Por Laura Rivera (2007)
La histeria masculina es un tema que ha sido poco abordado. En términos generales, la histeria está ligada a la pregunta por la feminidad. La solución neurótica más clásica a esta pregunta es no existir más que como madre. Un elemento que también es propio de la definición misma de la histeria es el que enuncia Freud al hablar del caso Dora, en tanto, independientemente de los síntomas somáticos, “una ocasión sexual provoca […] sentimientos de displacer”. Ahora bien, en el hombre la estructura no es simétrica a la mujer. ¿Qué especificidad podríamos encontrar en la histeria masculina? La autora se acerca a esta cuestión a partir del trabajo con un recorte clínico que hace oportunas estas consideraciones.
Presentación del paciente
Lo más difícil de ese trayecto fue seguramente el silencio, no la distancia.
ABELARDO CASTILLO. El tiempo de Milena
Les presento a S., un hombre de más de 40 años, que dos años antes del comienzo del tratamiento tuvo un “ataque de pánico”, del que destaca “un calambre en la panza” y disnea. “Hacía mucho ejercicio. El cuerpo se me descontroló”, comenta. Le preocupa que vuelva a pasar, y siente temor de que se le hinche y acalambre “la panza”. Dice: “la panza se me infla”. Por esto, consulta finalmente al Equipo de Psicología [1]. La primera vez que nos vemos, S. agrega que lo que espera es “hablar de lo que tengo con alguien, no tomar más la pastilla [2] , ordenarme mi vida y controlar un poco las cosas. [...] Sin pastillas siento que estoy hinchado, me pongo nervioso y me inflamo, me levanto con un vacío estomacal”. Hecha la presentación, ya es hora de conocer a S.
¿Historia de un amor?
“Hablar de lo que tengo con alguien”. Frase equívoca: si bien se refería a hablar conmigo de los síntomas que lo aquejaban, vino varios meses a hablar(me) de la relación que tiene y tuvo con B., una compañera de la empresa en la que trabajan ambos.
S. está casado con R. y tiene varios hijos. En el momento en el que hizo su aparición el “pánico”, las cosas con su mujer no funcionaban, período en el cual se la pasaba discutiendo también con su compañera de trabajo acerca de su futuro juntos. A principios del siguiente año, su esposa decide separarse, y al tiempo S. intenta una corta convivencia con B., a espaldas de aquélla. S. cuenta que discutían, “pensaba en los chicos y me costaba respirar”. Previamente, dos de los chicos comenzaron con crisis de asma[3] . S. se sentía culpable por esto, ya que pensaba que sus hijos “tendrían problemas emocionales por la revolución que había”. No quería que les falte “la imagen del padre”. “A mi me interesaba que los chicos no sufran. Yo me hacía el hombre.”
Paulatinamente, vuelve a quedarse a dormir en lo de sus hijos, sin involucrarse con R. Es el período donde plantea la duda en términos de “o B. o mis hijos”, y no B. o R. No se trata de dos mujeres, en términos de desdoblamiento del objeto amoroso. Recién a mitad de 2004 vuelve a convivir con su familia y a intimar con R., cuando B. le cuenta que, cansada de esperarlo, comenzó otra relación. Está más pendiente de ella pero no duda en quedarse con su familia. Mantiene en vilo a ambas, aunque por momentos le gustaría estar solo. Desde entonces la relación con B. sólo se basa en una continua seducción y celos que no conducen a nada, ya que quiere “tomar distancia” de ella: “somos solamente amigos”, dice. Sin embargo, sólo habla del tema, haciendo obstáculo a la aparición de alguna otra cuestión.
Mujeres fatal
S. habla de “la pastilla”, como llama al alprazolam: “Me di cuenta de que yo manejo la situación para tomarla. Voy bien, y cuando me acuerdo de que no la tomé, me da desconfianza. Es como un bastón. Me da seguridad para salir de mi casa, si no tengo ansiedad. Quizás porque estoy pensando adónde tengo que ir después. Quiero todo ya. También me pone nervioso viajar fuera de la ciudad. No puedo tomar distancia”. Menciono que eso es lo que le pasa con B., y R. es más de lo mismo. S. sentencia: “El tema es alejarme de los lugares donde me siento seguro, tengo miedo a estar lejos de un lugar de asistencia”. Entonces B. queda abrochada a un lugar seguro, de asistencia. También R., y sobre todo los chicos, se convierten en su bastón: “Me di cuenta de que soy dependiente, necesito que me cuiden, un amparo. Pienso en mis hijos: tengo un amparo con ellos. Y con B. y R. Pero no quiero estar atado a nadie. Quiero y no quiero. Necesito tener otras amistades fuera de casa, necesito mi libertad”.
