El nudo borromeo es la última escritura de Lacan, que nos invita a pensar tanto los aspectos estructurales del sujeto, como distintos modos de intervenir en la clínica. La operatoria de distribución de goces que hacemos cotidianamente en la clínica, está de alguna manera escrita en el anudamiento borromeo.
El anudamiento borromeo es la estructura del sujeto y es equivalente al nombre del padre. El nudo tiene tres cuerdas: real, simbólico e imaginario. Estas cuerdas están anudadas de modo tal que no hay interpenetración entre ellas. Lo que se mantiene siempre a salvo es el agujero. Ese agujero, Lacan lo escribe como objeto a. Aclaremos de entrada que el objeto a no es ningún objeto, sino que es causa de deseo. Esa es la estructura del parletre, que está dividido, causado por un goce total perdido y esto se escribe ubicando que en el cruce de las 3 cuerdas no hay posiblidad de interpenetración.
Este nudo es para la neurosis, no para la psicosis. Es decir, podrá haber inhibición, síntoma y angustia, pero siempre está la posibilidad de recuperar el agujero. El nudo, una vez que se armó, es inquebrantable. Alguien puede estar deprimido o muy angustiado, pero tenemos la posibilidad de recuperar el agujero que le da sentido a la existencia.
¿Por qué el nudo borromeo es equivalente al nombre del padre y por qué decimos que es la estructura del sujeto? El Nombre del Padre es una función, es decir, no es un papá. Es una función que permite escribir en el sujeto la significación fálica. El niño escribe, con la operatoria del nombre del padre, que no está destinado a ser lo que sutura al Otro, sino lo que le falta al Otro. Esta falta, en la neurosis, no siempre está a cuenta del sujeto, por ejemplo cuando está inhibido, en síntoma o deprimido.
El sujeto tiene que ir, en sucesivas vueltas, descontándose de los sentidos que el Otro le propone para ir advirtiendo esta falta. El niño no está destinado a suturar ese agujero del Otro, abriéndole a ese Otro materno una hiancia incolmable. Esa es la significación fálica, que divide al Otro por un falo, que es un significante al que Lacan llamó por única vez símbolo. Que el Otro esté dividido por el significante significa que está atravesado por la falta inexorablemente, aunque el niño intente ocupar ese lugar. El Otro es deseante y por la operación del nombre del padre, desea algo más allá del niño. Si esto se inscribe, estamos en el terreno de la neurosis.
La inhibición, el síntoma y la angustia son astillamientos en la función y Lacan dirá que estos tres son suplencias espontáneas del sujeto del Nombre del Padre. Es decir, la angustia es nombre del padre, el síntoma es nombre del padre y la inhibición es nombre del padre en la estructura. Para nosotros, contrariamente al sentido común, vemos allí una suplencia del sujeto. Por supuesto, estas suplencias empobrecen al yo, lo que dará lugar a las intervenciones del analista.
El anudamiento borromeo equivale al nombre del padre y cada cuerda, a su vez, equivale al nombre del padre. La función del nombre del padre no tiene que ver con la autoridad ni la debilidad: la función es libidinal. Lacan aporta una novedad en el seminario RSI, respecto a esta función. Hasta ese momento, Lacan venía hablando del deseo materno, es decir, que el nombre del padre barra el deseo de la madre, donde esa x podrá ser o no, el niño.
DM
x
Si nos quedamos en este terreno donde el niño queda encerrado y no interviene el nombre del padre, estaríamos hablando de la psicosis. La operatoria del nombre del padre interviene sobre el deseo de la madre, pasándolo debajo de la barra de la represión. La madre ya no será esa boca del cocodrilo que se traga al niño y el resultado de esa operación será que el Otro quede dividido por el falo simbólico:
La posición libidinal no tiene que ver con los dichos, sino que se trata de una posición deseante. En el seminario RSI, a diferencia de lo que Lacan decía en el seminario V de las formaciones del inconsciente, agrega que el padre tiene derecho al respeto y al amor solo si está perversamente orientado, si hace de su mujer objeto a causa de su deseo. Detalla la función de la posición, donde está en juego la posición del padre en tanto deseante de la madre. Si un padre se orienta y hace de la madre objeto a causa de su deseo, interviene en que la madre pueda tener una relación de justos medios con sus niños-falo. Hasta ese momento, Lacan había ubicado la privación, frustración y prohibición, pero aquí habla de que esto es lo que le permite al niño llevarse los títulos en el bolsillo y no hacer síntomas para hacer el objeto tapón.
