El goce, en tanto anomalía, no es un exceso accidental sino una condición estructural que marca la consistencia misma de su campo. Lacan lo señala tempranamente, ya en La ética del psicoanálisis, aunque sin nombrarlo aún como tal, al trazar la diferencia radical entre la ética analítica y otras formas éticas solidarias del discurso del Amo y de alguna noción de Bien.
Este punto —el goce como anomalía— será retomado y refinado a lo largo de casi tres décadas, hasta desembocar en el campo de lo nodal. Allí, donde antes predominaban lógicas binarias (seriales o modales), Lacan introduce una tripartición, habilitada por una lógica más compleja que no se agota en las oposiciones.
No obstante, incluso en el momento proposicional/modal, aparece ya una cuestión clave: lo universal, siendo ficción, se sostiene de lo que le ex-siste. Desde la geometría proyectiva, podríamos pensar esto con la figura del punto impropio, ese punto que no pertenece a ninguna recta del espacio finito, pero que funciona en tanto condición del sistema.
¿Qué implica un punto que no pertenece a ninguna recta? ¿Qué espacio convoca, qué bases conmueve, si ya no se sostiene del espacio euclidiano e intuitivo, sino de una geometría que exige otro tipo de mirada?
Lacan recurre con frecuencia a este tipo de referencias matemáticas y topológicas. ¿Por qué? ¿A qué nivel de la práctica analítica remiten estos desplazamientos? En lo personal —y aquí retomo un comentario que alguna vez hizo Diana Rabinovich—, estos señalamientos me empujan a investigar cuál es la función de estas “exportaciones” conceptuales.
En el caso del punto impropio, podríamos arriesgar que señala aquello que no entra en ninguna serie, lo que no se puede sustituir ni totalizar. ¿No es ésta, acaso, la posición lógica del padre primordial en el mito freudiano? Un elemento fuera de serie, irreductible, que permite estructurar un campo desde su exclusión. Así, lo topológico y lo lógico vienen al auxilio para formalizar, con precisión, aquello que en el campo del goce y de la paternidad simbólica se nos presenta con oscuridad.
El esfuerzo que implica abordar estas cuestiones no debería ser excusa para evitarlas. Por el contrario, lo que está en juego es nada menos que la consistencia de nuestra práctica: cómo pensamos, cómo escuchamos, y cómo operamos con eso que, por estructura, no hace serie con nada.