin un trazo que le fuera propio.

También puede existir la creencia de un niño que no sabe nada. Escuchamos “Es chico, no entiende, no sabe”. Y también puede existir la creencia del niño que ya sabe. Este sistema de creencias determina el modo en que se trata al niño en la actualidad. Para poder pasar a la lógica que hoy les quería plantear, voy a decir que Freud le dio estatuto al niño cuando le dio la palabra. Un niño puede ser tomado, dentro del sistema de creencias, como un objeto de observación. El niño observado, por ejemplo en una cámara, aún en nombre de su bien. En cambio, Freud le da la palabra.

El psicoanálisis no solo le da la posibilidad al niño de ser objeto de observación o ser tratado, sino la posibilidad de ser escuchado. Además, Freud también dijo algo que no cayó muy bien: un niño no es un angelito. Es lo que vemos en las representaciones de los ángeles-niño, siempre cubiertos para que no se les note la sexualidad. Freud dijo que la sexualidad y la infancia no eran disyuntos. 

¿Qué implica y qué implicó decir que el niño tiene sexualidad? Vamos a hacer algunas distinciones para la clínica. 

Si entramos en la lógica de lo que Freud plantea para la sexualidad, lo primero que hay que decir es que Freud dice muy claramente que sexualidad no es genitalidad. No puede definirse la sexualidad por la genitalidad ni por los caracteres primarios y secundarios. ¿Con qué concepto Freud plantea esta posición? El concepto clave es la pulsión. El texto de los Tres ensayos para una teoría sexual fue un texto revolucionario. Fue rechazado, sumamente criticado. Algunos criticaban que allí se hablaba de los desviados, de los pervertidos, de las perversiones. Otros dijeron que se lo criticó por hablar de sexualidad infantil y que quitarle ese halo de inocencia a los niños y hablar de sexualidad producía rechazo en los adultos. En parte fue por esto, pero es un texto con muchas adiciones y Freud permanentemente tiene que aclarar que no pretende ser el dueño de toda la verdad y que quiere contribuir al debate. 

En realidad, Tres ensayos...  fue un texto tan resistido porque habla de nosotros, de cómo estamos hechos los seres humanos. Más específicamente, de cómo gozamos, de cómo goza nuestro cuerpo y de cómo la estructura humana distribuye sus goces. De la sustancia gozante que determina nuestras elecciones. En 1905, Freud pone la piedra del escándalo. Hasta el día de hoy, nos encontramos, respecto a las formas de goce del cuerpo humano, con debates siempre apasionados. Nos podemos encontrar con esos debates en una juguetería, donde podemos ver a la vendedora criticar a la madre porque no le compra a su hijo varón una muñeca. ¿Por qué no lo deja elegir libremente? La vendedora se esacandaliza y critica por qué se lo está etiquetando y no le permite que elija los objetos con los que él quiere jugar. Es más, la vendedora, que no conoce los detalles de la nueva ley de identidad sexual, dice que por qué no permite que el niño elija según como libremente él se autopercibe. ¿Se puede entender por qué los Tres ensayos recibieron críticas? Vamos a la lógica de eso que llamamos cómo gozamos.

En Tres ensayos, lo que ocurrió fue que Freud colocó, entre la infancia y la sexualidad, a las pulsiones. Las pulsiones generaron tanta rechazo porque hablar de pulsiones y de los goces del cuerpo no es algo que solo Freud haya hablado. Lacan dice que el concepto de pulsión es uno de los conceptos fundamentales, y cuando dijo fundamentales no solo dijo que era importante. Fundamental quiere decir de fundamento. Freud dice que el ser humano no busca su objeto de satisfacción, no busca su goce buscado por el instinto. Esto es lo que sigue discutiendo hasta hoy. Y hace una distinción profundamente disjunta entre instinto y pulsión. Esta diferencia es tan resistida, que si ustedes buscan las traducciones que se hicieron a lo largo de la historia hasta la de Echeverry, van a ver que Ballesteros confunde 2 conceptos en alemán que son bien diferentes: instinct y trieb. Freud no dice que la sexualidad humana tenga que ver con el instinto, sino que justamente para hacernos humanos perdemos el instinto.