En el caso de los síntomas, el a no funciona como causa de deseo, sino que el sujeto está identificado al objeto. En el síntoma no está el clivaje que operó entre el niño y el objeto. La función del nombre del padre opera una pérdida de goce, un clivaje en el cuerpo del niño, en la medida de que el niño no es el objeto destinado a colmar al Otro. En la inhibición, el síntoma y la angustia, el vacío del objeto que permite desear otra cosa que el cuerpo de la madre está taponado. En lugar de tener un sujeto deseante de otra cosa que el Otro, su deseo se encuentra rebajado a la demanda del Otro. Esto nos da la fórmula del fantasma neurótico. Cuando el agujero de obtura, hay inhibición, síntoma y angustia, porque aunque ese vacío está escrito, no está disponible para el sujeto.
En el nudo borromeo no hay interpenetración quiere decir que el sujeto es real, es decir, no está enteramente representado por los significantes del Otro ni tampoco en los sentidos y las imágenes que el Otro proporciona. El sujeto es un resto que lo hace alteridad radical. Lacan recurre mucho a las matemáticas y va a decir que el a es un número irracional, tomando la raíz cuadrada de -1, que si lo operamos no entra en la escala numérica. Lacan dirá que ahí está el soporte del sujeto, en la medida que el sujeto no entra en la escala de los significantes o en los números de la escala del Otro. No está ahí, aunque está representado y alienado a ellos, lo cual hace que pueda también separarse.
El resto como a es el soporte del sujeto, es lo que escribe que el sujeto es real. Ahí va a intervenir el análisis, cuando ese sujeto está alienado a esos sentidos que lo hacen penar de más. Nosotros no intervenimos en todos los sentidos, ni intervenimos desde nuestro ideal. Solamente subrayamos esa dimensión donde el sujeto está identificado a sentidos que lo aplastan. La función de deseo del analista es hacer de soporte de ese a separador de esos sentidos que le impiden tener una relación con su deseo. En Los 4 discursos, Lacan dice que el analista hace semblante de a, y es separador en la medida que intenta recuperar un vacío, que está por estructura en cualquier neurosis, pero que no está disponible. Es un hueso, según Lacan, del sin-sentido, que tiene que ver con la cadena significante del Otro. Un niño arma su ideal respecto al sentido que le da el Otro. En la raiz está el significante unario, que permite ese margen de libertad que permite separarse. eso es tributario del nombre del padre.
Otra de las cuestiones que podemos ubicar acerca del Nombre del Padre en el anudamiento borromeo, es que infinitiza todos los sentidos. Lo esencial de un significante es su dimensión asemántica: si bien tienen un sentido que preexiste al sujeto y el niño recibe contínuamente demandas del Otro, la posibilidad que da la identificación al significante unario es que ningún significante del Otro lo nombre enteramente. Está la posibilidad de la clínica de la pregunta: “Me decís esto, ¿pero qué querés?”. El significante no significa nada hasta que otro significante le da su sentido. Por ejemplo,
-¿Has tomado un baño?
-¿que, falta uno?
Ahí, “tomado” no significa nada, hasta que otro S2 le da su sentido. El Otro puede venir con su demanda aplastante, pero el sujeto tiene esa hiancia que le provee la identificación al significante unario, que es ningún sentido, que permite interrogar “Me pides esto, ¿pero qué quieres?” En la inhibición, el síntoma y la angustia, esa interrogación está detenida. El sujeto está en impass y el analista intenta recuperar la interrogación. El paciente va a racionalizar y contarlo. El lenguaje de signos que funciona en la psicosis, no funciona en la neurosis, aunque esté en un impass. La identificación que constituye al sujeto es al significante unario, que es a cualquier significante, pero a que ningún sentido del Otro va a agotar al sujeto y siempre estará la posibilidad de restarse a ese sentido. Si no puede hacerlo espontáneamente, recurrirá a la inhibición, el síntoma y la angustia y el analista recuperará ahí el trazo mínimo en el nombre del padre en ese síntoma, es decir, lo que le permite no ser ese objeto que sutura al Otro.
