viernes, 3 de octubre de 2025

“Barbarización del lazo social”

 La autora advierte que “crueldades e impunidades diversas en los lazos afectivos, salvo que tomen la forma de la violencia explícita, suelen presentarse muy naturalizados”. Señala la necesidad de contar con “alertas clínicos” al respecto y observa que es difícil, pero necesario, “avanzar en la intrincada trama donde se configura el abuso”.

Ante la significativa presencia clínica de crueldades, violencias y abusos en los vínculos, una pregunta insiste: ¿estas modalidades vienen en aumento o es que se denuncian y visibilizan más? 

Con la ayuda de Deleuze, podemos decir que no es “o”, sino “y”. Se trata de pensar estos procesos con una lógica inclusiva y no disyuntiva. Puede decirse que estamos en presencia de un incremento de las violencias, crueldades y abusos y, también, que se denuncian y visibilizan más. Una segunda cuestión se refiere a las condiciones sociohistóricas que estarían operando en el incremento y en las naturalizaciones de modalidades vinculares donde opera el destrato, el destrato cruel. No sólo los maltratos físicos explícitos sino los destratos, indiferencias, ese dejar caer al otro; en muchas formas que toman los lazos afectivos el otro es un otro denigrado, ignorado, no tenido en cuenta; un otro caído.

Muy sintéticamente, se trata de procesos que he denominado la barbarización de los lazos sociales, donde el despliegue actual de estas cuestiones estaría dando cuenta de ciertas transformaciones de las lógicas culturales del capitalismo que podríamos agrupar en el cúmulo de impunidades públicas (corrupción de la Justicia, la policía, poderes corporativos, falta de garantías democráticas, etcétera, a escala mundial). En mi criterio, este desfondamiento de las instituciones públicas –las impunidades públicas– tendría como correlatos el despliegue de impunidades privadas. Observamos así cierto desarrollo de crueldades e impunidades diversas en los lazos afectivos, en noviazgos, conyugalidades, en las familias, que, salvo que tomen la forma de la violencia explícita, suelen presentarse como muy naturalizados en el relato de las personas que consultan. Es necesario poner aquí un alerta clínico. Las violencias físicas van cambiando sus formas de presentación. Así, por ejemplo, alarmantes situaciones de noviazgos violentos o donde el femicidio se produce ya no sólo como final de toda una vida de golpes, sino en relaciones de pocos meses de duración. Son situaciones de verdadero riesgo, y no hay que esperar a leerlas en la sección policiales de los diarios, sino que pueden estar dando indicios en la consulta.

Los psicoanalistas trabajamos en cualquier problemática con indicios, con claves encriptadas en los relatos de los analizantes. ¿Por qué razón tendremos tantas dificultades en el registro de los indicios de riesgo de las violencias? Y ¿cómo intervenir en estas situaciones? No olvidemos que generalmente son muertes anunciadas.

Sólo que ha habido una cadena de situaciones donde no se leyó a tiempo el anuncio de lo que iba a ocurrir, o se pensó que no se debía intervenir, o no se supo qué hacer, etcétera. Cómo comportarnos frente a esa muchachita que llega muy contenta al consultorio porque ha empezado a salir con un joven que la cuida mucho, siempre la va a buscar a todos lados, la llama a cada rato. La quiere tanto que es hasta celoso de sus amigas y su familia.

Se van a vivir juntos al muy poco tiempo, ya no la deja ir a visitar a sus padres, lee sus mensajes, las escenas de celos cobran cada vez mayor voltaje... Estos son alertas clínicos que tenemos que saber escuchar y donde debemos tratar de discernir cuáles son las mejores formas de intervenir. 

No podemos mantenernos exclusivamente en la interpretación –sin duda correcta– de los posicionamientos fantasmáticos que están en juego allí y que seguramente proporcionan buena parte de la amalgama de ese vínculo. Desconfigurar anudamientos fantasmáticos suele llevar mucho tiempo y lamentablemente los ritmos de las violencias van a mucha mayor velocidad. 