Su seducción hacia las mujeres es particular: a él le gustaría estar con todas, pero —aclara— “no acostado, sino amistad”. Se describe como muy cariñoso con todas (y todos también, jugando con la ambigüedad), actitud que, según S., confunde a las mujeres. Él busca otra cosa: “Me gusta cuando me tienen como al nene mimado”. Le digo que parece que buscara mamás (de hecho, a veces las llamaba así). Cuando vuelve dice que las cosas van cambiando, que vino sin tomar la pastilla (que empieza a poder postergar), que está más tranquilo, que pudo tomar algunas distancias.
Retoma el tema de la seducción y se nombra de una manera particular: “soy un payaso”. Forma que toma su ser en relación a un saber-hacer con las clientas y con las mujeres en general. Implica ser simpático, agradable, saber tratarlas. Es una “forma de venderme”. Le encanta que luego comenten lo lindo y simpático que él es, según cuenta. El “payaso”, que nunca despertó ninguna asociación por parte de S., parece ser la mascarada que usa de señuelo frente a las mujeres. Pero, ¿qué son ellas para él.
De madres, hijos y separaciones: un síntoma embarazoso
S. relata con culpa los momentos vividos antes y durante la separación con R. Cuando volvía de estar con B., miraba a sus hijos y sentía que los traicionaba, y le molestaba que R. lo tratara bien. “Yo volvía tarde y R. se levantaba a cocinarme. Eso me marcó mucho. Yo valoré siempre lo que hizo R. Ella era una buena madre: «¡Cómo me cuida!», pensaba, «¡Cómo nos cuida!»”, dice, agregándose como uno más en la lista de hijos de R. Le aclaro que ser buena madre no dice nada acerca de ser buena mujer para un hombre.
De su madre sólo dice que era muy trabajadora, y que tanto ella como su padre eran de cuidarlo, de que nada le falte. Retoma el tema de su separación. “Lamento haberme separado para una situación que nunca llegó, con una persona que no era, y ahora yo estoy con pánico, angustia, pastillas. ¿Para qué? La gente opinaba boludeces: «la vida es corta, a los chicos los ves igual». Uno dijo algo que me dejó marcado: «no te arrepientas de no ver crecer a tus hijos, cuidalos». Yo siempre los cuidé, quiero que no les falte nada [4]. Ellos me abrazaban y me partían al medio…”. Se interrumpe, visiblemente angustiado por primera vez, y no puede continuar el relato.
El tema de los hijos era una cuestión importante: “Cuando B. quería vivir conmigo, yo sentía culpa también con ella. Dijo que quería tener un hijo conmigo. Yo no, porque ya los tenía. En ese momento pensé que quería estar conmigo sólo para tener un hijo. Encima ella negó habérmelo pedido. Después de tres o cuatro meses, R. quedó embarazada [5]. Fue lo peor que le pasó a B. Yo no lo busqué”. Pregunto sobre su “no tener nada que ver en esto”. Cuenta que no se cuidaba con ninguna de las dos y que confiaba en los métodos anticonceptivos utilizados por R. Aduce que B. le llenó la cabeza con que R., su mujer, había quedado embarazada para engancharlo, ya que sospechaba de su infidelidad. Concluye: “Pensé en abortar”. Esto le dejó un saldo de culpa que se incrementó por no haber estado en el parto de su hija. Explica: “Yo fui a hacer unos trámites, por si R. lo tenía ese día, y cuando volví ya la había tenido. Para ella fue como que no la quise ver, tener. ¡Yo ya la tenía y la quería! Ahora es la más mimada. Por eso tuve el pánico, ¡quería verlos! Si me separaba no iba a poder verlos todos los días. Ellos me llenan más que cualquier chica”. Ver el nacimiento de una hija queda en el mismo lugar que tenerla, parirla, aunque me tomo un tiempo para hacer ese tipo de intervenciones. Por cierto, S. menciona rápidamente la fecha de cumpleaños de sus hijos, salvo la de su hija menor, que ni siquiera puede recordar con exactitud. Algo de ese nacimiento parece no inscribirse del todo.
S. solía quejarse: “los calores me molestan, sobre todo en el estado en el que estoy”. S. cuenta acerca de su miedo a la llegada del verano luego de su pánico. Asocia dicho susto a la disnea y al miedo al encierro. “Los calores me ponen nervioso”, insiste. Luego de repetidas apariciones, me arriesgo a intervenir deslizando una asociación con los calores de las mujeres: la menopausia. Dice que no entiende. Hago un corte allí y esto tiene efectos: desde entonces S. deja de tomar la medicación.
