El malestar que conduce a un sujeto a consultar a un analista puede estar ligado, en ocasiones, a la imposibilidad de tomar decisiones. En otras, la consulta surge precisamente porque el sujeto se encuentra ante la necesidad de decidir y no halla una manera de hacerlo, ya sea por los elementos en juego, una inhibición, o algún impedimento.
Un ejemplo interesante es el de alguien que, reflexionando sobre su vida, concluye que las decisiones realmente importantes no han sido muchas, incluidas aquellas tomadas en análisis. Esto nos lleva a una pregunta esencial: ¿qué hace que una decisión sea importante? ¿De dónde proviene su importancia?
La relevancia de esta pregunta radica en apartar la idea de que el peso de una decisión reside únicamente en el hecho concreto de llevarla a cabo. La importancia de una decisión no se encuentra en un ámbito puramente positivo ni en la acción inmediata del sujeto, sino que depende de dos dimensiones principales:
En esta línea, la importancia de una decisión para el sujeto radica en su valor significante. Una decisión afecta la relación del sujeto con el Otro, descompletándolo, poniendo en evidencia su inconsistencia y desafiando su estructura. En este sentido, una decisión no es solo un acto práctico, sino un movimiento que reordena la relación del sujeto con su deseo, con el Otro y consigo mismo.
Así, el análisis no busca simplemente que el sujeto tome decisiones, sino que, al hacerlo, estas adquieran una dimensión ética, orientadas no por la certeza de un resultado, sino por la transformación subjetiva que conllevan. La verdadera importancia de una decisión se revela en su capacidad de inscribir una diferencia en la vida del sujeto y en el lazo con el Otro.
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