miércoles, 15 de abril de 2020

Inhibición, síntoma y angustia. Tiempos lógicos de una experiencia: el psicoanálisis

Inauguración del ciclo anual.
El título es acerca de un clásico trabajo de Feud y nos permite hacer una referencia al tiempo que estamos transitando. Una enseñanza tiene dos caras, las que sostiene el enseñante con su enseñanza y la que viene del lado del aprendiz, cuya tarea es aprender. Se trata de un aprender que se caracteriza por una cierta relación singular al tiempo.

¿Cuál es el problema de aprender a vivir? Que lleva toda la vida... ¡por suerte! Cuando un analista cree que está hecho y hace una pequeña morada, es que está hecho una momia. No se trata solo de la modestia y de una posición políticamente correcta (que abomino), sino un efecto estructural. Lacan llamó a uno de sus seminarios Ancore, Aún. Él dice explícitamente que aún sigue hablando porque no puede decir todo. Hay una imposibilidad del todo que hoy veremos.

La angustia.
Freud, a fines del siglo XIX, pensaba que la angustia se relacionaba con la sexualidad y la represión victoriana de ella, que se canalizaba entonces en retenciones de la energía sexual, la libido y se transformaba en síntomas o en angustia. La represión, así como la eyaculación precoz o la masturbación en la neurastenia por evacuación insuficiente de la libido, dejaba una libido acumulada que tendía a convertirse en angustia. 

En 1926, en Inhibición, síntoma y angustia Freud no duda en reformular su teoría anterior, la cual no queda desechada. Freud extiende su reflexión y responde a los nuevos avances que hace en la estructura. Ahora se trata de la angustia señal, una angustia que le funciona al yo como señal para comenzar a activar sus mecanismos de defensas, entre ellos la represión, que se distingue por su singularidad. Hay una inversión del movimiento del siglo XIX, donde la represión llevaba a la angustia. En 1926, la angustia induce a la represión.

Son referencias que mantenemos vigentes y ahora veremos por qué.

El horizonte del psicoanálisis
No podemos caer en la trampa de la cronología, así que desde lo actual haremos un movimiento retroactivo, donde lo actual nos permita redefinir lo anterior. El horizonte del psicoanálisis de nuestro tiempo es el paradigma lacaniano R-S-I, que enfrenta a una tradición milenaria religiosa, filosófica, de un dualismo de cuerpo-alma o cuerpo-espíritu. En las religiones salvacionistas, se supone que si el cuerpo muere el alma vive más allá. Es la oferta principal de esas religiones, poder sobrellevar el límite final de nuestra condición, que es la muerte. Con Descartes, esto se plantea de otro modo, aunque persiste en un realismo entre lo que es la res extensa y la res pensante.

Lacan plantea una trilogía, un paradigma de 3 registros, en francés trois dimensions, mensiones o mansiones, que también son tres casas constituídas a partir del discurso. R-S-I en francés es homófono con hérésie, herejía. Más allá del dualismo religioso cuerpo-alma, con un alma que tiene un premio toda la eternidad según sus actos y la moral en juego, R-S-I (hérésie) implica una herejía porque en la medida que esos tres registros están bien enlazados, dan la opción de la elección. La elección, como cuando Lutero dijo que él tenía derecho a elegir su interpretación del texto sagrado, siempre fue planteada como una herejía. La herejía para nosotros es la opción para darle a nuestros analizantes a constiuírse como sujetos de su palabra, allí donde lo antecedía el dogma o el lenguaje del Otro.

R-S-I son las iniciales de real, simbólico e imaginario. Estas marcaron tres acentuaciones en la enseñanza de Lacan. Son acentuaciones, porque ya desde 1951 quedó claro que no se podía pensar en un registro sin tener en cuenta los otros dos. Lacan nunca adhirió al dualismo ni al monismo de los tiempos de la Revolución Francesa, lo que se llamó el materialismo mecanicista, donde el cuerpo era considerado como una máquina, donde uno de sus efectos era la actividad pensante. Lacan no adhiere ni al monismo, ni al dualismo.

