lunes, 13 de enero de 2020

Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (6)


Por Enric Berenguer

Ir a la primera parte de Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (1)

El sujeto desidentificado: el discurso histérico
Como ya hemos dicho, Lacan no concibe el discurso como una estructura fija, inamovible, sino que se plantea una variabilidad con respecto a una forma fundamental, definida como el discurso del amo.

Esta variabilidad se puede describir en función de las distintas posiciones que ocupa el sujeto en el discurso.

Esto es útil, porque nos hace recordar que cuando describimos el discurso dominante en una cultura no hay que pensarlo como un bloque inamovible: existen variaciones posibles en el discurso, y la posición de cada sujeto también cambia.

Idea clave 21
No todas las distintas posiciones del sujeto con respecto al discurso dominante son tan fundamentales y definidas como para que puedan ser puestas en correlación con una modalidad de discurso: hay en esto un aspecto muy particular que siempre se debe describir caso por caso.

Pero hay un tipo de posición muy importante y representativa a la que sí le corresponde la dignidad de articularse en una modalidad de discurso: la de la histeria. Lacan considera que la histeria no corresponde sólo a un “trastorno”, sino a una posición subjetiva, caracterizada por un tipo de insumisión particular frente al significante amo.

Para dar cuenta de esta posición subjetiva y su incidencia en lo social, Lacan escribe el discurso histérico. En él el sujeto no ocupa el lugar que le hemos atribuido en el discurso del amo, o sea, debajo del S1.

En este caso, lo que ocupa el lugar principal, o sea el lugar de agente del discurso, es el propio sujeto dividido, $.

No vamos a comentar detalladamente todos los aspectos de la escritura de este discurso, sino que nos limitaremos a dar algunas indicaciones.

En particular, destacaremos que este desplazamiento del S1 (significante amo) por el $ (sujeto dividido), que ahora ocupa el lugar de mando, por así decir, se puede interpretar como un cierto rechazo de la identificación.

La parte de la escritura del discurso que representaba la identificación (S1/$) ha quedado desbaratada, y ahora, si se nos permite traducirlo de una forma sumaria, el propio sujeto pone en este lugar predominante su propia particularidad de sujeto en tanto que no puede ser reducida a ninguna identificación (siempre es “diferente”).

Esta característica del discurso histérico se pone de manifiesto en muchas ocasiones, casi cada vez que un significante amo queda claramente definido en su lugar con respecto a un colectivo.

Casi siempre hay personas que interpelan a ese significante, o a su representante, a su encarnación concreta, protestando que su particularidad no se inscribe suficientemente en él.


Esto puede verse asociado a una posición más o menos reivindicativa en la que el sujeto hace valer su autenticidad frente a la facticidad, el carácter necesariamente artificioso de todo significante amo.

En efecto, dado un significante amo instalado en su lugar, siempre cabe la pregunta: ¿Por qué éste y no otro? ¿Lo merece o no lo merece? ¿Quedaré yo adecuadamente representado?

Y, por supuesto, siempre hay razones para recusar, al menos parcialmente, la validez de un significante, cuya elección siempre tiene algo de arbitrario. De todas formas, el discurso histérico, en sus diversas manifestaciones, no tiene por qué ser necesariamente destructivo. El sujeto histérico suele necesitar al significante amo como referencia para reivindicar por contraste su propia particularidad.

Idea clave 22
El discurso histérico, con respecto al discurso del amo, introduce una especie de dialéctica.

Las otras modalidades de discurso que Lacan propone son, respectivamente, el discurso universitario y el discurso del psicoanalista. Diremos sumariamente que el discurso universitario pone en el lugar principal, el del agente, al saber (S2).

El discurso del psicoanalista constituye el reverso exacto del discurso del amo (en lo cual se ve la función revolucionaria que Lacan atribuye al psicoanálisis) y revela el plus de goce que está implicado en el discurso.

