viernes, 13 de diciembre de 2019

Diario de un psicólogo en apuros: Mitos de la esquizofrenia.


Conocí a Juan cursando el tercer año de la carrera. Debía hacer una entrevista,  para la materia Orientación Vocacional y Ocupacional y su caso me fue designado por la docente. Cuando nos encontramos en el lugar previsto, lo primero que noté fue que no me miraba a los ojos, sino que miraba hacia un punto al costado y por detrás de mi. Su voz resultaba bastante más fina y chillona para lo que uno esperaría de joven de 22 años. La entrevista comenzó, pero no llegó a buen puerto para los fines de la materia: Juan había asistido únicamente porque estaba seguro que yo sabía por qué no lo habían tomado para la última entrevista laboral en una conocida empresa. Lo habían rechazado en el psicotécnico y como nadie le dio una devolución, entonces quería saber la causa del rechazo. Y para él, yo sabía cuál era la causa y si no se lo decía, no era porque pudiera no saberlo, sino porque no quería decírselo. Certeza psicótica. Como Juan comenzó a levantar la voz y a ponerse agresivo, la entrevista debió ser interrumpida. Recuerdo que algo que lo tranquilizó fue decirle "Debe ser que no te tomaron por ponerte a los gritos como ahora" y "Dejá de gritar acá, que no estás vendiendo nada", en referencia a los vendedores de los trenes, que efectivamente, andan a los gritos.

Recuerdo haber ido hacia la docente, con mi entrevista harapienta para contarle lo sucedido. Porque para Psicopato II, el caso hubiera sido un 10, ¿pero para Orientación Vocacional? Ella me dijo que de ninguna manera tendría otro entrevistado, que un psicólogo puede recibir esos casos y debería poder atenderlos. Así que no solo proseguí las entrevistas con Juan remándola como nunca antes, sino que luego de aprobar la materia nos hicimos amigos. Amigo en el sentido más común y ordinario del término en cuestión. Amigo que da y que demanda, amigo que no se calla sus propios valores, amigo habilitado a decirle "No me rompas las pelotas" si no tengo un buen día y amigo que puede dar un consejo, aunque sea limitado al punto de vista de quien lo emite. 

Teniendo en cuenta esto, hoy quisiera hablar de la esquizofrenia fuera de los hospitales, de las entrevistas y de los libros. Y fuera de las películas, ya que estamos. ¿Cuántas veces hemos visto asociar la esquizofrenia con las personalidades múltiples en el cine? En realidad, voces que Juan escucha no son diferentes, en cuanto a su contenido, a lo que la mayor parte de las personas registra como pensamiento. La única diferencia es que él las escucha tan claramente como si alguien le hablara al lado suyo. Hemos hablado durante horas acerca del asunto. Él escucha 2 voces masculinas diferentes. Una le dice que se lastime a sí mismo o a otras personas; la otra, lo insulta, lo putea. Pero no, no hay ninguna doble, ni triple ni múltiple personalidad. Aún si él no toma la medicación (o si algo falla en ella), él siempre está consciente y las voces nunca toman el control, aunque sí pueden distraerlo cuando alguien real le habla. Por lo demás, él es consciente de lo que pasa a su alrededor, y se queja del tráfico, del clima o de cualquier cosa tanto como cualquiera.

Otro punto a destacar es que las voces no hacen necesariamente que quien padezca esquizofrenia haga cosas terribles. Esto suele verse en muchas películas también y es un punto delicado, porque los psicoanalistas cuando estudiamos las psicosis, vemos el caso de las hermanas Papin (La matanza de Le Mans) y el caso Aimée (el pasaje al acto con la sra. Duflos), lo cual, sumado a la creencia popular, desliza muchas hacia el mito de la escena donde el agresor dice "Las voces me hicieron hacerlo". Creo que todavía hay abogados ingenuos que plantean esa defensa al día de hoy. La realidad de la mayor parte de los esquizofrénicos, los que no salen en los diarios, es que a ellos no les agrada ni acatan lo que las voces le dicen. Juan cuenta que cuando estaba en la secundaria, una de las voces le decía con detalles cómo debía matar a su profesora, lo cual lo perturbaba bastante. ¿Pero quién ha hecho algo solamente porque se lo digan? Lo que si suele verse en muchos más casos son personas aislándose y escondiéndose en sus casas de esas voces que los aterrorizan. Asociar a la esquizofrenia con la conducta homicida es un prejuicio ajeno a todo criterio diagnóstico.

Otro prejuicio: la esquizofrenia es algo que se ve a simple vista. Las pocas veces que en el cine hicieron una versión decente de una persona con esquizofrenia fue en Una mente brillante, donde el protagonista fue a la Universidad, se casó. Aún así, la escena de los números moviéndose en el pizarrón es atípica: en la esquizofrenia las alucinaciones son auditivas, aunque se entiende que por motivos estéticos hayan optado por la escena del pizarrón. 

