miércoles, 8 de enero de 2020

Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (4)


Por Enric Berenguer


La identidad y el fantasma
Uno de los abordajes de la cuestión de la identidad a partir de la enseñanza de Lacan es el que nos permite la teoría del fantasma.

El fantasma (término técnico que sustituye a la idea más vaga de fantasía) nos remite a aquellos relatos a través de los cuales antes hemos visto que, según R. Rorty, el sujeto da sentido a su vida.

Recordemos que el propio Rorty, aunque de una forma del todo inespecífica, se refiere a las fantasías como relatos en los que están en juego las preferencias de cada uno, sus maneras peculiares de encontrar placer, etc.

Pero también hemos visto que Freud descubrió las fantasías primordiales o protofantasías.

Idea clave 15
Freud descubrió, por un lado, que había una serie limitada de fantasías que tendían a ser universales y, por otro lado, que las soluciones particulares que cada individuo encontraba a los problemas planteados por dichas fantasías parecían definir una orientación particular, altamente individualizada, que surge en un momento de su historia y tiene efectos determinantes en lo sucesivo.

Como sucede, por ejemplo, en el caso del fetichista o en otras orientaciones sexuales que desde que cristalizan no dejan de condicionar la vida del sujeto. Sería absurdo explicar las fantasías en las que se sostienen esos comportamientos y gustos sexuales recurriendo al expediente de que se trata de “historias privadas” con las que el sujeto busca complacerse.

Porque ¿qué determina que esas historias y no otras le den placer? Lacan profundiza en esta idea, llegando a la conclusión de que existe un fantasma fundamental.

Idea clave 16
El fantasma fundamental se manifiesta de formas muy variadas, imprime su carácter a todo tipo de formaciones del inconsciente y se traduce en muchos aspectos de la vida del sujeto, no sólo en sus preferencias sexuales.

Constituye una especie de núcleo de “identidad” del sujeto, basado fundamentalmente en la interpretación que éste hace sobre una serie de aspectos de su relación con el Otro y, en particular, sobre el lugar que él mismo puede ocupar como objeto de amor y/o deseo para el Otro.

De todas formas, esta identidad debe entenderse como la cristalización de una respuesta del sujeto que, en un momento dado de su existencia, responde al problema de su falta de ser (efecto de la estructura del lenguaje) mediante una interpretación o una serie de interpretaciones que adquieren cierto grado de estabilidad y que, en adelante, orientarán la posición del sujeto frente a diversas vicisitudes de su relación con el Otro.

La respuesta que constituye el fantasma a la pregunta “¿qué soy yo?” es considerada por el psicoanálisis como una respuesta, que, con independencia del grado relativo de justificación que tenga y obtenga en la vida del sujeto, debe considerarse en lo fundamental falsa, o, en todo caso, como una de aquella clase de verdades que lo son porque tienden a autorrealizarse.

En efecto, aquel sujeto que encuentra en su relación con el Otro la marca de un rechazo fundamental puede tender activamente, de un modo sobre todo inconsciente, a provocar situaciones en las que este rechazo se confirme.

El grado de convicción que el fantasma genera es tal, que no sólo el propio sujeto no se sustrae a su influjo, sino que este influjo se ejerce también sobre su entorno con gran eficacia.

Por este motivo, el sujeto que se cree rechazado normalmente acaba consiguiendo hacerse rechazar “de verdad”. Como se ve, a este nivel, la verdad y la ficción se confunden en toda regla.

Idea clave 17
A pesar de reconocer el papel determinante del fantasma, el psicoanálisis se plantea como objetivo mostrar su relativa falsedad y permitir al sujeto sustraerse a su influjo.
Por ejemplo, en el caso que hemos planteado antes, del sujeto que tiende a demostrar que es rechazado y verifica que los demás, “en efecto”, le rechazan, el psicoanálisis tratará de sacarle de la fascinación que le produce que sus “peores expectativas” se hagan realidad, mostrándole que, hagan lo que hagan los otros, el responsable es él.

Y aquí, la cuestión de quién empezó primero debe ser considerada en todo punto irrelevante.
Hay un aspecto concreto de la estructura que Lacan atribuye al fantasma que vale la pena comentar.

La fórmula que de él propone es la siguiente:
($ ◊ a)

Incluye, por una parte, al sujeto dividido del inconsciente, es decir, al sujeto afectado de una “falta en ser” y, por otra parte, un objeto, conocido como objeto a, que funciona como un complemento de ser, cuya función sería, precisamente, remediar la mencionada falta de ser (remediarla, en cierto modo, obturándola, tapándola).

Esto significa que una de las formas más evidentes a través de las cuales el sujeto trata de remediar la falta de ser pone en juego la función de un objeto libidinal.

Y ello se produce en dos modalidades distintas, que en cada caso se articulan de un modo particular: por una parte, se trata del objeto libidinal que el sujeto es, fue, cree ser o cree haber sido (objeto que tiene una serie de determinaciones concretas, no se trata sólo de serlo o no serlo); por otra parte, se trata de la función que el partenaire sexual desempeña para el sujeto, pero en este caso se trata de un objeto parcial tomado del partenaire y no del partenaire como otro sujeto.

Con respecto a esto último, es interesante destacar que, en efecto, la relación con un partenaire sexual constituye una de las formas primordiales por las que el sujeto trata de remediar el sentimiento general de carencia que Lacan formula como “falta en ser”.

Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que en algún momento restringe algo la validez de esta fórmula, fórmula que da cuenta del fantasma masculino, porque no parece apta para simbolizar algunos aspectos de la relación del sujeto femenino con su objeto de amor.

De todas formas, una de las virtudes de la fórmula del fantasma en el contexto de la pregunta por la cuestión de la identidad, es poner de relieve que la pregunta del sujeto por su propio ser parece inducir toda una serie de respuestas que se sitúan en el registro de una posesión de objetos cargados de un valor libidinal, objetos que participan de lo imaginario y de lo real pulsional.

En cierto modo, esto se relaciona con la idea, verificada en la experiencia común, de que la pregunta por el ser tiende a ser contestada en términos de tener.

Ahora bien, como demuestra el estudio psicoanalítico del fantasma, en este terreno es muy difícil deslindar aquello que corresponde al objeto libidinal a cuya posesión se aspira y el papel, más discreto pero omnipresente, del objeto que se fue para el Otro (y que, dada la estabilidad de la solución fantasmática, se sigue siendo en gran parte).

Sea como fuere, el psicoanálisis insiste en la falsedad relativa del “tú eres eso” determinado por el fantasma, por lo que un psicoanálisis debería tender a un cuestionamiento, al menos relativo, de esa “identidad”.

Esa identidad no deja de tener efectos sintomáticos para el sujeto. Porque si bien en primer término tiene un efecto contrario a la angustia vinculada a la indeterminación del ser, fija al sujeto en una relación de dependencia respecto al Otro planteada en unos términos que a su vez tiene otro tipo de efectos angustiantes.

En este sentido, la fórmula del fantasma revela un tipo de alienación de la que el sujeto extrae una seguridad tramposa.

Uno de los aspectos simbolizados en la fórmula en cuestión, si en ésta se piensa el objeto en el registro del tener, nos muestra la posibilidad siempre abierta de que el sujeto se extravíe en una búsqueda de objetos que saturen el vacío siempre abierto de su falta de ser.

Como el ser y el tener resultan profundamente incompatibles, los riesgos son evidentes, y encontramos ejemplos de ello en toda una serie de patologías en las que determinado uso de los objetos se enmarcan en aquello que se ha venido en llamar “adicciones”.

