Hablamos de violencia conyugal cuando las personas son sometidas a relaciones con desequilibrio de poder y características traumáticas. Los dinamismos paradojales de la victimización: apego, dependencia, síndrome de Estocolmo, indefensión aprendida, negación o culpa son obstáculos a vencer para lograr la cooperación de la víctima en su propio rescate.
Cuando trabajamos en el campo de la Violencia Familiar una de las primeras intervenciones es evaluar la seguridad de la víctima efectuando un diagnóstico de riesgo. En cualquier contexto de violencia existe un peligro potencial de muerte a prever y atender en la emergencia, focalizándolo primero en la víctima, luego en otros destinatarios posibles. Los homicidios ocurridos en cuadros de Violencia Conyugal abarcan un 25% a 30% del total de homicidios en la población.
Caben cuatro posibilidades de desenlace considerando sólo a los integrantes de la pareja:
Quien ejerce habitualmente los abusos culmina un episodio de violencia con el homicidio, a veces no intencional, otras premeditado, de su víctima habitual. Con alta frecuencia dicho suceso es seguido por el suicidio del victimario, sobre todo si hay antecedentes de adicciones, depresión, etc.
La víctima, habitual receptora de violencia, comete homicidio matando a su victimario habitual, transformándose en victimaria: a) en defensa propia invirtiendo el desequilibrio de poder; b) en el cuero de una situación límite de amenaza anticipándose al agresor; c) en una extralimitación al pretender evadir el ataque; d) en una situación crítica, en la cual – desde la perspectiva de la víctima (visión de túnel) – cree que su única salida es matar. Este caso es considerado “Crimen de liberación o liberador” pues lo comete alguien atrapado en una situación tal que le consta que su muerte puede ser inminente y/o que las amenazas de muerte involucran también a quienes está obligada a proteger.
Suicidio de la víctima habitual, al creer que no tiene alternativas.
Dejarse matar sin defenderse o pedir la muerte, cuando la víctima habitual ha llegado al límite de su resistencia y sólo pretende que “todo termine”.
Muchos profesionales de la salud y/o funcionarios judiciales tienden a minimizar o desestimar este riesgo, ya sea por bloqueos defensivos, desconocimiento o prejuicios diversos. La educación y/o posición social del victimario y su condición de esposo y padre de familia activan una disonancia cognitiva en el observador ya que favorecen el descreimiento por no poder asociar tal imagen insospechable con un comportamiento delictivo en privado o con el extremo al que puede llegar tal conducta, por ejemplo, cuando ocurre una denuncia o una separación.
La diferencia en el porcentaje de homicidios y suicidios masculinos y femeninos se aclara entonces por factores de socialización de género, cognitivos, psicodinámicos e interaccionales, que tienen que ver con el significado emocional diferencial que estos procesos tienen para un hombre y para una mujer.
La OMS corroboró en sus investigaciones que el maltrato crónico que recibe una mujer disminuye su expectativa de vida hasta en 10 años, según la gravedad, predisponiendo a la enfermedad y al deterioro integral psicofísico.
El objetivo del que ejerce violencia es anular el conflicto y controlar a la mujer por la vía del maltrato devenido técnica de dominación. Esto genera una situación paradojal: si la víctima no tiene recursos internos para rebelarse queda “apegada” al victimario, tratando de hacer méritos para no ser agredida, anhelando los momentos de calma intermitente del ciclo de la violencia. La violencia del victimario depende de la atribución de significado a lo que percibe en el comportamiento de la víctima, de acuerdo a dinamismos internos tales como el proceso de rumiación, el monólogo interior, la cognición repetitiva, etc. La víctima también atribuye significados, justificando lo que el otro hace, motivada por el apego traumático reforzado por el síndrome de Estocolmo, como fenómeno defensivo que la lleva a proteger al agresor. Tales atribuciones se estructuraron y aprendieron en el curso de experiencias de maltrato, miedo y enojo crónicos, vividas en las primeras etapas de la vida, ocasionadas por el abandono, el rechazo, la humillación y los castigos de parte de figuras significativas con el rol de cuidadores. Lo paradojal incluye el desarrollo del anhelo de dependencia respecto de esas figuras frustrantes y su proyección en la pareja, considerada como sujeto ideal para restaurar y satisfacer las carencias arcaicas almacenadas.
