martes, 12 de noviembre de 2024

Urgencias clínicas: entre la prisa y la pausa

 En el seminario 17, Lacan señaló que el discurso capitalista había triunfado. En este contexto, no hay espacio para el amor; en cambio, predomina una compulsión por consumir bajo la promesa de alcanzar la felicidad. La búsqueda de satisfacción se realiza de manera acelerada, sin pausas. Como consecuencia, los malestares humanos han cambiado: la ansiedad, el pánico y la angustia han aumentado. Esto nos lleva a reflexionar profundamente sobre las estrategias que debe emplear el analista.

En la época de Freud, el desafío era descubrir las características del inconsciente. Hoy, nuestra tarea es inscribir lo que no pudo ser inscrito en su momento en él. El enfoque ya no está tanto en tratar el síntoma de manera directa, sino en acompañar y contener al paciente, tal como indicó el expositor anterior.

A nuestras intervenciones, añadimos la importancia de incorporar pausas. Así como el ataque de pánico está relacionado con la angustia, también lo están las urgencias subjetivas. Freud describe la angustia del desamparo, algo muy presente hoy en día, observable en los niños que, debido a la sobrecarga de actividades, no tienen tiempo para jugar.

Freud distingue entre la angustia señal, que prepara al sujeto para enfrentar situaciones difíciles, y una forma de angustia más ligada a la ansiedad y al pánico. En el caso de la ansiedad, se produce una complicación pulsional (como la ansiedad oral) y una carencia de palabras para expresar el malestar. Además, encontramos la dificultad de establecer un límite claro al Otro.

La angustia puede considerarse una oportunidad valiosa, ya que suele preceder al surgimiento de un deseo. Sin embargo, surge la pregunta: ¿está la persona preparada para llevar a cabo lo que desea? En este sentido, es interesante conectar el desamparo descrito por Freud con la posibilidad de desbloquear un deseo, dado que Lacan sostiene que la angustia emerge precisamente cuando se ausenta la falta. Entonces, ¿cuándo debe faltar el objeto para que surja el deseo? Es necesario identificar los tiempos simbólicos, reales e imaginarios.

El tiempo real se refiere al momento del acontecimiento, que a veces no es asimilado por lo simbólico y lo imaginario. Un ejemplo de esto son las mujeres que dan a luz sin saber que estaban embarazadas o las niñas que menstruan sin estar conscientes de que eso les ocurriría. Este tipo de situaciones generan angustia. En la actualidad, la velocidad con la que ocurren los eventos puede hacer que el sujeto no logre procesarlos de manera imaginaria y simbólica.

Lo imaginario nos proporciona un sentido de corporalidad y también nos permite ubicar temporalmente los acontecimientos, preparándonos simbólicamente para ellos. El desafío surge cuando lo real irrumpe y se impone sobre una persona que se encuentra en estado de desamparo, generando una dislocación en la trama de lo real, simbólico e imaginario.

El manejo del tiempo implica tanto la pausa como la urgencia. ¿Pero de quién es esta urgencia? El ser humano, a diferencia de la inteligencia artificial, posee un cuerpo y un psiquismo que le permiten sentir, algo que las máquinas no pueden hacer. Aunque los animales tienen un imaginario más desarrollado que el de los humanos, carecen de un registro simbólico; sus vidas están regidas por el instinto. Los humanos, en cambio, poseen la libertad de decidir qué hacer con aquello que se ha hecho de ellos, tal como sugiere Sartre.

Para Freud, la angustia estaba siempre ligada a la castración: implica la capacidad de renunciar a ser el falo del Otro para poder sostenerse en el propio deseo. Entonces, surge la cuestión: ¿de quién es la urgencia y en qué momento se manifiesta? Es aquí donde las viñetas clínicas pueden ayudarnos a comprender mejor estas dinámicas.