¿Qué quiere decir que perdemos el instinto? Quiere decir que la ley que regula el goce humano no tiene la característica que tiene el instinto animal. No tiene nada de natural. ¿Y cuál es la característica del instinto? Que el objeto y fin de su satisfacción están predeterminados y orientados por la naturaleza. A la vaca no se le ocurre pedir un menú para saber qué pasto va a comer. Tampoco va a sufrir bulimia ni anorexia. La vaca sabe cuál es el objeto que le va a dar satisfacción. En cambio, la pulsión se caracteriza por un objeto para el goce que es profundamente contingente. No está trazado por la naturaleza. 

Freud dice algo aún mayor: dice que cada agujerito de nuestro cuerpo goza, es decir, se erogeniza. Y que esa excitación de cada uno de los agujeros del cuerpo erogenizados no tienen un objeto justo y adecuado para satisfacerse. Con lo cual, se trastoca completamente la naturalidad. No nos alimentamos con lo que nos hace bien y es sano. Tampoco dejamos de fumar porque el cigarrillo es tóxico. No vamos a mirar lo que es adecuado ni escuchar solo lo que es adecuado para el volumen de nuestros oídos, ni vamos a defecar justo y claramente en el lugar adecuado. Las características de los goces de cada uno se va a guiar lo que Freud llama una tensión constante, que en la lengua de nuestro tiempo es “Quiero todo y lo quiero ya”. 

Las pulsiones, además, van a responder a una gramática que no se condice con el agujerito. Es decir, puede que comamos con los ojos, que caguemos a puteadas, y así podemos continuar. Nada es natural. Ni la fuente, ni el objeto. Perdido el instinto, con la pulsión no sabemos para dónde ir. 

Entonces, primera cuestión: el niño no es libre ni elige. El niño no elige porque está alienado a la demanda del Otro. Cuando nacemos, lo hacemos en un estado de prematurez. No podemos ni buscar la teta. Lo que vamos a tomar para erogenizar nuestro cuerpo nos viene ofrecido por Otro. Es el Otro el que va a interpretar nuestras necesidades y al hacerlo va a invertir la demanda diciendo que es el niño el que quiere. “Quiere comer, quiere upa, quiere venir a la cama, quiere teta, quiere dormir, quiere que lo cambien”. La demanda que viene con la oferta del Otro es inconsciente. Lejos está de lo natural; el Otro interpreta las necesidades del viviente, que es prematuro y no puede decir nada. El Otro interpreta la dosis y gotita a gotita va erogenizando el cuerpo del niño con su interpretación. Nada de libertad. El cuerpo y sus agujeros se erogenizan, el objeto de satisfacción viene del campo del Otro, quien lo ofrece. Cuando decimos que el niño elige, estamos diciendo, en principio, que elige según la demanda del Otro. 

En la actualidad se sostiene que el niño tiene derechos y la Declaración de los Derechos del Niño fue una ganancia enorme. Pero al creer que el niño sabe y tiene derecho a elegir se está partiendo de una teoría llamada vitalismo: creer que naturalmente el niño puede elegir libremente. Se está retando la incidencia que el otro real tiene en la erogenización de los cuerpos. Se plantea una creencia de un niño que nace libre, de un niño que sabe y al que hay que respetar en sus derechos. Cualquier intento de torcer lo que el niño quiere, entonces, será acusado de no respetarlo. En ese mismo proyecto, se cree que como es el niño el que elige, se le puede ofrecer neutralidad. Por ejemplo, no ofrecerle una pelota de fútbol a un varón o una muñeca a una nena. Pues bien, la demanda del Otro puede ser que el niño sea “ni”. Toda oferta es una demanda y la oferta de información que se les da al niño también son una demanda. Nosotros podemos hacerlo por su bien, pero la concepción que tengamos del niño va a incidir en su modo de tratarlo.