La violencia ejercida por ciclos, la intermitencia, lo súbito del maltrato y el poder mayor de una de las partes, genera un vínculo traumático que mantiene atrapada a la víctima, la cual no puede romper este dinamismo una vez instalado en la relación. Se refuerza el fenómeno de la indefensión aprendida: la persona por más que lo intenta no logra evitar el maltrato, siente que ha perdido el control de su vida, no puede manifestar sus sentimientos ni pedir ayuda, se anestesia emocionalmente para poder sobrevivir y deja de hacer esfuerzos entregándose a lo que venga. El síndrome de Estocolmo se caracteriza por el apego dependiente y la identificación defensiva que desarrolla la víctima cuando su vida depende del victimario. Ello aclara, en parte, la justificación y defensa, la negativa a denunciar o retiro de denuncia que suele hacer la víctima llevada por sentimientos de culpa, deslealtad y traición, los cuales bloquean el recuerdo de los ataques sufridos, favoreciendo la retractación y/o minimización de los hechos. Estos fenómenos constituyen un estado de esclavitud psicológica que priva a un ser humano de la capacidad y/o voluntad aptar para romper este tipo de relaciones: lavado de cerebro, control mental, inducción de culpa, alternancia de premios y castigos, reducción a la servidumbre, supresión de la autonomía e individualidad, menoscabo y sustitución de identidad mediante apodos denigrantes.
La violencia unidireccional se establece a partir de, y favorecida por el entrenamiento de ambos originado en las experiencias vividas en sus familias de origen. Tales situaciones se imprimen en su personalidad como necesidades afectivas insatisfechas y como tendencia a depender de otro. Según las socializaciones genéricas, las heridas emocionales tienden a: 1) ser reprimidas por los hombres y la sobrecompensación de su inseguridad se realiza a través de conductas violentas con las cuales reclaman atención, adquieren protagonismo, someten o castigas a sus parejas; 2) ser expresadas por las mujeres como conductas de sumisión, tolerancia y justificación del maltrato proveniente de sus parejas, dado su temor a quedar solas, incompletas y desamparadas emocionalmente.
Riesgo de homicidio cometido por la víctima actual:
Grado e intensidad de la violencia recibida.
Amenaza extrema para la propia vida.
Capacidad de respuesta luego de una victimización prolongada.
Amenaza para la vida de terceros de quienes se siente responsable.
Experiencias previas de intento de homicidio contra ella.
Reiteración de situaciones límite.
Aislamiento, encierro y/o cautiverio bajo vigilancia.
Violencia sexual continua.
Fisuras en la dependencia emocional.
Intensidad de la vivencia de desamparo frente a pedidos de ayuda que no recibieron la respuesta adecuada de parte de la familia, amigos, profesionales, instituciones, etc.
Sentimientos de estar expuesta al peligro sin percibir una salida.
Conciencia de soledad y aislamiento por la carencia de una red o sostén social.
Estado de shock y efectos de estrés postraumático
Riesgo de homicidio perpetrado por el victimario habitual:
Historial de violencia en la familia de origen.
Grado y modalidad del maltrato recibido en la familia de origen.
Abuso sexual recibido o no en la familia.
Características predominantes y tipo de personalidad abusiva.
Grado de expectativas elevadas y poco realistas respecto de la pareja.
Existencia de antecedentes criminales.
Antecedentes o existencia de adicciones al alcohol y/o sustancias.
Desempleo, crisis financiera, desprestigio laboral.
Antecedentes de violencia en parejas anteriores.
Frecuencia de la violencia ejercida en la relación.
Grado de actitudes celosas, controladoras, posesivas e inquisidoras.
Grado de capacidad de represalia.
Capacidad de destrucción de objetos.
Amenazas de muerte reiteradas.
Amenazas de muerte extendidas a hijos/as y/u otros.
Expansión de los episodios de violencia a espacios públicos.