En sus comienzos, Lacan fue un médico psiquiatra, discípulo de Clerembault. Lacan acude en 1936 a un congreso de la Internacional Psicoanalítica que se hace en Alemania, en plena época del nazismo. Aún Hitler no se había decidido a quemar los libros de Freud ni a mandar a los campos de concentración a más de un psicoanalista. En ese congreso, habían posiciones muy encontradas. Lacan presenta su primer texto sobre la constitución del yo, conocido El Estadío del Espejo. También, Heinz Hartmann, discípulo de Freud, presenta sus primeros textos sobre un yo libre de conflictos y disponible para los procesos de adaptación. Estas dos posiciones extremas anuncian lo que va a desplegarse hasta constituir dos caminos absolutamente divergentes en la historia del psicoanálisis del siglo XX.

A partir de Hartmann empieza a desarrollarse la psicología del yo. A partir del nazismo, Hartmann y otros psicoanalistas vieneses emigraron a Estados Unidos de America. Rudolph Löwestein, analista de Lacan, estuvo primero en París y luego  también se fue a Estados Unidos. Estimulados por el marco social donde se insertaron, desarrollaron al extremo un psicoanálisis centrado en lograr un yo fuerte. Ese yo fuerte sirve para sostener una ideología que no es la del sujeto, sino una ideología del individualismo, de la ilusión del "tu puedes". La proliferación de textos de autoayuda van en dirección de esa línea.

Este individualismo extremo al que lleva esta teoría del yo fuerte y la ilusión de una consciencia autosuficiente hace entrar por la ventana lo que Freud sacó por la puerta, pues desconoce la vigencia del inconsciente.  Además, esta ideología se pone al servicio de una concepción ultraliberal. En nuestros días, escuchamos repetidamente críticas insostenibles al neoliberalismo. ¿Pero qué es el liberalismo?

Hay un liberalismo político y un liberalismo económico. El liberalismo político es el que se sostiene en las tres banderas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Para Marx, esas tres banderas que la Revolución Francesa propuso, hay que hacer que la burguesía las cumpla y no hay que desecharla. Es decir, la ideología del liberalismo político no es algo cuestionable, no dice que hay que detener las creatividades de cada sujeto en su singularidad. Esa es la idea de libertad. Teniendo en cuenta que eso puede llevar a un gran desarrollo de unos y a un rezago de otros, se plantea la cuestión de la igualdad. La fraternidad, como un modo de lograr un acuerdo entre ambas posibilidades. ¿Quién puede estar en contra de esa propuesta?

Por el otro lado, surge lo que se llama el liberalismo económico. El padre de esa ideología fue Adam Smith, un referente para la obra magna de Marx, que fue El Capital. Adam Smith escribió La riqueza de las naciones y en ese libro, una de las tesis principales es que la economía capitalista se sostiene por un libre juego de la oferta y la demanda. Esta es la teoría de la libertad de mercado. Adam Smith no planteó una libertad mercado absoluta, una mano de Dios que arregle el mundo. Decía que no había interfir con el Estado con reglas, leyes en el libre juego de oferta y la demanda cuando el mercado funciona, sin fuerzas distorsivas como carteles, trusts o monopolios. En ese caso, sí se debe intervenir.

En el siglo XX, el liberalismo tuvo un relanzamiento con un teórico, Ludwing von Mises y su discípulo, Fiedrich Hayec. Publicaron textos escenciales por los años '40 y que llevaron al extremo la idea de que no había que intervenir en el mercado. Este es el origen del neoliberalismo o ultraliberalismo. Este ultraliberalismo se encarnó en dos líderes políticos: Margaret Tatcher y Ronald Reagan. Se logra una concentración increíble del capital en manos de algunos y una pobreza distribuída entre la gran mayoría, que es discutible.

¿Para qué toda esta historia? Los psicoanalistas también estamos inmersos en el lazo social y corremos el riesgo de quedar atrapados en los discursos vigentes, sin poder liberarnos de ellos, si es que no los interrogamos. Freud nos mostró que los psicoanalistas sostenemos una ideología subversiva. No la sostenemos desde presupuestos abstractos o absurdos, sino en lo que la clínica nos enseña. Cuando el sujeto renuncia a su deseo, anda como alma en pena. Y el sujeto renuncia a su deseo cuando acepta el sometimiento que el Otro le propone.