En el síntoma, lo que encontramos es un intento fallido de recuperar el agujero. El analista va a intentar leer para que pueda no ser el que se ofrece a ser el objeto tapón, donde el vacío no funciona como causa de deseo. La identificación al sujeto es al “no ser” del objeto que completa al Otro. Por supuesto que siempre la función del nombre del padre es fallida y no podemos hablar nunca de un sepultamiento total del complejo de Edipo. Aunque el Otro esté dividido por el falo, se le va encima al niño igualmente.
El nudo está sostenido de tal forma que si se separa una cuerda, se deshace todo el nudo. El nudo se sostiene con 3 que arman un vacío. Clínicamente hablando, la interpenetración sería que entre el sujeto y el Otro haya encuentro: 4:2=2, resto 0, no hay sujeto. En la neurosis, 5:2=2 y hay un resto que es 1. Este 1 es un resto vivo, una reserva libidinal donde no habrá sentido del Otro que funcione como orden. Habrá mandatos superyoicos a los cuales el sujeto pueda obedecer, pero siempre habrán síntomas, sufrimiento, porque va a denunciar esa posición del objeto. El sujeto no sabe que en el síntoma está denunciando eso.
Cuando hay interpenetración, si se suelta una cuerda el nudo no se deshace. Si nosotros tenemos una esfera y la desinflamos, no queda un agujero. Pero en la figura que toma Lacan que es el toro, por más que lo desinflemos, el agujero central permanece.
Decíamos que el nudo borromeo es la estructura del sujeto, que es el nombre del padre y que el nudo permitía operar en relación a los goces mal distribuidos. ¿Pero qué quiere decir que es la estructura del sujeto?
La nominación de lo imaginario es la inhibición. Lo simbólico es lo propio del ser hablante, pero puede resultar en una metonimia infinita de significantes. Lo que lo detendría es justamente el sentido. Lo simbólico no puede responder al sujeto qué es y en algún punto es necesario que lo simbólico se detenga para construir la estructura neurótica. Lo imaginario permite cerrar la recta, porque lo imaginario actúa como límite mediante la construcción del narcisismo. Lo simbĺico no puede responder a qué soy, pero imaginariamente se puede responder a “Soy his majesty the baby”. Esto permite cerrar la cuerda de lo simbólico, deteniéndola.
El niño nace en pleno autoerotismo y el narcisismo lo unifica, diciéndole “Sos esto”. La primera nominación es imaginaria, según Lacan, es la constitución del yo, que se logra identificándose al ideal del Otro, a la imagen que el Otro le propone. Esto lo escribimos como i’a, que es una imagen a la cual el yo se identifica. Es el Uno unificante.
La segunda nominación es tributaria del nombre del padre. Es una función que ordena el campo de los significantes. Como vimos, el significante unario es cualquier significante, en el sentido que no significa nada. El significante unario permite descontarse del sentido del Otro y permite interrogar eso que viene como un sentido junto.
S1 - S2
Del sentido que viene del Otro, el sujeto puede extraer un significante y va a poder restarse de ese sentido, por ejemplo, preguntando: ¿Por qué querés que haga esto? Es decir, la función del nombre del padre hace que el sujeto no se aplaste. El significante unario no es ninguna palabra mágica, puede ser cualquier significante que permite descompletar el sentido del Otro. El sujeto se identifica en su constitución al significante unario, que es un significante que cancela todos los sentidos y el destino. En la psicosis, hay destino porque no está la inscripción del significante unario, así que no hay algo que le diga “no sos”.
