martes, 19 de agosto de 2025

Freud y el corte epistémico: de la interpretación al discurso

Freud es uno de esos autores cuya obra conmueve los cimientos epistémicos de su tiempo, instaurando un nuevo horizonte. En julio de 1964, Michel Foucault sitúa el alcance de este corte al interrogarse por las “técnicas de la interpretación”. Con ello no solo plantea la cuestión de cómo se interpreta, sino también si existe algo más allá de las interpretaciones mismas. Se trata de una pregunta sobre la naturaleza de los hechos, retomada por Lacan bajo la fórmula de “la necesidad de discurso”, y que en Foucault abre el trabajo sobre el campo de la hermenéutica.

El psicoanálisis es, indudablemente, una experiencia clínica que se ocupa del sufrimiento humano. Pero también conlleva una perspectiva epistémica anudada a las condiciones simbólicas e históricas de su surgimiento. Freud, a quien Foucault ubica junto a Marx y Nietzsche, no agrega un nuevo sentido a los problemas ya existentes; más bien, transforma el modo en que el signo mismo debe leerse.

Así, allí donde la psiquiatría prefreudiana entendía el signo como producto de un proceso biológico, Freud introduce una torsión decisiva: lee en el síntoma —y no en el signo— las huellas de un conflicto ignorado por el sujeto. De este modo instituye un nuevo campo discursivo y clínico que hasta entonces no existía.

Este gesto inaugural resulta decisivo para comprender la posterior enseñanza de Jacques Lacan. No se trata aquí de su figura personal, sino de la transmisión de su pensamiento: Lacan se sostiene sobre el corte freudiano para radicalizar las consecuencias de un abordaje distinto del sujeto.

El acontecimiento Freud y la subversión del Otro

El planteo freudiano inaugura un modo inédito de lectura del signo: el síntoma deja de ser una mera manifestación clínica para testimoniar de Otra cosa. Desde allí, el acceso al inconsciente sólo es posible a través de la interpretación. En este sentido, las formaciones del inconsciente —incluyendo o no al síntoma, según se discuta— son ya interpretaciones de lo real del inconsciente.

Esto le permite a Freud delimitar, más allá del determinismo inconsciente y su eficacia, un punto de impasse: lo irreductible, lo no simbolizable.

En el capítulo 19 del Seminario 3, titulado “Freud en el siglo” —conferencia en homenaje al centenario del nacimiento de Freud en 1956—, Lacan subraya que el acontecimiento Freud excede toda referencia cronológica. Ese acontecimiento marca una ruptura fundamental: la conmoción de las bases simbólicas del Otro.

El Otro, concebido históricamente como el lugar donde se reúnen los signos y las creencias de una época, sostenía el semblante desde sus distintas encarnaciones. Con Freud, en cambio, el Otro se reduce a un puro lugar, despojado de imaginaciones y encarnaduras. El inconsciente se presenta entonces como ese Otro escenario, radicalmente distinto al sujeto mismo, un espacio topológico imposible de someter a la geometría euclidiana.

En este sentido, Freud anticipa —mucho antes de su tiempo— la lógica de lo virtual. Al transformar la causalidad en el campo del padecimiento humano, su obra produce una subversión que trastoca el punto de apoyo desde el cual abordar al sujeto y su sufrimiento.

El “Incidente Freud” y el Retorno al Eje Simbólico

El “incidente” Freud, si puede llamarse así por la conmoción que introduce, coloca en primer plano la eficacia simbólica. No es casual que los tres textos que sirven de sostén al “Retorno a Freud” propuesto por Lacan sean La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con lo inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana. En ellos se evidencia un entramado simbólico en el cual el inconsciente se ofrece a la lectura, quedando el efecto de sentido en un lugar secundario.

Lacan advierte, sin embargo, que en el medio psicoanalítico de su época este punto había quedado relegado. Su principal crítica se dirige al abandono del valor de la eficacia simbólica en favor de lo imaginario y de los tapones que éste provee. El “Retorno a Freud” consistirá, entonces, en restituir al resorte simbólico el lugar central en la manifestación del inconsciente, entendiendo que éste se revela en la palabra y bajo la forma de la discontinuidad.

Recorriendo la senda freudiana, aunque con desarrollos propios, Lacan muestra cómo a partir de dicha eficacia simbólica se llega a un límite: un “algo” que aparece como obstáculo en la cura. Se trata de fenómenos que abarcan desde las resistencias —no sólo las imaginarias, que quedan a cargo del analista— hasta la reacción terapéutica negativa. El obstáculo, en definitiva, se juega en el campo de la transferencia.

Este punto inercial del hablante surge allí donde la palabra encuentra sus bordes, sus imposibles. Es precisamente en ese borde donde Lacan ubica la originalidad freudiana: el recurso a la letra. En el rebus, en la escritura que configura el texto inconsciente, se hallan los puntos inerciales que permiten delimitar los modos en que el inconsciente se fija y se lee.

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