jueves, 31 de julio de 2025

La anomalía del goce y el punto impropio: lógica y topología en la práctica analítica

El goce, en tanto anomalía, no es un exceso accidental sino una condición estructural que marca la consistencia misma de su campo. Lacan lo señala tempranamente, ya en La ética del psicoanálisis, aunque sin nombrarlo aún como tal, al trazar la diferencia radical entre la ética analítica y otras formas éticas solidarias del discurso del Amo y de alguna noción de Bien.

Este punto —el goce como anomalía— será retomado y refinado a lo largo de casi tres décadas, hasta desembocar en el campo de lo nodal. Allí, donde antes predominaban lógicas binarias (seriales o modales), Lacan introduce una tripartición, habilitada por una lógica más compleja que no se agota en las oposiciones.

No obstante, incluso en el momento proposicional/modal, aparece ya una cuestión clave: lo universal, siendo ficción, se sostiene de lo que le ex-siste. Desde la geometría proyectiva, podríamos pensar esto con la figura del punto impropio, ese punto que no pertenece a ninguna recta del espacio finito, pero que funciona en tanto condición del sistema.

¿Qué implica un punto que no pertenece a ninguna recta? ¿Qué espacio convoca, qué bases conmueve, si ya no se sostiene del espacio euclidiano e intuitivo, sino de una geometría que exige otro tipo de mirada?

Lacan recurre con frecuencia a este tipo de referencias matemáticas y topológicas. ¿Por qué? ¿A qué nivel de la práctica analítica remiten estos desplazamientos? En lo personal —y aquí retomo un comentario que alguna vez hizo Diana Rabinovich—, estos señalamientos me empujan a investigar cuál es la función de estas “exportaciones” conceptuales.

En el caso del punto impropio, podríamos arriesgar que señala aquello que no entra en ninguna serie, lo que no se puede sustituir ni totalizar. ¿No es ésta, acaso, la posición lógica del padre primordial en el mito freudiano? Un elemento fuera de serie, irreductible, que permite estructurar un campo desde su exclusión. Así, lo topológico y lo lógico vienen al auxilio para formalizar, con precisión, aquello que en el campo del goce y de la paternidad simbólica se nos presenta con oscuridad.

El esfuerzo que implica abordar estas cuestiones no debería ser excusa para evitarlas. Por el contrario, lo que está en juego es nada menos que la consistencia de nuestra práctica: cómo pensamos, cómo escuchamos, y cómo operamos con eso que, por estructura, no hace serie con nada.

miércoles, 30 de julio de 2025

Salir de la necedad: entre el malestar, el semblante y el lapsus del nudo

Lacan propone el salir de la necedad como orientación ética del psicoanálisis. No se trata simplemente de comprender lo humano, sino de intervenir en sus consecuencias: las del malestar estructural que introduce el lenguaje y que se inscribe en el cuerpo hablante. En este sentido, el psicoanálisis no es una reflexión, sino una praxis: un acto con consecuencias sobre el sujeto.

Sin embargo, es necesario advertir una distinción crucial: el malestar no se confunde con el “penar de más”. El primero es efecto directo de la inscripción del sujeto en el campo del lenguaje, solidario de la renuncia pulsional que impone la cultura —como lo mostró Freud. El segundo, en cambio, introduce un excedente, un plus de sufrimiento que no se reduce al malestar estructural, y que solo puede conmoverse a partir de un enterarse que no es insight, sino confrontación con lo horroroso del saber.

El psicoanálisis, en tanto discurso, no solo nombra esa aporía de lo simbólico, sino que la encarna. La experiencia analítica confronta al sujeto con un límite: el del semblante mismo. Salir de la necedad implica entonces construir una relación con ese límite, una ética que no se funda en el saber, sino en su hiancia.

Una vía posible para abordar esta cuestión es la de problematizar la relación entre sentido y semblante, en especial considerando la diferencia entre la función del S1 y la del falo como letra. Introducir la problemática del sentido ya implica trazar el horizonte topológico del trabajo analítico. No se trata de interpretar significados, sino de orientarse —y aquí la noción de orientación topológica cobra fuerza— en el campo de los nudos, de las superficies, del anudamiento.