La pertinencia unidisciplinaria puede, en estos casos, limitar las herramientas a implementar. Se está desplegando allí un hiper-real, sin duda muy diferente al real que vuelve como delirio de la psicosis, muy diferente también de las fantasmáticas neuróticamente incestuosas de “la otra escena”. En hospitales, en direcciones de la mujer y espacios de la Justicia, solemos encontrar fuertes resistencias de colegas a aplicar protocolos de riesgo en este tipo de situaciones. Creo que es necesario afinar nuestros instrumentos para poder tomar en cuenta, atender al indicio, de modo tal que, de los indicios, se puedan ir configurando indicadores de riesgo. 

Las dificultades frente a relatos de crueldades y abusos tienen una larga historia institucional en psicoanálisis, de alcances incluso metapsicológicos. ¿Voy a creer o no creer el relato de abuso? Nos encontramos aquí con una paradoja fundacional. 

El dejar de creer en los relatos de abusos de sus pacientes le permitió a Freud inventar un concepto princeps, fundacional, del psicoanálisis: el concepto de realidad psíquica. De la idea de un trauma sexual, realmente acontecido en la infancia de adultos neuróticos en tratamiento, pasa a considerar el papel de las fantasías en la configuración de la realidad psíquica. Este pasaje delimitó nada menos que el campo propio del psicoanálisis. Pero, al operar con una lógica disyuntiva, “o esto o aquello”, y no con una lógica inclusiva, “esto y aquello”, produjo como daño colateral la instalación de la sospecha respecto de la veracidad de los relatos de abusos realmente acontecidos. 

Así, aquellos pacientes que fueron víctimas de reales abusos quedaron fuera de la escucha, es decir que para ellos/ellas el dispositivo no dispuso de hospitalidad. En realidad, no se trata de creer o descreer de los relatos de abusos, sino de estar cada vez más avezados en saber distinguir –en las modalidades que adoptan en los relatos los modos del decir, pero también las corporalidades– aquellos indicios que puedan operar como indicadores de veracidad. En síntesis, habrá que ver en qué casos estamos frente a situaciones de abuso realmente acontecidos (Fernández, A. M., “Las marcas de infancias abusadas” en Los sufrimientos. 10 psicoanalistas. 10 enfoques, Psicolibro Ediciones, 2013) y en qué casos estamos frente a producciones fantasmáticas. Dicho esto, rápidamente hay que agregar que en la clínica nada es tan claro y distinto. Todo hecho realmente acontecido en la historia de un sujeto se significa o se insignifica en el entramado de la configuración de sus organizadores fantasmáticos. Por lo tanto, es importante señalar que los eventos realmente acontecidos de un abuso no pueden subsumirse en la lectura del nivel fantasmático, pero tampoco puede desconocerse su íntima conexión. Pero no es lo mismo trabajar en la dificultad de avanzar en esa intrincada trama que desmentir el abuso, suponer que no existió y, en consecuencia, dar por supuesto que es parte del mundo fantasmático de ese/a analizante. Pensemos, incluso, en niveles vinculares donde estas dos cuestiones están más entrelazadas, menos diferenciadas aún. Tomemos la importancia de la mirada del padre en la organización de lo femenino en la niña, la mirada deseante del padre varón sobre la niña, luego mujer. Si el padre la mira “de más”, nos deslizamos hacia dimensiones un tanto incestuosas, todas de altísimo costo para esa mujer y su femineidad. Pero si la mira “de menos”, si no la inviste libidinalmente lo suficiente, sus costos psíquicos no serán pocos en la constitución de su erotismo, de su capacidad de seducción, de su confianza en sí misma en su andar por la vida. ¿Dónde ubicar la justa medida? ¿Dónde se define? Como todos sabemos, no es nada sencillo. Pero allí no se agota el problema. En condiciones ideales, este cuadro incluye a una madre que no tendría que sentirse amenazada por ese vínculo donde la niña, con un padre garante de la prohibición del incesto, ensaya desde muy chiquita sus juegos de seducción. Para que esa madre no se sienta amenazada en su lugar de mujer, no debería sentirse a su vez eróticamente no mirada, no deseada por su cónyuge. Difícilmente lo logrará si él despliega sus erotismos por otro lado y ella espera resolver estas cuestiones sólo bajo el paraguas conyugal. Podemos ver aquí, una vez más, cómo las cuestiones del deseo y la constitución de los psiquismos y las sexuaciones se encuentran permanente y profundamente entrelazadas a cuestiones histórico sociales y a políticas de género: ¿a qué tiene derecho cada quien?