Lacan habla de hacer un paso de sentido, un sin-sentido de lo que le viene del Otro. Esa operación, en la cuerda de lo simbólico, lo que hace es no se trate de un puro automatón de palabras a las cuales se obedece. Lo que descompleta al Otro es el significante unario, cancelando los sentidos y permitiendo que el sujeto no sea destino en el campo del Otro. Esto no siempre está disponible y el analista trata de recuperar el trazo unario, que apunta al vacío. El sujeto, en definitiva, no viene de ninguna sustancia, sino que es lo que un significante representa para otro. Si el significante representa, puede ser que represente otra cosa. En el caso de la hija que se queda cuidando a la madre enferma en la película Como agua para el chocolate, ¿Por qué me tengo que quedar a cuidarte? podría ser un significante unario. Esa interrogación cancela el sentido, identificando al sujeto al no ser, función tributaria del nombre del padre. Todo significante es una marca y un vacío, “un palote” de un vacío, como dice Lacan en el seminario de la identificación. Que un significante sea un vacío quiere decir que no significa nada, por lo tanto lo que Lacan dice como la maldición asumida sería “sos esto”, lo cual es imposible si está el rasgo unario.
Por otro lado, tiene que haber algún sentido para que el paciente no sufra de despersonalización.
La nominación de lo real tiene que ver con el agujero de la represión primaria. Es decir, esa hiancia en el aparato donde no hay un sentido total del Otro. hay una pérdida de sentido inicial en la constitución del sujeto. Se trata de una pérdida de goce total que funda el inconsciente. Lo real se anuda y hace agujero tanto en lo imaginario como en lo simbólico. Lo simbólico tiene un agujero propio que es el S1; lo imaginario detiene la deriva infinita, pero lo real hace agujero, a la vez, en lo imaginario y lo simbólico, diciendo que no hay posibilidad de goce total. Por eso decimos que el nudo es la estructura del parletre, porque se tiene que cerrar el infinito de lo simbólico.
Sentido, goce fálico y goce del Otro.
Empecemos por la cuerda de lo imaginario para ver la inhibición. Entre los cruces de la cuerda imaginaria y la simbólica, Lacan pone el sentido. Lo simbólico se detiene para armar un sentido, sino sería una recta infinita. Hay un punto de capitón que detiene y da sentido y eso es imaginario. Esto le da significación a la frase y por eso nos entendemos. Sino, viviríamos en una deriva significante imposible de significar.
Entre lo real y lo simbólico, Lacan pone el goce fálico. Lo real también es llamado por Lacan como aversión al sentido, porque lo real no tiene un sentido. Del goce, Lacan dice que es del orden de lo inútil: no tiene ninguna utilidad desde el discurso capitalista. El goce fálico tiene que ver con los orificios del cuerpo y Lacan dice que sin el goce sería vana la existencia. Lo que clínicamente llamamos depresión, que es una inhibición generalizada, implica que hay algo del goce fálico que no está funcionando. El goce fálico se llama así porque es fuera del cuerpo, en la palabra: es un goce atravesado por la castración. Se trata de un goce determinado por la discontinuidad de lo simbólico. No es un goce total, es tributario del nombre del padre. La satisfacción de la pulsión es parcial, porque ese goce total está perdido. Lo simbólico es prohibición del incesto, por lo cual ese goce va a ser siempre parcial. Esta parcialidad es lo que le permite al sujeto desear.
En el cruce entre lo real y lo imaginario, está velando ese agujero el goce del Otro. El Otro aquí se encuentra sin barrar, por lo cual, si miramos el nudo, vemos que lo simbólico no llegó. No hay un orden de parcialidad de goce y de la prohibición del incesto. Lacan dice “El Otro no existe”, pero en la clínica vemos una eficacia del goce del Otro. Cuando el sujeto se ofrece como objeto, hace que el otro exista. El Otro, en lugar de estar dividido, en estos casos pasa a ser un Otro absoluto al que hay que obedecer. El neurótico, en vez de gozar con algo más allá del cuerpo de la madre, se ofrece como objeto tapón. El neurótico se esfuerza por hacer consistir al Otro, ofreciéndose sacrificialmente. En este cruce, lo simbólico no está operando. En el goce del Otro, el sujeto desaparece como tal, porque está ofrecido sacrificialmente al Otro. En lugar de responder que la falta del Otro es un significante, que esa falta es vacía, se identifica a lo que sutura, en lugar de identificarse a lo que le falta. El a acá no funciona negativizado como causa de deseo, sino positivizado como tapón.
Clínica de la inhibición.
Lo imaginario avanza sobre lo simbólico y lo que vemos en la clínica es un sujeto inhibido. Vemos que hay un corrimiento dextrógiro, es decir, en sentido de las agujas del reloj. El sentido del Otro es constitutivo. En la inhibición, lo imaginario del sentido del Otro avanza de tal modo que tapona el deseo, que es la dimensión vivificante de lo simbólico.
La inhibición, según Lacan, es el síntoma puesto en el museo. La inhibición es muda, no hace pregunta. En la inhibición, el sujeto habla pero no sabe que algo dice en esa inhibición. El síntoma, al contrario, hace ruido, molesta, es egodistónico. En la inhibición hay detención del movimiento del sujeto y no hay pregunta.
Hay muchas cuestiones que se manifiestan entre la inhibición y el síntoma, pero en la inhibición lo que domina es la detención del movimiento, que es para defenderse de la angustia. En la impotencia sexual, el sujeto se defiende de lo sexual que se le vuelve incestuoso. La inhibición muchas veces es exitosa, vemos en el cuadro de Lacan del seminario X que es el punto de menor movimiento y menor dificultad, defendiéndose de la angustia y alejándose lo más posible del acto. El acto se posterga para protegerse de la angustia.
En la inhibición, el sentido del Otro aplasta, sin que lo simbólico pueda cancelarlo. Funciona má la dimensión del signo que la del significante (lo asemántico, el “eso no es eso”). El analista tendrá que ponerse como soporte de a separador de ese sentido, formulando preguntas. No es este un caso donde el paciente formule una pregunta. El analista activa la transferencia, tiene que hacer de la inhibición una cuestión de saber, entendiendo el saber como cadena de significantes. El analista debe construir cómo llegó el sujeto a esa inhibición, sea el caso de la impotencia, del no querer estudiar, etc. El analista ahí tiene que causar la transferencia, estando como soporte de a, como ese vacío separador que el sujeto inhibido no tiene disponible.
Vemos que muchas veces de la inhibición se sale mediante el acting out o el pasaje al acto. Se trata de intentos desesperados de un sujeto que no sabe de su deseo y encuentra esos recursos.
Ejemplo: Un paciente llega a la consulta a punto de recibirse de médico, faltándole 3 materias. Tenía muy buenas notas en toda la carrera, funcionaba excelente en el estudio y en otras áreas de la vida. Cuenta que al rendir, se le borró todo, se quedó sin ideas. Esto no le hace pregunta, pero viene porque lo manda su compañera de estudios al ver que él tomaba pastillas por estrés. Viene diciendo “qué paja contarte todo, en esto yo no creo, vengo porque mi amiga me dijo que viniera y porque me quiero recibir”. Viene sin ninguna pregunta.
Él dice que quería recuperar su memoria, dice que pensó que tenía un tumor en el cerebro y que sabía que la memoria podía perderse. La historia entre los 2 amigos era muy particular y ella era como una especie de padre que le decía que tenía que recibirse con él. El trabajo fue hacer palabra de esta mudez, para ver de qué se trata. Él contestaba con desgano, pero contestaba. Él cuenta, mediante preguntas, de qué quería recibirse, dónde hacer la residencia… Dice que cuando se reciba iba a hacer una especialidad. Cuenta que la madre decía que se iba a suicidar cuando él se recibiera, pero lo dice de tal forma sin advertir lo que estaba diciendo. Ahí el síntoma está puesto en un museo, no hay cuestión de un saber puesto en juego y el analista entonces debe operar ahí. Debe armar de esa inhibición, muda, un síntoma analítico.
El síntoma analítico implica una cuestión de saber acerca de ese sufrimiento, es decir, una cuestión de significantes. Tiene que instalarse una creencia, por parte del analizante e instalada en el analista por su deseo de analista, de que lo que está en juego ahí es una cuestión de significantes. En definitiva, un analista va a tratar de hacer un síntoma analítico de la inhibición. Sin síntoma anlítico no hay análisis: puede haber charlas, consuelo, psicoterapia… Pero no análisis. La intervención sobre esa cadena de significantes es lo que va a permitir un cambio sobre su goce.
