jueves, 2 de enero de 2020

Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (1)


Por Enric Berenguer

Esquema de conceptos básicos

Presentación

En este módulo estudiaremos el tema de la identificación en la enseñanza de Jacques Lacan, cuyas aportaciones en este campo constituyen un arsenal conceptual importante a la hora de debatir aspectos de máxima actualidad, como la cuestión de la identidad.

Estudiaremos la identificación teniendo en cuenta elementos como lo imaginario, lo simbólico y lo real esbozados por Lacan en algunos de sus escritos. Distinguiremos en el fenómeno de la identificación su dimensión imaginaria y su dimensión simbólica, ambas articuladas pero con el papel determinante que sólo a una de ellas le corresponde.

Abordaremos asimismo la cuestión de la identidad en relación con la teoría lacaniana del fantasma.

También reconoceremos una definición general de la identificación a partir del marco general del lenguaje y con la incorporación del concepto de discurso, útil para pensar cuestiones relacionadas con el tema que se sitúan entre el dominio de lo individual y lo colectivo.

Por último analizaremos las consecuencias de la introducción y desarrollo del capitalismo, así como del cambio en el discurso del amo que ello implica, sobre la sociedad y sobre las posibilidades de identificación de los sujetos.

La identificación en la enseñanza de Lacan.

Imaginario, Simbólico, Real.

Como hemos planteado anteriormente, J. Lacan llevó a cabo una lectura de Sigmund Freud aplicando a su obra, entre otras cosas, los elementos aportados por el nuevo enfoque que la lingüística había inaugurado en todo un amplio campo de reflexión que en su día se llamó estructuralismo.

Sin embargo, el pensamiento de Lacan tuvo desde un principio características propias, que lo hacen irreductible al paradigma estructuralista.

Un elemento completamente original de Lacan es el postulado de tres registros cualitativamente distintos entre los cuales se reparten los datos de la experiencia: simbólico, imaginario y real.

Dado que lo esencial de las elaboraciones de Lacan relativas a la identificación es inseparable de su concepción de los tres registros, resulta del todo imprescindible dar su definición más o menos sumaria.

No es fácil puesto que Lacan no da una definición simple y cerrada de dichos términos, y la relación entre ellos tampoco se plantea siempre de la misma forma. Se esfuerza en definirlos, pero rehuye toda simplificación y su forma de abordarlos evoluciona incesantemente.

Lacan sostiene que los conceptos forman parte de un esfuerzo constante por aprehender una experiencia, de modo que es un error reificarlos, tomarlos por realidades fijas e inmutables.

Ello no impide que tratemos de circunscribir sus rasgos distintivos, sus orientaciones fundamentales, que, éstos sí, se mantienen relativamente constantes a lo largo de los años. Por lo tanto, trataremos de dar definiciones aproximadas que sirvan a nuestros propósitos, aunque por fuerza serán limitadas y parciales.

La diferencia entre lo simbólico y lo imaginario

En un artículo que se puede considerar el anuncio de todo un programa de investigación, “Función y campo de la palabra y del lenguaje”.Lacan plantea la primacía de lo simbólico sobre lo imaginario, dando cuenta, en primer lugar, de la importancia decisiva del lenguaje en el ser humano.

Citando una serie de referencias fundamentales en etología, Lacan destaca la importancia de la imagen en el reino animal, que se manifiesta, por ejemplo, en los efectos en la maduración de algunos animales de la visión de la imagen de un congénere (y, por otra parte, los efectos contrarios que tiene la ausencia de esa experiencia perceptiva).

En la relación entre miembros de la misma especie, el uso de la imagen corporal como una forma de establecer y mantener un contacto regulado constituye un elemento determinante y característico. Por el contrario, Lacan destaca la primacía del lenguaje en el ser humano. Ello no significa que lo imaginario no tenga su importancia en el hombre, sino que está sometido a lo simbólico.

