viernes, 13 de diciembre de 2019

Los cuerpos como mercancía.


Como hemos mencionado, la trata de personas supone una de las peores formas de violencia, por esto es indispensable dimensionar todas las aristas que reviste el consumo de los cuerpos. En la gran mayoría ocurre sobre los cuerpos de mujeres y niñas, sin embargo no debemos perder de vista que la vulneración incluye a travestis, trans, niños y adolescentes varones.

Nos referimos particularmente a:
1. Los mitos (1) que sostienen y avalan el consumo del cuerpo de las mujeres, adolescentes, niñas, trans y travestis, como objeto de intercambio comercial y dador de placer.
2. La mercantilización de las mujeres y la apropiación masculina de sus cuerpos como si se tratase de objetos de placer, donde el hombre que paga por sexo juega un papel decisorio y todavía bastante invisibilizado.
3. La apropiación masculina del cuerpo de las mujeres, teniendo en cuenta los mecanismos de captación, coerción y explotación.
4. Las secuelas que hacen marca en las personas que son explotadas sexualmente. Esto es fundamental para pensar y ejecutar políticas acordes a la problemática; así como la contención y el tratamiento adecuado tendiente a no revictimizar y estigmatizar.

A continuación analizamos cada una de las aristas que reviste el consumo de los cuerpos presentadas aquí.

1. Los mitos que sostienen y avalan el consumo del cuerpo de las mujeres, adolescentes, niñas, trans y travestis, como objeto de intercambio comercial y dador de placer.
A lo largo de la historia se han reproducido y naturalizado estereotipos y prejuicios que refuerzan las desigualdades de género: el hombre fuerte y poderoso y la mujer sumisa y complaciente son algunos ejemplos. En tanto vivimos en un mundo que se instituye como un campo discursivo, las producciones imaginarias que circulan en cada época determinan modos de ser y de hacer, generando al mismo tiempo campos y prácticas que los sostienen y por los que circula el poder de manera desigual.

En ese contexto de estereotipos y prejuicios que sostienen las desigualdades de género, toda demostración de afecto y/o sensibilidad en los varones muchas veces es reprimida, contenida y remplazada por expresiones de frialdad e incluso de agresividad. En ocasiones cuando esto sucede, los cuerpos de las mujeres, adolescentes, niñas, travestis y trans pueden convertirse en objetos pasibles de ser consumidos y mercantilizados, donde el afecto no circula. Cuerpos que son nombrados como una cosa que es posible mirar, tocar y, en otros casos, comprar y abusar.
Aquí entra a jugar otro de los mitos o representaciones sociales, que circulan muy a menudo sobre la “necesidad” sexual del hombre. Este imaginario compartido socialmente, justifica y naturaliza que los hombres reclamen particularmente a las mujeres el territorio de su cuerpo, ya sea en el plano de una pareja o que paguen por sexo (o mejor dicho, alquilen un cuerpo para su satisfacción).
La violencia sexual con un partenaire o el prostituir a las mujeres aparece como la voluntad de dominio en el plano sexual (2) muchas veces justificado por el fantasma masculino según el cual una mujer goza cuando la violentan. “Cuando dice no es sí”, “les gusta hacerse las difíciles”, “dicen una cosa, pero en realidad quieren otra” son expresiones comunes que se usan para justificar este avasallamiento.

A decir de Volnovich, Juan Carlos: “así se presentan los “clientes”: como marineritos frescos y graciosos, como seres inocentes, víctimas ante el estímulo y la facilitación de tanta oferta.
Reforzando siempre el estereotipo tradicional de la sexualidad como expresión de la “naturaleza animal” del varón que consiste en lo siguiente: una vez que los varones hemos sido provocados y excitados, ya no somos responsables por nuestros actos”(3)

Entonces, son las mujeres las responsables que desatan el irrefrenable instinto animal.

Este imaginario presenta dos caras: aquella que justifica el avasallamiento de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres en pos de una irrefrenable necesidad, que ellas provocan y la que deja por fuera los deseos de las mujeres (especialmente en el terreno sexual) para dar lugar al rol de complacer al hombre.
Aquí es importante destacar que estos atributos son significaciones imaginarias compartidas “semblantes acuñados por la cultura”(4), y no un destino biológico referido al género: no todos los hombres avasallan, ni todas las mujeres son sumisas. Sin embargo, es desde estos mitos desde donde la explotación sexual de las mujeres y su consumo quedan justificados y hasta avalados por gran parte de la sociedad.

Lo importante es poder visualizar que se trata de representaciones, mitos, estereotipos, construcciones culturales, sociales, históricas, económicas y políticas, que se van modificando en cada época. Visibilizarlas, nombrarlas, debatir sobre ellas, nos permite comenzar a quebrar las bases sobre las que se asientan.

2. La mercantilización del cuerpo como objeto. El papel de quien consume prostitución.
La demanda es una de las principales causas para que exista el negocio de la trata con fines de explotación sexual. Sin embargo, quien consume prostitución, denominado comúnmente “cliente”, es uno de los personajes más invisibilizados de este complejo entramado delictivo.