En esa orientación, el sentido se distancia de la significación y se pliega en torno a lo que falla en el nudo. El lapsus del anudamiento no es un accidente sino una vía de lectura: ¿cómo participa ese fallo en la posibilidad misma de salir de la necedad? Esa es la pregunta que deja abierta toda clínica que, más allá del sentido, se disponga a alojar el horror del saber y sus efectos en lo real.

martes, 29 de julio de 2025

¿Puedes perderme? La cuenta del sujeto entre la falla y el significante

 ¿Puedes perderme? es la pregunta que el niño dirige al Otro en el momento en que el significante, mediante la operación de alienación, lo aloja al precio de una petrificación subjetiva. Lacan encuentra en la literatura —en particular en El diablo enamorado— un modo privilegiado de ilustrar esta interrogación que constituye la matriz del “Che vuoi?”, pregunta que no solo apunta al deseo del Otro, sino que también habilita la operación de la separación. Este movimiento introduce un redoblamiento de la falta: la falta del sujeto (como efecto de la alienación) es redoblada por la falta en el deseo del Otro, y este doble borde delimita una relación topológica entre sujeto y significante.

Sabemos que el sujeto, en términos lacanianos, es lo que un significante representa para otro significante. Esto implica una serie lógica: el primer significante (S1) va al lugar del representante, pero debido a la falla estructural del conjunto significante, este movimiento debe completarse con un segundo significante (S2), que introduce la dimensión del saber. Así se abre el intervalo entre significantes que permite el advenimiento del sujeto como efecto de significación.

Sin embargo, este efecto no está exento de equívocos. Podríamos afirmar, siguiendo esta vía, que el sujeto es el efecto de sentido que se produce cuando el Otro significa el llanto o la palabra del niño. En este sentido, el sujeto no preexiste a la significación, sino que se constituye como división en el seno de la demanda.

Ahora bien, ¿es el sujeto solo un efecto de sentido? ¿No hay, además, un intervalo —una hiancia— entre causa y efecto, que se abre precisamente por la falla estructural del lenguaje y por el deseo que introduce el Otro?

Lacan se vale aquí de dos referencias fundamentales para repensar al sujeto en su relación con el lenguaje: por un lado, la función del trazo, y por otro, la lógica fregeana, especialmente en lo que concierne a la distinción entre Sinn (sentido) y Bedeutung (referente). Esta bifurcación permite asociar el campo del lenguaje con la cuestión de la cuenta: ¿qué es contar? ¿Cómo se cuenta un sujeto?

Contar implica la posibilidad de ser incluido en una serie. Pero si el referente falta —y esto es lo que ocurre en el campo del Otro—, debe haber algo que opere en su lugar, una marca, un significante, un trazo, que permita que el sujeto entre en la cuenta del Otro, es decir, cuente para él. Esa operación no garantiza sentido, pero ofrece una inscripción: una forma mínima de existencia simbólica.

Así, el sujeto se constituye no sólo como efecto de sentido, sino como efecto de una falla: una falta que no se reduce a lo que no está, sino que estructura lo posible. Entre el deseo del Otro y el lugar que el sujeto ocupa, entre el trazo que borra y la lógica que cuenta, se juega la existencia misma del sujeto como tal.

lunes, 28 de julio de 2025

De la falta a la falla: condiciones topológicas del sujeto en el Seminario 12

En la Clase 2 del Seminario 12, Lacan abre el trabajo con una pregunta: “¿Cómo vamos a trabajar?” No se trata sólo de una interrogación metodológica respecto del seminario actual, sino de una puesta en cuestión que remite a toda su enseñanza previa: ¿desde dónde, con qué conceptos, y hacia qué dirección abordar la relación entre sujeto y lenguaje?

Lacan retoma aquí una preocupación que atraviesa su enseñanza: el estatuto del lenguaje como estructura. Pero con un giro preciso: estamos frente a una interrogación topológica, en la cual se introduce una torsión fundamental en el modo de pensar lo simbólico. El pasaje que propone es el que va de la falta hacia la falla.

🔹 Falta: función significante de lo que no está

Del lado de la falta, el problema no se reduce a una carencia empírica dentro de un conjunto de significantes. No se trata de un significante que “falta” como tal, sino de una función: la función de la falta como tal, aquello que introduce negatividad en el campo del Otro y posibilita la aparición del sujeto. De allí la conocida paradoja: el conjunto está completo en la misma medida en que le falta un elemento. Ese elemento no es otro que el que vendría a nombrar al sujeto: su exclusión lo funda.

