por José Treszezamsky
Una de las experiencias humanas que forman parte de ese grupo que se resiste a ser considerada ‘un acto psíquico completo’, es decir, con pleno sentido en la cadena de acontecimientos de la vida de una persona, es especialmente el accidente: junto con el acto fallido, el olvido, el acto sintomático, el sueño, y algunos más, requieren, de parte del analista, un trabajo de investigación que devele el sentido oculto, la genuina expresión dentro del momento que vive el individuo. Sabemos que un accidente no es inocuo casi nunca, pues la repercusión individual y social adquiere, en ciertos sitios, características alarmantes por su alto precio en vidas y para la vida.
Podríamos decir que estadísticamente ya adquiere las características de una enfermedad endémica crónica con picos de brotes agudos en determinados momentos del año que coinciden con festejos: Navidad, Año Nuevo, Carnaval, y una que otra ocasión más.
Sería interesante encontrar no sólo los determinantes psicológicos individuales sino también los factores culturales que hacen que en distintos lugares la frecuencia de los accidentes sea tan distinta o, incluso, averiguar el por qué de la variación de esta frecuencia en un mismo lugar en momentos distintos de su historia.
En "Psicopatología de la vida cotidiana" Freud (1901) presenta por primera vez al accidente como un hecho aparentemente casual, azaroso para el común de la gente, pero determinado por motivaciones inconscientes, si lo sometemos a la investigación psicoanalítica. Aclara que su intención al publicar ese libro es demostrar que ciertas insuficiencias de nuestro funcionamiento psíquico, y ciertos actos aparentemente sin sentido, están determinados por motivos desconocidos a la conciencia. Es decir que en general estos actos suelen ser atribuidos a la casualidad, a la inatención o a la fatalidad del destino pero cuando se los investiga psicoanalíticamente se les puede encontrar pleno sentido.
Freud comienza a hablar de accidentes cuando se pregunta si puede homologar las mismas explicaciones que encuentra para las pequeñas perturbaciones habituales de los individuos sanos, a los actos que entrañan peligro para la vida.
Basándose en esta teoría cita ejemplos suyos y contados por otros, de los cuales seleccionamos algunos para luego sacar conclusiones.
1.- Una joven casada, acusada de prostituta por su marido celoso por haber bailado can-can frente a los parientes, sufre un accidente al tirarse de un carruaje en movimiento.
Llama la atención que había escogido ella misma una yunta de caballos inquietos desechando otra, se opone a que vaya un pequeño sobrino en el viaje, que durante el paseo estuviera con la sensación de un inminente accidente, que se arrojara del carruaje cuando los caballos reaccionan en un momento dado y se fractura una pierna mientras que los restantes viajeros salen ilesos.
2.- Una joven en vísperas de su casamiento, es atropellada y muerta por un auto al cruzar una calle. Su primer prometido había muerto en la guerra años atrás.
Ella expresaba ideas conscientes de suicidio y tenía fuertes oscilaciones de su estado de ánimo. Sufre el accidente siendo muy cuidadosa al respecto, cruzando una calle con poco tránsito - había una huelga de transporte -, no escuchando el auto que se aproximaba. Hasta pocos días antes comentaba que nada era capaz de sustituir al muerto. Quiso también hacer su testamento y emprender un viaje, cosa, esta última, que no llegó a realizar.
3.- Una señora tropieza con un montón de piedras y golpea con el frente de una casa desfigurándose el rostro.
Esta mujer se había hecho un aborto tiempo antes, tenía tres hijos y el accidente le ocurre al tratar de cruzar una calle cuando se dirige a un negocio donde pensaba comprar un cuadro para el cuarto de sus niños. Esa mañana, además, le había recomendado cuidado a su marido cuando pasara por esa misma calle.
Corresponde ahora dilucidar las motivaciones inconscientes operantes en estos accidentes. Siguiendo a Freud, un accidente sería también un acto fallido, un síntoma, una vuelta de lo reprimido, otra forma de expresión del inconsciente.
Queda claro para Freud, que en el primer y tercer ejemplos hay un sentimiento de culpa que provoca el accidente como un castigo, o más bien una autopunición, que se vale de una situación externa para alcanzar el efecto dañino deseado. Esto se observa en el ejemplo del carruaje, donde el accidente es una escenificación en la cual un conflicto interpersonal - con el marido - pasa al plano intrapsíquico. Hay un sometimiento a objetos intrapsíquicos que le impiden defenderse de las acusaciones del marido. También es una autolesión que no apunta al autoaniquilamiento y es un claro caso en que la casualidad es constreñida a distribuir un castigo tan acorde a la culpa: no iba a poder bailar can-can por mucho tiempo.