¿Cómo es que el Otro aliena en su demanda a través de la erogenización pulsional? El Otro no solo estimula la fuente erógena en el cuerpo, indicando líneas para los goces oral, anal, escópico, invocante y fálico… El Otro también introduce mandatos y órdenes de cómo gozar. Ideales de cómo se debe gozar y que son las transmisiones de las regulaciones de los goces. Ahora se duerme, ahora se come de determinada manera, vestirse de determinada forma, caminar de tal otra… Estas órdenes de cómo mover el cuerpo, de a dónde dirigir el cuerpo, en el inicio, son percibidas por el niño como mandatos. Son mandatos de goce y tienen una legalidad diferente que lo pulsional para ordenar los goces del cuerpo. Lo pulsional tiene la característica de lo pulsional: perentoriedad, eminencia, intento de satisfacción inmediata, contingencia del objeto… El mandato de goce que viene del ideal superyoico son mandatos que no toleran que se goce de otro modo que como se indica según el ideal. Estos mandatos son los que generan la intolerancia.

En algún momento, me puse a trabajar las distinciones de las violencias que se generan por las tensiones pulsionales, a diferencia de las violencias que generan los mandatos superyoicos. Ejemplo: cuando tenemos en la clínica alguien que puede matar por conseguir droga está comandado por la pulsión. No puede parar. Pero es distinto que aquel que mata por un ideal superyoico, como quien en nombre de un ideal racista considera que la única forma de existir es siendo de determinada manera y dirige la diferencia al diferente. El Otro, entonces, no solo erogeniza y produce en el cuerpo lo pulsional, sino que también dicta los mandatos de goce. Fíjense la incidencia del Otro real sobre cómo gozamos y nuestra estructura. 

El Otro también propone una imagen en la cual nos reconocemos. Es decir, nos da un espejo en el cual mirarnos y nos vamos a percibir en ese espejo del Otro. Cuando se plantea la autopercepción, la percepción se sostiene de la imagen que el Otro le propone. No hay autonomía en la percepción de la propia imagen. Nos vemos tan lindos como nos propusieron, tan gordos como nos propusieron, etc. Tenemos muchos casos de adolescentes que se ven gordas y no lo son. La mirada del Otro puede, en el espejo, proponer que el sujeto se perciba como el Otro le demanda. Entonces, la autopercepción también es teoría de la autonomía. 

Estas distinciones de lo que viene del campo del Otro, Isidoro Vegh lo desplegó en un diagrama de flujo. Lo que es interesante situar es que hay una anterioridad lógica del Otro. Cuando leemos libros que plantean que a los 18 meses alguien dice “Yo nena”, podemos pensar que es una afirmación de la libertad o tenemos, desde la lógica de la constitución del cuerpo humano, pensar la incidencia del Otro que está rechazada en eso que es la afirmación del niño. Podemos negar la incidencia del Otro y pensar que el niño libremente, a los pocos meses de nacer, ya tiene la autopercepción de su ser. Nosotros debatimos en ese punto: no creemos que haya una fuerza vital que permite que un niño a los 18 meses, sin la incidencia del Otro, esté haciendo una libre elección en lugar de pensar que se trata de la demanda del Otro encarnada en el cuerpo del niño.

Que la incidencia del Otro marque los agujeros del cuerpo, la erogenización del cuerpo, ¿quiere decir que uno está destinado y determinado absolutamente por el Otro? Me gusta decir que no. El Otro oferta, hay una anterioridad lógica en la demanda del Otro, el Otro anticipa y propone al niño ser varón, ser nena, ser ni, cómo gozar, etc. Pero el sujeto responde al Otro. Es sí como Lacan definió al sujeto: el sujeto responde al Otro. Podemos entender que responde en el sentido de la sumisión. Pero el sujeto no es idéntico al niño. El niño es el niño que el Otro le propone ser al ser viviente y el sujeto, como respuesta, introduce un trazo singular. Con cada respuesta del sujeto, se hace una marca, como si le dijera al Otro “no soy idéntico al niño que me proponés ser”. Cada trazo da existencia al sujeto. 