Fuente: Ana María Fernández (2005) "Barbarización del lazo social" - Página 12.

El cálculo infinitesimal como respuesta a la dimensión económica en la praxis

 Hacia el final de la clase 13 del seminario 11 Lacan responde a una pregunta de André Green acerca del componente económico en la praxis analítica. Llamativamente la pregunta incluye una referencia a una supuesta ausencia de esta dimensión en la enseñanza de Lacan.

Su respuesta es tan concisa como compleja y contundente, y en gran medida parece que la responde sin tomarla en cuenta directamente. Habla del cálculo infinitesimal.

En un sistema determinado: ¿cómo se escribe el límite? Me refiero por ejemplo a cómo se escribe el punto, límite, de lo que ese sistema es capaz de escribir, permitiendo entonces una formalización.

La referencia al cálculo infinitesimal comienza con la mención a la “notación o acotación escalar”. Dicho campo del cálculo se ocupa del estudio del cambio y la continuidad. Esta última, si bien refiere a una perspectiva lógica, tiene resonancias topológicas.

El cálculo integral implica funciones integrales y series infinitas, y me parece que, en su abordaje, Lacan hace fundamentalmente foco en lo asintótico. Del lado del cálculo diferencial, en cambio, se juega la derivada, la cual mide (¿escribe?) la razón de cambio de una función, lo cual siempre acontece respecto de otra. Esta razón de cambio puede ser escrita en un eje de coordenadas cartesianas.

Con dicho campo puede expresar el vínculo que hay entre una razón y la variabilidad. Un punto importante es destacar que aquí razón no expresa una medida como cardinalidad, sino que permite manifestar eso que está en juego a partir de una ecuación, o sea simbolizarlo.

En última instancia el asunto problemático es lo infinitamente pequeño, lo cual volverá a ser considerado en relación con el campo del goce femenino o no-todo. ¿Y la constante por donde entra? Quizás a partir de la relación entre la hiancia y el borde, lo que permite retomar esa perspectiva topológica antes aludida, porque no es abordable sin el cuerpo.

La realidad sexual del inconsciente: entre transferencia y castración

Cuando Lacan afirma que “la realidad del inconsciente es sexual”, lo hace en un contexto donde su investigación se centra en bordes y agujeros, es decir, en las formas de inscripción y límite de lo inconsciente. Dos términos se conjugan en esa afirmación —realidad y sexual—, planteando una doble interrogación: ¿qué significa que la realidad sea sexual? ¿Y qué abordaje de lo sexual queda implicado en esa realidad?

Un antecedente posible aparece ya entre el Seminario 6 y el escrito Subversión del sujeto…, donde Lacan pregunta por la realidad del deseo. Allí la respuesta se da en relación con el efecto de la castración: el deseo se anuda a lo real en tanto no puede colmarse, quedando marcado por una imposibilidad.

En este sentido, la “realidad sexual” del inconsciente no remite a una sustancia positiva, sino a lo que se juega en la transferencia, entendida como puesta en acto de esa realidad sexual. Ahora bien, ¿cómo deslindar esa realidad sexual si el punto de partida es que el inconsciente está estructurado como un lenguaje?

