Tempranamente, en la “Psicopatología de la vida cotidiana”, Freud sitúa al olvido dentro de las formaciones del inconsciente, asociándolo a la represión secundaria que le es concomitante.
Pero también es cierto, que no menos temprano, y puntualmente respecto del olvido de los nombres propios, Freud puede abordarlo desde una perspectiva un poco más amplia que la formación del inconsciente. Puntualmente los vínculos que puede considerar, a partir del olvido de Signorelli, entre el nombre propio, la muerte y la sexualidad conllevan pensar al olvido desde una dimensión más sincrónica, más ligada a cuestiones de estructura.
A partir de allí Lacan podrá pensar al olvido, o al olvidar, que no es lo mismo, como algo que se entrama en la práctica misma del psicoanálisis. Con Lacan se puede afirmar que un análisis permite olvidar, y esto no significa que promueva la represión de los conflictos en el sujeto. Aquí el olvido sería un efecto asociable al efecto de pérdida consecuente con el trabajo analítico.
No se trata de que el sujeto “se” olvide, sino de que olvide. El olvido allí se juega en términos de ese momento en el cual el sujeto cae en la cuenta de que no acudió a la cita. Pero ese olvido, ese no acudir a la cita, solo es resignificado por el sujeto una vez que ya aconteció, con lo cual el olvido es un efecto sobre el sujeto que quizás testimonie del agujereamiento del saber, y entonces el sujeto no es el agente de ello.
Finalmente podemos situar una perspectiva más, aunque de otra índole.
Respecto al propio analista en el inicio de la transferencia ubica un “fingir olvidar”. Finge olvidar que el Sujeto Supuesto Saber está destinado a caer y lo finge para sostener esa ilusión que da inicio al trabajo del análisis. ¿Qué papel cumple el olvido ahí? Porque no se trata simplemente de que el analista pueda fingir, sino que debe fingir olvidar.
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