¿Pero por qué se trata de una cuestión de significantes y no de sentido? El significante no significa nada hasta que un significante le da un sentido. Justamente, la posibilidad que tenemos de armar un síntoma analítico es darle a ese significante un nuevo sentido, que lo va a aportar el analista. Por ejemplo, “No me recibo porque se me anuló la cabeza, me falla la memoria”. El analista interviene sobre ese significante “me falla la memoria” aportándole otro significante. “Te falla la memoria porque no te querés recibir, porque vos creés lo que dice tu mamá de que se va a suicidar”. El síntoma analítico es una cuestión de significantes en la medida que si el significante tuviera un sentido fijo, no habría posibilidad de intervenir. El sentido lo aporta otro significante a ese primer significante, que puede ser cualquiera. Ese sentido cambia el goce.
En psicoanálisis, tratamos de morder lo real por ví de lo simbólico. De ese goce, intervenimos a través de lo simbólico. Por tratarse de significantes, tiene varios sentidos. Interviniendo de otro lugar sería desde el ideal “Tranquilizate y estudiá con tus compañeros”, dirigiéndonos al yo. En cambio, interviniendo desde el significante, nos dirigimos al sujeto. El sujeto va a estar representado entre un significante para otro, que es “tengo miedo de que mi mamá se suicide”. En ese punto puede hacer algo con eso, punto en el que pasa a ser un síntoma analítico. Es decir, una cuestión de significantes que al tomar otro sentido permite hacer algo con ellos, morder algún goce y abrir al goce fálico, al deseo.
El sentido en la inhibición es suelto, no remite a otra significación. Nosotros intervenimos recuperando la dimensión significante de lo simbólico. La inhibición es el nombre del padre en lo imaginario porque permite que una vez que se convierte en síntoma permite recuperar el vacío del a.
En la inhibición intervenimos abriendo la cuerda de lo imaginario. En el caso, él quería ser el hérore que salva a su madre y eso tiene un precio. Al abrir la cuerda de lo imaginario recuperamos la dimensión del “no sos”. La escritura que Lacan pone para esa apertura es -φ, que es la escritura de la castración imaginaria y que representa a la castración simbólica. Representa el “No sos el que está destinado a salvar a tu madre”. Cuando se abre una cuerda hacia el infinito, se recupera el agujero. Se trata de un movimiento levógiro. Todos los movimientos de las maniobras clínicas para recuperar el vacío del a son movimientos levógiros.
En la inhibición, se trata de recuperar la castración imaginaria: no sos el falo de tu madre y tu vida no está destinada a eso. En el caso, podría ser “Curá a tus pacientes, no a tu madre”
El síntoma en el nudo borromeo
Cuando lo simbólico avanza sobre lo real, tenemos al síntoma. Se trata del síntoma analítico, que se termina de construir como tal (en una cuestión de significantes y de saber) en el encuentro con el analista. Para nosotros, no se trata del síntoma de la medicina “me pasa tal cosa, esto me molesta”.
La avanzada dextrógira de lo simbólico, es decir del significante sobre lo real del goce, da como respuesta un síntoma. Lo real no se puede cubrir por entero por lo simbólico, por el sentido, ni por lo imaginario. El sujeto arma hace un síntoma, que también es nombre del padre en la estructura, porque todo síntoma permite hacer algo con la angustia. En el síntoma, el sujeto no se queda mudo y chilla. El síntoma es la pequeña revolución que hace el neurótico para sostenerse como deseante. En cambio, la inhibición es silenciosa y quizá ni llegue a la consulta. Se trata de “los normales”, según Lacan, que son los que no tienen pregunta. En cambio, el neurótico quiere saber.