Idea clave 1

Así, lo simbólico tiene un poder estructurante, mientras que lo imaginario estaría estructurado pero no es estructurante, considerado desde un punto de vista global.

De todas formas, la distinción entre simbólico e imaginario no se corresponde estrictamente con la que existe entre el lenguaje y la imagen del cuerpo.

De hecho, el lenguaje es una realidad muy compleja, y no hay por qué esperar que su realidad quede subsumida en una única categoría. Así, cuando Lacan habla del poder determinante de lo simbólico no se refiere a todo el lenguaje, sino a aquello que él considera su estructura más radical.

En la definición de la estructura radical del lenguaje, Lacan se apoya en la lingüística estructuralista, tomando como referencias fundamentales a F. de Saussure y a R. Jakobson.

Según Saussure, en la lengua se pueden distinguir significante y significado, siendo el primero causal con respecto al segundo. De esta forma, aunque plantearlo así sea una simplificación arriesgada, podemos decir que el significante pertenece a lo simbólico, mientras que el significado pertenece a lo imaginario.

Idea clave 2

En el hombre, lo imaginario no corresponde sólo a la imagen sino también a aquello que en el lenguaje no es estructurante o causal, lo que se sitúa en el plano de los efectos. En tanto es del orden de los efectos (en esto Lacan sigue a Saussure), el significado participa de lo imaginario.

 La categoría de lo real

La dificultad mayor reside en definir la categoría de lo real. Al principio, la categoría de lo real parece responder en Lacan a una necesidad epistémica. Las definiciones de lo simbólico y lo imaginario no pueden cubrir todo lo existente.

Hay, pues, una aproximación posible a lo real en términos del límite de lo cognoscible (de acuerdo con el conocido planteamiento kantiano, que pone de relieve la imposibilidad de eliminar el hiato entre los conceptos y la cosa misma).

Pero en Lacan la cuestión no se plantea en términos filosóficos, sino que parte de los planteamientos de Freud acerca de la relación entre el aparato psíquico y la realidad. Para Freud, el aparato psíquico es un sistema que tiende a cerrarse sobre sí mismo (debido, por ejemplo, a su capacidad para satisfacerse de forma alucinatoria), y su relación con la realidad es problemática. Pero a pesar de ser dicha relación tan problemática, no por ello es inexistente, e incluso puede plantearse que es ineliminable.

Todo aquello que proviene de fuera del sistema supone para éste una exigencia, un requerimiento al que tiene que responder y que, por muchos esfuerzos que haga (como los que hace el soñante para ignorar una realidad exterior que le impide seguir durmiendo), se impone en su ciega exigencia.

Con la categoría de lo real, Lacan apunta a algo similar. Pero antes tiene que distinguir, en la a veces confusa referencia de Freud a la realidad, dos partes distintas.

En primer lugar, se aplica la categoría de lo imaginario a una parte de lo que solemos llamar la realidad, que no es la parte que conceptualmente podemos considerar lo real, sino una parte de la realidad que se puede considerar estructurada, organizada, atemperada, regulada por lo simbólico.

De hecho, una parte de lo que entendemos comúnmente por realidad es una construcción, como se demuestra en determinados estados patológicos (angustia, desrealización, despersonalización), en que dicha construcción queda muy alterada, aunque por lo general de forma transitoria, dejando al descubierto que se sostiene en una serie de coordenadas simbólicas que la estructuran.

Por supuesto, no todo en aquello que confusamente llamamos realidad puede reducirse completamente a lo imaginario.

Idea clave 3

Hay un residuo que resiste a su domesticación por lo simbólico, a su reducción, y esto es lo que Lacan llama lo real.

Ahora bien, la definición misma de lo real y de cómo queda situado con respecto a lo simbólico que no puede incluirlo, reducirlo, domesticarlo, varía a lo largo de los años, de acuerdo con modelos distintos.

Uno de los modelos que más interesan es el que, como hemos visto hace un momento, sitúa lo real, o al menos una parte significativa de lo real, en una posición de exclusión interna con respecto a lo simbólico, o sea, en una posición similar al grano de arena en el corazón de la perla.

Lo simbólico trata de asimilarlo, de reducirlo, pero no puede eliminarlo, y aunque su carácter de exigencia insoportable se atempera, no la pierde nunca del todo.

Esta metáfora es importante, porque fue usada por Freud para describir la formación de los síntomas neuróticos. En cierto modo, el síntoma es una formación simbólica que engloba algo de lo real insoportable, pero de tal forma que se produce una especie de empate: esa formación simbólica se petrifica y se convierte ella misma en algo parecido a lo real e incorpora una parte de su carácter insoportable.

Así, según este modelo, hay algo de lo real que queda dentro de lo simbólico, permanece, si se quiere, como una piedra en el zapato, pero a pesar de todo es una piedra importante, como si lo simbólico, para sostenerse, necesitara incorporar eso heterogéneo, rodearlo. En cierto modo, lo real, que es eso insoportable, parece como si constituyera el único punto de referencia seguro e inamovible a cuyo alrededor la estructura subjetiva se organiza.

¿Cuál es esa parte de la realidad que resiste a su domesticación simbólica?

Siguiendo de cerca a Freud, Lacan no considera que las percepciones que vienen del exterior tengan un privilegio sobre las que provienen “del interior del cuerpo” (ponemos comillas por la razón que antes hemos explicado). Al contrario, Freud observa que las percepciones que provienen del exterior del cuerpo son más fácilmente domesticables, porque en última instancia, si nos asedian, podemos irnos a otra parte, dejándolas atrás.

Dicho de otra manera, la locomoción sirve para ponerse a distancia de aquello de la realidad que nos apremia excesivamente y a lo que no podemos responder. Por otra parte, el sueño, en ocasiones el desmayo, sirve como una defensa eficaz para ponerse a distancia de determinadas percepciones externas o de todas ellas.

Algo muy distinto sucede, según Freud, con las percepciones “internas”, particularmente aquellas que provienen del organismo, es decir, las que no forman parte del sistema de las representaciones: en efecto, como se ve en los estados oníricos, éstas no dejan de hacer sentir su apremio, y aunque el soñante hace lo posible para mantenerlas a raya transformándolas en cosas asimilables, a veces son capaces de desbordar al sistema, siendo la angustia uno de los fenómenos que indican la imposibilidad de metabolizarlas.

Así, en la definición de lo real en tanto que inasimilable por lo simbólico, e imposible de reducir a lo imaginario, es importante incluir una parte que proviene del cuerpo, en la medida en que éste es una porción de la realidad externa a lo psíquico.

Por eso el cuerpo es una referencia importante para pensar a qué nos referimos cuando hablamos de lo real. En la definición de esta realidad del cuerpo, interna desde el punto de vista imaginario, pero en realidad exterior a lo psíquico hay que tener muy en cuenta las elaboraciones de Freud sobre la pulsión.

Cuando vinculamos el concepto de lo real con el cuerpo no estamos diciendo que todo en el cuerpo participe de lo real.

Por el contrario, existe una vertiente imaginaria del cuerpo (su imagen, nuestra percepción del cuerpo como “nuestro” y como una realidad unitaria) y también una vertiente simbólica (la distribución de zonas accesibles al contacto, zonas privadas, zonas valorizadas en relación con el intercambio sexual y otras consideradas neutras).

Así, lo real del cuerpo es fundamentalmente la pulsión.

¿Qué tiene que ver todo esto con la identificación?

A modo de una primera aproximación a la pregunta de qué relación se puede establecer entre la problemática de la identificación y los tres registros, nos conviene partir de una noción muy general de la identificación.

Cuando hablamos de identificación, nos estamos refiriendo a una forma de orientación por parte de un sujeto, que trata de situarse, de introducir un orden en su mundo.

La identificación se puede describir como la búsqueda de un punto de referencia que, como una especie de Estrella Polar, le permita al sujeto el establecimiento de los puntos cardinales de su mundo.