Lacan precisa que el inconsciente debe pensarse como el efecto del lenguaje y de la palabra sobre el ser que habla. Relacionar ambos efectos no implica homologarlos. Allí surge la dificultad: el término “realidad” no se define en su naturaleza, sino que aparece como índice de un punto en el que la verdad deviene insostenible. La fórmula lacaniana de la “verdad insostenible” apunta a ese imposible que se soporta en la tensión entre lo universal y lo existencial.

La sexualidad, en tanto ligada a la castración, se enlaza con la muerte en el terreno de la división sexuada, que introduce un corte y delimita campos. A lo largo de su enseñanza, Lacan busca formalizar esa divisoria: primero en términos de binarismos y polaridades, y más tarde —con la topología— en una ruptura del esquema de contraste, abriendo un espacio lógico nuevo para pensar la sexualidad y su relación con lo real.

Inconsciente, transferencia y repetición: entre la nasa y el despertar

El inconsciente se sostiene en un juego de apertura y cierre, una temporalidad pulsátil que Lacan ilustra con la figura de la nasa: un artefacto de pesca que atrapa por su estructura de embudo, pero cuyo centro es un vacío. Ese vacío interroga la práctica: ¿el inconsciente se abre desde dentro o desde fuera? ¿Y qué implica, para el sujeto, no quedar del todo atrapado?

En este punto se hace indispensable diferenciar transferencia y repetición. Si se las confunde, la clínica se orienta a reparar lo fallido de la repetición, reduciendo la cura a un horizonte adaptativo. En cambio, si se distingue la transferencia de la repetición, la primera se convierte en el campo donde la repetición se pone en acto, permitiendo un encuentro con ese malogro estructural que no pertenece a lo contingente.

La articulación con la pulsión es crucial para comprender esta diferencia: sin su insistencia, el inconsciente quedaría reducido a un simple retorno de significantes. La pulsión introduce lo irredimible, lo que resiste a la simbolización, haciendo de la repetición algo más que insistencia simbólica.

Estas preguntas se redoblan en la clínica cuando se piensa el fantasma: si allí el sujeto no se encuentra siendo mirado desde donde se ve, ¿esa disyunción implica una exterioridad radical entre posiciones? ¿Qué estatuto tiene entonces la mirada en relación al deseo del Otro?

Todas estas cuestiones apuntan al núcleo práctico del psicoanálisis: su eficacia. ¿Cómo —y desde dónde— puede un sujeto “salir” de la determinación por el deseo del Otro? Pero salir, aquí, no equivale a situarse afuera: se trata de abrir un espacio donde ese deseo deje de ser un destino y pueda devenir causa.

jueves, 2 de octubre de 2025

Entre la mentira y el engaño: el lugar del sujeto y la función del fantasma

La distancia entre la mentira y el engaño puede pensarse a partir del modo en que Lacan sitúa al discurso como una estructura de dos cadenas. Este planteo le permite desplazar el impasse simbólico más allá de la mentira, es decir, trascender el campo de la verdad misma.

En filosofía, este problema aparece con el célebre enunciado “yo miento”, que desestabiliza la razón al incluirse en el campo de la verdad y, al mismo tiempo, introducir una paradoja. Se trata de una contradicción interna al sistema simbólico, índice de su inconsistencia estructural.

Lacan lleva este problema al concepto de sujeto. El sujeto, lejos de ser alguien, es un efecto de división que se verifica retroactivamente en el discurso, cuando el sentido del mensaje queda en entredicho. Esto tiene dos consecuencias decisivas:

  1. El lugar del sujeto es homologable al del mensaje, en tanto “significado”.

  2. El sujeto es efecto de esa división, y no una entidad plena.

De allí que se pueda distinguir entre dos formulaciones:

  • “Yo te engaño”, que se ubica al nivel de la enunciación y se articula al significante del Otro barrado.

