En el momento en que Lacan introduce la noción de satisfacción paradojal de la pulsión, situando un real propio de la praxis analítica, comienza a cuestionar el estatuto del Nombre del Padre más allá de la metáfora paterna. Este planteo abre una nueva forma de conceptualizar el deseo.
Lacan señala que hay aspectos del sujeto que no pueden explicarse ni reducirse al campo de los efectos metafóricos. Dicho de otro modo: ¿cómo abordar aquello que en el sujeto permanece fuera de la posibilidad de ser metaforizado?
En este contexto, marcado por el tránsito hacia la pluralización del Nombre del Padre, asistimos a una reformulación del deseo, vinculado ahora con la noción de genealogía. A partir de la segunda mitad del seminario 10, en la clase única sobre los nombres del padre y aún en parte del seminario 11, Lacan comienza a delinear esta genealogía del deseo. Este análisis lo lleva más allá de la referencia fálica, interpelando la función de la causa en el deseo.
Desde la lógica atributiva, el falo aparece como el objeto que responde al deseo, llenando la falta de un objeto connatural. Sin embargo, al introducir la dimensión de la causa, se pone en juego un objeto de un estatuto diferente. Este objeto no es aquel al que el deseo se dirige ilusoriamente, sino aquel que lo impulsa y lo moviliza.
La perspectiva genealógica de este planteamiento redefine el estatuto de la causa misma. La causa no puede pensarse fuera de las consecuencias del corte significante. La genealogía subraya la heterogeneidad que surge del corte, rompiendo con cualquier ilusión de continuidad y vinculando el deseo no tanto a la falta como a la pérdida. En este marco, el deseo emerge como una fuerza profundamente atravesada por la ruptura y la discontinuidad.