El registro imaginario.
Lacan, siendo joven, retomó la idea freudiana de que el ser humano llega al mundo en posición de hilflosigkeit, desamparo, desvalimiento. Ningún bebé puede subsistir más allá de algunas horas si no hay un otro que lo abrigue, lo alimente y lo cuide. También sabemos que con eso solo no alcanza: los estudios de René Spitz nos enseña que además el niño necesita de amor, del deseo del Otro. Un Otro que los reconociera en su singularidad a través del amor y del deseo. Los niños que describe Spitz carecían de esto, entraban en marasmo y se dejaban morir.

Lacan planteó que en infans llegaba al mundo con una multiplicidad de sensaciones propioceptivas que no le permitían reconocerse como un yo unificado. Su primer experiencia de yo unificado es metaforizada por él hablando del espejo. Entre los 6 y los 18 meses, un bebé puesto frente al espejo pasa  tener una experiencia donde es reconocible el júbilo. Un júbilo por poder anticipar, en el campo de la visión, lo que no puede lograr en el campo de sus sensaciones inmediatas corporales. Puede verse unificado. El niño puede hacerlo al estar sistenido por un Otro cuya mirada certifica esa unidad. Es decir, en el principio el yo se reconoce gracias al Otro.

Lacan dice que en el principio, el yo se constituye en una función de alienación, se reconoce primariamente en el campo del Otro, el Otro que funciona para él como campo materno. Como diría Winnicot, el que le ofrece el holding en el cual puede reconocerse como unidad. Esto tiene sus consecuencias en el campo del conocimiento y ahí Lacan va al encuentro con la ego-psychology: la función de conocimiento del yo no es más que una función de desconocimiento, dice Lacan. Se reconoce allí donde no está y allí donde está no se reconoce.

La tesis de Lacan que va en contra de la ilusión de un yo libre de conflictos pagó su precio: en 1964 Lacan fue expulsado y se le prohibió dar seminarios y se consideró que sus análisis no tenían valor para la formación de los didactas.

Esto en relación al registro imaginario, lo que tiene que ver con el yo, que en su comienzo fue pensado como algo de lo que había que desprenderse y prescindir. Un psicoanalista decía "Yo no amo, porque eso es imaginario", lo cual es una frase absurda, propia de su ignorancia, porque si eso fuera verdad estaríamos frente a un psicótico. Lo imaginario no está a un nivel inferior, sino que tiene un lugar en la estructura.

Registro simbólico.
A partir de los años 50, Lacan acentuó su enseñanza en lo que es el orden de lo simbólico. Ahí, Lacan nos propuso un aformismo de inicio en la lógica del inconsciente: el insconsciente está estructurado como un lenguaje. Estamos hablando del inconsciente como lógica de incompletud. El inconsciente no se reduce a este inconsciente como lógica de incompletud. En la frase que Lacan dijo, la palabra clave es "como", que quiere decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, por elementos discretos.

El lenguaje está constituido por fonemas que se convinan en una cantidad mínima de 22, 24, 26 según la lengua para constituir todas las palabras de esa lengua. Esas palabras constituyen frases y esas frases construyen enunciados. Pues bien, el inconsciente está también constituído por unidades discretas. Freud las llamaba Vorstellung Repräsentant, que nosotros traducimos como representantes de la representación. Lacan directamente las llamó significantes.

Al estar el inconsciente constituído por elementos discretos, responde entonces a la lógica que nos propone la matemática que Cántor hizo de la aritmética. Un conjunto no está constituido sino por una cantidad de elementos discretos, del cual al menos uno le falta. Cualquier libro de lógica que uno tome, encuentra que no hay conjunto universal. Cuando a los niños se les enseña los conjuntos, dibujan un círculo y adentro ponen cruces, que representan un elemento. También les hacen poner un circulito con una barra, que es el subconjunto vacío. Un subconjunto vacío como parte de un conjunto se escribe porque hay un elemento que falta al conjunto.

Ese conjunto, al que le falta un elemento, es una buena manera lógica de escribir al inconsciente. Lacan lo escribe con un matema, la A (inicial de Autre, Otro) y es elemento que falta al conjunto, esa x que ponemos al costado fuera del conjunto, es lo que Lacan escribe como Φ, es decir, al falo simbólico. Ese falo simbólico es el significante de la falta en el Otro, es lo que le hace presente al Otro, como conjunto de elementos, su falta.