No ocurre así en el segundo caso en que el accidente es un intento inconsciente de suicidio, por la idea que la persigue, esto es: que nadie podría llegar a sustituir al amado muerto. En este accidente mortal, donde no está explícito el sentimiento de culpa, este último, está representado por la idea del muerto, que le impide vivir su vida. Tanto en el material clínico como en la literatura universal es frecuente la aparición regresiva del sentimiento de culpa en esta forma.
Freud habla en ese capítulo VIII de Psicopatología de la Vida Cotidiana de un impulso de autoaniquilación que es un esbozo del concepto de pulsión de muerte.
En el último caso relatado es clara la multideterminación del accidente, por un lado, la autopunición por el sentimiento de culpa, por el otro, el deseo inconsciente de culpar al marido como cómplice en todo el asunto del aborto, y por otro, también como accidente menor para evitar uno mayor - ya que en un momento dado le dice al médico que está 'ya suficientemente castigada'. Aparece la idea mágica de sacrificio, con lo que tiene derecho a tener dolor.
Podemos decir entonces que este accidente posee una doble función: se presenta como expresión de la censura, de la represión, en un tratamiento diríamos de la resistencia, pero también como manera de repetición, como un modo de retorno de lo reprimido. Censura porque representa un pensamiento que en verdad no estaba permitido en su admisión seria y consciente; y repetición de una situación traumática no elaborada. Aquí un accidente es nuevamente un síntoma, evidencia de un conflicto inconsciente, porque pone en actos lo que no se puede poner en palabras, actuar en lugar de pensar, aunque en sentido amplio podríamos decir, es ‘otro’ modo de pensar.
Otro ejemplo de accidente en la obra de Freud lo encontramos en el epílogo del caso Dora (1901) y que él califica como "una interesante contribución a los intentos de suicidio indirecto": Dora encontró un día al Sr. K por la calle en un lugar de intenso tránsito; él, ante la mirada de ella, seguramente recordando los reproches de Dora, queda atónito y confuso, y olvidándose de sí mismo se dejó atropellar por un carruaje.
Posteriormente, en la 4° de las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1915-17), Freud expresa que: "La experiencia de la vida en sociedad, indica que los niños indeseados e ilegítimos están mucho más expuestos a accidentes que los concebidos regularmente", y que estos niños quedan sometidos al deseo de los padres de desembarazarse de ellos.
Más tarde aún, y como evidencia de que siguió viendo esos sentidos a los accidentes, en las Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1932) encontramos otro ejemplo: es el caso de una señorita mayor curada de un antiguo complejo sintomático pero cuyos intentos de goce, de reconocimiento y de éxito terminaban en objeciones del ambiente por la edad que ella tenía, y entonces, en lugar de recaer en la enfermedad 'le ocurrían unos accidentes que la radiaban de la actividad durante un tiempo y la hacían padecer. Por ejemplo, se caía y se torcía un pie, o lastimaba una rodilla, o debido a algún menester se dañaba una mano."
Teniendo en cuenta el enfoque psicoanalítico de los accidentes podremos tener en consideración las siguientes tres categorías de opuestos:
1) azar o determinismo;
2) libertad y sometimiento; y,
3) fatalismo o voluntarismo.
La primera categoría se refiere a que todos los hechos que ocurren y que observamos están regidos por las leyes de la naturaleza y en el caso particular que nos ocupa, los accidentes están determinados por las leyes que rigen la actividad humana.
La segunda categoría se refiere al dominio que puede tener el yo sobre sus actos: consideramos la libertad como la capacidad que puede tener el yo a medida que se van levantando las represiones. Libertad es tener conciencia de los propios deseos y necesidades y poder tener acceso a los medios para satisfacerlas o la posibilidad de darles curso o desestimarlas por el juicio. Esto es opuesto al sometimiento a las circunstancias actuales, infantiles y heredadas que llevan al individuo a padecer accidentes.
La tercera categoría - fatalismo o voluntarismo-, se refiere a la posición del individuo ante los hechos de su vida y de la naturaleza: la postura fatalista consiste en la entrega pasiva a los poderes del Destino y considerar que no tenemos nada que hacer ante ello. La postura voluntarista consiste en la ilusión de creer que los deseos conscientes pueden dominarlo todo, y que si algo no es dominado se debe a que no se puso suficiente voluntad.
La posición científica es determinista y realista, o relativamente optimista si tenemos en cuenta que considera que el conocimiento de las leyes de la naturaleza nos permite un progresivo dominio sobre ella aunque nunca absoluto. De acuerdo a esto, determinismo y libertad no son incompatibles pues están tan determinada la formación de síntoma por la historia del individuo, como el levantamiento de las represiones por su historia y el tratamiento psicoanalítico.
La aplicación del psicoanálisis al estudio de los accidentes no es otra cosa que una derivación de una de las metas a las cuales apunta: que el individuo se muera, en lo posible, por causas internas y no agregadas.
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