miércoles, 19 de febrero de 2020

La bulimia: ¿Compulsión u obsesión?

Dice García Márquez, en Crónica de una muerte anunciada: “Comer sin medida fue siempre su único modo de llorar, y nunca la había visto hacerlo con semejante pesadumbre”. Es una forma poética de presentar que el comer sin medida como equivalete al llorar. Es decir, se comer en lugar de llorar y de poner en palabras el sufrimiento. No siempre la tristeza se puede decir; mientras más se eclipsa la palabra, más estallan los signos en el cuerpo. Del mismo modo, nos encontramos que en la escena analítica algo entra bajo el modo de lo que Freud denominó agieren. El agieren se presenta como un grito y las ideas no se presentan como un recuerdo. Freud tenía la ilusión de llenar las lagunas mnémicas y así curar el síntoma. En el agieren, las cosas no se presentan como recuerdo, sino como acción. Algo retorna, pero mostrándose.

El comer sin medida, eso que llamamos atracón, devasta la vida de quien lo padece. No son conductas que se ofrecen fácilmente al proceso de desciframiento. Algo se dice en un análisis, la cara simbólica del inconsciente; algo entra en el análisis bajo la modalidad del hacer. Se muestra, se reproduce en acto y esa es la cara real del inconsciente. La cura freudiana también transcurre por ese camino.

En el manual de psiquiatría DSM IV, la bulimia está considerada como un trastorno de la alimentación que se caracteriza por dar grandes ingestas de comida, generalmente a escondidas, en poco tiempo y seguidas por conductas que apuntan a eliminar eso que se comió, mediante vómitos, laxantes, diuréticos, ayuno, actividad física extenuante. Todo este proceso termina en una gran depresión por haber fracasado en el control pretendido.


Para el discurso médico, la bulimia es una enfermedad caracterizada por determinados síntomas. Para el psicoanálisis, en cambio, se trata de una problemática que atañe al deseo y al goce desmedido. Frente a lo estandarizador del discurso de la psiquiatría, en nuestro campo se trata de lo singular y de ver si en esa compulsión de comida se puede construir un síntoma analítico, es decir, si se puede llevar la compulsión hacia lo que llamamos el terreno de la verdad, el sentido.

En estos pacientes, si bien se trata del caso por caso, hay cuestiones que se repiten. Hay una urgencia para parar de comer, pero no se escucha una demanda de saber. Por lo tanto, hay serias dificultades de que se establezca la transferencia, es decir, una demanda de saber dirigida al campo del Otro. Incluso hay cierto malestar cuando el analista intenta abrir a la historización para armar algo del orden de una causa. Por eso, podemos decir que las bulimias se presentan muy próximas a lo que Freud denominó neurosis actuales. La bulimia no es ninguna estructura, puede presentarse en una psicosis, en una neurosis o en una perversión.

En las neurosis actuales no hay un mecanismo psíquico en juego, sino que la causa está en una inadecuada satisfacción sexual. Lo interesante es que el goce no termina en angustia y síntoma, que es lo que suele suceder con recorrido del goce en las psiconeurosis de defensa. En las psiconeurosis de defensa hay conflicto entre la representación intolerable y la defensa, entonces se constituye un síntoma. En los casos de las neurosis actuales no hay síntoma, sino un goce en el cuerpo que no se anuda a una representación. No se anuda a lo simbólico, se presentan como puro real. Se trata de un hacer que se repite tipo estribillo, más del lado de lo pulsional, del goce puro, del síntoma que se basta y no llama a la interpretación (la acentuación que hace Lacan del síntoma en su vertiente de goce, en el seminario X). Se trata de goce, de satisfacción y para ligarlo hay que apekar a la dimensión de la verdad y el sentido.

Para Freud, el inconsciente está estructurado como un lenguaje, frase que Lacan extrajo de él, pero en la clínica también Freud se topó con el goce. Freud pretendía una cura basada en el llenado de las lagunas y se topa con el goce. ¿Pero qué es el goce?

Hasta 1920, en la obra de Freud vemos que lo que rige al aparato es el principio del placer: la tendencia a mantener la tensión del aparato al mínimo posible. Básicamente, se trata de evitar el displacer y mantener una homeostasis. La cura, en ese momento, implica recordar, donde a veces aparecía el hacer. En 1920, con Más allá del principio del placer, se destrona este principio: no hay más allá de ningún principio, deja de regir el principio del equilibrio en el aparato, de la homeostasis y de la tendencia a bajar la excitación lo máximo posible. Esto es un punto de inflexión en Freud y en la clínica. En este texto, introduce a la pulsión como pulsión de muerte, si bien Freud sostiene toda su vida la dicotomía pulsión de vida - pulsión de muerte. La pulsión de muerte no busca la muerte, pero empuja (drang) hacia ella. El empuje es una característica central de la pulsión, por lo tanto la pulsión es lo opuesto a la homeostasis. Se trata de una fuerza constante, a diferencia del instinto, que tiene ciclos. En la pulsión de pone en juego un avance indomeniado que podría llevar a la muerte, porque es sin medida y su fuerza es permanente. El término que Freud usa es genus, que es goce. No se trata de placer (lust) ni de displacer (unlust), sino de la satisfacción. Satisfacción de la pulsión. En estos pacientes, hay algo de la satisfacción que impide su enlace al inconsciente. Freud detecta que no hay equilibrio, por lo que el concepto de goce no es equilibrante.

La pulsión tiene algo del exceso; las anorexias y las bulimias están más allá del principio del placer, tanto en el rechazar la comida hasta morir de hambre como en el comer hasta reventar. En estos casos, es muy interesante lo que sucede en la clínica cuando uno introduce una demanda, por ejemplo, una demanda de llamado telefónico. Es decir, se apuesta en esa demanda a ligar esa compulsión de comida a un sentido al Otro, a lo simbólico. Estas intervenciones de la demanda de llamado son intervenciones de corte de ese goce infinito: “Llamame cuando estés por… o llamame posteriormente”. Se empieza a establecer esta suposición de la significación de esto que aparece como un goce irrefrenable.

La compulsión se presenta por el lado del ello. Aunque alguien pueda decir “yo me comí todo”, ese je aparece como efecto gramatical y queda suspendida momentáneamente la existencia del inconsciente. El núcleo del inconsciente es una hiancia que posibilita la formación del fantasma. La raíz del fantasma es “No soy el objeto del Otro”, es una separación del lugar de objeto de goce del Otro. No es lo mismo tragarse todo que comerse un bombón. El goce puede ligarse al deseo y al amor, lo cual se produce cuando se termina de producir el fantasma en la tercera voz de la pulsión.

El fantasma cumple una función de homeostasis, porque una distancia con el goce y es tributaria del nombre del padre. Es decir, de no ser el falo imaginario. El nombre del padre, recordemos, priva al niño y a la madre de ese goce. El fantasma se conmueve en un análisis. Esa respuesta inconsciente que el sujeto se dio a qué quiere el Otro de él, al leer el fantasma se conmueve.

Bulimias en la dimensión del puro goce. 
En esta primera distinción entre las bulimias, encontramos las que prima el sujeto que Freud llamó acéfalo, el ello, lo real pulsional sin ligadura a lo simbólico. En estos casos, las comilonas se realizan a escondidas, sin dejar rastros y con la compensación de que esté estable el peso. Con lo cual, no hay escena, no están dirigidas al Otro. En estos casos, como en las personas que se drogan solas a escondidas, está en juego el goce autista. No hay una palabra en psicoanálisis una palabra para designar a este goce irrefrenable, pero en psiquiatría le dicen impulsiones.

En las impulsiones se pone en juego lo imperioso de la pulsión, el drang, sin que el sujeto luche o dude si tener o no la impulsión. Simplemente lo hace, es un goce irrefrenable. Está comandado por lo acéfalo de la pulsión. Si se produjera la consulta, ya habría presente cierta dirección al Otro y una lucha para evitar esa acción.

Además de la satisfacción pura, que viene del ello, la pulsión se enlaza al Otro, a la significación. Hay dos ejes fundamentales en la clínica: uno es el eje de la satisfacción, que es la pulsión y otro es el eje de la significación. Los textos que más se relacionan a la significación son todo lo que tiene que ver con el inconsciente y sus formaciones. Los textos que tienen que ver con la pulsión son Recordar, repetir y elaborar, Más allá del principio del placer. Cuando se produce la consulta, estamos más del lado de la significación. Antes, lo que vemos es que estaba desabonado al Otro, desabonado del inconsciente.

Así como antes teníamos el drang, del lado de la significación tenemos el Zwang, un término que tiene que ver con la compulsión. En la Conferencia 17 de Freud, E sentido de los síntomas, él habla una paciente que va de una habitación a la otra mostrándole una mancha roja en la mesa. Llama una y otra vez a la mucama, yendo de una habitación a la otra. Freud descubre que había una significación en juego para esta conducta repetitiva: el marido, en la noche de bodas, había sido impotente y dijo “Voy a echar tinta en la cama para que la mucama no crea que soy impotente”, entonces esto vuelve una y otra vez disfrazado. Ella, identificada al marido, llama una y otra vez a la mucama para mostrar la mancha. Estas acciones obsesivas, repetitivas, que se repiten una y otra vez aparentemente sin sentido, en realidad lo tienen y hay un intento de corrección. Ya en la compulsión está en juego una significación y una lucha. Cuanto más absurda la conducta, más sabemos que tiene una significación. Ya no solo está en juego la satisfacción, sino también la duda y el “no puedo seguir así”, condición para empezar un análisis. La pregunta y el pedido de ayuda. No es lo mismo, entonces, el drang desabonado del inconsciente, que la compulsión de repetición, ligada a una significación.

Bulimias bajo la forma de acting out. 
Cuando los actos bulímicos están más ligados a la significación, las compulsiones dejan resto. Hay una mostración al Otro. Dejan restos que se dan a ver, no son prolijos ni hay ese empuje sin ligadura al Otro. No se trata únicamente de la satisfacción silenciosa pulsional. El Otro puede ser el analista, el padre, la madre o el novio. Se trata de una mostración y un llamado al Otro. Aquí hay una salida de la angustia, pero no sintomática, como vemos en la histeria. Hay una puesta en juego de la angustia, entonces ya no es puro goce y pulsión de muerte.

Lacan llega a decir que el cuerpo es el lugar del Otro. El destete, el control de esfínteres, la interdicción del incesto, la alienación significante posibilitan la castración y la pérdida de goce. La castración no es no estar con mamá en la cama, sino que de lo que se trata des de perder un goce en cada una de las especies de objeto a. En la psicosis, como no operó el nombre del padre y hubo forclusión de la metáfora, está siempre la amenaza de un goce invasor, porque el cuerpo no funciona como una superficie con agujeros. El goce, en la psicosis, puede invadir el interior del cuerpo, los órganos. Por efectos de la metáfora paterna se produce un cuerpo como superficie. Al ser el niño privado de ser el falo imaginario de la madre, el goce debiera queda más regulado.

Convertir el grito en demanda es lo que hace el Otro auxiliar y eso anula el terreno de la necesidad pura. Ya no se trata más del alimento. Estamos exiliados de la necesidad, pero atrapados en la demanda, de la que no hay satisfacción total. La clínica de estos trastornos nos da a leer ciertos impasses en la constitución de lo que hablábamos del fantasma. El objeto comida está perdido, porque la demanda se desgarra de la necesidad; queda rebajado a su condición del alimento cuando el sujeto no encuentra en dicho objeto un signo de amor. La pulsión que debiera girar en torno a un vacío para satisfacerse, se incorpora en el objeto de la necesidad compulsivamente como compensación -dice Lacan- frente a la frustración de amor. Es una hipótesis maravillosa que Lacan trabaja en el seminario IV, donde el objeto de la necesidad se ve degradado y en lugar de demandar amor, se incorpora el objeto de la necesidad, como leíamos al principio en la frase de García Márquez.

Lo que el parletre busca es un signo de amor. No es lo mismo hacerse comer por el Otro en la dimensión del amor y el deseo, que ser comido y tragado por el Otro, ocupando allí el lugar de objeto de goce del Otro. Fíjense como el goce pulsional se enlaza al fantasma. Las voces de la pulsión son la voz activa (comer), la voz reflexiva (comerse) y recién en la voz media se produce el sujeto. En el hacerse comer ya está la metáfora, en enlace al Otro, ya está simbolizado el objeto y ya está operando la castración. Hacerse comer no es lo mismo que ser comido y en esta alimentación trastornada el sujeto siente permanentemente esa amenaza de ser tragado.

Freud, en las neurosis de angustia (que forman parte de las neurosis actuales) nombró a la bulimia, también descripta como hambre insaciable. La bulimia se la incluye dentro de un ataque de angustia rudimentario. En las neurosis actuales, donde Freud incluyó a la bulimia, no hay mecanismos psíquicos en juego. Con lo cual, no hay posibilidad de desciframiento si primero no hay un trabajo de cifrado, de ligado de goce al significante. Freud plantea que lo que aparece como una compulsión bulímica está causado por un estado de angustia. Es como si ante la mínima manifestación de angustia se produjera la impulsión bulímica, precisamente, como manifestación de la angustia. La angustia no llega a desplegarse en toda su intensidad, sino que es inhibida. En apariencia, el paciente la resuelve rápidamente  a través del acto clínico. Freud dice que la bulimia equivale a un ataque de angustia rudimentario: es una angustia débil, que no produce los efectos que normalmente produce síntomas, la retórica del inconsciente, el ligado del goce.

La angustia es una señal en el yo que advierte al sujeto que está atrapado -o podría quedar- en el lugar de objeto por el Otro. Síntoma, inhibición, acting out, pasaje al acto, son respuestas a esta angustia, de la cual no se puede permanecer impasible. ¿Pero por qué en estos casos la angustia no llega a armar síntomas? Podríamos conjeturar que lo que hay es una huída persistente a la sensación de angustia. La sensación de angustia les es terrorífica y eso es una dificultad clínica en la transferencia, porque hay una necesidad de tener estas compulsiones, aunque ya se haya empezado a trabajar con la significación.

En la bulimia está en juego el siguiente circuito de goce: tragar para no ser tragado. Es una defensa, pero no a la manera de la represión de las psiconeurosis de defensa. Con el vómito, inclusive, se intenta poner un borde y un límite y luego se vuelve a cumplir con el rito. Un paciente decía “Cuando como, soy comida, pero cuando vomito estoy ahí afuera”, como si ella se hubiera expulsado de ese Otro que la tiene tragada. Los bulímicos dicen sentir alivio al vomitar, lo sienten como una necesidad de sacarse de encima el lugar de objeto de goce del Otro. Es como si se protegieran de esa sensación amenazante del deseo del Otro. El Otro se les viene encima y ahí la castración no está operando. Es lo desmedido del goce que hace que no llegue a ser subjetivado, porque predomina ese ordenamiento pulsional que es del ello. Es el analista que va a poner en función, con sus interpretaciones, el nombre del padre.

El inconsciente es el que ordena, enlazando representaciones, y este goce desordenado necesita de un saber. En las psiconeurosis de defensa tratamos de equivocar el sentido para leer qué verdad porta el síntoma. Acá estamos hablando de la pulsión irrefrenable, con lo cual propongo que se trata del armado de la cadena, introduciendo saber en lo real que pueda perforar el goce del Otro y en donde evidentemente la angustia no funciona como señal.

¿Pero por qué en estos casos la angustia es terrorífica? Porque la defensa, que es el modo del sujeto para enfrentar la angustia, queda entronizada. El sujeto encontró esta forma de hacer algo con la angustia que se le viene encima. Impide, de esta manera, la defensa, porque cada vez que fracasa algo de la ley del falo y la ley del deseo y el goce se les viene encima, la angustia rudimentaria no llega a operar y aparece como defensa la compulsión bulímica. La defensa en la clínica toma una forma de “No quiero saber nada de eso” y el paciente no quiere poner en palabras nada de esa angustia. Recuerden a Juanito: antes de armar el miedo a los caballos estaba en un estadio angustioso. Esa angustia era insoportable y se termina ligando a un síntoma, en su caso, el miedo a los caballos. En los casos de bulimia, esta angustia es terrorífica y no llega a funcionar como señal: no quieren saber nada de esa angustia, que no llega a ponerse en palabras y aparece la compulsión. No hay enlace del goce a lo simbólico.

La pulsión se satisface en el goce, no en el placer. La pulsión es autoerótica y mortífera, pero cuando la pulsión logra enlazarse a la ley, al deseo y al amor se vuelve apta para el placer. El goce se vuelve apto para el placer en el fantasma, pero la pulsión de por sí es puro empuje. Hay defensas para la pulsión. Freud ubica dos de ellas, que son movimientos propios de la pulsión: la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo. Freud también nombra otras dos defensas, que son la represión y la sublimación. estas dos últimas defensas tienen que ver con el deseo, que se presenta reprimido o sublimado. Lo que está diciendo Freud es que el deseo anudado a la ley pone límite al goce. Es un modo de defensa de la pulsión.

Habíamos dicho que la fase terminal de la pulsión estaba en el tercer tiempo, donde hay una ligadura al Otro. Estudiar una carrera puede ser un mandato, o estar articulado al deseo y a un ideal. El analista interviene para recuperar el anudamiento del goce al deseo. El problema es cuando el goce aparece desanudado y desintrincado. ¿Tiene medida el comer? Sabemos que comer puede estar ligado a una escena, al deseo y al amor, pero también puede ser un acto sin el otro.

Caso clínico 1.
Paciente de muchos años, que empieza tratamiento tras haber recorrido grupos de bulimia, operados por nutricionistas. Había ido al psiquiatra y llega al tratamiento. Ella describe las compulsiones que había tenido desde la adolescencia. Cada vez que le preguntaba que me cuente un poco más, ella me decía “Basta, ¿qué tiene que ver esto con lo que te estoy contando? No bajé nada de peso, eso es lo que me importa”. Así transcurrían las sesiones, monótonas, tediosas. No ahorraba en ningún detalle el relato de todo lo que había comido y mi apuesta era a que si ella seguía viniendo, de a poco en un semblante de diálogo algo empezaría a dialectizarse.

El analista debe ser paciente y no enojarse. debe alojar ese sufrimiento, aunque todavía no quiera hablar de eso. Yo le decía “Tenés razón, vivir así debe ser horrible, es insoportable pasarse la vida comiendo o vomitando”. De a poco, preguntándole más acerca de las quejas, me cuenta que ella es rara, distinta a la familia. La familia es de clase alta y a ella le gusta otra vida, irse con los peones de los campos de la familia. Siempre se sintió identificada a otra cosa. Cuando empiezo a historizar sus comilonas, luego de mucho tiempo de trabajo de alojar, me cuenta que sus comilonas empezaron en plena adolescencia, cuando sus amigas empiezan a salir. Cuenta que sus amigas salían y se divertían y ella las veía como putas y que no pensaba como ellas. Le subrayo “no pensabas”. Se abre a que la falta de sentido de deseo sexual de su existencia, la respuesta a este encierro que tenía fue comer desde la adolescencia.

Dejar afuera a los hombres, el sexo, era algo repugnante en el decir de la madre. Le digo, entonces, que ella estaba congelada, a raíz de que ella decía que comía del freezer, lo cual le lastimó numerosas veces la garganta y hasta llegó a sangrar. Extraigo un significante de todos esos decires: ella estaba freezada, congelada al lado de la madre, que le pedía que no se caliente. Esto produce un efecto: se despliega la posibilidad de tomar al otro como objeto, pero en la mitad de este gran despliegue, me dice que no va a seguir viniendo porque se quiere ir al campo unos meses y que además va a hacer dieta en el campo. Le digo que ella ahora necesita irse y que en algún otro momentos veremos de qué se quiere ir.

A los seis meses, retoma y me cuenta que en el campo había logrado adelgazar, pero que en el campo había vuelto a subir. Lo más interesantes es que se empieza a desplegar es que estuvo con el peón del campo. Ella lo llamaba “El bombón”, que se comió al bombón, lo cual implica que no se come solo comida. La pregunta que se despliega a partir de comer el bombón es todo el goce de la madre que, una vez que el sujeto queda advertido, recién puede vaciarse de ese lugar de objeto. Al no leer ni descifrar esa demanda del Otro, el sujeto no puede descontarse de la demanda.

Finalmente ella tuvo relaciones sexuales con el peón y trae un significante que ubica lo que realmente le ha pasado. Empieza a metaforizar el goce oral y ella dice “Me morfé la vida” y ahora se la puede morfar de otro modo. Fíjense que una vez que se enlaza el comer como goce puro a un hacerse comer, se enlaza al Otro y el goce pasa a estar negativizado. 

En estos casos, se debe enlazar el goce del ello al inconsciente (al cifrado). Al haber advertencia subjetiva de la demanda del Otro, el trazo inconsciente empieza a trabajar y el objeto empieza a fijarse en terreno cortado, no siendo objeto de goce. El sujeto puede ir cortando la posición de objeto; puede ligar ese puro goce al Otro, al hacerse comer.

Caso clínico 2.
Paciente que consulta tras haber acudido a numerosos tratamientos médicos, homeopáticos, grupos, etc. Se trata de una mujer joven, con una sonrisa amable, pero con un cuerpo impactante por lo enorme. Se sumerge sin pausa en la historia de su sobrepeso de 40 kilos. Se recuerda gorda desde siempre, comprando golosinas en los recreos de la escuela. En la pubertad, los insultos de sus compañeros ya eran obscenos.

A los 7 años viene a vivir a la Argentina con su familia, luego de probar suerte en otro país. Conserva ciertos modismos de su país de origen, sobre todo cuando se pone nerviosa, se traba un poquito. A los 15 años, hace un tratamiento significativo. Tuvo relativo éxito, pero en la mitad los padres planifican un viaje, en el que le dicen “En vacaciones se puede comer sin límites”. Ella, en ese momento, no estaba a tiempo de restarse de esa demanda y recupera rápidamente todo el peso.

Su padre vivía en el exterior, lo que para la madre no resultaba un problema. Cada vez que volvía angustiada a su casa por los insultos de los otros, la respuesta que encontraba en la madre era “Son unos pelotudos, no les des bola”, cosa que también escuchaba del padre. La palabra de amor faltaba a la cita; en cambio, se hacía presente el empuje al goce. Lo que vivifica al ser hablante es la palabra, lo simbólico.

¿Qué trae a esta paciente a la consulta? Su preocupación por no aprobar los exámenes. Algo que uno encuentra en las melancolizaciones es que pese a haber cuerpo unificado, fracasa el yo ideal, ese punto de verse como amable al deseo del Otro. En su adolescencia, lo que ella recibía eran insultos y como la respuesta que recibía en la casa era que eran unos pelotudos, la palabra que vivifica al ser hablante en este caso terminaba siempre en pelotudos.

La paciente no tenía ningún encuentro sexual, aunque estaba en sus veintipico de años de edad. Sentía vergüenza de su cuerpo y encontraba alivio a su angustia en la comida. Decía que la calmaba, pero que después se ponía peor. Estaba identificada al lugar de desecho, desaparecía de la vida del lazo con los otros. Así como Lacan dice que el cleptómano busca que su deseo pueda ser tomado en consideración (roba para que alguien lea eso), creo que esta paciente, que se quedaba tirada los fines de semana, sin bañarse, estaba pidiendo que alguien lea.

Fuimos avanzando en lo que llamaríamos una memoria sin recuerdo, porque no había subjetivación de esto, sino escenas. cada vez que irrumpía la compulsión bulímica, empezamos a cifrar cada compulsión, historizando qué le había llevado a comer. Aparecieron muy pocos recuerdos. Uno era la mirada de sus compañeros a su madre, que decían que estaba mucho más fuerte que ella. Esto ocurría en un contexto de cambios de colegio permanentes, que lejos de calmarla la angustiaban más. Respecto a la madre, a la cual le tenía mucho odio porque le gustaba aparecerse ante sus amigos, voy a la tercera generación, porque esta madre había sido deshecho para su madre que la había abandonado. La había criado el padre con mucho rechazo, y que probablemente se debía a eso. La llevo a la castración de ese Otro monstruoso. Esta intervención fue fundamental, pues la despegó del enorme odio que sentía hacia la madre. La madre era, ahora, una simple mujer que quería ser deseada.

Respecto al deseo de tener un título, le subrayo que para que le vaya bien en el estudio, hay que tragar más. Es decir, que lo real de este goce empieza a pasar a lo simbólico, al equívoco del sentido. Las matemáticas le apasionaban, pero le dedicaba poco tiempo, aunque su proyecto era irse al exterior. También le decía “No hay que tragarse un buzón”, respecto a la demanda de la madre de “Comé, ellos son unos pelotudos”. Se despertó el deseo de saber en ella. Las trabas en el estudio eran leídas ahora, en transferencia, como el intento de hacer un corte con la demanda del Otro. Eso la lleva a poder concentrarse. Si ella quería irse al exterior, debía estudiar para tener el título. Estas son lecturas de corte, porque posibilitan salir de ese goce en el que está enredada. En esa misma línea, le leo el sobrepeso: le digo que este sobrepeso que tiene es el peso permanente de la demanda del Otro. Esta intervención dio lugar a la consulta con un médico, que le empieza a ordenar su dieta. Este médico le dice “Si estás convencida de querer otra forma de vida, nada te desvía de tu camino”, interviniendo maravillosamente bien. Le dice que no se desvíe de su camino, si quería estar bien.

Esta chica hablaba permanentemente de las otras vidas, en las que creía. Le digo que de lo que habla ella es que hay otra vida posible para ella. El enigma respecto a la otra vida posible abre, en análisis, un nuevo trabajo: empezamos a situar la falta de medida en los lazos familiares. Las pocas veces que su padre volvía del exterior, era para escuchar insultos. La falta de medida en ella tenía que ver con una identificación a estos signos. Las comilonas aparecen ahora situadas como un intento de separación fallida. Empieza a tomar importancia, en la escena, el amor y la sexualidad.

Subrayemos que en las compulsiones bulímicas no se trata de la búsqueda de un goce. Lo que allí se pone en juego es una defensa frente al horror de un goce intolerable, que las compulsiones intentan calmar.

Pregunta: ¿Por qué dijiste que ella se ubicaba como objeto de goce del Otro?
M.D.: El neurótico lo que hace es colocarse como objeto del Otro, padeciendo justamente el taponamiento de ese Otro al ubicarse ahí. En la neurosis, el fantasma debería sostener el deseo, ligando la pulsión a la exogamia. El neurótico, no obstante, se rebaja a la demanda. En lugar de estar circulando con el deseo, con el objeto a como causa de deseo, funciona como tapón de goce.

Ante las comilonas, la madre del último caso le decía “Vos no tenés aire acondicionado, venite a dormir a mi cama”. En este caso, las comilonas sucedían los jueves y viernes, a lo que yo leía que era justo antes del fin de semana. Ella era una compañera freezada de su madre. En lugar de estar funcionando el fantasma, que permite cierta regulación de goce con las operaciones de alienación y separación a la demanda del Otro, y buscar un sentido más allá de él. Lo que en estos casos sucede es que no funciona el fantasma como separador, como sostén del deseo. Aquí el goce está desregulado porque no está ligado al deseo, a la ley. Comerse todo y ser la compañía de la madre es que el goce no funciona ligado al deseo, apto para el placer, se torna en un goce puro en el lugar de objeto. Comida, tragada por el Otro.

La operación de la metáfora paterna produce que el niño no tapone la falta del Otro, lo que le posibilita crecer. Lo que no termina de operar en estos casos es ser lo que le falta al Otro y no lo que lo sutura. La metáfora paterna priva el goce y lo ordena.