Hablar del falo simbólico como un significante que marca la falta en el Otro, nos permite resolver una controversia bastante graciosa en la historia del psicoanálisis del feminismo: no se trata del órgano. Se trata de un significante que le falta tanto a la mujer como al varón. No tiene que ver con lo imaginario, se trata de una falta propiciatoria, porque la teoría freudiana se basa en un socratismo. En El Banquete, en cuestiones de amor, Diotima le dice a Sócrates que para poder desear o amar algo, hay que tener en el inicio una falta. Sin esa falta, no hay deseo. Esto es el valor propiciatorio de la castración.

Mientras que para Freud la castración es una amenaza de la pérdida del órgano, para Lacan la castración no tiene esa dimensión imaginaria, sino la castración del Otro: aceptar que estamos habitados por una batería de significantes incompleta. Esa falta de un sinificante implica también una incompletud de goce. No se ha encontrado ningún pueblo, ni en el pasado ni en el presente, donde esté permitida la relación sexual del hijo varón con la madre. Es lo que conocemos como la prohibición del incesto. También se lo da de hecho en la hija mujer.

En el inicio, con Freud, decimos que cuando una mujer desea un hijo es que confiesa que algo le falta y espera que su hijo pueda ocupar ese lugar de falta. Freud lo dice de modo más extremo, a comienzo del siglo XX: una mujer desea a un hijo como sustituto del falo que su padre no le dio. Dedicarse al psicoanálisis es sostener esta función subversiva, de no dejarse aplastar por las conveniencias de lo políticamente correcto.

La prohibición del incesto nos exilia del goce del Otro, pérdida que nos abre a la posibilidad de encontrar los múltiples goces de la vida. Habiendo hecho el duelodel pecho de mamá, tendremos la posibilidad de disfrutar de múltiples maneras.  Se trata, entonces, de un insconsciente estructurado como un lenguaje y de una lógica de incompletud.

Lacan agrega que el ello no es el inconsciente. Es una distinción que Freud no hace, por ejemplo, Freud habla de pulsión inconsciente, el inconsciente pulsional. A partir de los seminarios de Lacan La lógica del fantasma y El acto analítico, Lacan es contundente al decir que el ello no es el inconsciente, cosa que también estaba anticipada en los grafos. El ello es un inconsciente tópico, pero con lacan también tenemos el inconciente como lógica de incompletud. Es un mérito de Lacan, para la cual él acude a la función lógica de la aritmética, a las paradojas, a los conjuntos, a la lógica.

Lacan también separa superyó de ideal del yo. En Freud aparece superyó-ideal del yo, lo cual por poner dos palabras podemos pensar que él advertía que había una diferencia entre uno y otro. Para Lacan, el superyó pertenece a un inconciente tópico: son mandatos coagulados de los cuales tenemos que ayudar a nuestros analizantes a liberarse. El ideal del yo, en cambio, implica aquellas marcas propiciatorias que dicen al yo aquello qué le falta y que también lo orienta. Ese podría ser el sendero que le convenga.

El ello podrían ser las tentaciones, que también vienen del Otro. Lo que es del superyó, los mandatos, también provienen del Otro. Pueden o no pasar por el inconscien te como lógica de incompletud. Para hacerlo más gráfico, puede o no pasar por el colador del inconsciente. Si pasa por el colador del inconsciente, tenemos el fantasma bien constituído como lugar donde se articula el deseo. Entonces, tendremos una pulsión bien enlazada al deseo. Ciertamente, no es lo mismo comer como una persona bulímica que comer en la mesa invitando a amigos. En este último caso, uno restringe la inmediatez de su goce porque es más importante como deseo mantener el lazo social con los anfitriones. Entonces, es una pulsión oral enlazada al deseo. En cambio, en la bulimia la pulsión está desenlazada del deseo. Un alcohólico puede tomarse incluso el alcohol de quemar de la lámpara. En cambio, quien puede paladear un buen vino, lo hace dentro de una medida que está también dentro del lazo social. Esto tiene que ver con el ello que no pasó por el colador del inconsciente.

Del lado de los mandatos coagulados del superyó, hay mandatos que se descubren en los análisis y que la interpretación simbólica no logra modificar. Distinto es cuando esos mandatos han pasado por el colador del inconsciente y pasan a convertirse en un ideal del yo. En el mandato del Otro, cada quien puede hacer algo distinto. 

Lo que caracteriza a lo simbólico es la insistencia, fundada en lo esencial de lo simbólico, que es su agujero, el lugar de la falta. Se trata de una falta doble, como ya dijimos, por eso mencioné la prohibición del incesto, una falta de un significante que también reenvía a una falta de goce.

El registro real.
Hay una fórmula que circula: lo real no es ni lo simbólico ni lo imaginario. Lacan también dice que lo real es lo imposible, que no quiere decir inexistente. Lo real existe, así como a lo imaginario lo caracteriza la consistencia. Lacan dice que lo real ek-sistere, en la etimología griega ek (fuera) sistere (lugar), quiere decir que lo real ex-siste a lo simbólico y a lo imaginario. De otro modo, quiere decir que lo simbólico y lo imaginario no pueden cubrirlo totalmente.

El trauma es una de las formas de emergencia de lo real. Por ejemplo, hoy estamos frente a la irrupción de lo real de una pandemia. La irrupción de lo real desmantela por un tiempo una homeostasis, que nosotros llamamos realidad. Lo real no es la realidad, lo que llamamos realidad es lo que nuestro imaginario nos ofrece para creer que habitamos un mundo. No hay que ser críticos con esto, porque sin esta realidad y sin esa ilusión de que habitamos un mundo, no se puede vivir. Los analistas ayudamos a los analizantes a que tengan momentos donde puedan advertir lo que está más allá de esa realidad, de eso que llamamos lo real que también lo habita.

En estos tiempos de pandemia, decimos que la pandemia es real y que esa palabra es un eufemismo de lo que esconde: la muerte. La pandemia nos muestra de un modo brutal la fragilidad del modo en que nos constituye a nosotros y a nuestros seres queridos. ¿Qué hacemos los analistas frente a esta irrupción de lo real? Se trata de ver cómo ayudamos a nuestroa analizantes a encontrar, ante ese real, una mejor respuesta como sujeto. 

Real, simbólico e imaginario en el Nudo Borromeo.
Veamos ahora cómo Lacan articula los 3 registros en la última de las escrituras a la que él apeló: la matemática de los nudos, específicamente en el nudo borromeo. Se trata de un nudo hecho de tres anillos, enlazados de tal forma que cumple con 2 cláusulas:
1- Cláusula restrictiva: ningún anillo interpenetra al otro.
2- Claúsula prescriptiva: si corto un anillo, los otros dos se separan.

Si esto se cumple, estamos frente a lo que se llama un nudo de Borromeo. A Lacan le pone letras (I-R-S), cosa que el matemático no hace, le sirve para mostrar la estructura del sujeto.

El objeto del psicoanálisis no es el objeto a, sino el sujeto, de cuya estructura el objeto a es parte importante. Nosotros nos consagramos al objeto de lo simbólico, al sujeto del inconsciente enlazado a lo real y a lo imaginario.

Lacan articula con el nudo borromeo los tres elementos del título Inhibición, síntoma y angustia


La inhibición es la inmicción de lo imaginario en lo simbólico, que nos invita a atravesar una barrera de la homeostasis. Cuando un paciente acude al consultorio, lo hace por un sufrimiento que tiene su razón en un deseo en el cual no puede avanzar. No puede avanzar porque entre el sujeto y su deseo se interpone un goce parasitario. Ese goce parasitario está fundado en lo llamamos no solo el bien, como hablaban los antiguos, que hablaban del bien, la verdad y la belleza como equivalente, sino en los bienes, en la multiplicidad de los bienes que pueden servir más en el mundo consumista que habitamos para anular el encuentro del sujeto con su deseo. Tenemos que atravesar ahí, entonces, una primer barrera, que es la barrera de bien.

El síntoma, Lacan lo explicita en el seminario R.S.I. como la inmicción de lo simbólico en lo real. Algo no anda bien en lo real por la inmicción de lo simbólico. Un ejemplo muy simple son las frutas tiradas al costado del camino, para que se pudran. ¿Qué pasó? Hubo tal producción que el precio de las frutas es irrisorio. En un mundo donde hay hambre, lo que está funcionando mal es el orden simbólico capitalista, que hace que algo no ande bien en lo real. La tierra es generosa, como dijo Víctor Hugo en su famoso poema, y brinda todo lo que puede. Es el orden simbólico capitalista que hace con sus reglas del libre mercado del ultraliberalismo se llegue a un síntoma, según Marx. Lacan subraya que Freud tenía una idea similar al síntoma que tenía Marx: por lo simbólico algo no anda bien en lo real.

