Lacan retoma las fantasías freudianas y las sitúa dentro del registro de la relación especular, culminando en la formulación del fantasma en el grafo. Aunque este enfoque implica un giro conceptual —que pasa del soporte imaginario del fantasma a su entramado significante—, no elimina la función de lo imaginario, incluido lo especular, en su configuración.
Una primera distinción a considerar es que, si bien el fantasma guarda relación con el síntoma, como lo muestran sus posiciones en el grafo, existen diferencias fundamentales en cómo operan en el tiempo. Del lado del síntoma, entendido como formación del inconsciente, encontramos desplazamientos y el funcionamiento del aprés-coup, propio de la cadena significante. En contraste, el fantasma presenta una fijeza temporal, una suspensión que permanece inalterable frente a la resignificación posterior del significante.
En la perspectiva lacaniana, el fantasma se configura como una escena, evocando las reglas compositivas que Freud atribuye a las fantasías. Esta escena vela la falta que representa el deseo del Otro, lo traumático que confronta al sujeto en su desamparo. Definir el fantasma como una pantalla no implica que sea completamente opaco; simultáneamente vela y muestra, ejemplificado en obras como La condición humana de Magritte.
Además de su carácter de pantalla, Lacan señala una segunda función esencial del fantasma: ser "el sostén del deseo". Este opera como una estructura mediadora que sostiene el deseo del Otro, según se expone en el Seminario 10, La angustia. La mediación del fantasma es necesaria debido a la ausencia estructural de un objeto que sea intrínseco al deseo. En este sentido, el fantasma delimita la escena donde el deseo del sujeto se despliega y actúa como un regulador que ordena su dinámica.
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