Comienza a hablar del síntoma en su panza. Le pido que asocie, y habla de las panzas de las embarazadas. Dice que le gustan, que están infladas y que eso lo ve como algo maternal y hermoso. Por otro lado, cuando le dieron calambres en su panza, no quiso comer por “miedo a que se llenara, se inflara y se pusiera dura”. Remarco la relación de su síntoma con la panza inflada de una embarazada. Bromea con la posibilidad de ser como el filipino [6]. En la siguiente entrevista habla de sus relaciones sexuales: se aceleraba, no quería que lo tocaran. “Tenía miedo de que se me quedara dura la panza. Me siento culpable, a B. le hice perder tiempo. Quiso formar una familia, tener hijos y no quise por miedo a mis hijos. Ahí empezó mi miedo a tener relaciones y a que quedara embarazada”.
La entrevista que sigue se desarrolla en un clima distinto, entre conmovido y preocupado, a diferencia de los chistes e ironías que lo caracterizaban. Me sorprende diciendo que se había quedado con el tema de los embarazos, el estómago, los calores, la relación de todo eso con él… Dice que se ve gordo [7], pero que nunca se vio embarazado ni compartió síntomas con su mujer embarazada. Dice: “Yo tuve cuatro embarazos”, en lugar de cuatro hijos, frase que califica de acto fallido pero agrega que no es importante. Señalo que lo que dijo tiene efectos en su cuerpo y en sus actos. Continúa: “el parto de E. yo lo quise ver. Es hermoso eso, sabés que es tuyo, que vos lo hiciste”.
De los embarazos dice que es lindo pensar cómo va evolucionando un bebé dentro de la panza, y agradece la existencia de los nueve meses previos a tener al bebé. “Permite nueve meses de proceso psicológico; por ejemplo, si una chica se lo quiere sacar al principio, luego de nueve meses ya lo quiere y es como una mamá. Si el tiempo fuera corto, sería deshecho en el momento”. Le digo que parece que algo así le pasó a él con C. Señala que con ese embarazo se le derrumbó todo y no le dio bola a R. en los nueve meses. “No sabía si sucedió, no sabía si lo de R. fue un error o no”.
Empieza a historizar los embarazos. Hubo uno que no llegó a término antes de su primer hijo. Lo describe así: “R. tenía panza y no tenía nada. No lo ves, pero sabés que hay un bebé. En la ecografía del tercer mes aparece que no tenía bebé, que tenía una carne crecida que llaman «mole». Pensábamos ¿por qué nos pasaba eso? En el segundo intento salió [su primer hijo]. Yo lo quería ver nacer, por todo lo que pasé.” Habla de las contracciones y dice que durante el embarazo él ocupa “el lugar de padre”, que sería según él, lidiar con el dolor del otro, sufrir con el que está al lado. Sin embargo recuerda que con su última hija fue distinto. “Sentí culpa por haber quedado embarazado”. Le vuelvo a marcar que el embarazo parece quedar de su lado y, antes de que vuelva a dar explicaciones, corto la entrevista.
¡Grande, Pa!
Empieza hablando de su padre: grandote, dominante, antes solía juntarse en el bar —vestido de traje— con amigos, inspirar respeto y pelear con cuchillo. Un “macho”, modelo para su hijo, que a la vez es un hombre sumiso, que lucha para que su mujer no le imponga cosas. Si bien S. siempre habla con amor acerca de su padre, le despierta odio cuando aparece coartándole su goce, tanto en su infancia como en su adolescencia.
Imagen del padre: amado, odiado. Se suma a esto el padre impotente. Para S. que “mamá lo atiende bien a su marido” significa que le prepara la comida y la mesa. Yo cuestiono que eso sea “atender bien a un hombre”. Responde que hace varios años que no duermen en la misma habitación y que “eso le jode más a la mujer porque el hombre come, se acuesta y ya está”. ¿Así que ahora es al hombre al que le duele la cabeza?
A partir de entonces comienza a cuestionarse su relación con R., con B. y con la supuesta confusión de las mujeres, en general, debido a lo “cariñoso” que es él. Empieza a armar una pregunta por el deseo de esas otras: “¿por qué les pasa algo conmigo? ¿Qué ven en mí? ¿Por qué me pego a las mujeres o al revés?”. Intenta respuestas acerca de su método de seducción, vía la mirada, o desde el lugar de ser payaso. Con el tiempo se suma: “¿Para qué busco eso?” Sostiene: “Sólo las mujeres saben lo que pasa”.