Lo que en él ocupa el lugar dominante, el lugar de agente, es el plus de goce. Esto no tiene una lectura única, pero podemos dar una que nos puede interesar en el contexto de nuestro análisis de los fenómenos identitarios en tanto que generados por una estructura discursiva.
Antes hemos hablado de que todo discurso tiende a generar una serie de formas de satisfacción.

En la fórmula clásica del discurso del amo, esta dimensión de goce tiende a quedar implícita, incluso disfrazada. Por ejemplo, se habla de la bandera, la patria, o de los grandes ideales. Pero se tiende a ignorar o disfrazar esos motivos más mezquinos que corresponden al nivel de la satisfacción producida, la dimensión profundamente egoísta y, a poco que nos descuidemos, ridícula, de toda forma de goce una vez que sus justificaciones ideales son cuestionadas.

El psicoanálisis, poniendo el plus de goce en el lugar del agente, lo que hace en primer lugar es revelar ese goce mezquino, demostrar que tiene un papel fundamental en el universo discursivo.

Esa mezquindad no tiene por qué ser descalificada moralmente. Al contrario, puede decirse que lo que lo convierte en mezquino es su ocultación, en la que el discurso amo se empeña.
Pero esa mezquindad, revelada, recupera algo de su dignidad, porque ya no miente.

Idea clave 23
El psicoanálisis tiende a mostrar que allí donde se habla de ideales, el motor oculto se encuentra en el nivel del goce (lo que Freud llamó la pulsión). Por supuesto, esta operación de revelación tiene traducciones diversas en cada caso, y se aplica de forma distinta cuando nos referimos a lo particular de un sujeto o nos referimos a una formación discursiva en su incidencia colectiva.

Se puede poner un ejemplo de interpretación del plus de goce de un discurso identitario, proveniente de un autor que conoce el psicoanálisis, pero que no es él mismo un psicoanalista.

Se trata de Jon Juaristi, que escribió un libro sobre lo que considera las causas del terrorismo de ETA. El libro en cuestión, que tuvo una repercusión considerable, se titula El bucle melancólico.

De una forma muy sintética, no creemos traicionar el espíritu de lo que el autor quiere transmitir si decimos que lo que se sitúa en el centro de la variedad de discurso nacionalista que conduce al terrorismo es una extraña forma de satisfacción que es la que el adjetivo “melancólico” pretender circunscribir.

En efecto, lo que el autor desgrana a lo largo de las numerosas páginas de su libro es la construcción de las coordenadas significantes y de saber de un discurso que se lamenta de la pérdida de un goce, pérdida de la que se hace responsable a otros (o a un Otro fundamental que en este caso sería representado por el españolismo, Enemigo con mayúscula).

Lo que queda muy bien descrito en este libro es un efecto paradójico, idéntico al que el mismo Freud puso de relieve en su análisis de esa forma patológica llamada melancolía.

Un efecto paradójico mediante el cual el propio sentimiento de dolor en sí mismo se convierte de forma insidiosa en una satisfacción ignorada como tal. Si el autor habla acertadamente de bucle es para describir la perniciosa espiral consistente en que, al encontrarse de manera inconsciente una satisfacción en el sentimiento de pérdida y dolor, el comportamiento no se dirige a la negociación, sino que busca formas de aumentar dicho dolor, que a su vez es atribuido al adversario, y así sucesivamente, en un círculo que en este caso no es ninguna metáfora llamar infernal.

Este ejemplo concreto, tomado de un autor que lleva a cabo un trabajo etnográfico e histórico para analizar un aspecto maligno de un discurso nacionalista determinado, nos muestra de una forma muy práctica y sencilla que para describir un fenómeno identitario no es suficiente con localizar los significantes amo que funcionan como referencias identificatorias.

Es preciso, además, situarse en el marco general de una estructura discursiva para examinar la función de todas las variadas producciones que se pueden localizar en el registro del saber.