🔹 Falla: imperfección estructural

Pero Lacan ahora complejiza este esquema. Propone pensar no ya una falta que constituye el campo del Otro como sistema simbólico cerrado, sino una falla inherente al propio sistema. No es un elemento externo al conjunto el que se sustrae, sino una imperfección constitutiva del conjunto mismo. Es decir, el significante no sólo organiza el campo simbólico a partir de una falta, sino que está él mismo afectado por una falla. Y esta falla no es contingente: es consustancial al lugar del sujeto.

🔹 Entre sincronicidad y diacronía

Aunque el lenguaje preexiste al sujeto en tanto estructura sincrónica, Lacan subraya aquí que su eficacia subjetivante exige la introducción de la diacronía. Esto supone la entrada del valor y la historia: el sujeto adviene en la medida en que la falla es tramitada como falta, es decir, se simboliza. Esta operación hace posible que el sujeto pueda recibir un valor dentro del campo del Otro, valor que lo torna visible —y deseable—.

🔹 El deseo del Otro: ¿puedes perderme?

Si el sujeto es un ser estructuralmente en falta, sólo puede instalarse en el lazo con el Otro en la medida en que esa falta es investida, alojada en el deseo del Otro. De allí el interrogante que Lacan recoge en el grafo del deseo: “¿Puedes perderme?”. No es una pregunta banal, sino el modo en que el sujeto interroga su posición como objeto en la economía deseante del Otro.

Esta pregunta se traduce en el célebre che vuoi?: ¿qué quiere el Otro de mí?, ¿qué soy yo para ese deseo? El valor de verdad del sujeto depende, entonces, de la posición desde la cual causó el deseo del Otro. No es sin esa causa que el sujeto puede constituirse.

domingo, 27 de julio de 2025

Efectos clínicos del borramiento: la hiancia como condición de escucha

Si el borramiento es la operación lógica que permite el surgimiento del significante —y por lo tanto la constitución del sujeto—, cabe preguntarse: ¿cómo se vuelve este un dato clínicamente perceptible? Dicho de otro modo: ¿dónde se escucha en la práctica analítica el efecto de esa operación sincrónica?

Lacan desarrolla esta dimensión a través de distintas figuras del corte y la simbolización, que articulan el surgimiento del sujeto con su imposibilidad de representación plena. Ya en el Seminario 6, se detiene en la particularidad de la negación en francés, especialmente en la función del ne, que él denomina “la huella del sujeto de la enunciación”; es decir, el indicio de un sujeto que no puede aparecer como tal en el enunciado.

Esta “huella” tachada del sujeto se torna audible allí donde se produce una vacilación del sentido. El lenguaje, cuando falla en su intento de significar, deja entrever un agujero: es lo real que irrumpe en el lugar mismo donde el sentido colapsa. Desde esta perspectiva, el efecto de sentido opera como obturación de ese agujero, lo que le confiere su valor fantasmático.

Este agujero no es simplemente un vacío, sino una hiancia estructural, solidaria del lugar del sujeto en el campo del Otro. Es un vacío que remite tanto a la falta de referente como a las anomalías propias del goce. Se escucha en los momentos de tropiezo del decir, en los lapsus, en los silencios densos, en las vacilaciones que señalan que algo no puede ser dicho sin pérdida.

La lógica se vuelve necesaria para abordar estos fenómenos, porque la gramática, por sí sola, no alcanza para situarlos. La hiancia exige una lectura más allá del sentido, en una lógica que articule las series del decir: verdad, mentira, discurso, palabra. Frente a ellas, se abre una disyunción fundamental: no-saber / hiancia.

Esta disyunción muestra la necesidad del pasaje de la gramática a la lógica para captar aquello que en el discurso hace presente la división subjetiva. Allí donde el sentido desfallece, se revela el punto de falla del significante, y con ello, el lugar mismo desde donde se constituye el sujeto como efecto.

viernes, 25 de julio de 2025

El surgimiento del significante: entre huella, borramiento y lectura del Otro

Existe una paradoja —fecunda pero esquiva— en el pensamiento de Lacan: afirmar al mismo tiempo que el significante preexiste al sujeto y, a su vez, que es el significante lo que constituye al sujeto. Por un lado, el significante preexiste como materialidad del lenguaje, que espera al sujeto incluso antes de su llegada. Por otro, el significante se vuelve causa material tanto del inconsciente como de la división subjetiva, en la medida en que se inscribe en el campo del Otro y funda allí su eficacia.