¿Qué lleva a un hombre a pagar por tener sexo? ¿Qué mecanismos se ponen en juego?
Algunas consideraciones hemos nombrado en el apartado anterior en cuanto a las representaciones y estereotipos de lo femenino y lo masculino. Otra respuesta a estos interrogantes es la negación de mujeres, adolescentes, niñas/os, travestis y trans como personas, ubicándolas en el lugar de objeto. Así, se disocia cuerpo y persona, renegando de esta última y poniendo ese cuerpo al servicio del placer de otro. El dinero garantizará que el deseo y la voluntad queden silenciados. Se efectiviza, al decir de Foucault, que las relaciones de poder penetren en los cuerpos(5) naturalizando la falacia de que el rol de la mujer es complacer al hombre e invisibilizando lo traumático de la escena en la que los hombres realizan sus fantasías sobre los cuerpos de otras personas cuyos deseos son suprimidos.
Una campaña española arrojaba luz a este asunto “No compras sexo, compras vidas” (6) dando cuenta de la violencia que supone este acto. No pagan por un “servicio”: consumen mujeres, adolescentes, niñas/os, travestis o trans.

3. La apropiación masculina del cuerpo de las mujeres, teniendo en cuenta los mecanismos de captación, coerción y explotación.

En este contexto de explotación sexual, muchas de las mujeres, adolescentes, niñas/os, travestis y trans son víctimas del delito de la trata, teniendo en cuenta los mecanismos de ofrecimiento y captación, traslado, recepción y acogida, que desarrollamos en la unidad 1.

4. Las secuelas que hacen marca en las personas que son explotadas sexualmente. Esto es fundamental para pensar y ejecutar políticas acordes a la problemática; así como la contención y el tratamiento adecuado tendiente a no revictimizar y estigmatizar.

El poder degradante que es ejercido sobre sus cuerpos de las víctimas, provoca sufrimiento físico y psíquico.
Dentro del abuso sexual y psicológico encontramos consecuencias somáticas directas, tales como enfermedades de transmisión sexual (VIH, hepatitis, sífilis, HPV), desgarros en vagina y ano producto de la violencia física, adicción a sustancias psicoactivas, cicatrices, fracturas, dolores crónicos, etc. También secuelas de abortos provocados en pésimas condiciones de salubridad.
El alto impacto del acontecimiento traumático sufrido por las víctimas de la trata también tiene consecuencias psicológicas como baja autoestima, episodios de angustia, intentos de suicidio, dificultades para relacionarse sexualmente, enfermedades psicosomáticas o autoinmunes.
Son muy comunes también los llamados episodios de disociación en las víctimas que han podido salir de ese calvario.

Aquí es importante aclarar que tanto lo socio-político, lo somático y lo psicológico son sólo una división arbitraria a los fines de intentar transmitir la devastación que supone la explotación sexual. Los efectos dañinos no pueden pensarse por separado ya que todos estos planos confluyen en una persona. La experiencia traumática de la trata no puede tenerse en cuenta como un conjunto, sino en cada uno de los episodios de abuso al que han sido sometidas: cada golpe, cada penetración, cada día de horror y miedo son traumáticas. La sexualidad contempla aspectos físicos y psicológicos que hacen a la integridad sexual.

Por eso, mirando hacia adelante, en el plano socio-político podemos y debemos procurar la implementación de las leyes y políticas efectivas tendientes a modificar las relaciones sociales de poder y desnaturalizar las asimetrías. Los cimientos de esta ardua tarea se inician en acciones que apunten a la información, la sensibilización y la difusión. Dar los debates necesarios para desnaturalizar las relaciones de poder que sostienen las desigualdades de género, repudiar cualquier acción de violencia y sometimiento que una persona ejerza sobre otra.
Consumo de cuerpos, negociados, delito, explotación, esclavitud, tortura, violación, despersonalización, secuestro, muerte, todas estas palabras hablan de la Trata. El desafío será entonces nombrarlas cada vez, en cada lugar, con más fuerza, para que este delito emerja definitivamente de la oscuridad y la impunidad.
Dar existencia, nombrar, informar, son las herramientas por excelencia de la prevención y el inicio de un camino en el que la transformación sea un horizonte posible.

El rol de los medios y la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual.
Hay quienes afirman que en las sociedades contemporáneas los principales constructores de representaciones sociales son los medios de comunicación, como antaño lo fue el sistema educativo.