De este modo, el Otro espera al niño y le demanda que sea el niño de su fantasma. Pero donde espera al niño, puede hallar al sujeto. Ahí es fundamental apelar a la lógica que debe operar para que pueda haber respuesta del sujeto. Nuevamente el debate: hay quien propone que la respuesta como fuerza vital, surge del nacimiento. Que no es necesario trabajar con los padres porque de lo que se trata es evaluar cuál es la respuesta del sujeto. Diré que para que haya respuesta del sujeto, es necesario que el Otro done un intervalo donde pueda haber algo que no sea idéntico. Es responsabilidad del Otro real introducir un intervalo en el goce que propone. Es lo que los analistas llamamos castración, que en términos de lógica es una lógica de incompletud. No es lo mismo las pulsiones enlazadas a la castración, el superyó enlazado a la castración, la percepción de la imagen yoica enlazada a la castración… Lo que viene de la incidencia del Otro puede o no donar un intervalo de goce, que da lugar a que haya una respuesta del sujeto.

¿Qué pasa si hay respuesta del sujeto? Con cada respuesta, se inicia un movimiento temporal. Yo creo que no hay que tratar por edad a los pacientes, que no tenemos que referirnos a niños, adolescentes y adultos según su edad, sino que nos preguntemos qué tiempo tiene. Los tiempos no tienen una evolución natural ni una psicogénesis, sino que se producen con cada respuesta. Si en la respuesta no hay identidad y si la respuesta que se puede dar a la demanda del Otro es, por ejemplo, escupir alguna vez la comida que la madre le da, el síntoma es una respuesta. Es decir, no idéntico al goce que el Otro me demanda ser. 

Con cada respuesta hay tiempo. Podemos hablar de tiempos respecto a la infancia y a la sexualidad. Les propongo una distinción para la sexualidad de nuestro tiempo. Una diferenciación que plantea que el sexo no es lo mismo que la sexualidad. El sexo es el sexo real con el que nacemos. No es solamente los órganos genitales, sino lo hormonal, cómo funciona nuestro cuerpo acorde al sexo con el que nacemos. Todos nacemos con un sexo y solo hay 2: varón y mujer. Eso es el sexo, lo real. 

Luego está la sexualidad, que es la marca que la demanda del Otro deja en el cuerpo del sujeto. Podemos tener un goce de la mirada, un goce de la oralidad, un goce de lo anal, o de lo fálico… Pero tenemos que diferenciar sexualidad, que no se reduce a la genitalidad, del sexo que es real. La sexualidad no es libre, es lo que cada uno puede hacer con eso. 

Finalmente, está la sexuación. ¿Decirse hombre, decirse mujer? La sexuación es la respuesta del sujeto a la demanda del Otro. 

Sexo, sexualidad y sexuación son tiempos que reclaman operaciones para poder responder y hacer elección. Sin operaciones no hay posibilidad de decir que el niño elige. Es el Otro el que le imprime con su demanda el espejo en el que se ha de ver. Los tiempos del sujeto implican redistribución de los goces y eso depende de que el Otro done el intervalo y que encuentre letra para poder identificarse en cada uno de los tiempos. Esa letra viene de una operación que Lacan llamó nominación. Lamentablemente nuestro tiempo rechaza esta operación. “No me definas, porque me etiquetás” Se considera que el nombre es una etiqueta. Puede serlo si no dona el intervalo, pero la nominación también es lo que permite orientar los goces, que se desorientan profundamente en los tiempos de la demanda del Otro. Sin nominación no hay libre elección ni margen de respuesta que el sujeto tiene.

¿Qué pasa si las operaciones de redistribución de goce no se producen? Los tiempos tampoco. Y alguien puede quedar en lo que Freud llamó una fixierung, una fijación, pero no a la que vuelve, sino a la que no sale de ahí. Esta sexualidad que introduce variables, la diversidad, puede perfectamente buscar el objeto contingente de goce en cualquiera de los agujeritos. No necesariamente en el cuerpo de otro, ya lo dijo Freud. Es más, lo puede buscar en otro del mismo sexo, de otro sexo, en el cuerpo de un niño… ¿por qué no vamos a aceptar la diversidad? Hoy hay quienes piden que no se considere más abuso el que elige libremente buscar el objeto de goce en el cuerpo de un niño. Habrá quien goce de una muñeca inflable o de un animal. Esto es la estructura revolucionaria que Freud planteó en Tres ensayos: que nuestra sexualidad no es normal. Que el objeto lo podemos buscar en cualquier lugar. Que no está predeterminado. 