  • “Yo… miento”, que pertenece al nivel del enunciado y supone un Otro ilusoriamente completo, donde mentira y verdad se sostienen recíprocamente.

La dimensión del engaño es la que abre la vía del deseo. Allí el fantasma opera como pantalla defensiva, manteniendo a distancia el encuentro con la castración del Otro. Surge entonces la pregunta crucial: ¿el fantasma miente o engaña?

Más que situarse del lado de la mentira —con su correlato de verdad—, el fantasma participa de la lógica del engaño: no oculta una verdad, sino que sostiene un modo de satisfacción enmascarado, en el que el sujeto se constituye como efecto.

Las dificultades en la vida amorosa

 1. ¿Qué se pone en escena y se repite en la Vida Amorosa?

La vida amorosa es el escenario donde el sujeto repite, sin saberlo, escenas inconscientes que marcaron sus primeros lazos. 

En cada elección, en cada frustración, reaparece una posición frente al deseo, la falta y el rechazo. Amar no es sólo sentir: es reencarnar una historia. 

En la vida amorosa lo que se pone en juego, entonces, es la forma en que el sujeto se enlaza al otro, a veces desde el deseo y muchas otras desde el goce que hace sufrir.
 
2. ¿A qué refieren los “Bordes del Amor”? 

Los bordes del amor son momentos en los que el deseo toca su límite, donde amar ya no enlaza, sino que hiere. Lo que parecía unión se vuelve asfixia, angustia, escena imposible de habitar. 

En la experiencia clínica, se trata de un umbral donde el sujeto tropieza con lo real del amor, que es una cara de este que no se deja simbolizar. Frente a esos límites, el psicoanalista sostiene el vacío de lo real, lo indecible del amor para ese paciente, abriendo espacio para que eso que no puede decirse empiece, en acto, a tomar forma. 

La función del clínico es hacer de soporte de ese exceso para que pueda ser transformado. 

3. ¿Qué-Hacer en la Clínica cuando el Amor irrumpe en Acto?

Cuando en la vida del sujeto el amor no encuentra palabras, irrumpe en acto. En estas circunstancias, el sujeto puede romper un vínculo sin explicación, abandonar el análisis, encerrarse en silencio o incluso dañarse a sí mismo o al partenaire. Se trata entonces de una respuesta desesperada frente a una presión psíquica que no logra inscribirse en el lenguaje. Allí donde la palabra falla, habla el cuerpo o la acción. 

El trabajo clínico apunta a abrir un espacio donde eso que irrumpe sin forma pueda empezar a decirse. El problema no es el acto en sí, sino que el sujeto quede atrapado, como objeto pasivo, sin salida. Llevar esa irrupción al campo de la palabra y a la elaboración implica posibilitar que una parte de esa escena muda se torne simbolizable, y por lo tanto, habitable.
 

4. ¿Por qué la vertiente Superyoica puede convertirse en enemiga del Amor?

La instancia superyoica es una voz interna que impone una forma ideal de amor -sin celos, sin dependencia, sin contradicción- y sanciona cualquier desvío. 

En el análisis, la instancia superyoica se despliega con toda su fuerza cuando el amor de transferencia se presenta como un puro obstáculo. En ese punto, pueden aparecer movimientos de culpa, rechazo del deseo o una entrega sufriente que parece no encontrar salida, como formas en que el sujeto responde al impasse que ese lazo produce. 

Esta modalidad superyoica desplegada durante el proceso analítico puede bloquear seriamente el avance de la cura. Por eso el analista aloja el conflicto, lejos de corregir al paciente e indicarle cómo debe amar, para que el sujeto se abra a su deseo y configure así otra forma de lazo más habitable, vital y amorosa. 

 

5. ¿Por qué no se debe reducir el amor a un diagnóstico clínico?

