La culpa, entre el deseo y el goce
La culpa constituye un operador, una brújula clínica fundamental para el analista por cuanto indica el modo en que el sujeto entra en relaciones con dos campos fundamentales como son el deseo y el goce.
Al inicio del seminario sobre la ética, donde va a haber un desarrollo bastante intenso respecto al concepto de culpa, Lacan juega con la contraposición entre dos acepciones o sentidos de un término francés que es el vocablo “faute”, el cual quiere decir tanto culpa como falta. Con lo cual entonces la culpa se asocia en el sujeto a una cierta posición o un cierto hacer con relación a la falta.
En principio puede resaltar ese vínculo de la culpa con el deseo, y por ello, al final de ese mismo seminario pueda afirmar que sólo se es culpable de haber cedido en su deseo. Es una afirmación un tanto oscura, si se quiere: ¿cuál es ese “su” deseo frente al cual el sujeto cede?
¿Es el deseo como deseo del Otro al realizarlo, que lo torna culpable? ¿o es que el sujeto asume la culpa en la medida de poder trascender la determinación por este deseo del Otro? ¿En qué medida ese “su” indicaría algo del orden de un cierto margen de libertad, o no?
Posteriormente, Lacan podrá también además asociar la culpa al campo del goce en el sentido en el cual la culpa viene a testimoniar allí de un cierto empujar del sujeto, podríamos decir. Es un empujar en los bordes, en los límites y de allí que pueda plantear en “La ética…” que hay un goce de la transgresión. El goce está en el intento mismo porque la transgresión por estructura es imposible.
Aunando ambas relaciones entonces, la culpa viene a dar cuenta de ese borde, también de ese litoral que se plantea entre el campo del deseo y el campo del goce. El valor clínico entonces se valoriza: el sujeto sólo podrá preservar ese lugar del deseo en la medida de poner un alto al goce.
Intervenciones clínicas
¿Cuál es el valor clínico de la culpa? ¿En qué medida podría servir como brújula en la escucha analítica? Una de las cuestiones más relevantes en la práctica del psicoanálisis es que el analista, en principio al menos, no dirige su intervención a liberar al sujeto de su culpa, sino que lo que hace es interrogar no sólo su origen, sino también el momento y las condiciones de su surgimiento.
Es importante hacer foco sobre la particularidad que tiene el término “faute”, en francés, que significa no sólo culpa sino también falla, error, falta, pecado, infracción. Campo semántico en el cual vemos cómo se articula la falta o la falla, incluso la propia de la estructura, con la culpa como un efecto sobre un sujeto.
En ese sentido, el articulador que podemos tomar es el planteo del seminario 7, en el cual Lacan afirma que sólo se puede ser culpable de haber cedido en su deseo. Y esto nos lleva a un interrogante, pues la frase resulta equívoca.
¿Qué es ceder en su deseo? ¿Qué deseo? ¿Es el deseo del Otro? ¿Es haber cedido al deseo del Otro? ¿Es haber abandonado un deseo más allá del Otro, en orden a responder a ese deseo del Otro en el fantasma? ¿Que sería ceder: realizarlo o no realizarlo?
La culpa viene por ende a funcionar como una brújula precisamente porque le permite al analista delinear, delimitar, escuchar un punto en el cual el sujeto está empujando para transgredir cierto límite, aunque sin lograrlo.
Es por eso que en el seminario 7, a diferencia del deseo, Lacan va a situar al goce como algo que está ligado a la transgresión. El intento fallido de transgredir el límite de la prohibición es consistente entonces con el punto donde surge la culpa.
Con este vínculo, fantasmático, entre deseo y goce, se hace patente entonces que el valor clínico de la culpa es que viene a indicar una frontera, un borde o litoral, aquel cerca del cual acampa el sujeto en el fantasma.
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