Y, finalmente, se necesita también examinar todo aquello que corresponde a las modalidades de goce específicas que en no pocas ocasiones constituyen la clave de un modo de funcionamiento discursivo.

Por otra parte, el funcionamiento automático del aparato del discurso tiende a configurar siempre algún tipo de bucle como el descrito por Juaristi, aunque no tiene por qué ser en todos los casos tan mortífero como el que él examina.

Pero, en cierto modo, existe una cierta circularidad, que está inscrita en la propia fórmula del discurso. Así, el funcionamiento del lenguaje produce una modalidad de goce y, al mismo tiempo, el goce producido relanza el funcionamiento del discurso.

Idea clave 24
La circularidad del discurso, que en realidad no hace más que dar vueltas en torno de un vacío fundamental (vacío que tanto la filosofía como las distintas religiones han tratado desde distintos puntos de vista), explica que los fenómenos identitarios de toda índole tienden a retroalimentarse. En nuestro mundo encontramos múltiples ejemplos de la imposibilidad de estos universos de discurso de trascenderse a sí mismos, pudiendo mantenerse durante milenios en la disputa por una forma de goce con un adversario al que se le atribuye paranoicamente una voluntad de arrebatarlo.

Una vez más, hemos de recordar que lo mismo que hemos venido diciendo respecto de formaciones o problemas colectivos se aplica a la vida de cada sujeto.

Cada sujeto tiene sus identificaciones, que ocupan lugares diversamente importantes en distintos momentos de su vida. Pero también aquí hemos de considerar la función del saber y sus distintas formas a escala individual. Y lo mismo ocurre con la particularidad de las formas de goce, que constituyen un elemento fundamental en el universo de cada uno.
Finalmente, cada cual se enfrenta en su vida a una forma específica de bucle: de hecho, este bucle específico, con toda su gama de consecuencias, más o menos graves o simplemente molestas, es lo que llamamos su síntoma.

El bucle del síntoma
El reconocimiento de esta perniciosa circularidad, que hemos abordado a través de ejemplo estudiado por Juaristi, nos sitúa, inopinadamente, en la recta final de nuestro recorrido por aquellos elementos de la teoría lacaniana que pueden ser de alguna utilidad en la definición y estudio del problema de la identidad.

Al introducir el tema de la identidad en términos generales decíamos que cuando pensamos espontáneamente en aquello que constituye la característica más constante y peculiar de un individuo, a menudo lo que se nos ocurre tiene que ver con determinadas formas de disfuncionamiento, algunas de las cuales son vividas como tales por la persona concernida y otras lo son por su entorno.

Esto nos sitúa de lleno en el terreno del síntoma.

Lacan dijo en cierta ocasión que lo más real que tienen algunas personas es su síntoma.
Y es cierto que, como ya hemos dicho, uno puede tratar de engañar o engañarse, pero el síntoma es algo que resiste a todo intento de manipulación.

El síntoma ocupa un lugar especialmente importante en la última etapa de la enseñanza de Lacan, comprendida en la década de los 70.

Pero, de la misma manera que nosotros hemos llegado al síntoma a través de un recorrido que ha pasado por la estructura del discurso, la cual tiene un elemento significante y un elemento que hemos designado con el término de plus de goce, la última teoría de Lacan sobre el síntoma lleva a cabo esta misma reunión, pero de una forma mucho más condensada.

Todas aquellas funciones que en la estructura del discurso aparecen desarrolladas, parecerían estar representadas en un circuito mínimo que es el síntoma, reducidas hasta casi perder su apariencia de especificidad.

Idea clave 25
Del mismo modo que la estructura del discurso, el síntoma tiene un lado significante y un lado de satisfacción, íntimamente anudados. Pero así como el discurso, con su estructura, podemos situarlo en un conjunto amplio de fenómenos, (incluso, por así decir, en el conjunto de una cultura en un momento dado), con toda una serie de manifestaciones de distintos órdenes -tanto en el lenguaje como en las costumbres-, cuando nos referimos al síntoma estamos hablando de algo mucho más condensado, que reduce cada función al mínimo.

