El superyó es un factor fundamental en la vida anímica. Sin tenerlo en cuenta la comprensión del alma se retrotraería a las épocas anteriores al psicoanálisis. De todas las resistencias con que se choca en un tratamiento analítico tanto en el paciente como en el analista la del superyó es la que tiene más peso en determinar su pronóstico.
La gravedad de los cuadros clínicos está fundamentalmente ligada a la severidad del superyó. El superyó es la condición de las represiones que nos alejan de la realidad.
Estamos demasiado acostumbrados a considerarlo normal pero pasamos por alto que la transformación de una compulsión externa en una interna es un fenómeno patológico.
Sólo un yo que ha retirado la libido de sí mismo considera al superyó como protector. La creencia más difundida es que nos protege y conviene para la vida en sociedad, autoengaño llamativo porque los analistas de ese modo tenemos que desestimar todo lo que sabemos del funcionamiento anímico y confundimos así represiones (que son inconscientes) y dominio de los impulsos, que es el resultado de un buen análisis.
Es un verdadero caballo de Troya que se introduce en el psiquismo y produce una alteración general de sus leyes de funcionamiento: lo que una vez era placentero ahora se vuelve displacentero y lo que una vez fue penoso y frustrante se torna una fuente de autoestima, de orgullo narcisista. El superyó puede definirse en los términos en los que lo hace el poeta Gaspar Nuñez de Arce:
Conciencia nunca dormida
Muda y pertinaz testigo
Que no dejas sin castigo
Ningún crimen en la vida
La ley calla y el mundo olvida
Más quien sacude tu yugo?
Si Al Sumo hacedor le plugo
Que a solas con el pecado
Fueses tú, con el culpado
Delator, Juez y verdugo
El superyó hace notar su presencia en el yo a través de sentimientos de culpa, sentimientos de inferioridad (en el fondo siempre una inferioridad moral) y de angustia.
Hay una confusión general entre superyó y sentimientos de culpa conscientes, pero no son coincidentes, como Freud mismo lo mostró en la histeria. Sin embargo muchos siguen aseverando que hay individuos que no tienen superyó porque no muestran culpa consciente. Debemos considerar que el superyó adquiere formas distintas de acuerdo al cuadro clínico y en las regresiones intensas del yo no es extraño que el superyó se descomponga y retorne a su origen, el exterior, con sus prohibiciones y reproches. En algunos cuadros como en la paranoia aparece ese retorno como proyección y en otros cuadros clínicos aparece como conductas crónicas que generan el reproche, la crítica, el desprecio habituales del medio que rodea a dichas personas. A tal punto que habitualmente se utilizan los nombres de cuadros psicopatológicos como formas de reproche, p.ej. histérico, psicópata, etc.
El superyó social fomenta los nacionalismos enfrentándonos con todos los diferentes a nosotros. Unifica a las masas en su sometimiento.
Es la formación reactiva más poderosa contra la capacidad de amar y de hacer.
Es un representante del instinto de muerte; su objetivo, la perfección, consiste en la ausencia de sexualidad. Por eso el destino sublimatorio de los instintos es tan valorado socialmente, porque la sublimación consiste en la desexualización. Una confusión habitual es confundir la sublimación con su producto: el verdadero valor que le da la sociedad a la sublimación apunta a la desexualización, y no a la obra producida. Un ejemplo claro: la obra de Van Gogh no fue valorada socialmente en la época de su producción y sí lo es en la actualidad. Y además, sabiendo de su vida y su epistolario con su hermano, en ese apasionamiento descubrimos que no había tal sublimación.
Son varios los factores que influyen en la formación del superyó:
1)La intensa y duradera dependencia infantil por la extrema inmadurez e inermidad.
2) Los instintos de muerte que no pueden ser volcados al exterior y cumplen su actividad destructiva dentro del psiquismo. El superyó es un cultivo puro de instinto de muerte: sólo prohíbe y castiga.
3) La herencia del complejo de Edipo: prohibiciones y castigos por los deseos prohibidos.
4) La identificación con el superyó de los padres.
5) La herencia del narcisismo infantil.
6) Traumas con su compulsión a repetir que se transforma en imperativos. Por eso cuantas más situaciones traumáticas se viven más intenso es el poder del superyó. La tragedia Edipo Rey muestra claramente que la Peste y su interpretación culpígena fue la que desencadenó.
7) como representantes del lazo ambivalente con los muertos.
8) La renuncia instintiva: es habitual la creencia de que el sentimiento de culpa lleva a la renuncia instintiva, pero un paso adelante del psicoanálisis muestra que es la renuncia masoquista la que permite instalar al sentimiento de culpa en el psiquismo. Por eso en la obra de Freud la concepción del masoquismo primario antecede a la aparición explicita del término “superyó”, nos muestra que uno es la condición del otro.
9)Obediencia retardada, el poder del padre muerto: es frecuente la observación de hijos que se rebelan contra prohibiciones paternas pero luego de la muerte de estos se someten a ellas.
La formulación que hizo Freud de los objetivos del tratamiento fue variando aunque manteniendo un hilo conector: llenar las lagunas mnémicas, hacer consciente lo inconsciente, levantar represiones, donde estaba el ello devendrá yo y por fin: hacer al yo más independiente del superyó. Así notamos que no forma parte del tratamiento analítico la eliminación del superyó y que el objetivo final, el cambio psíquico, apuntará al posicionamiento del yo: hacerlo consciente de su sometimiento al superyó transferido en el analista. De este modo las satisfacciones logradas no tienen el significado de acercarse al ideal y son consideradas como fruto de las aptitudes y el trabajo y no provocan agradecimiento a “los cielos”.
La creencia en un superyó protector es una desmentida de la inermidad que tenemos frente a los poderes de la vida y del destino.
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