El síntoma hace ruido y es nombre del padre porque en el síntoma se liga la angustia. Por ejemplo, en el caso de Isabel. El síntoma se forma, según Freud, porque se reprime una idea que es inconciliable con el yo. Con lo cual, Freud propone que haciendo consciente esa idea irreconciliable con el yo se resuelve el síntoma. Freud avanza en la clínica y se topa con lo real, lo que vuelve siempre al mismo lugar, que es el goce. Descubre que con el levantamiento de la idea reprimida no alcanza.
Isabel de R. se había quedado cuidando a su padre enfermo. Era la enfermera del padre, soltera. Su hermana estaba casada con un señor. Isabel llega a la consulta de Freud con una parálisis en las piernas. Freud le dice que hable y ella le cuenta su historia, cómo empezó la parálisis y arma la cadena de significantes. El cuerpo para nosotros es psíquico y tenemos que ver qué significante se entrometió en él. Freud recupera ese significante y hace del síntoma una cuestión de saber. En este caso, el significante es stehen, que significa parado. Ella estaba parada cuando trajeron el cuerpo muerto del padre. Stehen, cuando vio la felicidad de su hermana agarrada de su cuñado. Stehen cuando vio que su hermana se estaba muriendo. Freud agrega que stehen cuando Isabel tuvo la idea de “Ahora que mi hermana se murió, me puedo casar con mi cuñado”. Esa idea, inconciliable con el yo, es la que quedó reprimida.
Hagamos un ejercicio clínico y ver qué pasa si uno le dice a un paciente que en realidad ella no puede dar un paso más porque está enamorada de su cuñado. Sería un encierro, quizá la paciente se suicida. Debemos ensayar otra apertura hacia el deseo, porque recordemos que el a está escrito, pero ese vacío no está disponible. ¿Cómo recuperar ese vacío? En la apertura de la cuerda de lo simbólico está el inconsciente.
El inconsciente permite operar otro sentido sobre este síntoma. Una lectura que podemos hacerle a Isabel sería que ella es una mujer y lo que desea es enamorarse de alguien, que hay muchos hombres en esta tierra y que puede estar con uno. Que no se paralice, que avance. En lugar de encerrarla en la interpretación del cuñado, podemos abrirla hacia otra cosa. El síntoma es Nombre del Padre porque denuncia que lo real está siendo obturado por lo simbólico, que en este caso le dice “Vos estás destinada a cuidar a tu padre”. Lo real chilla y hace una revolución en el neurótico. El nombre del padre, en lo simbólico, intenta recuperar el agujero de lo real, que le dice “Vos no sos la que está destinada a cuidar de tu padre ni la que se tiene que casar con tu cuñado”. La apertura de la cuerda simbólica recupera el agujero del inconsciente y el S1: no sos.
La angustia.
La avanzada de lo real sobre lo imaginario da como respuesta a la angustia. También es nombre del padre en la estructura, porque lo que avanza es algo sin simbolizar, algo que está entre lo real y lo imaginario, que es el goce del Otro. Hay una sensación que viene del interior del cuerpo, la angustia, que tiene equivalentes en taquicardia, sudoración, bulimia, etc.
La angustia es la sensación del deseo del Otro, en el sentido que concierne al sujeto en la medida que él podría colmar al Otro. La angustia está entre el deseo y el goce, advirtiéndole al sujeto que puede quedar como tapón del Otro. La angustia puede retroceder hacia la formación de síntomas, o puede pasar hacia el acto decidido: yo no soy.
El sujeto puede quedar tomado en un estado de angustia permanente. Ahí la angustia funciona como señal de un peligro para el sujeto de ser objeto del Otro. Es una señal en el yo que advierte al sujeto. La angustia no siempre llega a formar un síntoma, con lo cual tenemos ataques de pánico. Son casos donde lo que más predomina es lo real, lo desorganizado y no lo simbólico de la palabra.
Cuando aparece lo real, en la clínica debemos armar un sentido. No se trata de interpretar, sino dar un sentido que lo organice en este caos. La avanzada de lo real sobre el yo es brutal y lo simbólico no está poniendo sentido, entonces el analista debe hacerlo. La apertura de la cuerda real es ubicar el falo simbólico, que recupera el agujero en lo simbólico, la castración simbólica: no sos eso que quiere el Otro.
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