En este sentido, Raiter define una representación social como “la imagen que construyen los medios de difusión sobre los temas que son parte de la agenda pública y que, en la medida que es conservada, se torna una creencia”(7)

Cabe preguntarse entonces ¿cuál es la imagen de las mujeres construida por los medios de comunicación y si ésta da cuenta de los diversos modos de vida de las mujeres?
Si bien las generalizaciones son siempre injustas, es dable afirmar que, por su eficacia comunicacional para transmitir un mensaje claro en poco tiempo, los medios utilizan permanentemente el recurso del estereotipo y, de ese modo, reproducen y perpetúan las cargas simbólicas que se asocian a éste. Ciertamente, los estereotipos etiquetan y encasillan a las mujeres dentro de ciertos roles, como el de la “madre abnegada”, la “puta”, la “santa”, etc. que, de tanto repetirse, acaban por naturalizarse, desalentando las relaciones de igualdad en la sociedad.
La cosificación de las mujeres, niñas y personas con una identidad de género femenina en los medios de comunicación se orienta en este mismo sentido. Las imágenes de las mujeres o de partes de sus cuerpos para vender todo tipo de productos, terminan convirtiéndola en una mercancía más, sin quedar en claro qué es lo que se está vendiendo.
Llevada esta mercantilización al extremo, en los avisos de comercio sexual que aparecen en las secciones de anuncios clasificados de los medios gráficos e internet, las mujeres son ofrecidas y solicitadas como un objeto más entre automóviles, inmuebles y otros productos.

El mensaje de que las mujeres pueden ser compradas, vendidas, alquiladas y usadas, no sólo está en la base de los delitos de explotación sexual y trata de personas, sino también en otras formas de violencia contra las mujeres.

Algunas consideraciones respecto de la prostitución
Frente a la prostitución los Estados y sus normativas y políticas públicas pueden adoptar distintas posiciones. Según sea la forma en que los Estados, sus legislaciones, normativas y políticas públicas se posicionan frente a la prostitución, se alinean de tres diferentes formas:

El abolicionismo, entiende que en el sistema prostibulario, las relaciones son de desigualdad y de explotación y por tanto se debe hacer todo lo posible para desalentarlas. No penaliza a las mujeres que son prostituidas sino que condena a quienes las explotan: rufianes, proxenetas, tratantes y traficantes.
El reglamentarismo, es partidario de la existencia de regularizar, normalizar, reglar y legitimar el uso sexual de las personas considerando que se trata de la “prestación de un servicio” o de un “trabajo” como cualquier otro. Promueve la aplicación de medidas de corte sanitarista para la seguridad de quienes pagan por sexo, que son entendidos como “usuarios” o “clientes” (la implementación de zonas rojas, la utilización de libretas sanitarias y revisaciones periódicas para control de enfermedades de transmisión sexual, etc.)
Las políticas reglamentaristas lejos de proteger o beneficiar a las mujeres representan la confirmación institucional de un modelo social que garantiza el uso colectivo sobre mujeres mayoritariamente desfavorecidas y excluidas socialmente. Las consecuencias de la reglamentación en los países que la han puesto en práctica han arrojado un incremento del número de mujeres traficadas, se incrementó también la explotación sexual infantil y no reportó mejoras en la calidad de vida de las personas prostituidas.
Desde el prohibicionismo, la prostitución es considerada un delito que pone la carga de culpabilidad en la persona prostituida y absuelve a los que usufructúan de ella (los explotadores y la demanda). Es una posición con fuertes raíces misóginas, donde la “pecaminosidad” de la circunstancia se carga sobre la víctima, sancionándola moralmente y responsabilizándola de las “flaquezas” que cometan sus abusadores.
En los países prohibicionistas se persigue y sanciona a las mujeres en situación de prostitución como única respuesta del Estado.

Argentina se alinea dentro del abolicionismo. Nuestro país ratificó en 1957 la Convención para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena (Decreto Ley 11925), aprobada por la Asamblea de las Naciones Unidas el 2 de diciembre de 1949, también adhirió al protocolo final anexo al Convenio en el año 1960 (Ley 15768).

Fuente: INAP, "Conceptos Básicos sobre Trata de Personas" - Unidad 2.

Notas: 
(1) Cuando hablamos de mitos nos referimos a un conjunto de creencias construidas desde la idealización o fantasía que se generan para explicar una situación y que luego se aplican a todas las situaciones similares. La violencia de género se sostiene sobre muchos mitos en torno a cómo es y debe ser el género femenino y masculino.
(2) La ley 26485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, define a la violencia sexual como “Cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación, incluyendo la violación dentro del matrimonio o de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, así como la prostitución forzada, explotación, esclavitud, acoso, abuso sexual y trata de mujeres”.
(3) Volnovich Juan Carlos,“Se trata de nosotras”. Las Juanas Editoras, Ed. Sudestada de Bolsillo / Colección Nuestros Derechos, Buenos Aires, 2013.
(4) Cristina Marqués Rodilla: Goce, violencia y semblantes de mujer. Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid, N°7
(5) Titulo de una entrevista a Michel Foucault. “Les rapports de pouvoirpassent á lìnterieur des corps”. La Quinzaine Littéraire, No 247, 1977.
(6) Campaña 2011: “No compras sexo, compras vidas”. Servicio de la Mujer del Área de Familia, Asuntos Sociales y Zonas de Especial Actuación del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, España.
(7) Raiter, Alejandro, en Adrián Eduardo Duplatt La Construcción social de la mujer en los avisos clasificados de sexo: mercancías al paso (2012). En: Narrativas, nro. 22, ISSN 1668-6098. Documento electrónico.

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