La creencia de nuestro tiempo de un niño libre que elige, ¿no lo deja esclavo de la incidencia del Otro sin que nosotros podamos intervenir? 

Pregunta: Hace poco salió el caso de un niño de 8 años que pidió un cambio de sexo. ¿Hasta dónde está el deseo del niño y la impronta del Otro? ¿Se puede diferenciar de alguna manera?
A.F.: En principio, escuchando. Lo que seguro no podemos pensar es que hay un gen cerebral que ya vino. En más de 0 años de analista, no podría decir que esta lógica tenga incidencia sobre la elección. Se da ahí como un ideal de libertad, pero entendido como una ausencia total de reglas. Que cualquier introducción a una restricción o prohibición de goce es conservadora, patriarcal, etc. 

Lo que sí preocupa a los médicos es que para tomar como real la imagen de autopercepción rechazan lo real del sexo. Por ejemplo, que se rechace un papanicolau, o un control prostático. La pregunta es si con todos estos cambios hormonales para cambiar los caracteres secundarios, no vamos a tener una problemática seria a nivel fisiológico. 

Hay algo de la fixierung, de la fijación de sentido cuando un niño dice “soy nena” y le dan estatuto real en lugar de darle estatuto de juego, por ejemplo. El juego implica siempre una movilidad de la representación del ser. 

Pregunta: (pregunta por la bisexualidad)
A.F.: El síntoma de esta época es la desorientación. No solo ocurre en los chicos, sino en las consultas de padres desorientados, que no saben qué hacer y no se autorizan. Bisexuales somos todos, esto lo dice Freud en 1905 y definimos la nuestra sexualidad por pérdida de goce. Toda definición implica pérdida de goce. Si yo digo “Esto es una mesa”, también estoy diciendo “Esto no es una cama”. Cada vez que nominamos estamos haciendo una pérdida. Por eso lacan dice que la nominación es una operación del padre, es la operación que a él le corresponde.

Creo que vivimos en una época donde se cuestiona el abuso del padre. El pater romano, del que somos herederos, tenía derecho a decidir sobre la vida y la muerte. Para desprendernos de ese padre es que arrojamos al padre. Ya no tiene importancia la operación y se rechaza la operación fundante del padre, que es la nominación. Cuando Lacan trabaja el nombre del padre, no es ponerle el nombrecito original. Él dice que el padre es padre por el nombre y eso es decir que el padre no es Dios. Nuestra época tiene algo que ya comenzó hace tiempo, que es la declinación de la función paterna. Si uno hace el rastreo de la función del padre en la historia, vemos cómo se fue pasando del sistema de filiación de la antigüedad de ser “hijo de”, aunque haya sido padre. esto se mantiene en algunas colectividades. Es decir, la filiación como lugar de pertenencia se va perdiendo. Esto deja una ilusión de que es posible no perderse ningún goce. Y lo cierto es que cuando se prueba, el cuerpo se erogeniza y queda marcado, entonces queda esclavo del goce. Es casi incorrecto decirlo, pero me autorizo.

Pregunta: ¿Podrías aclarar un poco lo de los tiempos y la redistribución de los goces?
A.F.: Esto implica todo un desarrollo, es el hilo de mi investigación en psicoanálisis. Te recomiendo mi libro “El niño en análisis y el lugar de los padres”. Todos los temas que yo voy investigando, los pongo sobre el eje de la temporalidad, porque creo que a alguien le pueden pasar los años sin que le pase nada. Esto lo vemos mucho en la clínica. El analista debe detectar qué tiempo de goce está reteniendo al sujeto para relanzar en su redistribución. Para poder acceder a un nuevo goce, la condición es perder un goce anterior. Por ejemplo, nadie llega naturalmente a querer besar los labios de un partenaire si sigue tomando la teta de la madre. Está lleno de niños que no hablan porque tienen la boca ocupada con la teta a libre demanda. Los tiempos son dependientes de pérdidas de goce sucesivas en cada uno de los agujeritos.

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