Entonces, ¿de dónde surge el significante? ¿Qué hace posible su inscripción en el lugar del Otro? Lacan aborda esta cuestión a partir de un recorrido que va desde la idea de una simbolización entendida como desnaturalización —producto de la preexistencia de lo simbólico— hasta una concepción en la que el significante deviene del trazo, consecuencia de un borramiento inaugural.

Este pasaje desde la huella hacia el significante requiere de una operación lógica: el borramiento que delimita un lugar. La huella, inicialmente equiparada al trazo o la marca, comienza a diferenciarse en la medida en que se conceptualiza la función del significante no solo desde su inscripción, sino desde su posibilidad misma de surgir.

Así, el significante no simplemente "está ahí", sino que adviene: emerge como tal a partir de una operación de lectura por parte del Otro. No hay borramiento sin palabra; es decir, no hay constitución del significante sin una instancia que lea y articule esa marca.

En términos sincrónicos, esta operación de borramiento produce una división fundamental dentro del campo de la repetición. Por un lado, está la repetición de una diferencia radical —una pura diferencia que inaugura—, y por otro, la repetición que se articula en torno al síntoma, es decir, una repetición estructurada, significada y atrapada en un circuito determinado.

Fobias en las psicosis: cuando el miedo sostiene una defensa frente al Otro

 Por Lucas Vázquez Topssian

La fobia ha sido pensada clásicamente como una formación neurótica: un síntoma que condensa el deseo y el peligro, organizando la angustia alrededor de un objeto fobígeno que permite cierto control sobre lo intolerable. Sin embargo, en la clínica psicoanalítica también encontramos fenómenos fóbicos en las estructuras psicóticas, y su lógica difiere notablemente de la neurosis. En lugar de representar un sustituto de lo reprimido, en la psicosis la fobia puede operar como un recurso defensivo frente a un Otro sin mediación simbólica.

En la neurosis, el objeto fóbico —como el célebre caballo del pequeño Hans— toma el lugar de un significante paterno reprimido. Mediante la fobia, se sostiene una distancia con aquello que causa angustia, pero dentro de un marco simbólico organizado por la metáfora paterna. El objeto fóbico tiene así un valor representacional, es decir, se inscribe en una cadena de sustituciones significantes.

Pero en la psicosis, como planteó Lacan en su Seminario 3, no hay represión sino forclusión: el significante del Nombre-del-Padre no ha sido inscrito en el campo del Otro. El resultado es un desencadenamiento que pone al sujeto ante un goce intrusivo, invasivo, sin ley ni mediación. En este contexto, la aparición de una fobia puede cumplir una función crucial: no como sustituto, sino como suplencia precaria, como borde simbólico que introduce un límite al empuje del goce del Otro.

En algunos casos psicóticos, el objeto fóbico permite sostener una separación con el campo del Otro, funcionando como un “pararrayos” frente a la irrupción del real. No se trata de un objeto que remita a una cadena de significantes, sino de un punto de tope, de anclaje topológico. Su función es menos representacional que estructurante.

Desde esta perspectiva, la fobia en la psicosis no debe interpretarse ni “hacer hablar”, como en la clínica neurótica. Por el contrario, muchas veces conviene respetar su función estabilizadora, sostener su valor defensivo, y evitar intervenciones que desarmen lo poco que anuda. Tal como han desarrollado autores como Maleval o Soler, el trabajo analítico con psicosis debe orientarse a favorecer invenciones suplementarias que permitan mantener cierta estabilidad subjetiva frente a un real sin bordes.

La fobia, entonces, en tanto fenómeno clínico, no se agota en el campo de la neurosis. Cuando aparece en la psicosis, lejos de ser un síntoma a tratar directamente, puede ser la forma singular que el sujeto ha encontrado para sostener una distancia mínima y vital con un Otro que amenaza con volverse absoluto. Y en esa función, el miedo —tan temido— puede volverse, paradójicamente, un aliado del sujeto.