Detectar una estructura psicótica puede tomarle a los psicólogos algunas sesiones, incluso a los que tienen experiencia. No se trata del señor que viene babeando con la mirada perdida en el horizonte. Si yo viera esto último, sospecharía primero que la persona está mal medicada o que ha consumido drogas. Tampoco se trata siempre de la amentia de Meynert que cita Freud de la mujer meciendo un tronco como si fuera su bebé. Dejando de lado los fenómenos elementales de las psicosis (que se estudian), un esquizofrénico puede tener una apariencia totalmente normal. Otros, como Juan, pasan por "gente rara", por hablar de manera extraña, decir verdades que nadie quiere escuchar o pequeños comportamientos inesperados. ¿Por qué Juan no mira a nadie a los ojos? Se lo pregunté y me lo dijo: si él mira a alguien a los ojos, siente que el otro sabe lo que él está pensando. Y no es lo que a muchos nos pasa de "Sospecho que me miró mal, quizá él pensó que...", sino que es "Él piensa que", con total convicción y certeza. También siente, si lo miran a los ojos, que lo juzgan. Por eso en los tratamientos con pacientes psicóticos se recomienda no mirarlos directamente.

En cuanto a la medicación, existe otro gran mito: la promesa de que la medicación sea la solución. Diría que la medicación es uno de esos casos donde para tapar un agujero, se destapan otros. Muchas de las presentaciones que vemos en cuadros psicóticos no es por el cuadro en si, sino por los efectos secundarios de la medicación. ¡Que alguien me diga un psicofármaco sin efectos secundarios! En el caso de Juan, era muy común la sobremedicación. A veces, tenía que tomar otra medicación para compensar los efectos secundarios de su antipsicótico. Habían días en que él se pasaba el día en la casa sin poder notar si alguien lo visitaba. También ocurría que una vez que las voces desaparecían, efecto de la medicación, él pensaba que todo estaba resuelto. ¿Por qué seguir tomando esa medicación que le daba calambres? Pero como cualquier psicofármaco, no se puede discontinuar repentinamente. Dos veces hubo que ayudar a la madre de Juan a llevarlo a la guardia del hospital, él temblando, transpirado, con náuseas y ansiedad.

Si bien esos casos son extremos, una vez que logró dar con la medicación adecuada, la correcta adherencia de Juan al tratamiento farmacológico no le permitía ni un día de abstinencia: las voces volverían y Juan lo sabía de antemano. Horas después de haberse salteado la medicación, le dolía la cabeza y empezaba a sentir que volvían las voces. Empezaban susurrándole algo que él no podía distinguir ni escuchar del todo bien, pero progresivamente se volvían más fuertes hasta que le gritaban. Si tomaba la medicación, de media hora a un hora después las voces disminuían nuevamente, pero no desaparecerían completamente sino hasta días después, disminuyendo gradualmente. Incluso medicado, Juan también tenía episodios donde las voces iban y volvían: oscilaban entre el grito y el susurro.  

Finalmente, el último prejuicio quisiera hacerlo a la manera de una pregunta: ¿Es más grave la enfermedad en si misma, o el impacto de la pérdida del lazo social? Traje el caso de Juan porque fue su aislamiento del mundo laboral de aquel entonces lo que hizo que nos conociéramos. Él rebotaba una y otra vez de entrevistas de empresas grandes y solía venir de mi visita a mi consultorio. Estaba triste y desesperado, cosa que puede pasarnos a todos en la Argentina cotidiana. En cierto momento que me cansé de escucharlo (los amigos no somos psicólogos), le pregunto "Perdón, ¿Pero hasta cuándo vas a insistir con esos laburos (empleos) de mierda? ¿Vos querés trabajar para alguien que te diga lo que tenés que hacer?". Son esas frases que uno dice sin calcular concientemente, pero a partir de ahí empezamos a divagar durante días acerca de algo más él pudiera hacer. Tiempo después, Juan logra matricularse de masajista exitosamente y empieza a ejercer. Promocionó su trabajo por las redes sociales, porque resulta que además escribe muy bien.

Definitivamente, las crisis de Juan han disminuído desde que comenzó a trabajar. Vive con lo que él mismo produce en su casa como masajista. No tiene que mirar a sus pacientes a los ojos, porque están generalmente de espaldas y él mira a la parte del cuerpo con la que trabaja. Tampoco tiene que trabajar en un lugar lleno de gente, cosa que a él no le gusta. Por lo demás, Juan tiene novia, paga las cuentas, a veces pelea con su madre y de vez en cuando, viene a mi consultorio, bajamos al café de la esquina y hablamos de todas estas cosas de la vida.

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