martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto como causa del deseo del Otro

En La significación del falo, Lacan deja en claro que no basta con concebir al sujeto como objeto del deseo del Otro; es necesario además que el sujeto cause ese deseo. Este planteo introduce una paradoja fundamental: un efecto que actúa como causa.

La pregunta que emerge es: ¿desde qué lugar se puede causar el deseo del Otro? Aquí no solo entra en juego el fantasma, sino también el inconsciente, en tanto está estructuralmente ligado a la causa y, por ende, a lo no sabido.

En este punto, la demanda se convierte en un concepto clave. En el ámbito clínico, cuando el Otro colma la demanda de manera "falsa", surge la angustia, ya que se clausura el vacío estructurante del no saber. Lacan, en su exploración sobre la causación del sujeto, aborda la demanda a través de los matemas y las fórmulas algebraicas. En este marco, adquiere relevancia la fórmula de la pulsión, que establece un vínculo entre el sujeto y el corte introducido por la demanda:

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El camino hacia esta formalización transita por el fantasma neurótico, dado que en la neurosis la demanda es utilizada precisamente como estrategia para evitar el deseo. De este modo, Lacan sitúa la pulsión en el registro de los efectos del significante, destacando la función del corte como estructurante de un borde.

Si el fantasma es el soporte del deseo, surge entonces una pregunta crucial: ¿qué relación topológica se establece entre el deseo y la pulsión en el cuerpo?

Aquí, la noción de fractura corporal cobra importancia. El cuerpo, en tanto sede del corte, se articula con la fragmentación pulsional, cuya imagen especular ofrece una ilusión de unidad. Este proceso se encuentra en el corazón del estadio del espejo, donde la anticipación de una completud ilusoria se inscribe retroactivamente sobre un cuerpo que, en su realidad pulsional, se experimenta como troceado.

En esta dialéctica entre la ilusión de totalidad y la fractura estructural se produce una inversión topológica, comparable a la acción de dar vuelta un guante, que en la imagen especular parece operar como un paso de lo exterior a lo interior.

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La Angustia y el objeto que la concierne

La cuestión del lugar de la angustia nos remite directamente a la naturaleza del objeto que la suscita: ¿cuál es su estatuto? ¿de dónde proviene? Plantear la pregunta en estos términos implica reconsiderar no solo la espacialidad en su sentido clásico, sino también la estructura simbólica que sostiene dicho lugar.

Lacan introduce la noción de campo del lenguaje como una instancia preexistente que rodea y transforma al niño desde su entrada en lo simbólico, desnaturalizándolo. Sin embargo, el concepto de campo también adquiere otro matiz cuando se lo aborda desde una perspectiva matemática: una estructura de relaciones simbólicas desprovistas de sentido intrínseco.

El objeto de la angustia es un punto central en la teorización lacaniana y se define en función de dos coordenadas fundamentales: la subversión del sujeto y la dialéctica del deseo. Es decir, se sitúa en el cruce entre el sujeto dividido y aquello que, en su estructura, resulta imposible de dialectizar.

Desde esta perspectiva, Lacan describe este objeto a como lo separado, lo que resta, lo cortado, lo parcial, lo inasimilable, lo irreductible. La angustia se hace clínicamente evidente en el momento en que el velo que encubre este objeto pierde estabilidad, permitiendo su irrupción.

Este velo, sin embargo, también puede pensarse en términos de la imagen especular, la cual, en su función ilusoria, cumple un rol falaz: seduce con una apariencia engañosa. De ahí que el i(a) como imagen sostenga su existencia en la falta, evocando algo que, en última instancia, no está allí.

El sujeto de la certeza y el final del análisis

El Seminario 11 introduce una idea que, a primera vista, parece contradictoria dentro del desarrollo de Lacan: la noción del sujeto de la certeza. Esta formulación se enmarca dentro de coordenadas cartesianas y no anula lo previamente elaborado sobre el sujeto dividido y evanescente.

Diferenciar al sujeto de la certeza del sujeto del fading es crucial. Mientras que el segundo se diluye en la significación y es solidario del esquema Rho, el primero plantea un punto de afirmación. No se trata de la desaparición del fading ni de la negación de la evanescencia, sino de la introducción de una nueva problemática: la del sujeto en el final del análisis.

El inicio del análisis está marcado por la vacilación del sujeto ante el saber: no sabe, y por ello supone un saber en el Otro, estableciendo la transferencia. En cambio, la certeza en el final del análisis señala un recorte que no queda negativizado ni sometido al equívoco significante. Este punto inamovible es correlativo de la destitución del sujeto y de su rectificación, lo que implica una pérdida más que una modulación.

Así, el sujeto de la certeza lleva a Lacan a reformular la subversión del sujeto y a plantear no solo la realidad de su división, sino también su estatuto no ontológico. Esta perspectiva resuena con una nueva manera de pensar el inconsciente, donde el énfasis ya no está en la falta sino en la falla.

El pasaje de la falta a la falla es un tránsito clave dentro del pensamiento lacaniano. Este desplazamiento otorga un nuevo valor a la función del deseo, entendido como una función lógica que habilita el desasimiento y su posibilidad misma.

lunes, 24 de marzo de 2025

La estructura del sujeto: división, vaciamiento y sostén topológico

En el Seminario 12, Lacan afirma que "hay una estructura del sujeto", vinculándola con el concepto freudiano de Spaltung (división). Esta división no solo define el lugar donde el sujeto se constituye, sino que también señala un vaciamiento fundante que le es inherente.