Pregunta: ¿Qué pasa en los casos donde no se es visto por el Otro?
M.D.: Aparecen melancolizaciones. Más que el lugar de brillo, nos encontramos ahí con sujetos que están en el lugar de objeto de deshecho. En esta paciente, ella estaba ubicada en el lugar de objeto de desecho, pero no era una madre que no la quería, pero no le daba lugar a ayudarla, a que le cuente. Me parece que son casos que el niño no ha sido colocado en el lugar de falo imaginario, sino de objeto. El falo tiene brillo.

Pregunta: (inaudible)
M.D.: El analista no debe presentarse desde el ideal, porque sino se pone en el lugar de Otro absoluto que no da lugar al deseo del sujeto. El analista encarga el lugar de sujeto supuesto saber. Si se la cree, estamos en problemas. El sujeto supuesto saber es una demanda de saber al analista, en relación al discurso del paciente. Nosotros no sabemos ni vamos a poner nuestro ideal en juego nunca.

En los pacientes melancólicos hay una dificultad en la incorporación del saber. Es como si tampoco se pudiera incorporar algo de eso, por lo que el ideal que ella se arma, es recibirse para irse a vivir al exterior. El analista lee eso y le ayuda a que no quede atrapado en la demanda del Otro, que era ocuparse de la demanda de la madre cuando ella tenía que estudiar.

Pregunta: ¿Has visto casos que vayan de la anorexia a la bulimia o de la bulimia hacia la anorexia?
M.D.: Eso yo lo pienso como algo propio de la compulsión bulímica. Es decir, está que el Otro no se entere, pero también está el empuje al goce. En ambos hay empuje al goce, tanto en la impulsión como en la compulsión, aunque en la compulsión el acento está puesto en la significación.

Muchas veces, ante el fracaso del ideal mortífero de no comer, o por no poder sostener ese ideal, se producen las compulsiones y visceversa: cuando vienen las compulsiones viene el período anoréxico de intentar controlar la pulsión, pero de una manera loca y mortífera.

Pregunta: Cuando hablás de un impass en el fantasma, ¿Cómo se entiende que haya habido un acto de lectura del lugar que me quiere el Otro? Veo una paradoja ahí.
M.D.: No diría estrictamente que hay lectura. Sí hay goce y satisfacción en ubicarse en ese lugar. A mi me parece que habría lectura cuando eso se liga al significante. En estos casos, no hay lectura, sino un empuje a satisfacer eso, de lo cual nos enteramos porque está comiendo compulsivamente. Recién hay lectura cuando se cifra, cuando se liga a la significación.

En la clínica debemos encontrar esos significantes que para el paciente se convirtieron en demandas absolutas. Las demandas absolutas no están ligadas a otras significaciones, son inequívocas. Al sujeto les llega como una orden, porque el sujeto no está en condiciones de interrogar. La chica del caso escucha “Son todos unos pelotudos” y no puede responder algo así como “Pará, ¿todos son unos pelotudos?”.

Nosotros debemos hacer que el paciente historice y averiguar cuáles fueron sus marcas fundantes, qué marcas quedaron sin ser interrogadas. Recuerden que la letra es litoral, por eso nosotros leemos a la letra. Litoral entre el saber y el goce. Cuando les leemos “quedaste freezada”, ese significante uno lo sacó del discurso y el analista lo subraya. Nos importa ese significante porque toca el goce, no se trata de un mero jueguito de palabras. En este caso, freezada es un significante que hace litoral con su goce, que es que estaba ahí en lugar de objeto. En este caso, que no lo conté el efecto de tocar eso es que empiezan a aparecer sueños, por lo que se abre la dimensión del inconsciente, en la que ella está en una fiesta mirando como todo el resto bailan y se divierten, mientras ella pensaba “Qué tontas, qué putas”. Entonces, seguimos cifrando que las otras, por disfrutar de la vida eran putas...

📝Texto confeccionado en base a las notas de la conferencia dictada por Mariana Davidovich, 2 de octubre de 2019

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