Sobre los interrogantes
El tema único del fantasma de embarazo domina, pero ¿en tanto qué? En tanto que significante—el contexto lo muestra—de la pregunta de su integración a la función viril, a la función de padre.
JACQUES LACAN El Seminario, Libro 3. Las Psicosis
En términos generales, la histeria está ligada a la pregunta por la feminidad, y sobre la respuesta Pierre Bruno dice: “Podemos atribuir como rasgo común a los histéricos, hombres o mujeres, la suposición de la mujer como sujeto supuesto saber” [8] .
Según S.: “Sólo las mujeres saben…”. ¿Pero entonces qué es una mujer, al menos para este paciente? La solución neurótica más clásica a esta pregunta, y a la que S. se aferra, es no existir más que como madre. Respuesta fantasmática que le servía para ubicarse como hombre frente a una mujer y como padre frente a un hijo. Hasta que en un momento se ve conmovida: si R. quedó embarazada no fue por desear una hija sino como modo caprichoso de retener a un hombre, a él, lo que se resignifica cuando se separa de sus hijos y cuando planea convivir con B., que tampoco le deja claro “qué lo quiere”. Ahí se desencadena el síntoma de la panza inflada, en el contexto del pánico, entendiendo que los síntomas articulan una pregunta: encarnando él mismo el embarazo, muestra de lo que está “embarazado”[9]. Esto último si tomamos la definición de embarazo que da Lacan en el Seminario 10, como la experiencia misma de la barra por parte del sujeto, en relación con el no saber qué hacer.
Un elemento que también es propio de la definición misma de la histeria es el que enuncia Freud al hablar del caso Dora, en tanto, independientemente de los síntomas somáticos, “una ocasión sexual provoca […] sentimientos de displacer” [10]. Para S., la sexualidad no sólo es algo de lo que se puede prescindir sino más bien evitar en lo posible. Él seduce para después retirarse. Con la amistad es suficiente, sobre todo si el lugar de la mujer como partenaire sexual no queda claro. Incluso es la versión que tiene acerca de su padre, que le alcanza con juntarse con amigos, comer y dormir.
Respecto de este último, otra similitud en histéricas e histéricos es, según refiere Bruno, “la imaginarización del padre, escindido en las dos figuras del impotente y del implacable, a las que el histérico se identifica por turno” [11]. Padre del segundo tiempo del Edipo, que recorté anteriormente en los dichos de S. Padre que no dona los atributos fálicos. El autor recorta un rasgo diferencial de la histeria masculina en los trabajos de Freud: “la intensidad sobredeterminada del odio por el padre en el complejo de Edipo”.[12]
Ahora bien, en el hombre la estructura no es simétrica a la mujer. ¿Qué especificidad podríamos encontrar en la histeria masculina? En la obra de Freud contamos con el análisis de la historia del pintor Haizmann y del escritor Dostoievsky. Del primero destaca una posible fantasía de embarazo y la “vestidura demonológica” [13] de las manifestaciones histéricas en la época medieval; respecto del segundo caso pone el acento en el carácter histérico de sus ataques pseudoepilépticos y su sentimiento súbito de muerte [14].
En la enseñanza de Lacan también encontramos trabajos sobre histéricos célebres[15] . El carácter feminizado del discurso de S., sumado a la fantasía de embarazo, me llevó al Seminario 3. Allí aparece la pregunta que un histérico con sus síntomas parece intentar responderse: “Un ¿Quién soy? ¿un hombre o una mujer? y ¿Soy capaz de engendrar?” [16].
La paternidad, como la maternidad, son términos que no se explican a nivel de la experiencia. La forma en que esta pregunta es respondida en S. recuerda a la experiencia de la couvade, donde la procreación masculina se representa a través de la procreación femenina. Dice O. Masotta que la couvade es la cuarta de las teorías sexuales infantiles, y la explica así: “Rito que encontramos en algunos pueblos, en el que, mientras la mujer está en el momento del parto, el hombre mira con gesto de dolor: participa en el parto. Por extensión figura que el hombre también puede parir.” [17]. En relación a esto último, aclara que nada en el orden natural explica la procreación, y menos la función de ser padre. Sabemos que, a diferencia de la madre, el padre siempre es incierto.