A medida que avanza su enseñanza, especialmente en el seminario siguiente, Lacan enfatiza que el sujeto del psicoanálisis no puede ser pensado fuera de los efectos de la ciencia. La emergencia del discurso científico introduce una reformulación del estatuto del objeto en relación con la posición del sujeto.

Aquí resulta crucial la referencia a Alexandre Koyré, quien plantea que el vaciamiento cartesiano fue una condición necesaria para el surgimiento de la ciencia. De esta operación cartesiana derivan dos efectos clave: por un lado, un rechazo del saber; por otro, una separación de la verdad como fundamento del conocimiento.

El sujeto, atrapado en esta escisión entre saber y verdad, queda dividido y, en consecuencia, requiere un punto de sostén. Es en el Seminario 12 donde Lacan logra situar dicho sostén en términos topológicos: la banda de Möebius. Esta estructura da cuenta de la subversión del sujeto y elimina cualquier vestigio de un enfoque humanista que lo asocie con una esencia fija o con un sentido preestablecido.

En última instancia, lo que define al sujeto como humano no es una identidad esencial, sino la falta de complemento que lo atraviesa estructuralmente. Separarlo de cualquier sustancia o verdad totalizadora impide la ilusión de que el saber pueda capturarlo completamente.

Este planteo puede entenderse como un rizo, un retorno a una idea de base: el sujeto es ex-céntrico, es decir, ex-siste fuera de sí. En ese desplazamiento, se configura un núcleo opaco e irresoluble, un punto de inconsistencia e incompletitud que escapa a toda captura simbólica.

domingo, 23 de marzo de 2025

El sujeto como falta significante: Entre la sincronía y la diacronía

Definir al sujeto como la falta significante implica situarlo en oposición a cualquier noción de consistencia ontológica. Desde una perspectiva estructural, su existencia es efecto de la separación entre el significante y el sentido, dos órdenes heterogéneos que solo se articulan de manera contingente.

El significante, en su materialidad y función activa, es lo que permite la posibilidad misma de la existencia del sujeto. Es a partir de esta estructura que se funda el campo de la verdad en el hablante. Sin embargo, la verdad no es una entidad dada ni evidente; su constitución requiere de la mediación del Otro, quien marca al sujeto desde el origen.

Este planteo integra dos dimensiones fundamentales: la sincronía y la diacronía.

Desde el punto de vista sincrónico, el significante preexiste al sujeto y funciona en un campo estructuralmente acefálico, sin referencia a ningún agente particular. En este nivel, el lenguaje se presenta como un sistema autónomo, despojado de cualquier dimensión semántica. Es en este orden donde Lacan señala la ausencia de una garantía trascendental, cuestionando incluso la figura de Dios como supuesto garante del sentido.

Por otro lado, la dimensión diacrónica es igualmente esencial. Para que pueda hablarse de un sujeto, más allá de cualquier diferencia diagnóstica, es necesario que alguien con "nombre y apellido" ocupe el lugar del Otro y sostenga una falsa garantía.

La interpretación psicoanalítica revela que el sujeto es efecto de esta falsedad: no sabe lo que dice, y el Otro, lejos de ser completo, es en sí mismo una instancia deseante. En ese vacío estructural, el sujeto adviene, precisamente porque falta el significante que podría conferirle identidad.

sábado, 22 de marzo de 2025

El sujeto y el individuo: división, ilusión y dependencia del Otro

El concepto de sujeto en psicoanálisis plantea una dificultad constante, caracterizándose por su evanescencia, su división y su imposibilidad de ser capturado o representado plenamente. Aunque es posible hablar sobre el sujeto e incluso predicar algo sobre él, ninguna de estas operaciones logra definirlo de manera absoluta. Lacan, de hecho, busca una formulación del sujeto que prescinda de lo predicativo.

Uno de los errores más frecuentes frente a esta dificultad es confundir el sujeto con el moi (yo), que en la praxis se presenta como la instancia que cumple una función de síntesis en el hablante. Sin embargo, este moi no es el sujeto del inconsciente, sino más bien una construcción imaginaria que aparenta una coherencia y unidad que el sujeto propiamente dicho no posee.

Este punto nos lleva a una cuestión fundamental: ¿por qué el sujeto no puede ser considerado un individuo? La noción de individuo sugiere una totalidad cerrada, una unidad que no está atravesada por la división. En este sentido, el individuo encarna la ilusión de síntesis, o incluso, podríamos decir, funciona como una máscara que encubre la verdadera naturaleza del sujeto.

Además, hay un aspecto aún más relevante: María Moliner define al individuo como "algo separado", lo que lo sitúa en una posición opuesta a la del sujeto. Mientras que el individuo se concibe como independiente, el sujeto en psicoanálisis está irremediablemente ligado a la dependencia del Otro. Es esta heteronomía constitutiva la que lleva a Lacan a acuñar un concepto clave: la inmixión de Otredad, es decir, la imposibilidad de pensar al sujeto sin su relación estructural con el Otro que lo constituye.