Por otra parte, esta gran condensación hace que los elementos más discursivos, como son los desarrollos que podemos situar en el registro del saber, pierden algo de su protagonismo, y si bien la estructura del lenguaje sigue presente, lo está en los elementos más radicales, por así decir, en una osatura mínima, un esqueleto.

El síntoma aparece como el resultado final de un proceso y, como sucede algunas veces con los productos finales de un proceso, refleja todos aquellos acontecimientos particulares que han intervenido en su formación, pero lo hace de una forma residual, reducida, condensada, imperceptible.

Con respecto al ejemplo del bucle melancólico que antes hemos planteado, podemos decir que hay todo un universo de discursos, significaciones, ritos, recuerdos, historias, mitos… pero al final, lo que queda, es ese enigmático bucle que a medida que se reproduce y se acelera parece perder su sentido inicial, se convierte en un automatismo, en un puro empuje a la repetición que olvida todo aquello que lo generó, de ahí que, por desgracia, recordárselo no suele tener efectos espectaculares.

El síntoma, como puro automatismo, se satisface a sí mismo, prescinde de todo sentido. Y de toda solución, porque él mismo se sitúa en el lugar de una solución. De hecho, es una solución, aunque sea mortífera en algunos casos.

En la vida del individuo pasa igual, aunque por fortuna los bucles relativamente perniciosos que todos y cada uno de nosotros tenemos en nuestro síntoma particular no suelen alcanzar el grado de locura del “bucle melancólico”.

Suerte, porque de hecho el síntoma tiene siempre un residuo ineliminable, incurable, de ahí que lo que propone Lacan como fin de un psicoanálisis no sea la desaparición absoluta del síntoma, sino la capacidad del sujeto para reconocer el tipo de satisfacción particular que encierra su síntoma y buscar la mejor manera de elaborarla, de encontrarle una orientación, incluso llegar a usarla, aprovechando el cierto grado de elasticidad que tienen las pulsiones (recuérdese la sublimación freudiana).

Pero, en los términos de Lacan, ello supone una cierta “identificación” con el síntoma es decir, reconocer que en él está condensada una parte de nuestro ser con la que no tenemos más remedio que cargar.

Pero, por fortuna, esto es lo opuesto a dejarse llevar por nuestros peores instintos.

Lo que ocurre es que, tanto en la historia de los pueblos como en la historia de las personas, lo peor que puede suceder es tratar de negar la existencia de un problema.

Eso sí, hay diversas formas de identificarse con el síntoma. Algunas son lo peor, porque pueden llevar a una reivindicación sin límites de una forma de gozar aunque tenga consecuencias mortíferas comprobadas.

La identificación a la que aspira Lacan es una identificación que funciona como un reconocimiento, pero que a la vez es capaz de mantener una cierta distancia.

El reconocimiento de ese elemento sería el primer paso para interrumpir la terrible cadena que retroalimenta constantemente el circuito, ya insensato, del síntoma.

Y, cuando decimos insensato, en modo alguno debe tomarse esta expresión como un insulto o una descalificación, sino como una referencia a la dimensión del síntoma que carece de sentido, que es un circuito significante que se satisface a sí mismo sin la mediación del sentido o, en todo caso, dejando al sentido una parte completamente vicaria en el asunto.

Algo así, un reconocimiento de una forma de goce y una adecuada distancia con respecto a él, junto con la búsqueda de nuevos modos de elaborarla, debería conseguir cada sujeto en su vida.

El psicoanálisis se plantea como una vía para conseguirlo. En el fondo es lo que cada uno, por poco bien encaminado que esté, trata de conseguir por una variedad de medios, entre los cuales la filosofía, las distintas sabidurías y las diversas artes son los más conocidos, que pueden concurrir en combinaciones particulares para dirigirse al mismo fin.

Fuente: Enric Berenguer, "Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan"
Continúa en: Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (7)

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