Tomaré una vía más, en relación al falo. La histérica, en tanto no tiene el falo, elige el camino de serlo y ostentarlo. Mónica Torres señala que, para el caso del histérico, “exhibir los atributos masculinos como una mujer exhibe el cuerpo no hace más que feminizar al hombre”. Y agrega: “Él teniéndolo, tampoco lo tiene. Se produce un desfallecimiento del tener, que hace que busque refugiarse en el serlo, […] pero como tiene el pene, no podrá mantenerse sino en una cierta ambigüedad entre el serlo y el tenerlo” [18]. No sabemos mucho del desempeño sexual de S., pero no parece ser “un hombre de recursos” sino más bien escamotear lo que de sexual pueda tener el encuentro con una mujer. Quizás, retomando su frase, de eso se trate al final: de empezar a “hablar de lo que tengo”.
El trabajo analítico fue llevando a S. a comenzar el despliegue de algunas preguntas. En mi caso, muchas cuestiones quedan por pensar respecto de este material clínico y de las teorizaciones acerca de la histeria masculina. Me llevo yo esos interrogantes.
Nota: Trabajo presentado en las XIII Jornadas de Residentes en Salud Mental del Área Metropolitana, Buenos Aires, noviembre de 2006, con mención en el área Clínica Psicológica de Adultos. Laura Rivera es residente de 4º año en Psicología Clínica en el HGA “Cosme Argerich”, Ciudad de Buenos Aires, y docente de la cátedra II de Psicopatología, UBA. Correspondencia a:
Referencias
[1] Equipo en el cual trabajo, y por medio del cual recibo la derivación.
[2] Se refiere al ¼ de alprazolam 0,50/día que tomaba por su cuenta, luego del tratamiento psiquiátrico comenzado en el momento del “pánico”, el cual abandonó a los cuatro meses.
[3] Yo lo relaciono con su disnea, que apareció poco después.
[4] Aparece así identificado a su madre, en relación a los hijos.
[5] En realidad tanto el deseo de B. como el embarazo de R. sucedieron cuatro años antes de la aparición del “pánico”, pero sin embargo quedan asociados a la época de la aparición de aquél.
[6] Hombre que hace unos años decía estar embarazado.
[7] Suelen llamarlo así cariñosamente, incluso alguno lo llama “gorda”.
[8] Bruno, P: 1886-1996 La histeria masculina, en Histeria y Obsesión, Ed. Manantial, Bs. As., 1994, p 110
[9] Tomando la acepción en francés de embarras, que alude a una posición incómoda, o a “una incertidumbre del espíritu”. También proviene de imbarricare, que alude a la barra (bara).
[10] Freud, S. Fragmento de análisis de un caso de histeria, en Obras Completas, A.E., T VII, p 27.
[11] Bruno: op cit, p 110.
[12] Ibíd., p 107 y 108.
[13] Freud, S., “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”. En: Obras Completas, A.E., T XIX, p 73.
[14] Vamos notando ciertas similitudes con el caso clínico descrito, en términos de fantasía y síntomas en el cuerpo.
[15] Pertenecientes a la ficción, como Hamlet de Shakespeare, y pertenecientes a la historia, como Sócrates o Hegel.
[16] Lacan, J.: El seminario. Libro 3, Ed. Paidós, Bs. As., p 418. Torres, M.: La histeria en La escucha ,la histeria, Ed. Paidós, Bs. As., 1984, cap 7 p 243.
[17] Masotta, O.: Lecturas de psicoanálisis. Freud, Lacan., Ed. Paidós, Bs. As., 1995, p. 106.
[18] Torres, M.: op cit, p 124 y 127
Bibliografía
BRUNO, P. 1886-1996. La histeria masculina, en Histeria y Obsesión, Manantial, Buenos Aires. 1994
FREUD, S. “Fragmento de análisis de un caso de histeria”. En: Obras Completas, vol. VII, Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1996
FREUD, S. “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”. En: Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires. 1996
GODOY, C. “Freud y el pensar obsesivo”. En: Cizalla del cuerpo y del alma: la neurosis de Freud a Lacan, Berggasse 19, Buenos Aires.2005
MASOTTA, O. Lecturas de psicoanálisis. Freud, Lacan, Paidós, Buenos Aires. 1995
TORRES, M. “La histeria”. En: La escucha, la histeria, Paidós, Buenos Aires. 1984
LACAN, J. El Seminario, Libro 3. Las psicosis, Paidós, Buenos Aires. 2000
LACAN, J. El Seminario, Libro 10. La angustia, Paidós, Buenos Aires. 2006
LACAN, J. “La significación del falo”. En: Escritos II, Siglo XXI, Buenos Aires. 2003
UMÉREZ, O. Clínica de la histeria y la obsesión, JVE, Buenos Aires. 2000
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