De hecho, a pesar de que estamos hablando metafóricamente, lo que decimos no carece de cierta motivación histórica que es importante recordar. Si los hombres han sentido desde tiempos inmemoriales la necesidad de estudiar los astros es porque existe una profunda necesidad de orientación, no sólo debido a fines prácticos, sino también a razones subjetivas fundamentales. Y las estrellas han tenido en esto un papel muy importante, por su fijeza o la extrema regularidad de su movimiento.

De la misma manera, cada sujeto humano busca su norte, y lo hace, por supuesto, desde el principio, en relación con las figuras humanas significativas que tiene a su disposición desde el nacimiento.

Esta necesidad de orientación no es exclusiva del ser humano. Sabemos que algunas especies manifiestan esta necesidad de orientación de una forma muy extrema, mediante fenómenos como el “imprinting”, merced al cual las primeras figuras en movimiento que aparecen en el horizonte perceptivo se convierten en referencias estables (se convierten en su “mamá”, si se nos permite abusar de la expresión).

Este ejemplo pone de relieve que, así como los animales pueden encontrar en lo imaginario elementos de orientación suficientes, el ser humano, por una serie de motivos, necesita orientarse por medio de lo simbólico, de ahí el papel fundamental del lenguaje en el primer año de vida del niño.

Recordemos que no nos referimos tanto a la función de la palabra que más tarde adquirirá, sino a la construcción por parte de quienes le rodean de un entorno en el cual las palabras van ordenando su mundo, estableciendo regularidades (nombrando sus necesidades, sus sensaciones internas, como el hambre y la inquietud, el ritmo del sueño y el despertar) y estableciendo también un punto fijo de referencia mediante el uso repetido de su nombre. El niño va incorporándose esas referencias, las hace suyas, de tal manera que formarán parte de él, serán inseparables de su ser, en una especie de “imprinting simbólico” (si se nos permite esta expresión inventada).

¿Por qué el niño, a diferencia de los animalitos en los que funciona el imprinting propiamente dicho, necesita de lo simbólico para orientarse? Desde su primera contribución al psicoanálisis, en “El estadio del espejo”, Lacan destaca el hecho de que el ser humano nace con un sistema nervioso mucho menos maduro que el resto de los animales, por lo cual no dispone de los mismos mecanismos de regulación que éstos.

El recién nacido no dispone de una imagen integrada de su cuerpo, de tal manera que la consecución de esta unidad imaginaria será un proceso relativamente largo. De hecho, en el ser humano, el lenguaje, a través de las palabras que le dirigen sus otros significativos, está presente antes de que se haya producido una maduración de su imagen corporal. Lo simbólico precede a la constitución acabada de lo imaginario. Esto produce una singular inversión respecto al orden en que suceden las cosas en los animales: un animal puede escuchar nuestras palabras, pero éstas no han desempeñado en él ningún papel formador, no formarán parte de su ser, sino que en todo caso se añaden como superestructuras. Para él, su identidad está, por así decir, asegurada en el plano imaginario, y esto no modificará ni será objeto nunca de ninguna pregunta, angustia o cuestionamiento.

En resumen, el ser humano es “víctima” de una carencia (prematuración biológica: no nace lo suficientemente desarrollado), carencia que a su vez tiene una ventaja, la de abrirlo a la incidencia de lo simbólico, que ocupará en él un lugar tan primordial como el que lo imaginario ocupa en los animales. De la misma manera que el animal “incorpora” la imagen de los otros animales, el ser humano “incorpora” lo simbólico.

Idea clave 4

El proceso concreto mediante el cual un sujeto incorpora lo simbólico y encuentra en él una serie de referencias estables, referencias que le permitirán localizarse como “yo” y tomar la palabra haciéndose cargo de las consecuencias subjetivas que esto tiene, es un aspecto fundamental de lo que llamamos la identificación.

Fuente: Enric Berenguer, "Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan"

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