Extensión de la conducta violenta a otras personas.
Posesión de armas.
Dormir con las armas al alcance de la mano.
Portar armar reglamentarias por motivos profesionales.
Intentos de homicidio previos.
Antecedentes de haber provocado aborto por golpes.
Ideación suicida.
Estado de salud psicofísica.
Depresión cíclica.
Rechazo o separación iniciada por la pareja.
El hecho de que la víctima consulte o pida ayuda no significa que esté en condiciones de recibirla y llevarla a la práctica. Sin embargo, no hay que confrontar ni derrumbar esta estructura defensiva pues le ha servido para sobrevivir en el caos familiar. Significa que la víctima colabora, poco y relativamente, en función del grado de daño acumulado y la rigidez de sus creencias como para flexibilizarse ante las alternativas que se le presentan. El recibir maltrato, como estilo de vida instituido, anula la capacidad de reacción autoprotectora, condiciona la adaptación a las reglas de juego del poder ajeno y desactiva la alarma frente al riesgo transformado en ingrediente común y rutinario durante años. La víctima es sujeto activo de estrategias de supervivencia constantes.
En los casos de violencia se contraindica el abordaje de: a) terapias familiares y/o de pareja en cuadros de violencia conyugal; b) modelos que busquen sólo causas inconscientes, culpabilicen, intimiden, la pongan en un mismo nivel de responsabilidad que el victimario; c) profesionales improvisados, no especializados.
El trabajo grupal de víctimas con la coordinación de un equipo capacitado instala un tiempo y espacio diferentes: la víctima es protagonista y destinataria central de estímulos de valoración y protección. Ello establece una sintonía con sus arcaicas carencias insatisfechas, permitiéndole una gradual comodidad, empatía y confianza. La fuerza constructiva de tal posibilidad de anidación emocional comienza a contrarrestar la creencia de la víctima en la omnipotencia de su victimario y empieza a nutrirla con la sensación de su propio poder emergente.
Desde una intervención clínico-victimológica en la urgencia se pretende conocer a fondo la situación de la víctima, procurar los recursos más convenientes para la desvictimización y recuperación como persona de pleno derecho en su conciencia y en su ejercicio, con la mayor eficacia en la menor cantidad de tiempo posible. Se trata de iniciar la prevención y reversión tanto de la posibilidad de homicidio físico expeditivo, como del proceso de homicidio simbólico constituido por el maltrato crónico, ya que destruye la identidad y anula las capacidades en base a lentas agonías que deterioran la salud y disminuyen la expectativa de vida.
Los objetivos que orientan el proceso son:
Proporcionar apoyo, información y esclarecimiento en un ámbito de calma, seguridad y sostén afectivo.
Diagnosticar el potencial homicidio-suicidio del victimario y de la víctima, de acuerdo al listado de factores de riesgo.
Sondear las alternativas de desactivación buscando las posibles soluciones, tanto simultáneas como por etapas, a nivel físico, emocional y de seguridad externa, detectando los recursos que funcionan y los que no funcionan en su entorno inmediato y mediato.
Establecer pasos graduales, concretos y realistas, construyendo un mapa de recursos y alternativas, acompañados de un convenio mutuo de acciones a seguir.
Construir enlaces con diversas fuentes de asistencia, acompañamiento y protección dentro-fuera de la familia y otros posibles entornos institucionales, implementando el uso del teléfono y/o la presencia rotativa o por turnos de personas con roles de testigo y resguardo.
Registrar de forma exhaustiva la historia de violencia, con asentamiento literal de los mensajes que tengan que ver con amenazas, intimidaciones, acciones destructivas, etc. y de la escalada de episodios relevantes. Dicho protocolo tiene valor de documento legal sobre cuya base se podrán efectuar denuncias, presentaciones judiciales, informes, peritajes, etc.
El abordaje de la clínica victimológica implica una fuerte carga emocional que encuentra alivio en la cooperación dada en el seno de un equipo interdisciplinario, entrenado e integrado desde lo teórico-práctico y lo afectivo, como factores equilibrantes del peso de las responsabilidades que asume.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario