La mera existencia de manifestaciones sexuales de cualquier tipo en los ancianos es sistemáticamente negada, rechazada o dificultad por gran parte de la sociedad. Las creencias y conceptos erróneos se manifiestan incluso en historias clínicas, donde no se recogen datos sobre la actividad sexual. Esto en algunos casos, por el supuesto de que los ancianos son sexualmente inactivos, debido a la incomodidad de formular las preguntas o el temor de no poder responder adecuadamente a las dudas que plantee el paciente mayor en este tema.
Se define como salud sexual geriátrica a la: expresión psicológica de emociones y compromisos que requiere la mayor cantidad y calidad de comunicación entre compañeros, en una relación de confianza, amor, compartir y placer con o sin coito. Así, en la vejez el concepto de sexualidad se basa fundamentalmente en una optimización de la calidad de la relación, más que en la cantidad de esta. Este concepto se debe entender en forma amplia, integrando en él el papel que juega la personalidad, el género, la intimidad, los pensamientos, sentimientos, valores, intereses, etc.
El proceso de envejecer se caracteriza por ser la única edad que no introduce a otro ciclo de la vida y por ser el momento más dramático de la existencia; la etapa de las perdidas y los temores. Perdidas de todo tipo: de la capacidad laboral, papel productivo, posibilidad de perder a la pareja, los amigos, los hijos, disminución e eficiencia física y de la independencia psicológica, etc...Temor a la soledad, al aislamiento, a la falta de recursos económicos, a la discapacidad.
Todos los prejuicios sociales castigan al anciano, privándolo de su derecho a mantener su actividad sexual satisfactoria. La gran mayoría de la sociedad, e incluso gran parte de los profesionales sanitarios, parecen pensar que el anciano es un ser “asexuado”.
Factores anatómicos (se producen una serie de cambios anatómicos en los órganos sexuales de los ancianos, que se acompañan de modificaciones funcionales en las distintas fases del ciclo sexual. Factores fisiológicos (exigen una adaptación del comportamiento sexual a su nuevo funcionamiento, evitándose así frustraciones y situaciones de ansiedad ante las siguientes relaciones sexuales, que podrían llevar al cese innecesario de la actividad sexual), factores hormonales, factores sociales (es un mito que se pierde el apetito sexual; la salida de los hijos del hogar afecta de forma positiva la vida en pareja y la vida sexual, dado que pueden contar con un mayor espacio físico, lo cual les ha permitido una sexualidad más libre, no siendo necesario esperar el momento adecuado para tener relaciones sexuales y disfrutar de la mutua compañía.
La formación de nuevas parejas en la edad madura suele ser mal recibida, todos estos mitos y prejuicios sociales castigan al anciano, privándole de su derecho de mantener su actividad sexual satisfactoria.
La viudez: El hecho de perder la pareja es uno de los factores determinantes de mayor peso del cese de la actividad sexual. Les resulta muy difícil la idea de obtener placer nuevamente con otra pareja distinta, especialmente cuando la convivencia con la persona fallecida fue satisfactoria o prolongada.
Los ancianos que se encuentran en instituciones o que viven con sus hijos, no cuentan con el ambiente más adecuado de intimidad para mantener relaciones sexuales o se lo prohíben expresamente. Cambio de domicilio: Está situación se agravia mas cuando se separa a al pareja con la intención de repartir las cargas del cuidado entre los miembros de la familia, sin pensar siquiera qué exista una necesidad de manifestación sexual.
El cese de la actividad sexual no es un suceso exclusiva y necesariamente cronológico sino que depende de muchos factores.
Es importante que se sepa que muchos ancianos con un gran estado de inhabilidad mental tienen la capacidad para sentir placer, y que muchas veces necesitan tocar y ser tocados, sentirse queridos, sentir calor.
Es incorrecto seguir considerando al anciano como poco interesado en la sexualidad o con escasa actividad sexual. Se puede encasillar como “sexismo” la actitud de la sociedad y de los profesionales de la salud que no quieren reconocer esta realidad.
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