Si nos fijamos, en cambio, en los riesgos de una respuesta al problema del ser excesivamente planteada en términos de lo que soy para otro, los riesgos son igualmente graves, aunque distintos en su forma: nos encontramos con personas que, en su necesidad de asegurarse de cumplir un papel para el otro, consienten fácilmente en identificarse con algo que para dicho otro es más bien degradante.

Se abre ante nosotros toda la problemática de la dependencia, con toda su retahíla de malos tratos y degradación.

Ambas vertientes de la problemática del objeto (usando aquí una expresión muy aproximada por necesidades expositivas) tienden a expresarse en una patología en que el pasaje al acto y la repetición se disfrazan muy a menudo en el sentimiento subjetivo de que “esta vez es diferente”, o “esta vez es la última”.

Pero una adecuada perspectiva histórica muestra invariablemente un grado de compulsión que en ocasiones puede ser muy peligroso.

El aspecto más pernicioso de este tipo de problemáticas es que generan un círculo vicioso que podemos entender como sigue: primero, el sujeto calma la angustia vinculada con la falta en ser recurriendo a un mecanismo que la reduce eficazmente; con el tiempo, sin embargo, el sujeto se vuelve cada vez más incapaz de enfrentarse con ese vacío original, que parece haberse ido agrandando a medida que se van encontrando formas de no enfrentarlo.

Esto supone una aceleración de la dependencia o la adicción y tiende a producir situaciones de “huída hacia adelante” cuya gravedad es bien conocida.

Por supuesto, en algunos casos pueden ir asociados ambos lados del problema, pues no hay nada que los haga necesariamente excluyentes, aunque uno de los dos aspectos suele predominar en un sujeto dado, o en un momento determinado de su existencia.

La expresión, claramente patológica en algunos casos, de estas dos vertientes del fantasma, no debe llevarnos a olvidar que se trata de virtualidades abiertas a todo ser hablante, que casi siempre se han manifestado en un momento u otro de la vida del sujeto, aunque no hayan llegado a dar lugar a síntomas, o al menos a síntomas graves.

Idea clave 18
Frente a la (mala) solución aportada por el fantasma a la pregunta por el ser, el psicoanálisis se propone encontrar cuáles son los referentes identificatorios (significantes) sobre los que dicha respuesta está construida. Se trata de demostrar que con esos mismos significantes (como tales imborrables, por lo que no es cuestión de eliminarlos) el sujeto puede construir una interpretación distinta a la que el fantasma consagra.

El sujeto no puede, pues, renunciar a todo aquello de su identidad que se encuentra articulado en su fantasma, pero puede reducirlo a unos elementos mínimos, que permiten más de una interpretación.
De esta forma se trata de conjugar lo inevitable de la repetición con la posibilidad de leerlo de otra manera.

El psicoanálisis se propone que cada cual pueda asumir aquellas marcas ciegas que lo determinan, pero a su vez, dándole la máxima libertad en cuanto a la forma de traducirlas, encaminarlas.

En lo que se refiere a la operación concreta que se pretende llevar a cabo con respecto al fantasma, se trata de “construirlo”, es decir, desmenuzar su armazón significante, o sea, una serie de significantes fundamentales que tienen un papel determinante como identificaciones del sujeto.

Todo ello con la finalidad de “atravesarlo”, es decir, poder desprenderse de algún modo de la influencia de ese marco de referencia fijo que constituye.

Contrastando una vez más nuestros planteamientos con los de Rorty, diríamos que no se trata de que el sujeto construya en toda libertad su narrativa.

Se trata, en primer lugar, de que pueda dejar de someterse a un tipo de narración muy condensada, su fantasma, en la medida en que tiene para él efectos nocivos, y pueda extraer de ella unos elementos mínimos, pero para construir una narración distinta.

Como se ve, existe un cierto grado de libertad, pero también unos condicionamientos mínimos: la historia no se puede volver a escribir desde cero.

Fuente: Enric Berenguer, "Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan"

No hay comentarios.:

Publicar un comentario