Carolina consulta preocupada por uno de sus hijos, pero rápidamente surge en la sesión una angustia más profunda: se da cuenta de que vive en un estado de desamor con su esposo y expresa su deseo de tener un verdadero compañero. Para lograrlo, se ve frente a la posibilidad de iniciar un proceso de separación, que aunque será doloroso y angustiante, también puede ser liberador. Carolina parece estar en condiciones de llevar a cabo esta decisión.

Mariela, por su parte, llega al consultorio tras un intento de suicidio mediante la ingesta de una gran cantidad de pastillas. Su diagnóstico no es claro, y no parece ajustarse a una estructura neurótica. Mariela también quiere separarse de su esposo, mencionando que no soporta su mirada. Su discurso es incesante y la analista tiene dificultades para interrumpirla; todavía no hay un "decir" propio en su relato. El trabajo con Mariela requiere tiempo y pausas, y la sublimación a través de la pintura le permite iniciar un proceso de conexión con otros artistas. Sin embargo, en el momento del impulso suicida, aún no estaban dadas las condiciones para una separación consciente.

Lacan afirma que la angustia no es sin objeto; siempre se trata del objeto a. Dependiendo de la posición que este objeto ocupe, puede ser causa de deseo o convertirse en un desecho. En el caso de Mariela, ella se percibe como un objeto de desecho en su intento de envenenarse. En cambio, en Carolina, la angustia se convierte en una vía para pensarse como una mujer que merece ser amada.

Hay casos de ansiedad que también requieren una respuesta urgente. Los padres de Sofía consultan angustiados por la condición de su hija, quien ha desarrollado un cuadro complejo de diabetes. Sofía tiene sobrepeso y sus padres descubren con frecuencia restos de golosinas que consume a escondidas. La urgencia de los padres se centra en su salud, pero en la sesión, Sofía evita hablar de su ansiedad con la comida. Expresa su deseo de ser bailarina, pero sufre una contradicción interna: coexisten en ella el deseo de bailar y una ansiedad oral que la lleva a un consumo compulsivo, un goce que termina siendo mortífero. La tarea terapéutica consistirá en ayudar a Sofía a identificar y dar forma a esta ansiedad que aún no encuentra representación inconsciente, trabajando para inscribirlo simbólicamente.

En el ser humano, el lenguaje introduce la posibilidad de la pausa, un momento de reflexión y espera que no es intrusivo, sino necesario para que se establezca una adecuada intrincación pulsional. Como una madre que puede privar al hijo de lo que le ofrece, esta pausa fundamental permite que el lenguaje no se inserte de manera invasiva, sino que actúe como un espacio de contención y simbolización.

En el caso de Sofía, la analista es consciente de que no puede precipitar los tiempos del proceso. En una sesión, Sofía menciona una de sus materias escolares donde los estudiantes deben exponer oralmente. Aprovechando la oportunidad, la analista interviene: "¿Qué pasa, que cerrás la boca donde no la tenés que cerrar?" Aquí se revela un contraste: mientras Sofía evita hablar de su ansiedad con la comida, es capaz de expresar otros aspectos de su vida escolar. La urgencia en este caso es de los padres, ya que Sofía no consulta directamente por su ansiedad, sino que es llevada al análisis por la preocupación de ellos.

Por otro lado, Daniel es un empresario exitoso que acude al consultorio por problemas de ansiedad. En sus relatos, se evidencia su impaciencia: quiere todo de inmediato. Además, mantiene varios amoríos extramatrimoniales, y uno de estos le ha traído complicaciones, ya que tiene un hijo con una de sus amantes. Durante la sesión, Daniel se enorgullece de sus logros, destacando que siempre consigue lo que quiere. La analista lo escucha y finalmente interviene: "Sí, sí... Eso ya lo sabemos. Usted siempre logra lo que quiere; el problema es cuando obtiene lo que no quiere". Acto seguido, interrumpe la sesión, poniendo un límite y dejando en el aire una pregunta clave para Daniel sobre el verdadero costo de sus deseos satisfechos.

Fuente: Notas de la conferencia de Clemencia Baraldi "Urgencias clínicas: entre la prisa y la pausa" (redactada por IA)

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