Responder clínicamente al amor con un diagnóstico que patologiza el vínculo corre el riesgo de silenciar lo que en él se pone en juego: la verdad del sujeto, su modo singular de desear, de vincularse, de repetir. 

El psicoanálisis se orienta -en Transferencia- a atravesar el sufrimiento que el amor puede provocar, con el fin de leer allí el entramado y la posición del sujeto en su historia. De este modo, podremos situar el lugar desde donde habla, sufre y desea, y así abrir camino a un cambio de posición subjetiva menos doliente.


6. ¿Se puede transformar el modo de amar en la experiencia analítica?

Un análisis ofrece un espacio transferencial donde el sujeto pueda realizar la experiencia del recorrido de su modo singular de amar. Entonces y de ninguna manera el psicoanálisis impone enseñanzas ni modelos sobre cómo deben ser los vínculos amorosos. Habida cuenta de que será el propio sujeto quien, en la experiencia analítica en transferencia, asuma la responsabilidad de un cambio de posición subjetiva respecto a su modo de amar, en tanto si consulta es porque ese modo le provoca un verdadero padecimiento.

7. ¿Cómo maniobrar en Transferencia con las Dificultades Amorosas? 

El analista: 

- Responde al amor transferencial manteniendo la función analítica como un punto vacío que permite que el deseo del paciente se despliegue y se escuche, sin recurrir ni a la reciprocidad ni al rechazo.

- Escucha los afectos amorosos como expresiones singulares del deseo y el fantasma, inscriptas en la estructura psíquica del sujeto, como modos de subjetivación y no como patologías a corregir.

- Aloja el sufrimiento sin empujar al sujeto a “superarlo”, porque en ese dolor, se revela el punto estructurante del fantasma.

 

¡¡Importante!! 
 
En el análisis, la función del analista implica actualizar y sostener el semblante del objeto que el sujeto fue para el Otro primordial, y que su fantasma conserva haciéndolo jugar en los tiempos actuales de su Vida Amorosa, produciéndole sufrimiento. 
Es desde ese punto de quiebre del padecer que se hace necesario un cambio de posición subjetiva frente a los modos de amar. 

miércoles, 1 de octubre de 2025

Apertura y cierre del inconsciente: verdad, engaño y transferencia

Pensar el inconsciente como una estructura pulsátil implica considerar no sólo su dimensión espacial —anclada en la noción topológica de borde—, sino también su dimensión temporal, marcada por los ritmos de apertura y cierre. En este marco puede retomarse, bajo una nueva luz, la dificultad clínica señalada por Freud en torno al punto en el que las asociaciones se detienen. De allí surge una pregunta fundamental: ¿qué cierra al inconsciente?

Del lado de la apertura, Lacan sitúa los desarrollos que refieren a la operación analítica y al despertar. El cierre, en cambio, aparece ligado a las dificultades propias de la transferencia. Una de las respuestas posibles que ofrece Lacan es que aquello que incide como cierre es la verdad.

Ahora bien, ¿de qué verdad se trata y cómo opera? Lacan se distancia de un abordaje erístico de la verdad, que reduce su estatuto al de una disputa dialéctica banal, derivando en una lectura de la transferencia restringida al “aquí y ahora” con el analista. Frente a esta posición, introduce un desplazamiento: el impasse se descorre a partir de la distinción entre mentira y engaño.

La mentira se encuentra en el corazón mismo de la verdad, pues toda verdad conlleva la posibilidad de la mentira. El engaño, en cambio, constituye un campo más amplio: es el campo donde el sujeto habita, en tanto tributario del uso del significante para significar. De allí se desprende que la apertura del inconsciente no puede pensarse sin la función de engaño del significante: no hay inconsciente sin esa causa material.

Pero además, el propio sujeto es el engañado, lo cual testimonia la heteronomía constitutiva que lo atraviesa. En este sentido, el inconsciente se abre en el movimiento del significante, pero se cierra cuando la verdad misma incide como límite en el juego transferencial.