Si el analista puede mostrar el fundamento inconsciente de eso que retiene al sujeto en la inhibición, en sus bienes, de contragolpe puede llegar también a apagar el síntoma en una interpretación cuya estructura poética acerque al sujeto a su verdad. Y su verdad será advertir el goce parasitario que lo separa de su deseo. Cuando hablo de goce parasitario, se trata del goce que aparta del deseo.

El tercer elemento, la angustia, Lacan lo propone como la inmicción de lo real atravesando el campo de lo imaginario. Es lo que nos pasa hoy con la pandemia. De pronto nos desmantela nuestra vida cotidiana: estamos cuarentena, teniendo que suspender los contactos en presencia con nustros amigos, parientes y seres queridos y ordenar nuestra vida de otro modo. Hay un primer tiempo que a todos nos ha pasado, de desorientación y confusión, hasta que volvimos a rearmar el nudo en las condiciones posibles para cada quien.

¿Qué sentido tiene que en medio de tanta desgracia nos juntemos para conversar sobre psicoanálisis? Nosotros, además de los médicos, nos dedicamos a la salud de la gente. Lacan, siendo muy anciano, le respondió a un periodista que le preguntó para qué servía el psicoanálisis. Lacan respondió que era para que la gente se sintiera bien. El problema es que el ser humano, cuando suspende su deseo, anda como alma en pena. 

Lo primero que tenemos que recomendarle a quienes se acercan a nosotros, es sostener todo aquello que tenga que ver con nuestro deseo, dentro de lo posible y en las condiciones que ahora estamos transitando. Hablo con un paciente y le pregunto cómo está. "Sobreviviendo", me responde. "Bueno, vamos a ver si conversando, además de sobrevivir podés vivir". De eso se trata. Vivir  quiere decir que el real de la vida se anude al deseo y también al sentido de lo imaginario, en la medida que es el sentido del sujeto y no el sentido del Otro. 

En el caso del síntoma, el analista tiene que ayudar a pasar la barrera del αιδως (aidos ) término griego que quiere decir pudor. Nosotros hablamos de aquello que está cubierto y ponemos al descubierto la falta, por unlado, como falla donde se juega el error (amartía, como decían los griegos) o la até, que ya implica algo del orden de la pasión. Más allá de eso, descubrimos la falta estructural, que no es el error ni la pasión.


Hay una falta que nos constituye y nos impide creer que cualquiera de nosotros tiene derecho a hablar desde la certeza. Para entender por qué Freud se decica a hablar de Moisés y la religión monoteísta, tenemos que entender la dimensión política subversiva del monoteísmo. Freud sabía apuntar bien sus textos. El monoteísmo judío que dice "Yo soy tu único Dios" es una manera de decir que ningún ser humano puede decir "Soy tu Dios y por ende no me falta ningún significante y dispongo de todo el goce que se me ocurre". Eso es políticamente subversivo. Nadie puede tener el derecho a decir que sabe lo que a todos les conviene.

La tercer barrera que atañe al lugar de encuentro de lo real con lo imaginario es la de la belleza, donde Lacan nos enseña que esa cubierta imaginaria que nos permite advertir eso que llamamos belleza es también la cortina que cubre lo real que se encuentra por detrás, el horror que es la muerte. Se ve bien con lo que en castellano llamamos naturaleza muerta, esas flores que adornan la mesa y que en inglés se llama still life, todavía hay vida. Es un intermedio entre la vida y la muerte, la belleza de esas flores nos oculta que arrancadas del jardín donde florecían y también encontrarán su fin, están en el jarrón transitando inexorablemente los tiempos finales de su existencia. 

Hablamos entonces de inhibición, síntoma y angustia, tiempos lógicos, barreras del bien, barreras del Aidos, barrera de la belleza, como tiempos de la cura y de un análisis, que tomamos como esquema general y que puede que esto suceda y que en cada sesión pueden darse variaciones. Como toda enseñanza, tenemos que tomarla como modo de intentar explicitar lo real de una experiencia, sin hacer de eso un dogma.

Fuente: Notas de la conferencia dictada por Isidoro Vegh, el 7/04/2020

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